Shadechu: Buenos días/tardes/noches, queridas lectoras y (si los hay…) lectores, niños y niñas, perros y gatos~
¿Cómo están? Espero que muy bien (nwn) ¿Yo? ¿Que qué me pasa? ¿Que por qué hablo así?
*Con voz de vieja decrépita, peor que la bruja de "Blanca nieves" de Disney*
Pueeees… ¿cómo puedo decirlo fácil? Ah, sí, ¡estoy ENFERMA! (QwQ)
*Sonido de grillitos*
¡Lo sé, grillitos queridos! Muchas gracias por su preocupación, se aprecia mucho (TTwTT) ¡Oye, tú, el grillo de atrás! (?) ¿¡Cómo que no me crees!? (OnÓ)* ¡Ah, quieres pruebas! ¡Pues te daré pruebas!
*Me encierro en el baño. Apenas cierro la puerta, se escucha mi voz de bruja tosiendo horriblemente. Ahora la tos parece de hombre y se oyen algunas cosas caerse en el baño. Minutos después, salgo…*
¿Ahora me crees? ¿No? Bueno, ¿qué importa~? (ewe)
En fin, dejando ya de lado mi voz de vieja (que aún tengo lol), espero que se diviertan leyendo este Fanfic. Mi amiga "Chica Plutonio" y yo lo íbamos a escribir en conjunto, pero debido a como estoy, tristemente no podía escribir. Por lo que acordamos que ella escribiría la cosa y yo las corregiría, ya que algo debo de hacer. También debo avisarles que tardaré en continuar con mis otros fics, por cómo está mi gripe y eso, ya no puedo estar mucho en la lap. Pero iré adelantado de vez en vez con los capítulos en el block de notitas de mi celular…
No dejaré que esta marditah gripe me detenga: ¡NUNCA~! (ewé)
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*Un par de minutos después… una ambulancia me lleva, por lo que le dejo el resto de la presentación a mi amiga y colaboradora* (?)
CP: ¡Noooo! Shade…chu… ¡fuuuu! Se la llevaron... Bueno, estimados lectores, me presento ante ustedes, soy "Chica Plutonio" (antes bajo el nick de "G.R.R. Rakellis") y no, no estoy saludando desde aquí porque hackeé a Shade-chan, sino que he venido a presentarles humildemente esta parodia san valentesca (como le llamamos Shadechu y yo) debido a que el día de hoy se celebra el día de San Valentín. Hace unos días atrás decidimos escribir sobre cómo celebrarían San Valentín los personajes de Kuroshitsuji, así que, después de mucho discutir ideas juntas y escribir como si no hubiera mañana, aquí está el producto de nuestro trabajo.
Sin más qué decir, ¡disfruten del primer capítulo de esta saga~!
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DISCLAIMERS: Ni 'Kuroshitsuji' ni sus lindos personajes nos pertenecen, sino a Yana Toboso-sama. Lo único nuestro es esta historia, mientras que los OC's (Original Characters) incluidos son de Shadechu Nightray.
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ADVERTENCIAS: Continuidad alternativa al final de Kuroshitsuji II. Se incluyen OC's del Fanfic "Akuma no Tengoku, Tenshi no Jigoku" de Shadechu Nightray. Insinuaciones de parejas crack, parejas no tan crack y también de parejas que incluyen y/o se conforman por OC's.
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Capítulo 1
"Buscando el regalo perfecto… ¡Contrarreloj!"
(Parte I)
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Las calles de Londres se encontraban repletas de gente. Había mayores movilizaciones en las calles de lo que normalmente habría en cualquier otro día. El bullicio de personas corriendo de aquí para allá, entrando y saliendo de las tiendas, era semejante a un 24 de diciembre. Sin embargo, aquel día no era 24 de diciembre. Era simple y llanamente un 13 de Febrero.
Las personas que se encontraban en las calles hasta ese momento eran aquellas que por azares de la vida —olvido y descuido mayormente— aún no habían comprado su regalo para San Valentín. Porque sí, lectores y lectoras, ya los hombres en ese entonces eran bastante olvidadizos como para dejar a última hora la compra de un presente para sus esposas, novias, amantes, amigovias, "peor es nada", etcétera. Suerte para los "forever alone" de esa época que no tuvieron que enfrentarse al mar de gente que se agolpaba cual víspera de Navidad en las tiendas, comprando regalos de última hora y haciendo filas kilométricas para pagar lo comprado. Por supuesto que había algunos que ya habían comprado sus regalos —como el 0.5 % de la población total masculina no-soltera— y estaban en casa disfrutando de un té mientras leían un buen libro.
Aunque los hombres no eran los únicos olvidadizos, no, señor. También a muchas de las damas se les había pasado por alto el comprarle algo a su alma gemela. Así que no sólo eran hombres los que se encontraban en tiendas de regalos haciendo filas para comprar, también había mujeres en aquellos lares. Sin embargo, gracias a la caballerosidad de los amables compradores masculinos, eran ellas quienes pasaban a comprar primero.
El ambiente era bullicioso y alegre. La primavera estaba por hacer su gloriosa aparición y el sol comenzaba a ser cada vez mayor, derritiendo la nieve que había cubierto las calles. Por todos lados se podían ver los colores rojo y rosa decorando cada centímetro cúbico. Los adornos de corazones, bebés en pañales sosteniendo arcos y flechas (¿¡Por qué un niño sí tiene un arco y flecha y yo no!? ¡No es justo! ¡Que alguien me explique eso!) y siluetas de parejitas sosteniéndose de las manos en poses melosas y cariñosas, adornaban las puertas y ventanas de cada tienda de las calles. Era una época excelente para el comercio londinense, sobre todo de aquellos que vendieran peluches o golosinas, o en el caso de la compañía Funtom, ambos.
La compañía Funtom era una reconocida empresa tanto a nivel nacional como internacional, y era dirigida por un muchacho de sólo catorce años de edad. El presidente de dicha compañía era el señor Tanaka, el antiguo mayordomo de los Phantomhive. Sin embargo, debido a su ya considerable edad y usual apariencia "encogida", era el actual *cofcof*y-hermoso*cofcof* mayordomo de dicha familia quien se encargaba de todo lo relacionado a la empresa. Gracias a su inteligencia y habilidad para los negocios, el susodicho había logrado que la empresa se expandiera más allá de lo que sus antiguos dueños se hubieran imaginado, dándole una fama arrasadora. Por ello, la compañía Funtom era la que más ganancias había adquirido durante esa temporada, gracias a la igual de arrasadora venta de sus juguetes y golosinas.
Pero no sólo eran ganancias económicas las que había adquirido el Conde Ciel Phantomhive, el actual dueño de la compañía Funtom. También había adquirido un montón de trabajo administrativo con el inventario y todo eso. Sin embargo, incapaz de hacerlo por sí mismo luego de leer escasamente tres hojas tamaño carta —aprovechándose del contrato sobrenatural existente entre él y su mayordomo demonio— le ordenó a su fiel sirviente que se encargara del trabajo administrativo él mismo.
Sebastián asintió y obedeció con su infaltable "Yes, my lord" que lo caracterizaba. Luego de entregarle el té a su amo, Sebastián tomó asiento. Se puso aquellos anteojos que lo hacían lucir más sexy que de costumbre, y comenzó a leer la montaña de papeles y reportes que tenía a su izquierda.
