Disclaimers: Los personajes, el mundo, los objetos, monstruos y cualquier otro ser o elemento del Final Fantasy no me pertenecen.
Comentario: Antes que nada pedir disculpas por el trato a los textos en inglés de la Intro de este maravilloso juego. También asegurar que todos los personajes del juego me gustan y los respeto, por lo que el trato que pueda darle a alguno de ellos no es indicativo de ninguna animadversión personal. Entiéndase que este relato esta hecho desde el humor y la parodia, y si algún lector siente herida su sensibilidad, le pido disculpas por anticipado.
Fáinal Fántasi Ocho Dírectors Cat
Bai Sakae Kaze
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Capítulo 1. Mi vida en el Jardín.
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Esta historia empieza como muchas otras: una preciosa vista del mar, el sonido arrullador de las olas... Todo de lo más normal; pero, de pronto, una voz coral femenina irrumpe con un cántico en lenguaje antiguo:
Fithos… Lusec… Wecos… Vinosec…
Y de la nada se materializan unas letras blancas, en las que pueden leerse, si es que alguien es capaz de entenderlo, lo siguiente:
Ai'l bi jia…
La música de una orquesta sinfónica vino a acompañar a la voz y, como si aquello fuese el disparo de salida de una carrera, la cámara empezó a deslizarse por el agua y los distintos paisajes cambiantes, sobre los que seguían apareciendo las letras blancas, que debían ser un mensaje encriptado:
Ai'l bi jia…
Güai…?
Ai'l bi güaitin… jia…
Fithos…
For güot?
Lusec… Wecos… Vinosec…
Ai'l bi güaitin… for yu… sou…
Fithos…
If yu cam jia…
Lusec… Wecos…
Yu'l fain mi…
Vinosec…
Ai promiss.
El acertijo terminó justo en un campo de flores. En él, el viento jugaba con los pétalos arrancados, uno de los cuales se posó en una mano femenina que pertenecía a una preciosa chica morena vestida con un extraño conjunto negro y azul que, aunque de espaldas parecía muy recatado, por delante dejaba al descubierto buena parte de las piernas y un generoso escote.
Excitate...
Como por arte de magia, los pétalos se transformaron en una pluma blanca que la chica dejó que se elevase hacia el cielo.
... vos e somno ... liberi mei ... Cunae non sunt.
Allí la pluma fue engullida por una tormenta y escupida en forma de sable pistola, el cual se precipitó hacia tierra al ritmo de:
Excitate vos e somno, liberi fatali Somnus non est
Y se quedó clavado con majestuosidad acaparando un primer plano.
Squall se arrojó a coger aquella arma que literalmente, por suerte para él, había caído llovida del cielo. Eso le permitiría enfrentarse a Seifer en igualdad de condiciones.
«Menos mal —pensó—, creí que iba a morir antes de empezar la historia..., ¡y eso que soy el prota!», se dijo blandiendo la espada y desentendiéndose del montón de plumas que de ella salieron.
Sin esperar más y sin contemplaciones, los dos jóvenes, uno castaño, Squall, ataviado con un pantalón y una cazadora negra sobre una camiseta blanca, y otro rubio, Seifer, ataviado con una gabardina blanca muy hortera (según Squall) sobre un conjunto negro, se enzarzaron en una cruenta y ardiente lucha en la que ninguno de los dos podía permitirse perder la concentración ni un instante; por mucho que la música sinfónica y las imágenes de dos preciosas chicas —la del campo de flores y otra vestida de negro con un escote de infarto—, que aparecían intercaladas durante la batalla, se empeñasen en despistarlos.
Ardente veritate Incendite tenebras mundi Valete, liberi Diebus fatalibus
Seifer, con un gesto provocador, desafió a Squall a acercase a él. Squall aceptó el desafío e intentó partirle la crisma con el sable pistola. La lucha transcurría igualada, incluso se diría que el joven castaño atacaba con más ímpetu, como si desease borrar del mapa a su rival, hasta que éste, en un gesto traidor que lo caracterizaba, le lanzó por sorpresa la magia fuego (y eso que antes de empezar el entrenamiento habían quedado que no iban a usar magia). Squall interpuso su arma como escudo, así pudo evitar que el hechizo le quemase el cuello peludo de su cazadora, pero no pudo evitar caer de rodillas. Desde el suelo se percató de la cara de borde con que lo miraba Seifer al tiempo que alzaba la espada, a saber con qué intención. Maldiciendo porque no tenía ninguna magia con la que responder a la afrenta (de ahí la promesa que le había sacado a Seifer), cuando nuestro prota iba a ponerse en pie con un ágil salto, la canción empezó a rallarse con una estrofa, advirtiendo que se aproximaba un momento culminante:
Fithos Lusec Wecos Vinosec, Fithos Lusec Wecos Vinosec, Fithos Lusec Wecos Vinosec
«¿Y qué?», se dijo Squall ignorándola.
Pero entonces la escena se centró en el escote de la chica de azul, captando toda la atención del joven; momento que aprovechó Seifer para cortarle en la cara con la espada mientras pensaba: «¡Si no eres mío, no serás de nadie!», y decía en voz alta:
—Oh, la nena se ha caído y no puede levantarse. ¡Jua, jua, jua!
«¡Maldita sea! —maldijo mentalmente Squall, superenfadado—. ¡Ahora que por fin veía un canalillo!.. Seifer me ha marcado la cara para ligar solo él y quedarse con todas las chicas. Grr... Menos mal que yo ¡jamás pienso ligar! Pero si yo no ligo, ¡él tampoco!»
Hecho una furia, corrió hacia Seifer calentando la punta del sable pistola en el suelo, para que doliese más, y le hizo una cicatriz idéntica a la suya, pero en distinta dirección, de forma que formarían una X si juntasen los rostros (algo que Squall no pensaba hacer ni bajo tortura). En ese preciso instante del arma de Squall empezaron a salir montones de plumas negras y al ritmo de " Aaaaaaaaaaaaaaaah " el collage de imágenes de las caras de las chicas se adueñó de la escena hasta que Squall vio que la chica del escote menos atrevido corría a arrojarse en sus brazos, a saber con qué intención. Pero, por desgracia, las imágenes se cortaron antes de que llegase ese feliz momento y el " Aaaaaaaaaaaaaaaah " apoteósico concluyó dejándolo todo negro: Squall había perdido el conocimiento, no se sabe si por la emoción o por la pérdida de sangre.
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—¿Cómo te llamas? —le preguntó la doctora Kadowaki, una amable mujer con cara de pocos amigos, en cuanto abrió los ojos.
—¿Por qué me lo preguntas si me conoces desde que era pequeño? —replicó Squall—. Incluso, una vez, me viste el culo.
—Era necesario. Tú vida estaba en juego.
—Lo sé. —Squall se hallaba tendido sobre una cama en la enfermería.
La doctora Kadowaki lo miró con afecto y, sin ningún remordimiento, le clavó en el brazo una aguja reforzada en acero para que no se rompiese al atravesar la musculatura del joven y le inyectó un liquido verde fosforescente al mismo tiempo que explicaba:
—Hace por lo menos diez minutos que te han traído. Os encontraron un grupo de SeeDs y maestros shumis que habían ido a la montaña de excursión. Seifer estaba intentando reanimarte; incluso te estaba desabrochando el cinturón del pantalón para que pudieses respirar mejor. Por suerte, los SeeDs corrieron en vuestra ayuda a pesar de que eso suponía perderse la apasionada explicación que les estaban dando los maestros sobre el crecimiento de las margaritas en primavera. Ahora pasaré a darte un informe de los daños: tienes en la cara una pequeña heridita de nada, de ochenta y dos puntos. Te alegrará saber que la de Seifer es de ochenta y tres. A pesar de todo, la herida de Seifer ya ha cicatrizado y él ya se ha marchado cuando lo he echado a patadas del lado de tu cama.
No era justo, ¿por qué a Seifer le había cicatrizado la herida antes si la había recibido después que él?, se lamentó Squall.
—Tengo que irme a ordenar las aspirinas —siguió la doctora—. Tú quédate aquí. Te he inyectado un fuerte paralizante que te mantendrá inmóvil los dos minutos que te faltan para que te cicatrice del todo la herida. —La doctora se dio media vuelta, pero antes de abandonar la estancia se giró y dijo—: Ah, me han avisado de que la señorita Trepe va a venir a recogerte.
«Lo que faltaba...», se dijo Squall.
En cuanto se quedó solo, gracias a un ruidito que reconoció como el de unas uñas golpeando una superficie esmaltada, se percató de que a través de la ventana de cristal de una de las paredes de la habitación una chica lo observaba.
«¡Una chica! ¡Y no va vestida con uniforme! —se asustó, y su cuerpo intentó dar un brinco; pero fue imposible gracias al paralizante—. ¡Como entre, estoy totalmente indefenso!... Indefenso... indefenso... indefenso... je... je...», el rostro de Squall intentó, sin ningún éxito, poner un extraño rictus acorde con sus pensamientos.