Por su parte, el pequeño Ciel se metió a su habitación a pensar en qué regalo le compraría a cierta rubia de ojos verdes. Al día siguiente tendría de visita a su joven prometida, y tendría que darle un buen regalo como cualquier joven haría con su novia. La tradición así lo establecía. Si él no le regalaba nada a la joven Middleford —por muy demonio renacido que fuera— estaría en serios problemas con su aterradora suegra, por no hablar de que tendría que enfrentarse a la carita de desilusión que haría Lizzy, capaz de romperle el corazón a cualquiera.
«¿Qué le podré regalar?» Se interrogaba mentalmente el pequeño Conde, teniendo cuidado de que su mayordomo —al ser un demonio también— no escuchara ese pensamiento.
Sí, desafortunadamente, el jovencito también era parte de ese 99.5% del total de la población masculina no-soltera que había olvidado comprarle un obsequio a su prometida. Aunque Ciel entraba en otra categoría… ya que él sí le había comprado algo a Lizzy. Sin embargo, había cedido a la "tentación" y terminó comiéndose el regalo, el cual consistía en pobres e inocentes bombones que no se salvaron del estómago dulcero del niño.
Honestamente, ése sería el primer regalo de San Valentín que él le daba a su prometida. El actual cabeza de los Phantomhive nunca se había interesado en esas fechas, ya que desde que tristemente perdió a su familia e hizo un contrato con un demonio, perdió todo interés por celebrar cualquier festividad; su propio cumpleaños incluido. Desde que estableció dicho pacto con Sebastián, había estado tan ocupado con levantar de nuevo la compañía que había pertenecido a sus padres —y en llevar a cabo su venganza— que nunca se interesó en nada que no fuera vengarse de las personas que asesinaron a su familia.
Sin embargo, su venganza ya se había completado. Ya no existían enemigos que eliminar, ya no era el "Perro guardián de la Reina" que ésta quería mover a su antojo, ni tampoco había nada que ocupara su tiempo como para no dedicarse a otras cosas más normales para un joven de su edad.
Ciel miró hacia su izquierda en un suspiro cansado y de auto-decepción. Allí en su cama, yacía vacía una caja abierta de diferentes tonos rosas, con un listón rojo que esa mañana había sido un lazo. No pudo soportar el exquisito aroma, incitado por su incrementado "sentido del olfato demoníaco" y acabó por comerse los dulces que eran para su prometida.
—¿Acaso no podía simplemente haberle pedido a Sebastián que me preparara algo dulce? —Se preguntó casi irritado el niño de parche pirata, al ver por enésima vez la cajita vacía a un lado suyo. No, la "dulce tentación" le ganó y terminó comiéndose, es decir, devorándose los bombones que eran para Elizabeth. Ciel suspiró con fastidio, y no porque le molestara tener que comprarle algo a Lizzy: sino que estaba molesto consigo mismo por haber cedido tan fácil—. ¡Soy un demonio! ¡Se supone que sea yo quien cause las tentaciones, no quien caiga ante ellas! —Exclamó golpeando su palma izquierda con su puño derecho. Ahora debía conseguir otro regalo, y no tenía la más mínima idea de qué comprar.
Chocolates habían sido su primera opción, pero en el reporte qué había leído esa mañana —entre la montaña de papeles que yacían en su escritorio— se había encontrado con la sorpresa de que el stock de chocolates y otros dulces de la compañía se habían agotado por completo, y el siguiente cargamento llegaría al día siguiente.
Ciel no podría esperar hasta el otro día para comprar un regalo. La tía Frances era aterradoramente puntual y lo más probable era que pasaría por la mansión de visita a primera hora de la mañana. Las tiendas no abrirían sino hasta las nueve de la mañana aproximadamente, y a esa hora no tendría el tiempo suficiente de ir por un regalo. Debía replantearse todo, como si se tratara de un juego de ajedrez donde se encuentra en "jaque". Esa misma tarde debería salir de la mansión y comprar algo. La verdad, el pequeño no quería decirle a su mayordomo que debía salir de compras. No estaba de humor para aguantarse los comentarios burlones y bromistas de su sirviente cuando le dijera, por ejemplo: "Sebastián, acompáñame a comprar un regalo para Elizabeth porque me comí el que me habías traído". No, claro que no, ¡ni muerto él haría eso!
Por su parte, un estresado Sebastián se encontraba en su habitación muy ocupado con el papeleo de la compañía. Ahora más que nunca debía estar atento de que no hubieran inconsistencias en el inventario, que todo estuviera en orden y que no faltara ni medio bombón de la lista. Debido a las enormes cantidades de mercancía vendida durante las últimas semanas, los robos y mercancía faltante eran algo que —aunque fuera común— como el "demonio de mayordomo" que era, no podía permitir. El Michaelis se acomodó los anteojos, dejando de lado el primer lote de papeles que acababa de terminar de leer, para dirigirse a las instalaciones de la mansión y verificar que todo estuviera en orden.
Las enormes cantidades de hojas que había tenido que leer —gracias a la perecita de su Amo— lo dejaron, digamos, con un poco de mal humor. Además de que la fecha que se aproximaba no lo dejaba de mucho mejor humor tampoco. Era algo que le parecía ridículo e innecesario. Simplemente una pérdida de tiempo y algo que no podía procesar en su mente: las parejas humanas que discutían todo el año, repentinamente estaban derrochando amor. Era algo simplemente absurdo que no lograba, ni quería comprender.
Sebastián encaminó sus pasos a la cocina, donde cierto rubio de ojos azules se encontraba cortando la carne que servirían en el almuerzo. Todo estaba en orden. Al menos así era hasta que el ex-militar sacó su infaltable lanzallamas y —aún inocente de que el mayordomo lo observaba desde la entrada de la cocina— procedió a incinerar, es decir, "cocinar" la carne.
—¡Y así es como se hace! No como ese aburrido mayordomo, que hace todo paso a paso. ¡La carne cocida con las llamas de mi arma saben mejor~! —Exclamó el chef mientras se ponía sus googles y utilizaba el lanzallamas que sacó quien sabe de dónde.
—Ejem… —Interrumpió el improvisado discurso una voz aterciopelada y que el otro conocía muy bien. Dándose la vuelta, totalmente aterrado y con un escalofrío recorriendo su espalda, el chef dirigió la llama a otra dirección, quemando la pared en el proceso.
—¡S-Sebastián! —Titubeó el humano de los dos hombres presentes, entre sorprendido y nervioso. De inmediato apagó las llamas, pero ya era tarde porque habían quemado una buena parte de la pared. El pobre Bardroy estaba más asustado que nunca, viendo al serio mayordomo acercarse hacia donde estaba y con una expresión en su fino rostro que causaba temor.
—Por favor, apaga eso y limpia este desastre… —Ordenó el superior, con una media sonrisa que en lugar de tranquilizar al asustado chef, le infundió más miedo. La mano de Sebastián se alzó un poco en un puño cerrado, para darle un buen coscorrón al pobre Bard en su cráneo, dejándole un bonito chichón—. Y no vuelvas a usar esos objetos en la cocina —Añadió antes de abandonar el lugar, mientras el chef lo maldecía internamente—. ¿Hasta cuándo seguirá cometiendo las mismas estupideces? —Se preguntó en voz baja el mayordomo, soltando al final un suspiro de cansancio.
Saliendo de la cocina, encaminó sus pasos hasta el jardín, donde se encontraban Maylene, el señor Tanaka y Finnian. La joven de cabello rojo granate estaba guindando unas sábanas, mientras que el jardinero podaba unos árboles cercanos. Por su parte, el dulce anciano yacía sentado en actitud serena, dándole un sorbo a su infaltable tacita de té y observando tranquilamente a los jóvenes sirvientes.
—¡Buenos días, Sr. Sebastián! —Saludó la muchacha con entusiasmo, colgando una sábana blanca y parada sobre una silla debido a su baja estatura.
Pero tal fue su distracción al ver a su superior que no se percató de que había puesto un pie fuera de la silla. Cuando se inclinó un poco para agitar su mano a manera de saludo, ambos pies quedaron fuera de la silla y tropezó al instante. Tal como Superman cuando Luisa Lane caía desde algún edificio: Sebastián llegó al rescate y en un rápido movimiento la atrapó justo antes de que cayera al suelo.
—Debes ser más cuidadosa, Maylene… —Suspiró en tono condescendiente, mientras ponía a la sonrojada joven de nuevo en el piso.
—E-estooo… ¡S-sí, Sr. Sebastián! —Le Contestó en un tartamudeo, con su corazón latiendo a mil kilómetros por hora.
Sebastián no dijo nada más y se alejó del lugar para continuar con su trabajo. Era temprano, por lo tanto, aún tendría tiempo de encargarse del almuerzo, así que podría dedicarse un rato más a su recién adquirido trabajo administrativo. Afortunadamente, a parte de caerse cómicamente, la mucama no hizo nada digno de ser considerado torpe, ni el jardinerito tampoco. Por lo que confiando en que —por la vida de esos dos— no hicieran nada más, el Michaelis se fue por donde vino; no sin antes saludar respetuosamente al adorable ancianito que bebía tranquilamente en una esquina del jardín. El señor Tanaka contestó al saludo con su infaltable "Jo, jo, jo~", para darle otro sorbo al aparentemente inacabable té.
Por otro lado, cerca de la mansión, se aproximaba rápidamente un carruaje dirigido por un conductor que lucía bastante joven. Cuando mucho tendría unos doce años de edad, su cabello era castaño oscuro y sus ojos de un hermoso color miel. En su rostro estaba dibujada una expresión demasiado seria para un chico de su edad. Si hubiera un concurso de miradas serias entre Sebastián Michaelis, Ciel Phantomhive, Claude Faustus, mi aterradora profesora de inglés, y el joven conductor: de seguro que el cochero se llevaría el premio mayor. El muchacho iba vestido con un guardapolvo color café y que sólo dejaba ver las botas que calzaba, eran del mismo color pero de un tono más oscuro. El carruaje se encaminaba hacia la mansión Phantomhive, y se detuvo una vez llegó frente a la misma. El joven conductor no se bajó de su puesto, sino que se quedó allí, a la espera de que el pasajero cumpliera con la encomienda asignada esa mañana por su amo.
Ya en la entrada de la mansión, bajó del carruaje un hombre alto y elegantemente vestido con un frac de impecable color blanco. La camisa era de un suave tono gris, al igual que sus guantes y sus perfectamente pulidos zapatos. El hombre caminó hasta la entrada de la mansión y con su puño cerrado, tocó la puerta suavemente. Tras unos segundos de espera, la puerta se abrió revelando a la única sirvienta femenina del lugar.
—Buenos días, ¿qué se le ofrece? —Preguntó la joven sin percatarse todavía de la identidad del visitante, y en cuanto lo hizo, se sobresaltó un poco al recordar quién era la persona en la entrada de la puerta. Ya que había visitado la mansión poco tiempo atrás—. ¿Sr. Demian? —Cuestionó al final, llevándose la mano al mentón en ademán de sorpresa.
—Buenos días, señorita Maylene —Saludó educadamente el de cabellos azabaches, antes de preguntar por el cabeza de familia—. ¿Podría ser tan amable de decirme si el Conde Phantomhive se encuentra?
—¡S-sí! —Contestó la atolondrada mucama, para indicarle al mayordomo de la familia Rosenight que pasara.
Demian entró y se quedó en medio del salón principal, cuyas paredes eran de un color café claro y estaba adornado con varias alfombras rojizas, cuadros y mesitas. En sus manos sostenía una carta con un sello de color morado, el distintivo de la familia Rosenight. Efectivamente, el mayordomo de blanco se encontraba en aquél lugar por encargo de su loco amo, y esa carta no sería la única que entregaría ese día.
Pocos segundos después hizo aparición el Michaelis mayor, un tanto sorprendido por la repentina visita de su hermano. En las manos de su gemelo, Sebastián divisó el sobre de color blanco, lo que no le dio muy buena espina. No porque el sobre contuviera algo malvado, sino porque viendo al ligeramente apurado Demian y recordando la última vez que se apareció en el umbral de la puerta de la mansión, había sido por la invitación a una fiesta organizada por Juliano Rosenight. Uniendo las piezas en su mente como si de un rompecabezas se tratase, el demonio de ojos rojizos comenzó a deducir la razón de dicha visita. Sin embargo, lo siguiente que diría su hermano, era algo que ni el mismo Sebastián se esperaba; a pesar de ser algo no tan ilógico tratándose del Rosenight.
—¿Demian? —Preguntó el mayordomo de negro, mientras caminaba hacia donde se encontraba el otro—. ¿Qué te trae por aquí? —Volvió a preguntar con serenidad, ya frente a frente—. Pasa adelante —Le indicó mientras gestualizaba para que le acompañara a un salón, pero el de ojos oscuros se negó por estar apresurado.
—He venido para traerle esto a Lord Ciel, hermano —Contestó el menor de los gemelos, entregándole la carta al aludido.
—¿Una carta? —Preguntó Sebastián, más para sí mismo que para su hermanito.
—Sí, es una invitación para una reunión que realizará el Amo —Contestó amablemente Demian, en un tono un poco acelerado por la prisa que tenía.
—Ah, ya veo —Dijo el otro en tono de entendimiento, guardando la carta en su propio frac.
—Debo retirarme, hay más cartas que debo entregar y tengo poco tiempo. Esperamos su asistencia a la fiesta —Finalizó Demian con una leve reverencia, antes de retirarse y subir al carruaje, dejando a Sebastián un poco confundido por la prisa que llevaba su hermano y sudando una gota gorda.
El mayordomo oscuro observó la carta por unos momentos, y se dirigió a la habitación de su Amo para hacerle entrega de la misma. Tocó la puerta suavemente, pidiendo permiso para pasar, y recibiendo como respuesta un: "Espera un momento" de parte del condecito, cuya voz sonaba un poco agitada.
Tras unos segundos de espera Sebastián entró a la habitación, donde estaba Ciel apoyado contra la pared, con sus manos en su espalda y con la misma actitud de alguien que quiere ocultar algo… lo que en su caso sería la caja de chocolates que se había zampado sin restricciones esa mañana. Era como si el pequeño niño dijera: "Sólo soy un inocente demonio apoyado a una pared y que no está escondiendo nada, mucho menos una caja vacía de bombones".
—Joven amo, le ha-… —El pelinegro se detuvo en medio de su oración al ver al aludido pegado como mosca a la pared, junto a la ventana en actitud sospechosa—. ¿Sucede algo, Joven Amo? —Preguntó con un toque de sarcasmo ante la actitud de su señor.
—¡N-nada! —Respondió rápidamente el del ojo de zafiro, llevando los brazos al frente para agitarlos y en un intento de darle mayor credibilidad a lo que afirmaba—. ¿Qué es lo que quieres? —Logró cuestionar tras reponerse de su ansiedad, casi temor a que su mayordomo descubriera la caja de chocolates que ahora se encontraba vacía.
—Joven Amo, le ha llegado una carta de parte de Lord Juliano —Sebastián le extendió la carta para que la leyera.
—¿Para qué Juliano me enviaría una carta? —Preguntó en voz baja el niño, tomando el sobre entre sus manos.