La chica, por suerte para ella, ajena a lo que cruzaba en aquellos momentos por la mente del futuro SeeD, llenó de vaho el cristal y con un dedo escribió en espejo (para que Squall pudiese entenderlo): "Cuánto tiempo, Squallinín". Debajo de estas enigmáticas palabras estampó una letra a modo de firma: "L". Luego, tan rápido como se borraban las letras, ella desapareció, dejando al joven desconcertado:
«¿Squallinín?... ¿de qué me suena eso?... Y la chica..., ahora que lo pienso, cuando subí la mirada y le miré la cara... ¡de pronto sentí el deseo de que me acunara y me cantara nanas! ¡Si alguien se entera...! Un momento... no tengo por qué preocuparme, nadie sabe leer mis pensamientos... Menos mal.»
—¡Squall! ¡Squall, ¿estás bien? —Quistis Trepe, la instructora, entró como una bala en la estancia, interrumpiendo los profundos pensamientos del joven—. ¡Me han dicho que Seifer te ha desfigurado!... —Sin esperar permiso y sin que Squall pudiese impedírselo a causa del paralizante, cogió con ambas manos el rostro del convaleciente y lo observó con detenimiento—. ¡Uff, menos mal! —respiró aliviada—. Si la intención de Seifer ha sido la de quitarte atractivo para quedarse él con todas las chicas, le ha salido el tiro por la culata: la cicatriz te sienta muy bien, te da un aire... no sé... ¿más masculino?... Definitivamente, pareces más hombre, si cabe —afirmó con los ojos brillantes, sin soltar al joven.
—Si ya has terminado de sobarme y de mirarme, aparta tus garras de mí —exigió con el único miembro que ya empezaba a reaccionar: la lengua.
—Cómo eres... —musitó ella, con lágrimas en los ojos.
—¿Y qué? —replicó mientras movía las muñecas, con la intención de volver a activar la paralizada circulación.
—Pues que ya que estás en condiciones de moverte, levántate y sígueme.
—¿Y si me niego?
—Es una orden.
Squall, a regañadientes, obedeció. Por desgracia, aquella cursi hortera, que, aunque en esos momentos lucía su uniforme de SeeD, solía vestir con un traje rosa anaranjado chillón, peinar sus opacos y grasientos cabellos en un ridículo moño y dos mortecinas greñas sueltas con la intención inútil de favorecer su anodino y ordinario rostro, y siempre iba adornada con un látigo —del que no se separaba ni para mear y que denotaba sus inclinaciones sexuales por el sadomaso—, era su superior, se dijo Squall. Y necesitaba su visto bueno para lograr el aprobado en el examen de SeeD.
Ya por el pasillo, Quistis Trepe seguía torturándolo, es decir, más bien intentándolo, porque Squall, ni la escuchaba, estaba totalmente absorto en sus pensamientos.
—Y como siempre te digo —seguía ella, machaca que te machaca—, no debes pelearte con Seifer, es muy peligroso. Tu todavía eres un tierno estudiante de SeeD y no sabes los riesgos que corres enfrentándote a alguien tan curtido, fuerte, despiadado, experto luchador y extorsionista, malévolo y calculador... ¡Deberías tener en cuenta que tiene un año más que tú! ¡Podría haberte hecho daño! ¡Estoy segura de que su perversa intención era eliminarte como rival porque sabe que en belleza y gracia tú le das mil patadas! Debe estar furioso por no haber conseguido sus planes... ¡Pero imagina que la próxima vez te corta en otro sitio!... ¡Dios, mío, no quiero ni pensarlo, sería una gran pérdida para la humanidad!... ¡Te prohíbo que vuelvas a pelearte con Seifer!... Ahora, ese desalmado debe estar dejándose la mano y los ojos en el castigo que le he impuesto y debe cumplir si quiere que le dé permiso para presentarse, otra vez, al examen: tiene que escribir, cien mil veces, con una pluma de cocatriz, que previamente ha de robar a su dueña a la luz de una luciérnaga que no ha pagado a hidroeléctrica por lo que le han cortado la luz, lo siguiente: "Nunca más en la vida le haré pupa a Squall sólo por que sea un millón de veces más guapo y adorable que yo". ¿Qué te parece el castigo? Porque a mí me parece genial y, además, bla, bla, bla...
Squall, ignorándola totalmente, como acostumbraba siempre que podía, iba centrado en sus pensamientos:
«El imbécil de Seifer se las ingenió para desfigurarme: primero, a saber qué me puso en el desayuno para que todas esas imágenes de chicas ligeritas de ropa apareciesen en la lucha y me desconcentrasen; después, me engañó con lo de la magia, recuerdo perfectamente su promesa. —La memoria de Squall buscó entre sus archivos y le mandó las palabras textuales que el rubio había pronunciado esa misma mañana antes del entrenamiento: "Esta bien, como eres un novato con un ridículo nivel que no me llega ni a la suela de los zapatos y solo tienes ridículas e inútiles magias morfeo, aunque yo sea el poseedor de tantas de ataque que se me caen, no usaré magia. Sería malgastarlas. Para darte una paliza a ti sólo necesito mi sable pistola... Ni eso, podría hacerlo con las dos manos vacías... Ni eso, podría machacarte solo con una mano... No te quieras ni imaginar lo que podría hacerte... ¡Jua, jua, jua!"—. Y se reía tan a gusto, con esa cara de sádico salido que tiene. Y encima siempre va presumiendo de haber conquistado a una pija de Timber, que seguro que es más fea que el sobaco de un mono, pero él dice que es guapísima; claro, qué va a decir él... Seguro que es el primer rosco que se come en su vida porque en el Jardín, que yo sepa, no ha salido con ninguna; y si lo hubiese hecho, yo me habría enterado porque de discreto no tiene nada, bien se ha encargado de colgar en los ordenadores, en las paginas personales de los alumnos, en las de los contactos e incluso en la página web del Comité de Disciplina del Jardín de Balamb, del que él es el jefe, su lío con la pija. ¡Si hasta ha empapelado las paredes del Jardín con carteles explicándolo! Y no contento con restregarme por las narices que él tiene novia y yo no, se las ingenia para desfigurarme con la secreta intención de que yo no ligue, sólo para humillarme. Y ahora, con esta cicatriz, no sé cómo me verán las chicas, porque la opinión de Quistis vale menos que un gil de cartón. Suerte que yo paso de ligar. Yo no quiero ligar porque no quiero estar solo otra vez. ¿Otra vez?... ¿Por qué habré pensado, otra vez, si no recuerdo haber estado acompañado antes?...»
—Squall... ¡Squall! ¡SQUALL! —berreó Quistis.
—Y... ¿qué?
—¿Cómo que "y qué"?... ¡Que no me estabas escuchando! —acusó, jadeante. De inmediato se recolocó el mechón que se le había desplazado hasta taparle buena parte del rostro y, con sonrisa encantadora (según ella), que a Squall le recordó la de un molbol, añadió—: No importa, el caso es que hemos llegado al hall y aquí nos separamos... Pero solo serán diez minutos... Recuerda que tenemos que ir juntos a la cueva de Ifrit a que cumplas el último requisito para poder presentarte al examen de SeeD que se celebrará en breve. Yo voy a ponerme guapa y te espero en la salida del Jardín. ¡Nos vemos en diez minutos! ¡Qué ilu, es como una cita! —canturreó antes de echar a correr—. ¡No tardes! —oyó el estupefacto joven antes de verla desaparecer por un cambio de pantalla.
—¡¿Cómo que una cita? ¡Sólo es un requisito obligatorio! —especificó para nadie—. ... Maldita sea mi suerte —se dijo mientras echaba a andar cabizbajo—. Ahora sólo me faltaría que me atropellase un autobús... Suerte que en el Jardín no hay.
Nada más pronunciar estas palabras, el joven fue arroyado por algo que, si no era tan grande como un autobús, tenía el mismo ímpetu. Ese "algo" y Squall fueron a parar al suelo.
«¡Una chica! —se asustó, en un primer momento, al reconocer a aquello que lo había atropellado. De inmediato, se relajó—: No es peligrosa, lleva el uniforme de estudiante», se dijo totalmente tranquilo. Los largos años de entrenamiento y una voluntad a prueba de bombas habían conseguido que las mujeres ataviadas con uniforme le resultasen tan atractivas como un alagar.
Squall se levantó con un acrobático, vistoso e innecesario salto y se quedó mirando a la chica, que aún seguía sentada en el suelo con una mano extendida hacia él. Tras un minuto de silencio, la chica, que aunque Squall no lo notase era bastante mona y con una sonrisa encantadora, movió la mano y le dijo:
—¿No me vas a ayudar a levantarme?
—Ah... la mano es para eso...
Tiró con fuerza de la muñeca, con tanta que casi hizo volar por el aire a la estudiante; aunque, tras algunas maniobras extras, necesarias para que ella no se rompiese los piños contra el suelo, consiguió ponerla de pie.
—¡Ay! ¡Casi me descoyuntas el brazo!
—Perdona... Había oído decir que las chicas erais más frágiles que nosotros, pero como eres la primera que toco...
—Estás perdonado por guapo y por simpático. Acabo de llegar y me aburro —dio un giro de novecientos grados a la conversación al mismo tiempo que agitaba su melena castaña, que parecía mucho más corta de lo que en realidad era debido a que las rebeldes puntas se empeñaban en desafiar la ley de la gravedad y crecían hacia arriba—. Tenía que ir a una clase que da una tal Quistis Trepe, pero me han informado de que ha cancelado la clase porque tenía una cita y mucha prisa por acudir a ella.