Con un suspiro de cansada expectativa procedió a abrir el sobre. Al igual que a Sebastián, aquella repentina carta no le daba buena espina. Juliano podría ser alguien muy bromista y directo, alguien que no se limitaba cuando de hablar se trataba. Y el hecho de que enviara una carta así de buenas a primeras, pudiendo ir él mismo hasta la mansión, no era algo para tranquilizarse. La última vez que Juliano había enviado a su mayordomo con una carta de su parte: Ciel había tenido que ir obligatoriamente a una mascarada que, si bien de alguna manera disfrutó, se había sentido prácticamente forzado a ir.
—Si la lee, podría descubrirlo, Joven Amo —Respondió el de ojos rojos, con el sarcasmo que lo caracterizaba.
—¡Eso ya lo sé, idiota! —Rugió el irritado niño a manera de respuesta, añadiendo—. Me refiero a qué cosa pudo haber llevado a Juliano a enviarme una carta, cuando él mismo pudo venir hasta acá… —Finalmente abrió la carta, y se sentó en su cama de blancas sábanas.
Sebastián se quedó de pie junto a la entrada, observando con interés las reacciones de su "Amo y Señor". Fácilmente podría leer a través de ellas qué era lo que pasaba por la mente del pequeño, sin necesidad de recurrir a sus poderes telepáticos. El rostro del Phantomhive era todo un poema que ningún artista se resistiría a retratar. Al principio su expresión era relajada, como si todo fuera de lo más normal posible, acompañada de una media sonrisa de ironía. Después, esa expresión de ironía fue remplazada por una de fastidio, similar a la que había tenido la anterior ocasión en que Demian le hizo entrega de otra carta, no mucho tiempo atrás. Por último, dos expresiones se formaron en su aún infantil rostro; una de casi enojo puro, anterior a otra de asombro. La carta que Ciel había leído decía lo siguiente:
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(…) Hola, querido Cielito.
¿Cómo has estado? ¿Cómo van las cosas en la compañía? Muchas ventas últimamente, ¿eh? Leí en las noticias que las acciones de la compañía subieron bastante este último mes. Debes estar contento, aunque me imagino que Sebastián no mucho… ya que tanto trabajo administrativo debe tenerlo cansado (¡Dale unas vacaciones! Los demonios tienen momentos en que necesitan relajarse) Y mientras, ¡te vienes a mi mansión~! Estoy seguro de que Isaura estaría muy complacida de tenerte acá por unos días.
Bueno, le des vacaciones o no a tu mayordomo, más pronto de lo que te imaginas, ¡me visitarás~! He preparado una pequeña reunión entre mis más íntimos amigos, debido a la importante fecha en ciernes. Estaré muy complacido de que asistas junto al buen Sebastián… No olvides venir, ¿eh? Ya que si no lo haces: enviaré a Daisuke-kun para que te traiga, así sea atado de manos y pies (Aunque creo que será más cómodo que vinieras por voluntad propia…)
La reunión será celebrada mañana en mi mansión a las 9:00 am. Tendremos un ligero desayuno, y luego algunas actividades que he programado para pasar el día.
Adjunto hay un par de sobrecitos, uno con tu nombre y el otro con el nombre de Sebastián. Ábranlos y compren un regalo para la persona que les tocó. ¡Es para una actividad especial que programé~!
Firma: Juliano Harmonious Rosenight (…)
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Dejó la carta a un lado en cuanto acabó de leer. Haciendo caer dos pequeños sobrecitos de color lila, cada uno con un nombre escrito en ellos. Ciel se tiró pesadamente en la cama, liberando un suspiro de fastidio y resignación. Quisiera o no, tendría que ir a la bendita reunión. Y si no iba, Juliano sería muy capaz de meterlo en un baúl y llevarlo hasta su propia mansión… y no habría Sebastián Michaelis que pudiera impedirlo.
—¿Sucede algo malo, Joven Amo? —Preguntó el demonio adulto, más interesado en molestar al pequeño que en el bienestar del mismo.
—Averígualo por ti mismo —Fue la respuesta del condecito, quien tomó la carta y se la extendió al mayordomo para que la leyera.
Sebastián tomó el papel en sus enguantadas manos y comenzó a leer. Expresiones similares a las de su joven amo aparecieron en su rostro mientras leía —con la diferencia de que eran más sutiles— y que cuando leyó los dos últimos párrafos, fue una expresión burlona la que dejó apreciar sin restricciones.
—Oh, parece que mañana tendremos que ir a una fiesta, Joven Amo~ —Comentó en una suave risita burlona, una vez que hubo terminado de leer.
—No es una fiesta, es solo una reunión —Contestó con fastidio el muchacho, aunque bien sabía que tratándose de Juliano Rosenight, "reunión" y "fiesta" eran casi lo mismo.
Rodó sobre la cama quedando boca abajo, quitándose el parche que cubría su ojo "maldito" y sin ninguna intención de volverse a levantar en un buen rato.
Lo de la repentina reunión no le había dejado de muy buen ánimo. Reuniones sociales, así fueran entre amigos, no eran algo que le agradara del todo. Aunque conociendo al morenito de ojos amatistas desde hace varios años —para ser preciso desde que su familia estaba viva— ya debería estar acostumbrado a las locuras que se le ocurrían al bromista conde. Suponía que su difunto padre Vincent adoraba tenerlo cerca por eso, era una buena forma de matar la atmósfera "oscura" que rodeaba al que fuera el "Perro guardián de la Reina". Y así no lo esperase, tal como su padre, lidiaría con el apoyo y presencia de Juliano hasta en los momentos más inesperados.
—Aquí dice algo de unos sobres, Joven Amo —Agregó el mayordomo, usando su desinteresada entonación usual.
Ciel abrió sus ojos como si hubiera olvidado por completo algo importante y lo acabara de recordar. Se sentó en la cama y tomó ambos paquetitos en sus manos, los cuales yacían a un lado de donde había dejado el sobre que guardaba la carta. Leyó nuevamente el último párrafo de la misma, ése al que no le había prestado atención cuando la había leído por primera vez. Tomó el sobre con su nombre anotado y se dispuso a abrirlo.
—Según la carta, debemos comprarle un regalo a la persona que nos toque —Ciel abrió su sobre y puso una cara que denotaba fastidio e incomodidad, al leer el nombre de la persona que le había tocado en el improvisado "intercambio de regalos" que creó Juliano. «De seguro él fue quien escogió los nombres adrede» Pensó con infantil resentimiento, mientras guardaba en el sobre el papelito con el nombre de su "amigo secreto".
—¿Debemos? —Preguntó el mayor. No por sorpresa (ya que lo sabía al haber leído la carta) sino porque realmente se cuestionaba el tener que comprar un regalo para alguien, y peor aún, en aquellas fechas. Sin embargo, su acompañante no le prestó atención al estar sumido en sus pensamientos, y Sebastián tuvo que formular la pregunta de nuevo.
—Sí, ¿acaso no leíste la carta, idiota? —Contra-atacó fastidiado con otra pregunta, una vez salió de su ensimismamiento y escuchó por segunda vez la pregunta de su sirviente. Extendiéndole a Sebastián el sobrecito que tenía su nombre escrito, se levantó de la cama dispuesto a quemar su respectivo sobre con el nombre "secreto", haciendo uso del primer objeto ígneo que encontrara.
—Pero Joven Amo, aún no ha dicho si iremos o no… —Puntualizó el pelinegro, casi con inocencia, mientras leía el nombre de la persona a quien se suponía debía comprarle un regalo. Sonrió levemente con sarcasmo, antes de guardar el papelito en un bolsillo dentro de su frac.
—Supongo que debemos ir… —Masculló entre dientes el del ojo azulado, casi arrepentido de tener que haber respondido a esa pregunta. Él realmente no quería ir, pero lo más probable era que la tía Frances estuviera presente en dicha reunión y (aunque le aterrara tener que encontrarse con esa persona) se sentía en la obligación de ir, sino sufriría un largo sermón por parte de la estricta marquesa. No porque estuviera del todo de acuerdo con las estrafalarias ocurrencias del Rosenight, sino porque consideraba un deber asistir a todo evento al que uno le pidieran asistencia.
—Bien, prepararé todo —Añadió Sebastián, conteniendo las ganas de reírse libremente.
—¿Qué es tan gracioso? —Preguntó Ciel enarcando una ceja, ya exasperado por la actitud burlona de su mayordomo.
—Me preguntaba quién será el afortunado o afortunada en recibir un regalo por parte del Joven Amo… —Respondió haciendo un énfasis sarcástico en "afortunado".
—¡Eso no te incumbe! —Refutó el condecito, más alarmado que molesto y temblándole la voz—. ¡S-se supone q-que es un amigo s-secreto!
—Bien, si el Joven Amo no tiene ningún requerimiento, me retiro —Manifestó Sebastián dándose media vuelta, sin prestarle atención al último comentario de aquél al que servía—. Y Joven Amo… esa caja de chocolates vacía manchará las cortinas —Finalizó el mayordomo, con una última sonrisita burlona.
Ciel se quedó de piedra por haber sido descubierto. Aunque, un demonito renacido hace un año no tenía suficiente experiencia para engañar a uno varios siglos mayor. Tomó la caja con restos de chocolates y la puso en un pequeño cesto de basura, que Maylene se llevó poco después.
Luego de haber superado la impresión de verse descubierto, Ciel se quedó en su habitación pensativo. Aunque prefería no involucrarse en las extrañas cosas que Juliano Rosenight hacía, debía admitir que gracias a la locura del "amigo secreto" había encontrado una excusa perfecta para ir a una tienda en la ciudad, y comprarle algo a Elizabeth. Sólo debía fingir que ella era su "amigo secreto" y no la persona que en realidad le había tocado… y que él preferiría cambiar, así fuera por su aterradora tía Frances.
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En el bullicioso Londres, ya rayando el sol de mediodía, el carruaje tirado por dos caballos se detuvo frente a una casa de paredes beige y café. El mayordomo Rosenight se bajó del carruaje, para entregar la última invitación que quedaba para la reunión que su Amo celebraría al día siguiente. Ciel y la invitada a quien le haría la susodicha entrega no habían sido los únicos en recibir la invitación a última hora. De hecho, TODOS los invitados la habían recibido esa mañana.
Demian tuvo que disculparse más de una vez por el despiste en tal elevado grado de su Amo, quien —por estar cada vez con mayor frecuencia en "Bebé-landia"— había olvidado por completo darle al Michaelis las invitaciones para que las entregara. Y cuando finalmente se acordó la noche anterior, tuvo que modificar las invitaciones antes de entregárselas a su fiel sirviente.
El Michaelis de blanco se bajó del carruaje un poco cansado. Toda esa mañana había estado yendo de aquí para allá, entregando cartas a todos los amigos cercanos a los Rosenight. Primero había visitado el hogar de los Middleford, donde luego de un regaño —acompañado del infaltable sermón de parte de la marquesa por enviar las invitaciones tan tarde— se retiró para hacer entrega de la carta al joven Phantomhive; luego al príncipe Soma Asman Kadar y su leal mayordomo Agni. Después al bien rarito Vizconde Druitt —quien seguía en el fantasioso mundo imaginario y aparentemente vecino de "Bebé-landia", denominado como "Sobrino-landia"— y también al noble procedente de China, Lau y su asesina personal, Lan-Mao. Y finalmente, a la joven futura baronesa Rebecca Burnett… es decir, Rebecca "Michallister".
Llevándose una mano al pecho por el agotamiento que sentía —aunque no uno que llevara al límite su "condición"— Demian tocó la aldaba y esperó unos segundos hasta que fue atendido por uno de los sirvientes. Amablemente se le indicó que pasara adelante y esperara en el recibidor; cuyas paredes estaban pintadas por un suave color beige y estaban adornadas por algunos cuadros; mientras buscaba a la señorita de la casa.
Por su parte, Rebecca estaba de pie frente a una larga mesa de madera; ocupándose de un "diseño especial" que debía terminar lo más rápido posible. La chica estaba inclinada frente a la mesa y sus manos se encontraban sobre la misma, trabajando con algo que observaba minuciosamente bajo una ENORME lupa, que podría competir con los igual de ENORMES anteojos de Maylene.
Llevaba puesta su infaltable bata de laboratorio, la cual era de un "no-tan-impecable" color blanco, ya que en el pecho y hombros estaba esparcido un polvillo dorado; así como unos minúsculos fragmentos de "algo" color morado, apenas visible a simple vista. Su cabello estaba atado en una coleta alta, y su flequillo estaba recogido hacia atrás con una pequeña horquilla de colores plateados y blancos.
—Señorita Rebecca, alguien ha venido a verla —Indicó cortesmente uno de los sirvientes tras entrar a la habitación.
—¿Quién es? —Preguntó la muchacha, aún sin levantar la vista de su trabajo.
—El mayordomo de los Phantomhive —Contestó el sirviente de ascendencia japonesa, confundiendo inocentemente a Demian con Sebastián. Algo que en sí era usual y bastante común de aquellos que desconocían fuesen gemelos.
Tras dicha noticia, notificándole al sirviente que hiciera pasar al mayordomo hasta su oficina, con una mezcla de terror y emoción, Rebecca se quitó la bata que usaba.
Dejando al descubierto un sencillo vestido de mangas tres cuartos y de un suave color verde, contrastando a la perfección con su cabello castaño. Un poco aterrada y emocionada —lo primero por la presencia del supuesto "Sebastián", y lo segundo por la también posible presencia de su querido primito Ciel— salió del laboratorio, no sin antes darse una miradita rápida en un espejo y chequear que estuviera presentable. Dejó caer su cabello, el cual no estaba muy peinado que digamos y que tuvo que arreglar. Tras ponerse de nuevo la horquilla, encaminó sus pasos hasta su oficina… donde vio a un hombre alto y de cabello negro de espaldas a ella.
Aunque una sonrisa apareció en el rostro de la joven al reconocer de inmediato al mayordomo de los Rosenight, por su ropa blanca y sus mechones ligeramente más largos que los de Sebastián. También le salió un leve rubor al recordar todo lo sucedido desde que había conocido al susodicho mayordomo… empezando por la inocente bromita que le había jugado; el haberlo usado como escudo cuando descubrió cierto detalle sobre un vestido rojo que la llegó a traumatizar; y el haberlo pisado sin querer mientras bailaban; entre otras cosas que si quieren saber, deberán leer: «Akuma no Tengoku, Tenshi no Jigoku».
Dejando de lado la culpabilidad que aún sentía por la primera de esas anécdotas, la chica entró en su oficina para atender al recién llegado, quien había sido entendiblemente confundido con su gemelo por los sirvientes de la mansión. Para alivio de Rebecca, quien estaba esperándola de pie en su oficina, no era más que Demian Michaelis.
—¡Buenas tardes, Sr. Demian~! —Saludó con entusiasmo la joven, segundos después de haber hecho entrada en su oficina. Por alguna extraña razón para ella, su respiración se había acelerado un poco al verlo girarse y encararla… pero no le prestó atención y decidió iniciar la conversación.