—¡No es una cita!
—A mí me da igual las citas que tenga esa. Me aburro mucho, y aún falta mucho para la hora en la que he quedado con mis colegas del Jardín de Trabia para irnos de marcha a Balamb. ¿Por qué no me enseñas el Jardín hasta entonces? —Squall iba a negarse en rotundo, pero entonces la chica añadió—: A no ser que tengas prisa, claro.
¿Prisa?... La verdad era que en teoría sí. Faltaba poco más de cinco minutos para acudir al punto de encuentro con la instructora... Si Quistis se enteraba de que se retrasaba porque se había ido de paseo con otra, con suerte, le daba un patatús y se libraba de ella para siempre... Esa idea le hizo decir:
—La verdad es que no tengo ninguna prisa. Tengo todo el tiempo del mundo. Además, sospecho que en mi anterior reencarnación debí ser guía turístico. Ale, vamos. Empezaremos desde aquí mismo, siguiendo la dirección de las manillas del reloj.
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—Esta puerta de aquí da acceso a la enfermería dirigida por la Doctora Kadowaki, una mujer de gran valía; de hecho, una de las escasas personas válidas del Jardín de Balamb. La instructora Shu también podría serlo, pero tiene un gran defecto que anula sus virtudes: es amiga de la instructora Quistis Trepe. En cuanto al director, bueno, no se deja ver demasiado, así que no puedo opinar con rigor científico.
—Entonces, el director tiene el despacho en la enfermería, y las instructoras se reúnen aquí también —dedujo, Selphie, que así se llamaba la chica; aunque Squall lo ignoraba porque él no se había molestado en preguntárselo ni ella en decírselo; lo mismo pasaba con el nombre de él.
—No, el director tiene el despacho en el 3º piso. Y las instructoras pasan poco por la enfermería. Una suerte, porque yo paso muchas horas allí por culpa del imbécil de Seifer.
—¿Seifer?
—Un patán donde los haya, la cosa más impresentable que puedas imaginar, un cardo borriquero al que sólo desean las pijas horribles de Timber... Aunque debería decir, la pija horrible y desquiciada de Timber, porque sólo alguien que esté muy mal de la cabeza puede hacerse novia de ese sádico pervertido.
—Ya veo. Qué tipo tan horrible, espero no tropezármelo en mi vida.
Aquella chica parecía muy inteligente, se dijo Squall.
—Y supongo que si Seifer te manda a la enfermería con frecuencia es porque te pilla rastreramente y a traición —siguió Selphie, reforzando la opinión que Squall empezaba a hacerse de ella—, porque cuando me has ayudado a levantarme he notado que eres muy fuerte y, por el salto que te he visto dar y la forma en que te las has arreglado para que yo no volviese a caerme, muy ágil y con los reflejos muy despiertos.
—La verdad es que Seifer siempre hace trampas e intenta acabar conmigo. Menos mal que está la Doctora Kadowaki. Si no fuese por ella, yo estaría muerto. Hace unos tres años Seifer me engañó y me convenció de que jugásemos a vampiros. Él era Drácula y, en teoría, yo era Van Helsing; pero en un momento dado, en lugar de atacar a Quistis, que hacía muy mal de Lucy, Seifer se lanzó sobre mí llamándome Mina y me mordió en el cuello. Se necesitó el látigo eléctrico de los profesores shumis para obligarlo a que me soltara —relató con el mismo tono tranquilo e indiferente que utilizaría un guía durante la visita de un museo—. La doctora se vio obligada a ponerme la vacuna antirrábica en el culo para evitar mi muerte. Durante un mes casi no pude sentarme, y el moratón que me hizo en el cuello me duró más de dos meses. Pero eso no fue lo peor, durante esos dos meses tuve que llevar bufanda, y eso que eran julio y agosto, cansado de que todos me preguntasen que "qué nena me había hecho aquel chupetón".
—Realmente es un tipo despreciable.
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—Esto de aquí es la zona que les ceden a los inútiles del Comité del Festival Estudiantil —mostró Squall una zona al aire libre—, esos de allí. —Señaló a un grupo de jóvenes muy atareados: unos recortaban monigotes de cartón, otros cosían vestiditos y otros jugaban con unos sets de maquillaje—. Se supone que su misión es alegrarnos la vida y hacérnosla más llevadera; pero la verdad es que lo único que han conseguido es llevar al borde del suicidio por depresión a muchos estudiantes, que aunque deseasen escaquearse no pueden, pues los profesores shumis han puesto como requisito imprescindible para presentarse al examen la asistencia a los actos del comité.
—¿Y qué tipo de espectáculo tan horrible es ese que hacen que provoca esa reacción en los estudiantes? —quiso saber; pues en el Jardín de Trabia los estudiantes casi mataban por conseguir un puesto VIP en el Festival Estudiantil.
—Todos los festivos hacen lo mismo: unos, disfrazados de horribles payasos que ya quisieran para sí los de las películas de terror, espantan a los futuros SeeDs más pequeños y nos provocan a los mayores ganas de convertirnos en asesinos en serie; luego, la atracción "estelar", el teatro de guiñol, en el que representan "caperucita roja". En ese momento hay que sujetar a más de uno para que no se haga el harakiri para terminar con su sufrimiento. Los únicos a los que les gusta y aplauden a rabiar son los ceporros estúpidos del club de fans de Quistis, porque ya se tiene que ser cortito para ser fan de esa, y, claro, como la propia Quistis en persona, con esa falta de gracia y esa sosería que la caracteriza, maneja a caperucita, pues a ellos les parece maravilloso.
—Es terrible lo que me cuentas... Habrá que hacer algo definitivo para solucionarlo.
—Como no ganes las elecciones para Presidente del Comité, que se celebran en breve, lo tienes crudo.
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—Esta es la cafetería, centro de ocio y principal fuente de alimentación de los habitantes del Jardín; excepto de los profesores shumis, claro, que tienen un chef particular que les prepara platos exclusivos de veinticinco tenedores. Como verás, en la cafetería hay dos sectores bien diferenciados: aquel —señaló a una zona en la que, en torno a un montón de mesas, se agrupaban estudiantes que sostenían pancartas—, y este, en el que estamos, que es la zona más importante del Jardín: la del reparto de bocatas, alimento único y exclusivo de estudiantes y SeeDs.
Selphie estaba plantada de pie junto a Squall en medio de una gran sala, al fondo de la cual se veía una especie de barra rematada por cristales que llegaban hasta el techo, en la que una docena de estudiantes hacían cola. El último de todos era un chico rubio con los pelos de punta, especialmente el flequillo, que era el triple de largo que el pelo más largo de cualquier otra parte del joven y se mantenía tieso hacia arriba, dejando la frente al descubierto.
La joven comentó:
— Esta parte es más grande que la de las mesas, ¿no es ilógico?
—Bueno, es algo necesario para que quepan las colas de estudiantes en las horas punta, en las que hay que estar más de seis horas para conseguir un bocadillo. Los bocadillos se encuentran tras esos mostradores protegidos por cristales antimisiles y por esa docena de guardias de seguridad elegidos entre la élite. —Desde donde estaban podía verse perfectamente a dos mujeres, de mediana edad, que pasaban los bocadillos por unas aberturas de seguridad, del tamaño exacto de los bocatas, y que por su sofisticado diseño hacía imposible que los estudiantes metiesen el brazo—. Las dos mujeres que se encargan del reparto son las cocineras; las personas a las que más se les hace la pelota y las que más intento de soborno reciben de todo el Jardín. Pero su honestidad es intachable: aunque aceptan los obsequios y los piropos, jamás conceden privilegios por ellos.
—Ya veo. Y... ¿los estudiantes de las mesas, siempre llevan pancartas como ahora? ¿Alguna otra norma impuesta por los profesores shumis?
—La verdad es que no tengo ni idea de qué va eso de las pancartas. Normalmente, en las mesas, o se despelleja a los profesores y se bebe cerveza mientras se cantan canciones de alabanza a las borracheras, o se juega a las cartas. De hecho, una de esas mesas es el centro de reunión de los cabecillas del club de fans de Quistis. A parte de ser cortos de vista y con muy mal gusto, son unos prepotentes que chulean de su habilidad con las cartas. Estoy deseando jugar con ellos para humillarlos y para ganarle la carta de Quistis que tiene el jefe, es que se me ha roto la diana de dardos de mi habitación y necesito algo para sustituirla; pero, por desgracia, no tengo ni una carta con la que empezar mi futura carrera triunfal como jugador y mayor coleccionista del mundo. Las venden a precio de oro y yo, hasta que no sea SeeD y empiecen a pagarme, no tengo ni un gil.
—Acerquémonos a ver qué pone en las pancartas —propuso Selphie.
Nada más hacerlo, en cuanto Squall pudo leer los mensajes de las pancartas, sintió la tentación de dar media vuelta y echar a correr; pero su orgullo, las voces de los estudiantes que lo habían reconocido y lo llamaban y, sobre todo, la necesidad de desmentir esa infamia, le hizo avanzar con la cabeza bien alta.