—Oh, buenas tardes, Lady Rebecca~ —Saludó en respuesta el mayordomo frente a ella, inclinándose un poco en una reverencia respetuosa. Acompañada de una sonrisa que (aunque él intentó que fuera amable) no ocultaba del todo su cansancio.
—Por favor, tome asiento —Le indicó la muchacha cordialmente y señalándole a una silla frente al escritorio, donde ella procedió a sentarse.
—No se preocupe, así estaré bien —Respondió amablemente Demian. Aunque se sintiera cansado por el ajetreo de ese día, sus razones éticas de mayordomo no le permitían tal cosa que (para él) era una osadía.
—Como guste… —Contestó la muchacha, un poco decepcionada de que el joven no aceptara su ofrecimiento. Pero entrelazando sus dedos bajo su barbilla, cuestionó con interés—. ¿Y qué le trae por aquí, Sr. Demian?
—He venido de parte del Amo Juliano —El de ropas claras hizo una pausa para tomar aire, antes de continuar—. Me pidió que le trajera esta invitación —Finalizó extendiéndole un sobre blanco, con el elegante sello de la familia Rosenight plasmado en el centro.
—¿Ah, sí? —La muchacha no evitó usar cierto tono de ironía y temor, más para sí misma en realidad.
La última vez que le habían hecho llegar una carta de parte de Juliano Rosenight, había tenido que buscar un vestido de última hora… con nada más y nada menos que la modista más alocada y pervertida que existía en el planeta, Nina Hopkins.
—Me pregunto para qué Juliano me habrá enviado una carta… —Añadió llevándose un pulgar a los labios, en señal de duda. Incorporándose un poco de su asiento, dirigió su atención nuevamente a su visitante—. Se ve un poco cansado, Sr. Demian. ¿Se encuentra bien? ¿Desea un poco de agua? —Preguntó con dulzura, un poco preocupada por el aparente estado agotado del susodicho.
—No se preocupe, mi Lady, estoy bien~ —Respondió Demian con una sonrisa, intentando aliviar la preocupación de la jovencita frente a él. Sin embargo, no funcionó, porque ni hubo terminado de hablar cuando la castaña llamó a uno de sus fieles sirvientes y le indicó traer un vaso con agua—. M-mi Lady, no tiene por qué preocuparse… —Intentaba decir el mayordomo.
Pero al recibir el vaso de mano del obediente sirviente, Rebecca se levantó de su asiento y se lo entregó a Demian. Él finalmente aceptó y bebió el agua. Una vez hubo terminado, el mismo sirviente que había traído el agua se llevó el vaso, dejando nuevamente a solas a los dos jóvenes.
—¿Mejor? —Preguntó la muchacha con interés, sentándose de nuevo en su lugar.
—Sí… gracias, mi Lady~ —Demian sonrió, contestando con la humildad que le caracterizaba—. Con su permiso, ya debo retirarme… —Informó poco después, antes de ser interrumpido por su acompañante.
—P-por favor, quédese un rato más, Sr. Demian —Interrumpió la joven tímidamente. Mirando la hora en el reloj de péndulo de la pared, evitando todo contacto visual directo con esos ojos morados negruzco que la hiciera sonrojar—. El té pronto estará listo y me gustaría que me acompañara…
—Aunque me halaga su petición, mi Lady, un simple mayordomo como yo no debería-… —Trató de excusarse el menor de los Michaelis, pero fue nuevamente interrumpido.
—No estamos en la mansión Rosenight, así que siéntase libre, Sr. Demian… ya que en este momento es mi invitado~ —Añadió la muchacha sonriendo dulcemente, mientras le hacía ademán con la mano para que se sentase nuevamente.
—Si esos son sus deseos, entonces estaré encantado de aceptar, mi Lady —Respondió Demian al no tener más remedio, sentándose como se le había indicado. Y no era que él no quisiera aceptar, sino que su estatus como mayordomo no le permitía tales cosas. Aún así… también debía obedecer las órdenes y cumplir los deseos de sus amos e invitados.
—Y… ¿cómo ha estado Isaura? —Preguntó la muchacha con interés, tras unos pocos segundos de silencio. En la mascarada de semanas atrás, a pesar de conocerse hace poco, la esposa de Juliano le había pedido a Rebecca que dejara las "etiquetas respetuosas" de lado, y que simplemente se le dirigiera por su nombre.
—Oh, la Señora Isaura ha estado muy bien. Su salud no ha menguado, y cada vez su vientre está más abultado~ —Contestó el mayordomo, aliviado de poder romper el incómodo silencio de segundos atrás. No porque no deseara hablar, sino por ocurrírsele un tema en específico.
—Ahhh, ya veo. Me alegra saber eso —La Burnett sintió sincera alegría, añadiendo con un toque burlón e irónico—. ¿Y cómo está el futuro padre~? ¿Ha viajado mucho a "Bebé-landia"?
Demian no pudo evitar dejar escapar una suave risita por el comentario:
—Pues… de hecho, mi Lady, y aquí entre nos… —Inclinándose un poco, en señal de que lo siguiente que diría era alguna especie de secreto, él confesó—. Son más frecuentes que antes… y es por ello que he entregado las invitaciones tarde…
—¿¡Tarde!? —Exclamó la castaña pasmada, casi dando un saltito en su respectivo asiento de la impresión—. Por favor, que no sea otra de sus fiestas de última hora… —Rogó para sí misma, llevándose una mano a la frente y tomando con la otra la carta, que procedió a abrir con un abrecartas que tenía a su izquierda. Al abrirla, de ésta cayó un sobrecito al que Rebecca no le dio mucha importancia sino hasta que terminó de leer.
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(…) ¡Hola, Rebequita querida~!
¿Cómo has estado? ¿Cómo va la búsqueda del oro? Tú también has tenido muchas ventas últimamente, gracias a tus hermosos diseños. Debes estar feliz, aunque quizás tu competencia no tanto… ¡Pero eso no importa! Sabes que tus prendas son las mejores en toda Europa~
Bueno, mi querida niña, el motivo de mi carta es para avisarte que estás cordialmente invitada a una pequeña reunión que he preparado para mis íntimos amigos, debido a la importante fecha en ciernes. Estaré muy complacido de que asistas, así que de ser posible, no faltes… (¡Por favor, quiero que veas cómo ha crecido la pancita de Isaura~!) Y ah, sí, descuida, no tienes que recurrir a Nina por un vestido de última hora… (Aunque si lo hicieras: ¡sería perfecto~!) Sé que debes estar a punto de quererme matar por avisar tan tarde, pero es que, buenooooo… ¡Culpa de Demian~! (No escuches nada de lo que te diga, ¡soy inocente~!) Dejando de lado eso, por favor, no olvides venir. Si lo haces… ¡Le diré a Demian que te traiga! (Así sea secuestrada~)
La reunión será celebrada mañana en mi mansión a las 9:00 AM. Tendremos un ligero desayuno, y luego algunas actividades que he programado para pasar el día.
Adjunto hay un sobrecito con tu nombre. Ábrelo y compra un regalo para la persona que te tocó. ¡Es para una actividad especial que programé~!
Firma: Juliano Rosenight (…)
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Rebecca leía la carta en silencio. Cuando llegó al segundo párrafo, el descontento en ella fue evidente. Y una pequeña vena palpitante apareció en su frente por la sangre que le hervía. Recordando un vestidito que en su desespero había tenido que usar y que —de no ser por cierta persona— de seguro la hubiera mandado al otro mundo con Diosito y sus ángeles, por lo A-P-R-E-T-A-D-O que estaba. Sin embargo, no pudo dejar escapar una suave y adorable risita, divertida de leer como el despistado de Juliano culpaba de su olvido al inocente mayordomo; quien por su parte no pudo evitar sonreír de ternura al escuchar la adorable risita de Rebecca. Un tierno rubor adornó las mejillas de la chica, al leer que el Rosenight sería capaz de enviar a Demian a secuestrarla si ella no iba a su fiesta. Y conociendo al "conde de las rosas negras"… podría estar más que segura que aquello no era una mera broma. Si se lo ordenaba a Demian, por más apenado que estuviera, éste obedecería.
Mientas tanto, el Michaelis la observaba en silencio. Por sus expresiones al leer la carta, podía tener una idea más o menos cercana a qué sería lo escrito por el loco de su amo. Aunque al contrario que Sebastián, Demian no se puso a intentar adivinar el contenido de la misma, sino que sólo se quedó en silencio y a la espera de que Rebecca terminara de leer.
Por su parte, una vez acabó la lectura, Rebecca tomó en sus manos el pequeño sobrecito que había caído de la carta al abrirla. Según Juliano, dicho sobre contenía el nombre de una persona a la que debería hacerle un regalo, para una actividad especial que él estaba planeando. Rebeca soltó un pequeño suspiro antes de ver el contenido del mismo, a la expectativa de alguna locura más por parte del Rosenight. El anterior rubor se hizo mayor todavía al leer el nombre de dicha persona. Cerrando el sobre rápidamente, lo metió en la carta junto al sobre más grande y lo guardó todo en una gaveta del escritorio de caoba, con gran prisa que haría parecer quisiera ocultar la carta y su contenido.
Afortunadamente y para alivio de la muchacha, llegó uno de los sirvientes con un carrito de té. Amablemente le ofreció una taza a Demian —quien aceptó tímidamente— y luego le dio una a su joven señora, quien la tomó sin dudar y le dio un rápido sorbo antes de ponerla en el escritorio. Tras el agradecimiento de ambos, el sirviente abandonó la habitación, dejando solos a los jóvenes.
Los siguientes minutos fueron agradables para ambos. Por un rato estuvieron hablando con mayor confianza que antes —pero con el debido respeto— ya que la joven baronesa era muy cordial y le había tomado gran aprecio al mayordomo de los Rosenight. ¿Y quién no lo haría? Si Sebastián era un "Demonio de mayordomo", Demian era un "Amor de mayordomo"~
El pelinegro la puso al corriente sobre lo acontecido últimamente en la mansión Rosenight. La evolución del embarazo de Isaura; que Kirios había pasado del "mensajero" al "preparador de purés oficial", siendo esa la razón de que Juliano enviara a Demian con las invitaciones en lugar del rubio; que Kailan accidentalmente había dejado encerrado al carpintero encargado de hacer la cuna y al perder la llave del cuarto correspondiente… entre muchas otras cosas.
Evidentemente, la joven dejó escuchar sus suaves risas más de una vez y por tantas anécdotas ocurridas esas semanas. Especialmente cuando Demian le contó sobre los cada vez más frecuentes viajes de su Amo hasta "Bebé-landia", así como los extraños antojos que tenía Isaura. Y de paso, a unas horas nada apropiadas para comer. Por ejemplo: Comer comida Italiana a la media noche, o un buen plato de Curry a primera hora de la mañana.
Rebecca se enterneció un poco por todo lo que el mayordomo le contaba, lleno de notable entusiasmo. Incluso pareciera que su anterior cansancio desapareció por completo, cuando comenzó a hablar de lo felices que estaban sus Amos con la llegada del nuevo bebé. Una honesta y pura alegría se apreciaba en su rostro acompañando a los relatos, en su mayoría graciosos —como la vez en que Isaura sintió que "algo" en su pancita se movió ligeramente, y Juliano histérico ya estaba llamando al pobre médico, alegando el posible nacimiento repentino— Y no era sólo porque le resultaran notablemente jocosas las cosas que habían estado sucediendo en la mansión, con el embarazo de su Ama… sino que también las risitas que escuchaba por parte Rebecca la hacían ver radiante. Y por algún motivo, él quería seguir escuchándolas.
—Vaya, vaya, Sr. Demian… debe ser mucho trabajo para usted encargarse de todo… —Comentó la muchacha, dándole un último sorbo a su té.
Desde luego que los demás miembros de la servidumbre lo ayudaban, pero parecían contagiarse de la "paternal paranoia" de Juliano a tal punto, que terminaban haciendo las tareas de los otros sin darse cuenta o cosas así. Demian y Daisuke eran los de "mentes más frías" en la mansión en lo que llevaba del embarazo, y no tenían problemas con sus respectivos deberes. Kirios se incluiría entre ellos… de no ser porque alimentaba a "alguien más" aparte de Isaura, todo a escondidas de su Amo y compañía.
—Lo es, sin embargo, estoy muy complacido de servir a mis Amos —Agregó Demian, dejando la taza vacía de lado.
—Es admirable que pueda llevar a cabo sus tareas de manera tan perfecta~ —Añadió la joven a manera de halago, pero sin mirarlo directamente ya que sentía que se sonrojaría si lo hacía.
—Me halagan sus palabras, mi Lady, de verdad —Respondió el mayordomo tímidamente, poniéndose de pie—. Le agradezco su atención y su tiempo, pero… ya debo marcharme —Expresó un poco apenado.
—¿Ya se va? —La joven tampoco pudo disimular la entonación que mostraba un poco de desilusión, y hasta cierto punto, algo de tristeza.
—Así es. Aún debo encargarme de algunas cosas en la mansión. Gracias por todo, Lady Rebecca —Añadió inclinándose un poco, en una reverencia de respeto.
—Entiendo… Permítame acompañarlo hasta la salida —Pidió humildemente la muchacha, poniéndose de pie también.
Demian aceptó con renovada timidez. Ofreciéndole su brazo a la señorita frente a él, juntos caminaron a través de varios pasillos hasta la salida… donde un algo enojado Daisuke se encontraba esperando, aún sentado en el asiento del conductor.
—¿Se puede saber por qué cara-? —Se disponía a reclamar en voz alta el joven cochero, pero se contuvo de decir malas palabras frente a la dama presente, y se corrigió a tiempo—. ¿Por qué te tardaste tanto, Demian?
El aludido tragó grueso. Se había olvidado por completo de que el pequeño japonés lo estaba esperando en el carruaje. Y a juzgar por los rayos de sol, había hecho esperar al joven conductor por al menos una hora. La mirada de Daisuke podría derretir por completo los restos de nieve que aún reposaban en las esquinas de las ventanas de «The Strong Gemmstone», la tienda-y-hogar de Rebecca. Realmente estaba enojado.
«Al parecer el Amo Juliano no es el único despistado…» pensaba el chiquillo, mientras una vena palpitante aparecía en su frente, dándole un aspecto aún más intimidante. Y ante la vacía bolsa en su regazo llena de migajas, podía apreciarse que incluso había almorzado. Kirios le preparó un emparedado antes de que se fuera para la entrega de invitaciones. Les había dado el tomate y la lechuga a los caballos que tiraban del carruaje, ya que aunque normalmente se comería todo él mismo, quería que los mismos tuvieran algo de "combustible" antes de regresar a la mansión.
—¿¡Tienes idea de cuánto tiempo llevo aquí, Demian!? —Exclamaba el furioso jovencito, apretando con fuerza las riendas de los caballos—. ¡No tenemos tiempo que perder, aún debemos ir a buscar el regalo de-…! —Pero fue interrumpido rápidamente por el demonio antes de acabar de hablar.