—¡Viva Squall, que le den una medalla! —vitoreaban los que llevaban pancartas que ponía: "Gracias, Squall, por irte de cita con Quistis y librarnos de la clase de hoy", o, "Queda con ella todos los días, por favor"—. ¡Abajo Squall, que lo expulsen del Jardín! —exigían a gritos los que sostenían pancartas del estilo de: "Por culpa de tu cita, hoy no tenemos clase con la adorable Quistis", o "Si crees que te vamos a dejar que te beneficies a la bellísima Quistis, vas apañado".
—O sea, que el de la cita con la instructora Quistis eras tú —dedujo Selphie—, nunca lo hubiese imaginado.
—¡No es una cita! —berreó Squall, a pleno pulmón—.¡Vamos a cazar a Ifrit, no a ninguna cita amorosa!
—Vaya, vaya... —susurró una voz gélida, la de Seifer, cuyo aliento le puso los pelos del cogote de punta a Squall, y no de gusto, precisamente—, así que cita amorosa... con esa... —murmuró con tono indefinible—. Sabía que tenías mal gusto, pero no tanto...
Squall se dio media vuelta y, aguantándose las ganas de partirle la cara, dijo arrastrando las palabras:
—NO es una CITA... y al próximo que lo sugiera, LO MATO.
—No te creo —afirmó Seifer.
—Zi Zeifer no te cré, yo tampoco —aseguró Trueno, el amigo-vasallo grandote y fortachón de Seifer. Era el tercero en importancia en el Comité Disciplinario (formado por tres miembros) y en el círculo de tres amigos; o lo que era lo mismo, el último gato.
—No —musitó de forma apenas audible Viento, la amiga-vasalla fina y enclenque de Seifer. Era la segunda en importancia en el Comité y en el círculo de amigos. Viento era parca en palabras; pero a esas alturas y después de muchos años, Seifer, Trueno, Squall e, incluso, Selphie, por generación espontánea, entendieron lo que había querido decir con el monosílabo (el no): "Si Seifer y Trueno no te creen, yo tampoco. Que bajo has caído, salir de cita amorosa con una instructora para que te aprueben el examen..."
—¡Eso es mentira! —se defendió de nuevo Squall.
—Yo si te creo, Squall —dijo Selphie, consiguiendo arrancar con sus palabras de apoyo una lagrimita de emoción a nuestro torturado protagonista; lagrimita que se apresuró a disimular mediante el método de fingir que, intentando espantar a una mosca, se metía accidentalmente el dedo en el ojo—. Tú nunca irías con una chica para que te aprobasen —siguió ella.
—Y tú... ¿quién eres? —inquirió Seifer, que acababa de descubrirla; hasta ese momento había estado muy ocupado mirando sólo a Squall, como si el resto de los numerosos estudiantes que se amontonaban en la cafetería no existiesen.
—Soy Selphie Tilmitt, futura SeeD y una amiga íntima de Squall —afirmó con frescura—, algo que tú jamás conseguirás. Y tú debes ser Seifer Almasy, lo sé por tú cara de sádico pervertido.
—Grrr... —gruñó Seifer.
Squall optó por no desmentir a la joven respecto a lo de ser amigos. Total, si ella así lo creía y como seguro que jamás volvía a verla en la vida, para qué explicarle que él, nunca jamás de los jamases, tendría ni un sólo amigo, ni tan siquiera tendría mascota... y era lógico porque él no quería estar solo.
—Así que amiga íntima... —murmuró Seifer, malinterpretando el sentido de "intima" y jurándole odio eterno a Selphie.
—¡¿CÓMO QUE NO QUEDAN BOCADILLOS? —. Un alarido proferido por un corazón roto por el dolor interrumpió la conversación.
Todos se giraron y pudieron ver al chico rubio de los pelos de punta, el que había sido el último de la cola y ahora era el único que quedaba. Desesperado, se mesaba los cabellos sin poder creer lo que le había pasado.
—El que estaba delante de ti se ha llevado el último —decía, insensible al sufrimiento del alumno, la cocinera.
—Yo... yo... —balbuceó el rubio—. ¡No puedo creerlo! —bramó a los cielos y echó a correr con la intención de alejarse lo más rápido posible del escenario en el que le habían arrebatado lo que más deseaba—. ¡Buaaaaaaaaaaaaaaaaah!
Los cabellos y la ropa de Squall y sus acompañantes volaron por el desplazamiento de aire provocado por el rubio cuando pasó en estampida junto a ellos.
—¡Ey, gallina! —llamó Seifer—. ¡Está prohibido correr en el interior del Jardín! ¡Corramos tras él e inflijámosle el castigo que se merece!
—No podemoz correr, Zeifer, eztá prohibido —le recordó Trueno.
—No —musitó Viento.
—Que zabia erez, Viento —empezó Trueno—, al recordarnoz que Zeifer ez el mázzimo dirigente del Comité Dizciplinario, y que en la norma 4328 pone teztualmente: "el líder zupremo ze pazará laz nórmaz por loz cataplinez ziempre que le dé la gana". Ademáz de añadir que nozzotrozz podemoz hazerlo zi él nozz da un permizo ezpecial.
—¡Pues permiso especial concedido! —declaró Seifer y salió, a toda pastilla, seguido por sus esbirros.
—Qué cara tienen... —comentó bajito Squall.
—Ese... chico, con pinta de pardillo, que se ha quedado sin bocadillo... Su nombre no será Gallina, ¿verdad? —quiso creer Selphie, sintiendo pena por él, pero sin descartar la posibilidad, conocedora del mal gusto de algunos padres a la hora de ponerle nombre a sus retoños.
—No, ese es el apelativo "cariñoso" con el que lo llama Seifer. Los demás lo llamamos "el gafe de los bocatas". Es un poco bobo y apardalado, con menos personalidad que un focarrol falso, más soso que un plato de agua dulce, más pesado que diez férreos en brazos, sin ningún criterio de elección y con tal lentitud mental que sus armas son sus propios puños porque, cuando nos dijeron que eligiésemos las armas con las que nos íbamos a especializar, tardó tanto en decidirse que ya hacía semanas que se habían llevado la última. En realidad es un pobre diablo con muy mala suerte. Siempre se terminan los bocatas cuando le va a tocar a él. No importa la hora qué sea ni los estudiantes que haya en la cola, siempre que le va a tocar a él se oye la misma frase: "Lo siento, el que estaba delante de ti se ha llevado el último que quedaba". De hecho, ahora que lo pienso, no lo he visto comerse ni un solo bocata durante el porrón de años que llevo aquí.
—Pobrecillo...
—Sí, es patético...
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—Por este largo pasillo se accede a los dormitorios. Los de los chicos en el ala izquierda y los de las chicas en la derecha. Antes se celebraban en ellos encuentros furtivos durante la noche e, incluso, alguna que otra orgía. Pero, cuando los maestros shumis se enteraron, lo prohibieron tajantemente y pusieron las medidas oportunas para evitarlo: colocaron lectores de retina en la entrada de cada una de las dos zonas. Los muy pérfidos añadieron un sistema chivato para saber si alguien infringía la prohibición: cuando algún alumno listillo asomaba el ojo a ver si daba el pego y la puerta se abría, el sistema detectaba el intento de engaño y proyectaba un fuerte chorro de una tinta especial negra que les ponía los ojos como los de un panda. Esa tinta solo se iba con un líquido, cuya fórmula solo conocen los maestros Shumis. Y claro, cuando los alumnos se veían obligados a ir a por el remedio o bien eran descubiertos, recibían un fuerte castigo Hablo en pasado porque después del intento quinientos veintisiete, los alumnos se resignaron a su suerte y buscaron otro sitio; menos cómodo, pero mucho más seguro.
—¿Cuál era ese castigo? —se interesó Selphie.
—No lo sé. Los que lo sufrieron se niegan a hablar de ello y yo nunca he sido castigado. A mí nunca me han interesado las orgías.
—Pero alguna chica habrá ido a verte alguna vez a tu dormitorio antes de que se instalasen las extremas medidas de seguridad. Seguro. Con lo guapo y simpático que eres un montón de chicas tienen que ir detrás de ti.
—Gracias por tu sincera opinión —agradeció, nada mosqueado por lo que cualquier otro hubiese interpretado como una posible señal para pasar al ataque. Squall tenía tan claro como el agua cristalina que no lo era, y de hecho acertaba—. La verdad es que nunca entró ninguna. Puede que fuese por el cartel disuasorio que puso Seifer colgado en la puerta en el que ponía: "Este es mi dormitorio y el de Squall. Cualquier alumno o alumna que ose traspasar el umbral con la intención de posar sus garras sobre él, quiero decir, sobre cualquiera de los dos, morirá antes de intentarlo"´ —recitó de memoria, habían sido muchos años con aquel cartel colgado en la puerta.
—¡No me digas que compartes dormitorio con Seifer!
—Por desgracia, así es. No veas las ganas que tengo de ser SeeD y tener uno propio, sólo para mí. Estoy hasta las narices de los ronquidos de ese psicópata, que encima es superfriolero y, en cuanto me descuido, se mete en mi cama aprovechando que estoy dormido.
—En invierno —dedujo ella.
—Y en verano, porque el aire acondicionado de nuestra habitación está maldito y siempre es gélido, aquello parece una nevera. Y por más que los técnicos nos cambien la máquina, a la mañana siguiente amanece estropeada y con una abolladura, como si la hubiesen golpeado con un bate de béisbol.
—Qué mala suerte.
—Sí, tengo el parámetro suerte en números negativos; pero pronto aprobaré el examen y mi suerte será buena.
—¿Y tú nunca fuiste al dormitorio de una chica?
—A mí no me interesa ligar, no me gusta estar solo —afirmó con el ceño fruncido y una expresión que denotaba un profundo dolor del alma.
—Aaaah... —musitó, sin decidirse a decirle que no lo había entendido; en aquellos instantes parecía tan afligido...
—De todos modos —siguió él, recuperando su habitual inexpresión (como la que pondría un jugador experto al tirarse el mayor farol de su vida, a la que Squall le había añadido un toque personalizado de mala leche)—, en el pasillo que hay hasta los dormitorios, o sea, exactamente aquí donde estamos parados, puedes hablar con los chicos, si es que sientes algún interés en hacerlo.
—Oh, chicas, mirad a quién tenemos aquí —dijo con un tonillo de lo más desagradable y ñoño una de las tres estudiantes que acababan de aparecer por el cambio de pantalla—: es Squall, el corruptor y secuestrador de inocentes y bellísimas instructoras.
—No te perdonamos que, por tu culpa, hoy, nuestra adorada instructora Trepe haya suspendido la clase —se sumó otra.
—¿Y qué? —replicó Squall.
—Pues que vamos a ir a decirle que la estás engañando con otra —dijo la tercera, tras recorrer con mirada despectiva a Selphie de arriba abajo.
—Ale, corred, corred a decírselo —deseó Squall, y después se desentendieron de ellas y les dieron la espalda con la intención de continuar el tour por el Jardín.
—¿Quiénes son esas impresentables? —quiso saber Selphie, esperando que todas las chicas del Jardín de Balamb no fuesen como ellas.
—Nadie importante. Son tres moscas cojoneras, tres tontas del culo que pertenecen al club de fans de Quistis. Inexplicablemente, la instructora también les ha hecho un lavado de cerebro a algunas chicas, exactamente a esas tres, que, por la cara, son sus fans incondicionales.
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—Esto es el garaje, casi nunca hay nadie. De aquí parten los coches y los furgones de trasporte del Jardín. ¿Pasamos a otra zona o quieres que te explique con detenimiento las características de cada vehículo?
—No me interesa la chatarra, por mí podemos ir a otro sitio.
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—Por aquí se va a la zona de entrenamiento. Hoy, como podrás deducir por el cordón policial formado por maestros shumis, no se puede pasar; pero la verdad es que, hoy, no nos hace puñetera falta pasar.
—¡Guau! Zona de entrenamiento propia y todo... —se admiró Selphie—. En este Jardín hay de todo. ¿Y es muy grande?
—Bastante, está dividida en dos partes. Una es a la que van los que se dicen enamorados para demostrar que su amor es auténtico, que puede superar cualquier prueba. En ella vive un gigantesco tiranosaurio rex, importado directamente de Jurassic Park. Es un monstruo poderosísimo, al que nadie ha sido capaz de vencer. Se dice que es rapidísimo, que en cada turno de ataque por parte del que se atreva a plantarle cara él tiene dos o tres, que cada castañazo que pega quita por lo menos el tripe de puntos de vida de los que en estos momentos tenemos. En fin, un suicidio enfrentarse a él. Pero uno de mis retos es darle una paliza en cuanto mis habilidades me lo permitan, y eso no podrá ser hasta que sea SeeD, empiece a repartir mamporros por el mundo y mi experiencia suba como la espuma.
—¿Por qué tanto interés en derrotar a ese bicho?
—Para ridiculizar a Seifer. Es que, el muy imbécil, un día en el que estaba especialmente desagradable: se había pasado toda la clase dándome en la espalda con el lápiz y estirándome del pelo... Sí, antes de que me lo preguntes te lo digo, se sienta detrás de mí, ya sabes que el parámetro suerte lo tengo en números negativos. Como te contaba, aquel día, para vencer la frustración de que yo no había caído en sus provocaciones y había pasado de él como de la mierda; incluso recuerdo que le sonreí a la compañera de pupitre cuando me dejó la goma de borrar para demostrar que ni me enteraba de lo que pasaba a mis espaldas; ese día Seifer cogió una borrachera monumental y vino, según sus propias palabras: "a acabar con este ridículo bicho para demostrar que YO soy el único digno de atención". Como imaginarás, en cuanto empezó la batalla, el tiranosaurio en un par de hostias se lo había merendado, y se disponía a hacerlo literalmente cuando, Trueno y Viento, aprovechando que el tiranosaurio estaba despistado poniéndose un pechito para no mancharse con el festín, cargaron con Seifer y se lo llevaron corriendo. No veas lo que pude disfrutar al saber que Seifer había huido con el rabo entre las piernas. Presenté una propuesta formal para que le dieran al tiranosaurio una medalla al mérito por los servicios prestados a la humanidad, pero me la rechazaron alegando que quién iba a ser el guapo que se la ponía. Es por eso que quiero derrotarlo, para poderle poner después la medalla sin que mi vida corra peligro.
—Claro, ¡es un plan genial!
—¿Verdad que si?, je... —Squall, cortó en seco la risita tonta que iba a salirle, hubiese sido demasiado amigable y, a él, no le interesaba tener amigos, no quería volver a estar solo; así que pasó a la otra zona—: En la otra parte hay unas especies de plantas con tentáculos a las que se les puede extraer magia morfeo y que se pasan la vida durmiéndote. Durante las clases de Quistis esto está lleno de estudiantes. Exceptuando a las tres tontas esas de antes del club de fans, que se quedan a oírla, y algún que otro capullo, miembro también del club de fans, la clase en pleno vine a entrenar; total, el resultado es el mismo: te duermes, pero, al menos, aquí se gana experiencia.
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—Esta es la biblioteca, un lugar de reposo y paz al que vengo a meditar muy a menudo; es que por aquí no pasan ni Quistis ni Seifer. Esas tres estudiantes de ahí se encargan de llevarla. La de la trenza larga es "la chica de la trenza", las otras dos no sé cómo se llaman.
Selphie pudo ver a tres afables estudiantes que ordenaban los libros y atendían a los otros estudiantes. De pronto, entró "el gafe de los bocatas" arrastrando los pies y, como un perrito apaleado, se acercó a "la chica de la trenza". Ésta intercambió con él unas palabras aderezadas con sonrisas y caída de pestañas mientras las otras dos cuchicheaban, mirándolos y soltaban alguna que otra risita tonta. "La chica de la trenza" sacó un saquito de papel, que ocultaba algo en su interior, y se lo entregó "al gafe de los bocatas", el cual, con lágrimas de emoción en los ojos, abandonó la biblioteca mientras abrazaba la bolsa como si fuese un tesoro.
—¿Qué le ha dado? —preguntó Selphie, muerta de curiosidad—. No me digas que esa chica, con cara de no haber roto un plato en su vida, se gana unos extras haciendo de camello...
—No, nada más lejos de la realidad. Lo que ocurre es que los alumnos vienen por tradición a comerse los bocatas de chorizo, de atún en aceite, de pisto, o cualquier otro sabor a la biblioteca mientras hacen los deberes; a eso se debe las manchas mugrientas que se ven en las cubiertas de los tomos. Como "la chica de la trenza" es muy compasiva y sabe la precaria situación en la que vive "el gafe de los bocatas", recoge los mendrugos y los restos de bocadillo que los alumnos dejan tirados por los rincones, los mete en una bolsa y luego se los da "al gafe de los bocatas". Es gracias a ella que él no ha muerto de inanición.
—Vaya, se nota que a ella le gusta mucho.
—Sí, a "la chica de la trenza" le gusta mucho ayudar al prójimo —afirmó Squall, malinterpretando las palabras de Selphie—. Tiene un corazón de oro.
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—No podéis pasar hasta nuevo aviso —advirtió un maestro shumi que hacía guardia delante del ascensor que había en el hall.
Los jóvenes se retiraron lo suficiente como para que el maestro no pudiese oírlos.
—Oye ¿qué tipo de bicho raro son estos maestros shumis? —preguntó Selphie, que se había percatado de que no eran humanos.
—No sabemos mucho de ellos. Antes los llamábamos sólo maestros. Sencillamente, pensábamos que eran muy feos; pero un alumno, ojeando una antigua revista de Timber UFO Maniacs, vio una foto y nos la enseñó a todos. La fotografía encabezaba un artículo y en ella se veía a un tipo, igual de feo que los maestros, luciendo una amplia sonrisa. El artículo decía lo siguiente: «Los shumis son una raza extraña».
—Eso es el titular del artículo, y ¿qué decía el artículo?
—Eso era titular y artículo —especificó Squall—, dos en uno.
—¡¿Sólo eso?
—Sí, el tipo que lo escribió, o bien tenía poca imaginación, o bien murió antes de concluirlo. Pero eso es lo de menos, lo que más nos llamó la atención fue la sonrisa del shumi de la foto. Debe ser la excepción de su especie, el único shumi simpático del universo.
—Ese que vigila el ascensor tiene muy mala pinta... —observó Selphie—, la misma mala pinta que todos los que nos hemos encontrado. No podremos visitar el segundo piso.
—Tampoco te pierdes nada. Sólo están las aulas, una puerta que da acceso a una zona, que no podemos visitar en este momento de la aventura, y una salida de emergencia, en la que hay un botón con un cartel que pone: "Pulsar solo en el caso de estar siendo atacado por un soldado volador de Galbadia y la vida corra gravísimo peligro. Si se pulsa en cualquier otra situación, aténganse a las consecuencias ". Qué tontería, ¿verdad? Cómo va a haber en el pasillo de las aulas un soldado de Galbadia, y encima volador.
—¿Y qué pasa si se pulsa el botón? —quiso saber Selphie, a la que no le quedaba la más mínima duda de que habría habido alguien que no habría podido resistirse a la fuerte tentación de pulsar un botón prohibido.
—Eso podría explicártelo mejor "el gafe de los bocatas". ¿Te has fijado en los pelos tiesos y el flequillo que lleva?
—¡Cómo no hacerlo!
—Pues yo sólo te diré que antes lucía una larga melena toda llena de bucles y tirabuzones... hasta que pulsó el botón. Los testigos cuentan que, durante los diez segundos que duró la descarga eléctrica, "el gafe de los bocatas" se iluminó como si fuese una bombilla transparente, hasta el punto de que podían vérsele todos los huesos del cuerpo.
—¡Bueno es saberlo! ¡Ja, ja! —rió ella mientras pensaba que, ni muerta, tocaría aquel botón.
—Bueno, aquí termina la vuelta por el Jardín porque al tercer piso tampoco podemos acceder. Ahí está el despacho del director, y ni siquiera yo lo he visitado alguna vez.
—¡UY! ¡Qué tarde se ha hecho! —se percató Selphie al mirarse el reloj—. ¡Mis amigos deben estar esperándome desde hace rato! Toma, Squall, esto para ti —dijo, sacándose un puñado de cartas del escote—, es para agradecerte lo amable que has sido conmigo.
—¿En serio? —preguntó, emocionado, sin decidirse a cogerlas.
—A mí no me sirven para nada, ni tan siquiera sé jugar. Además, no me ha costado conseguirlas: Esta mañana, nada más llegar al Jardín de Balamb, tropecé con un chico y, cuando conseguimos ponernos en pie, me dio las cartas y me dijo. "Toma, le he jurado a mi novia que abandonaría el juego...", luego se marchó llorando.
—Vaya, veo que tienes bastante suerte —se admiró, y cogió las cartas, no fuese que ella se arrepintiera.
—Sí, y es de fábrica, porque mi experiencia es de nivel 1. ¡Hasta otra! —se despidió y se marchó corriendo.
Squall la vio desaparecer por el camino que llevaba hacia la salida del Jardín. El mismo camino que debía hacer él. El camino que lo llevaría a dónde Quistis lo estaba esperando desde hacía varias horas...
—Primero miraré qué cartas me ha regalado. —Se puso a ello—. ¡La madre de todos los Jardines, pero si hasta hay un gran dragón, un tomberi y varios wendigos!... Mejor me voy a estrenarlas —decidió y se encaminó hacia la cafetería dispuesto a iniciar su prometedora carrera de jugador empedernido—. Y, de paso, me tomaré unas cañas. —Notaba la boca extrañamente seca. Squall desconocía la causa de este fenómeno: había hablado mucho más en el tour por el Jardín que si juntaba las conversaciones de toda su vida y varias reencarnaciones.
Por suerte para Squall, las sencillas reglas de juego del Jardín de Balamb y el que las cartas de la mayoría no fuesen de un nivel muy elevado le permitió desplumar a todo alumno que se dejó y no huyó antes de perder hasta su último alagar. Cuando se sintió lo suficientemente seguro de sus cartas y de la habilidad que había conseguido tras quinientas veintisiete partidas, desafió al fan nº1 de Quistis, poseedor de la carta con la cara de la instructora. Éste, con arrogancia, prepotencia y chulería aceptó el desafío y se jactó de la paliza que le iba a dar nuestro protagonista. Ambos se sentaron frente a frente en una mesa de la cafetería, y un corro de curiosos los rodeó. Durante las horas que duró el encuentro la expectación y los espectadores fue en aumento, hasta que ya no cupieron más alumnos. Poco a poco, gotas de sudor empezaron a empañar la frente del fan nº1, y los vítores de ánimo a Squall, que habían empezado tímidamente entre los compañeros de clase agradecidos por haberles conseguido vacaciones improvisadas, fue en aumento; hasta que estalló en un fuerte aplauso y una improvisada ola de brazos, que a más de uno casi le saca un ojo, cuando el joven consiguió arrebatarle la carta de Quistis al antipático fan.
«¡Jua, jua, jua!, ¡Lo he logrado! ¡Yuju!», pensó Squall; pero, sin dejar que ni un solo músculo de su rostro reflejara su euforia, se puso en pie y, adoptando una pose heroica cargada de indiferencia, dijo con tono frío:
—Cuando consigas reunir más cartas y tengas ganas de volver a perderlas, me llamas. Si tengo tiempo y he acabado mi partida de dardos con mi nueva diana, la cara de Quistis, que tan amablemente me has proporcionado, vendré y volveré a darte otra paliza.
Dicho esto, se dio media vuelta y, caminado por el pasillo que habían formado los espectadores, entre aplausos y aclamaciones, con paso sereno abandonó la cafetería, dispuesto a ir a probar la nueva diana.
En un acto de generosidad sin precedentes, Squall quiso compartir con sus compañeros de estudios y penas, que no amigos, el giro que estaba dando su parámetro suerte. Para ello organizó en el pasillo que llevaba a los dormitorios el "Primer Campeonato de Tiro a la Quistis", cuyo premio era el placer de acertarle en la jeta (aunque fuese de papel) a la inaguantable instructora. Por petición popular se vio obligado a dar un discurso de inauguración:
—Eh... Podéis tirar todo lo fuerte que queráis... Si se estropea, mm... Total, esta diana es provisional. La definitiva la pondré cuando consiga la carta de Seifer, que, según dicen, la tiene el director... Pero, primero, necesito entrenar a fondo y, segundo, necesito comprobar que el director existe y no es un muñeco manejado por un profesor shumi.
—¡Ja, ja, ja! —rieron los estudiantes, ante lo que consideraron un chiste de Squall.
—¿Y qué? —replicó desconcertado y, sin esperar más, lanzó el dardo inaugural con tanta fuerza que la diana casi sale volando.
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Cuando Squall llegó al lugar de la "cita", Quistis estaba de pie, plantada, sin haberse movido, esperándolo durante los tres días que él había tardado en acudir. La ligera capa de polvo que cubría a la instructora y alguna telaraña que otra eran prueba evidente de ello.
—¡Oh, Squall, has venido! ¡Ya pensaba que habías renunciado a tu carrera de SeeD! Como faltan pocas horas para el examen...
—¿Y qué? —replicó; aunque, en realidad, ese era el único motivo que lo había obligado a acudir.
—Pues que, como no nos demos prisa, se nos va a echar el tiempo encima. Lástima... yo que había planeado que pasásemos la noche acampados en el bosque que hay que atravesar para llegar a la cueva de Ifrit... Tendremos que dejarlo para otra ocasión.
Squall se mordió la lengua para no decirle que para qué puñetas hacía falta pasar la noche en el bosque cuando en poco más de una hora se recorría el trayecto que separaba el Jardín de la cueva; pero no quería darle conversación.
La instructora, para aquella ocasión, lucía sus mejores galas, las mismas que lucía siempre que no iba de uniforme: el vestido rosa anaranjado chillón. Pero si su intención había sido despertar el interés de Squall, había sido una pérdida de tiempo. El joven, una vez conocía a una chica vestida de uniforme, conseguía la inmunidad de por vida a los encantos que esa chica pudiese tener; no importaba lo mona y sexy que pudiese ir vestida después, a él lo dejaba frío.
—Mientras vamos haciendo camino —empezó Quistis—, te iré explicando algunas cosas que debes saber. Empezaremos por el objetivo de la misión: atrapar al Guardián de la Fuerza, Ifrit, requisito sine qua non podrás presentarte al examen. Esto no va a ser coser y cantar. Aunque ya tengas dos guardianes, no olvides que te han tocado en una rifa. No creas que conseguir otros te va ha resultar tan fácil, tendrás que sudar sangre para conseguirlos. Así que, en cumplimiento de mi sagrado deber de instructora, empezaré el tutorial por el principio: "Uso y manejo correcto del sable pistola", arma de tu elección con la que llevas entrenando varios años. Cuando te enfrentes con un enemigo, en el menú de comandos eliges la opción atacar y entonces bla, bla, bla...
«¡Nooooooooooooo!», gritó la mente de Squall, y el joven supo que aquella iba a ser la prueba más difícil a la que se había enfrentado en su vida.
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—...bla, bla, bla... y es muy importante no olvidar la forma correcta de extraer magias. En el menú de comandos eliges bla, bla, bla... —seguía machacando Quistis, ya en el bosque, mientras Squall se las apañaba para no ser devorado por un kedachiku, una especie de oruga gigante que, encima, sólo hacía que echarle freno; lo que hacía más lento el viaje y por lo tanto más larga la tortura.
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—Y como te iba diciendo bla, bla, bla... —seguía, dale que te pego, unos cuantos kedachikus después, por aquel bosque que parecía interminable—. ...porque bla, bla, bla... es importante enlazar los Guardianes de la Fuerza, a los que a partir de ahora llamaré GF para abreviar, ya sabes que me gusta ser concreta y escueta, porque bla, bla, bla y bla... y en el menú de comandos bla, bla, bla...
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—...bla, bla, bla... —continuaba, sin dar tregua, la instructora poco después de abandonar el bosque—. Y ahora que estás hecho una mierda, aprovecharé para explicarte, concienzudamente y a fondo, el uso de los límites. Para poder usar el límite, o lo que es lo mismo, un fuerte ataque especial personalizado, es necesario tener un pie en la tumba, como es tu caso en estos momentos, o echarse previamente la magia aura, algo imposible porque no tienes. Pero de las magias ya te hablaré, largo y tendido, en cuanto termine con los límites. Para usar el límite, en el menú de comandos... bla, bla, bla... y además, bla, bla, bla...
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—¡Squall, por fin te alcanzo! —se alegró Quistis cuando llegó a la entrada de la cueva, donde la esperaba el joven por imposición de los dos maestros shumis que hacían de porteros; los cuales se habían negado a dejarlo entrar sin la instructora—. No te preocupes, aún queda tiempo para el examen —siguió ella, como si nada—, no hacía falta que te marcharas corriendo, llevándote todos los objetos, cuando aquel mosquito gigante me envenenó. Menos mal que tenía un antídoto de reserva.
—¿Cuánto tiempo queréis para la prueba? —preguntó uno de los maestros—. ¿Diez, veinte o treinta minutos?
—Y ¿no pueden ser dos minutos? —casi suplicó Squall, deseando terminar pronto con aquello.
—Bueno... —empezó el maestro—, si tenemos en cuenta que la cuenta atrás empieza en el preciso momento en que vayas a poner un pie en la cueva y termina en el preciso momento en que convenzas, a la fuerza, a Ifrit para que te sirva, y que el guardián se encuentra tomando té delante de la chimenea de su salón, sito en lo más profundo de su hogar, y que para llegar allí, corriendo, son necesarios como mínimo cuatro minutos, con dos minutos no me sale la cuenta. Pero, si te empeñas... Total, el que no se va a poder presentar al examen eres tú.
—¡Que sean treinta! —exclamó Quistis—. ¡No podemos permitir que Squall no se presente al examen! —En realidad, eso a la instructora le importaba bien poco, pero tenía planes...
—Yo me examino, yo elijo —replicó Squall—. Esas son las normas, ¿no?
—Así, es... —asintió el shumi.
—Con diez tendré tiempo de sobra.
—¡Squall, estás loco!
—Que así sea... —corearon ambos maestros.
Un contador digital apareció en la esquina derecha del paisaje y empezó la cuenta atrás.
Sin perder tiempo, Squall penetró en la cueva seguido de Quistis. El camino no tenía pérdida: un sendero en medio de rocas ígneas, imposibles de escalar debido a las altas temperaturas a las que estaban, y algún que otro lago de lava.
Un par de murciélagos, que se hacían llamar Buels, para fardar, acompañados de un boom, les salieron al encuentro. El joven los ignoró y siguió corriendo, dejándolos muy entretenidos: mientras los buels mordían a Quistis, el boom hacía una extraña danza y aumentaba de tamaño. Squall escuchó una explosión a su espalda y oyó a Quistis llamándolo, pero siguió como si fuese sordo, hasta que:
—¡SQUALL! ¡Si no me esperas, NO te declararé acto para hacer el examen!
El joven frenó en seco y Quistis, jadeante, llegó hasta él. El look de la instructora había sufrido un ligero cambio: su vestido, antes rosa naranja chillón, ahora estaba adornado con un estampado grisáceo, la cara y las manos las tenía cubiertas de hollín, el ridículo moño y las greñas sueltas parecían una madeja enmarañada, hasta el látigo estaba deshilachado.
—No deberías haber salido corriendo —recriminó ella.
—No tenemos tiempo para entretenernos con enemigos de a pie, en el fondo de la cueva está Ifrit esperándome, y no vamos muy sobrados de tiempo —añadió después de echar un vistazo al contador.
—Tampoco tenemos tanta prisa... Hemos hecho más de la mitad del camino y aún nos quedan ocho minutos, podemos relajarnos un poco... —propuso con una sonrisa que le puso los pelos de punta al joven—. ¿No tienes calor?... —añadió, bajándose un poco la cremallera, para agrandar el escote—. Si quieres, puedes quitarte la cazadora... y la camiseta... y el cinturón... puedes ponerte cómodo... todo lo cómodo que quieras... Estamos solos y...
—Y tenemos prisa —cortó y, desentendiéndose de ella, reemprendió la marcha.
Desilusionada por lo mal que le estaban saliendo los planes, lo siguió. Había puesto muchas esperanzas en su primera cita con Squall, pero sería mejor dejar los planes para cuando él estuviese más relajado. Ahora, el joven sólo podía pensar en el examen, y era normal; pero cuando ya fuese SeeD, las cosas cambiarían —se dijo la muy ilusa—, en el baile de celebración ya pasaría al ataque.
Llegaron a un cruce.
—¡Se me ha olvidado coger el mapa! —exclamó Quistis—. ¡¿Y ahora qué hacemos?
—Quizás deberíamos seguir las indicaciones de la señal —contestó Squall, con ironía.
En un poste, con un letrero tamaño pantalla panorámica con forma de flecha, que apuntaba a uno de los caminos, ponía: "Al salón de té".
—Uy, es verdad, je, je...
Prácticamente enseguida estuvieron ante una gran puerta y una voz grave les dijo:
—Podéis pasar, os estaba esperando.
En el interior de la inmensa sala, delante de una titánica chimenea, un monstruo gigantesco de piel rojiza, afiladas garras y dientes y enormes cuernos estaba tranquilamente sentado en una roca tallada con forma de sillón, dando pequeños sorbos de una descomunal taza de té hirviendo.
—He recibido la solicitud de desafío debidamente cumplimentada —dijo—. Tú debes ser Squall Leonhart.
—El mismo.
—Yo soy Ifrit, Señor del Fuego —se presentó educadamente—. ¿Qué es esa cosa que te acompaña?
—Eso es la instructora Quistis Trepe.
—Jo... —protestó ella—. Normalmente no tengo este aspecto, lo que ocurre es que antes me he encontrado con un boom y entonces yo...
—¿Te apetece una taza de té? —ofreció Ifrit a Squall, ignorando las palabras de Quistis.
—No, gracias, pasemos al combate.
Ifrit echó un vistazo a la esquina superior derecha de la cueva, al contador de tiempo.
—Aún te quedan seis minutos de vida —informó—. Tienes dos formas de emplearlos: una, durante cinco minutos charlamos amigablemente mientras tomamos té y en el último minuto te mato rápidamente y sin dolor; y otra, empezamos ya la lucha, alargando tu agonía todo el tiempo que te resta.
—Elijo la lucha.
—Eres valiente... —comentó el GF con admiración—. Eres el primer estudiante que no huye despavorido nada más verme. Prepárate, no es nada personal, pero te voy a hacer picadillo.
—Y yo voy a hacer que me sirvas el resto de tu vida.
—¡Squall, no seas farruco y no lo cabrees innecesariamente! —recriminó Quistis.
—¡Jua, jua, jua! —reía, Ifrit, muy divertido—. Eres descarado y valiente, ¡me gustas! Podríamos llevarnos bien, lástima que tenga que terminar contigo... ¡Que empiece el combate!
Una música de batalla, el tema de Ifrit, inundó la gruta mientras Squall preparaba el sable pistola, Quistis hacía resonar su látigo e Ifrit les cedía, amablemente, el primer turno.
—¡Voy a ayudarte, Squall, con todas mis fuerzas! —gritó Quistis—. ¡Yo ataco primero! —Como una fiera, que era lo que realmente parecía con los pelos y el aspecto que llevaba, se lanzó contra el GF y empezó a darle con el látigo en una de las patas—. ¡Toma, toma y toma! ¡¿Te gusta? ¡¿A que duele? —seguía jadeante—. ¡¿Quieres más?... ¡Toma, toma y toma!
El espectáculo era lamentable. Squall se llevó la mano a la frente en un gesto que le era característico y que no había hecho todavía. Ifrit, con el dedo pulgar y el corazón, como quien espanta a un insecto, se quitó de encima a la instructora.
—¡Es muy fuerte! —grito Quistis desde el suelo.
Squall se lanzó con el sable pistola en alto dispuesto a enseñarle al GF lo que valía un peine. Pero la hoja del sable rebotó en la dura piel del guardián sin hacerle ni un arañacito; pero sí consiguiendo un efecto rebote vibratorio que se inició en el filo del arma, se extendió como una onda hacia la culata y le removió al joven estudiante hasta el último de sus huesos.
—¡Los ataques físicos, hasta que no tengamos el límite, son inútiles! —dijo Quistis lo evidente—. ¡Usemos la magia!
—Sólo tengo morfeo y fuego...
—¡Estamos de suerte! —se alegró ella—. ¡Duérmelo y luego le damos la del pulpo!
—No sé yo... —murmuró Squall.
—¡Es una orden! ¡Obedece a tu superior!
Ifrit, ni se molestó en parapetarse detrás de un espejo, con los litros de té que se había echado al cuerpo, y lo que eso espabilaba, no lo dormía ni un ejército de somníferos.
—Es resistente. ¡Lo imaginaba! —siguió Quistis, como si la idea no hubiese sido suya—. ¡No importa, lo masacraré con una lluvia de magia hielo! ¡Eso le hará mucho daño porque, como es un GF afín al fuego, el hielo es su peor enemigo! —Se echó la mano al bolsillo—. ¡Oh, no, con las prisas, se me ha olvidado coger las magias!
Squall volvió a tocarse la frente con la mano, con un gesto de resignación.
—Bueno, es mi turno —dijo Ifrit y, sin despeinarse, se acercó a ellos y les dio con la mano derecha un manotazo que los golpeó a los dos provocándoles un daño crítico.
Ambos rodaron por el suelo, no quedando KO por muy poco.
—¡Qué bien, ahora podremos usar el límite! —se alegró Quistis antes de tiempo, pues, Ifrit aún no había agotado su turno. Algo que hizo de inmediato: lanzó sobre los dos jóvenes un pequeño frasco que llevaba en la mano derecha.
En cuanto la botellita se estrelló en la cabeza de Quistis, se hizo añicos y el contenido se derramó sobre ambos, ya que era una omnipoción, un fuerte reconstituyente de grupo. Al instante notaron cómo recuperaban prácticamente todos los puntos de vida, lo que echaba por tierra sus planes de usar el límite.
Durante un par de minutos la pelea pareció entrar en un círculo vicioso: ellos atacaban, inútilmente, con el sable pistola y con el látigo, e Ifrit respondía masacrándolos con una mano y curándolos con la otra, todo aderezado con algún ataque de fuego por parte del guardián.
—¡No entiendo su estrategia! —gritó Quistis.
—Es evidente —respondió Squall—. Nos cura, pero no del todo, de forma que en algún momento sus críticos nos dejaran KO y se alzará con la victoria. Y si no es así, el tiempo se agotará y vencerá de todos modos. Un plan magistral... —opinó.
—Lo que yo no entiendo —empezó Ifrit—, es qué hace un joven valiente e inteligente, como tú —señaló a Squall—, luchando al lado de esa cosa —señaló a Quistis.
—Yo no lo he elegido —respondió Squall, sintiendo que subía su afinidad con el guardián, y eso que aún no lo llevaba enlazado—. Es mi instructora.
—Comprendo...
—¡Encima me falta el respeto! —se indignó ella—. ¡Enseñémosle quién manda aquí: invocaremos a un GF! ¡Yo primero! —La instructora echó mano al menú de comandos—. ¡Oh, no, ahora que lo pienso, yo no tengo ningún guardián! ¡Squall, te cedo mi turno!
El joven se puso a ello y, rápidamente, pues tenía la afinidad con el GF invocado a mil, o lo que es lo mismo, a tope, apareció Quetzal, El Dios Alado del Rayo. Éste, majestuoso, voló sobre Ifrit y le descargó su ataque especial: Tormenta eléctrica. Pero el elemental de fuego, con rapidez, se puso un enorme sombrero de copa rematado con un pararrayos, el cual absorbió toda la tormenta.
—¡Pero ¿qué haces? —le recriminó Quistis a Squall—. ¡¿No me has escuchado antes cuando te he explicado, con todo lujo de detalles y sin dejarme ni una coma, todo lo relacionado con la afinidad elemental y los antagonismos! ¡Usa a Shiva!
—¡¿A Shiva? ¡¿La Emperatriz del Hielo? —se sorprendió Ifrit—. ¡Eso es imposible! ¡Ningún humano, por fuerte que sea, puede tener a Shiva!
—¡Squall! ¡¿A qué esperas? ¡Usa a Shiva!
—¡No tienes a Shiva!
«No pienso usar a Shiva —pensaba el joven—. Aún recuerdo lo mal que lo pasé la vez que se me ocurrió usarla para ver cómo era». Squall recordaba claramente aquel día, tenía la imagen de Shiva grabada a fuego en la memoria: cuando, inocentemente, llamó al GF que le había tocado en la rifa, apareció ante él la visión más ultra femenina y ligerita de ropa que había visto en su vida; y además, en grande, para que pudiese verla mejor. Sufrió todos los calores del averno antes de echarse a temblar y a sangrar por la nariz. Fue todo un espectáculo, menos mal que estaba solo y que él monstruo con el que estaba luchando sufrió un colapso por la emoción, por lo que no pudo contarlo.
Los berridos a coro de Quistis e Ifrit lo sacaron de sus recuerdos:
—¡Usa a Shiva! ¡Usa a Shiva! ¡Usa a Shiva! ¡Usa a Shiva! ¡Usa a Shiva! ¡Usa a Shiva! ¡Usa a Shiva! ¡Usa a Shiva! ¡Usa a Shiva! ¡Usa a Shiva! ¡Usa a Shiva! ¡Usa a Shiva! ¡Usa a Shiva!
— ¡No tienes a Shiva! ¡No tienes a Shiva! ¡No tienes a Shiva! ¡No tienes a Shiva! ¡No tienes a Shiva! ¡No tienes a Shiva! ¡No tienes a Shiva! ¡No tienes a Shiva! ¡No tienes a Shiva! ¡No tienes a Shiva! ¡No tienes a Shiva!
—¡Callaos los dos! —gritó Squall y, para que se callasen de una puñetera vez y porque le quedaba solo un minuto de tiempo, hizo lo que se había jurado no volver a hacer: llamó a Shiva. Aunque... teniendo en cuenta que su afinidad con ella era negativa, igual, cuando aparecía, ya había concluido el tiempo.
La bella GF, muy sorprendida de que su dueño la llamase, dejó de limarse las uñas y acudió rauda y veloz sin esperar el tiempo reglamentario, quería hacer méritos para que no volviesen a dejarla en el cajón del olvido. Dispuesta a ganar en un pispás, para demostrar su valía, se plantó ante Ifrit y se dispuso a usar su ataque especial: Polvo de diamantes, antes de que su contrincante usase el suyo: Llamas del infierno; no quería terminar derretida. Pero no tuvo ocasión, en cuanto la vio, Ifrit cayó de rodillas ante ella y, con lágrimas en los ojos, pidió:
—¡Que alguien me pellizque, quiero confirmar que esto no es un sueño! ¡Soy tu más ferviente admirador! —Tendiéndole un cuaderno y un bolígrafo, suplicó—: ¡Dame un autógrafo!
Estupefactos, Squall y Quistis contemplaron la escena; aunque hay que decir que el joven procuraba centrar la visión en la parte derecha, que era donde estaba Ifrit, lo que le permitió percatarse de que el contador de tiempo había desaparecido. ¿Significaría aquello que habían ganado?
—Sigh... —El guardián de fuego se secó una lagrimita y se guardó en el bolsillo la docena de autógrafos que había conseguido. Después, se irguió adoptando una pose heroica, para parecer menos panoli de lo que era, y, con voz grave, que pretendió que sonase muy masculina para impresionar a Shiva, declaró—: Quiero servir a alguien que posee a semejante belleza.
—De acuerdo —aceptó Squall. Sacó el contrato, redactado sin dejar un cabo suelto por los abogados shumis del Jardín—. Firma aquí.
Una vez cumplidos todos los trámites, contento por el nuevo esclavo de por vida que había conseguido, Squall se enlazó a Ifrit, un tiarrón, nada tentador, que, además, compartía muchos gustos y opiniones con él.
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Ya cerca del Jardín, Quistis apremió:
—¡Démonos prisa, ya casi es la hora del examen! Nos queda el tiempo justo para ponernos el uniforme.
No pensaba igual hacía un rato, cuando pasaron por el boque y ella estuvo insistiendo en que se quedaran de picnic, se dijo Squall. Después formuló una pregunta que le estaba rondado la cabeza desde que abandonaron la cueva:
—¿Tengo una duda? Si nadie había vencido a Ifrit, ¿cómo se presentaban al examen?
—Bueno, compensaban con algún trabajillo extra. Se podía elegir entre varias opciones como, por ejemplo: un resumen de dos hojas sobre del uso de las magias, o sobre los distinto tipos de bocadillos que venden en la cafetería, o también podían decantarse por llevarme la cartera durante una semana, o traerme el café a clase... Algunos incluso pasaron de intentar vencer al guardián y directamente presentaron los trabajos.
¡Para matarla!, se dijo Squall, aguantándose las ganas.