—Mis disculpas, Dai-ku…*(1) —Al notar que estuvo a punto de llamar al joven de la manera que odiaba, y que podría traerle unos cuantos problemas si lo decía, Demian se corrigió a tiempo—. E-ejem, Daisuke… me he retrasado un poco, pero ya he terminado.
—¿¡Qué disculpas ni qué nada!? —Exclamaba el pequeño, haciendo un gran esfuerzo por aguantarse decir nada inapropiado frente a la señorita—. ¡Mira la hora que es!
Por su parte, Rebecca pensaba lo sumamente adorable que lucía el chiquillo con su expresión enojada. Incluso hasta le daban ganas de pellizcar sus mejillitas, abrazarlo, apachurrarlo y todo ese tipo de cosas. Dándose cuenta de que estaba empezando a pensar de la misma manera que su primita Lizzy, sacudió su cabeza alejando esos pensamientos y dio un paso al frente, con la intención de hablar con la "adorable bestia" y en un intento de remediar la situación, antes de que el pobre mayordomo terminara pagando los platos rotos.
—Discúlpenos, por favor, Sr. Daisuke. Nos hemos puesto a charlar, y se nos ha ido volando el tiempo… —Decía ella, pasándose una mano por su cabello y nuca, en actitud nerviosa acompañado de una risita más nerviosa todavía.
Recordando que Juliano le había comentado que, como tenía un ligero complejo de adultes, Daisuke solía calmarse cuando le trataban de "Señor" en lugar de "Joven". Y aparentemente funcionó, ya que la vena en su frente desapareció, a pesar de que su semblante seguía muy severo.
—Pues con todo respeto, Lady Rebecca… ¡La próxima vez que no se les vaya volando el tiempo, par de tórtolos! —Exclamó el pequeño, enarcando una ceja pero sin llegar a ser irrespetuoso. Aunque le sacó un sutil rubor a la baronesita y una expresión extrañada al mayordomo.
«¿Par de tórtolos?» Se preguntó Demian mentalmente, muy confundido a decir verdad. Pero dejando de lado su intriga ante las palabras del cocherito, se giró hacia la de cabellos castaños y dijo a manera de despedida:
—Gracias por todo, Lady Rebecca. Esperamos su visita el día de mañana —Y finalizó dando una leve reverencia.
—Gracias por venir. Espero que la próxima vez disponga de más tiempo, Sr. Demian —Y girándose hacia el pequeño cochero, la chica añadió—. Y lamento haberlo hecho esperar, Sr. Daisuke. Si hubiera sabido que estaba usted también aquí, le hubiera invitado a pasar —Se disculpó un poco apenada la chica, suya era la culpa por haber retenido al mayordomo y distraerlo con tanta charla.
Por su parte, Daisuke no dijo nada y sólo se encogió de hombros; pensando en lo bien que se sentía ser considerado "Señor" por una damita mayor que él. Demian subió al carruaje, y Rebecca se despidió de ambos agitando una mano, antes de entrar de nuevo en la casa.
—La próxima vez que vengas para acá, ¡vendrás solo! —Le dijo el humanito al demonio mientras que el último se subía.
Demian soltó un suspiro de alivio y se sentó dentro del carruaje, el cual comenzó a alejarse del lugar a gran velocidad. Aún había un par de cosas que Demian debía hacer antes de regresar a la mansión. Mientras que poco a poco, Daisuke logró reponerse de su enojo y no volvió a quejarse del retraso por el resto de la tarde. Aunque antes de hacerlo, soltó unas cuantas expresiones para sí mismo, que no pienso poner por escrito por el bienestar psicológico de las lectoras y los lectores.
…o…o…o…o…o…o…o…o…o…o…o…o…o…o…o…o…o…o…o…o…o…o…o…o…o…o…o…o…o…o…o…
Ya los rayos del sol comenzaban a declinar, haciendo que poco a poco aquél cielo aún invernal comenzara a teñirse de una suave gama de colores que indicaban que comenzaba a atardecer. Debían ser alrededor de las cuatro de la tarde, y las calles londinenses todavía estaban atestadas de gente. Los conductores de los carruajes debían ser cuidadosos de no arrollar a ningún pobre transeúnte que se les atravesara accidentalmente en el camino. Entre esos conductores, se encontraba Sebastián Michaelis, dirigiendo un carruaje tirado por dos caballos de pelaje marrón. En el interior del carruaje se encontraba el pequeño Ciel Phantomhive, a la espera de que llegaran a su destino.
El condecito estaba más aburrido que nunca, y de paso de mal humor. Es decir, de más mal humor que de costumbre. ¿Y quién no estaría de semejantes ánimos, si estuviera a las cuatro de la tarde en un lugar más atestado de gente que en una repartición gratuita de Sebastián's? Aunque ese hecho era culpa del mismo Phantomhive. Si se encontraba en aquél lugar era porque debía comprarle un regalo a su prometida, ya que se había zampado el que se preparó para ella en primer lugar.
Y aparte de eso, el jovencito estaba rebanándose los sesos tratando de pensar en qué, o mejor dicho, en cómo le diría a Sebastián que le ayudara a comprar un regalo para Elizabeth. Podría usar la excusa de que era para el intercambio de regalos de última hora, pero eso no le serviría de nada tratándose de su mayordomo. Sebastián era muy perspicaz y sabía cuando le estaban mintiendo; no había manera de engañarle. Por lo cual Ciel no tendría más opción que decir la verdad, y admitir que era un incompetente en cuanto a regalos se tratase… aunque eso fuera una razón para que el demonio mayor se burlara de él por un buen tiempo.
—Joven Amo, hemos llegado —Informó Sebastián, deteniendo el carruaje y abriéndole la puerta al pasajero.
—Seeeh… —Masculló el niño como respuesta y sin ánimos de nada.
—Y bien, ¿qué desea comprar? —Inquirió en un imperceptible tono de burla el mayordomo, dirigiendo su mirada escarlata al ojo visible y azulado de su Amo.
—Yo… yo… —Decía dudosamente el menor. No lograba aún articular más palabras porque realmente no quería hacerlo.
—Bien… —Sebastián suspiró cansado por la indecisión de su Amo—. Entremos en esa tienda —Señaló hacia un negocio con un enorme mostrador de vidrio que dejaba ver los juguetes en su interior, y también a los clientes.
La tienda era una de aquellas distribuidoras de los juguetes de la compañía Funtom, y también vendía los dulces de dicha empresa. Pero en aquél momento los anaqueles donde normalmente reposaban los bombones y caramelos, se encontraban vacíos.
—Como sea… —Contestó sin mucho interés el conde.
Ambos entraron a la tienda, no sin antes dejar vigilando a los corceles y al carruaje a un niño de unos doce años de edad, de cabello café algo revoltoso y ojos de un tono verde opaco, en sus pómulos se dibujaban varias pequitas que le daban un tierno aspecto travieso al niño. Vistiendo una sencilla camisa color beige con unos tirantes color marrón oscuro que se unían a sus pantaloncillos del mismo color, aquél chiquillo aceptó alegremente el nuevo trabajo sin oponerse. Calzaba unas botas de un tono más oscuro que los pantaloncillos, y sobre su cabeza llevaba una gorra de un color mostaza. Sebastián lo había dejado a cargo de cuidar del carruaje, a cambio de una pequeña pero justa recompensa.
Ya dentro de la tienda —cuyas paredes estaban pintadas de blanco y de un suave color turquesa— Ciel comenzó a observar disimuladamente las estanterías con juguetes, intentando pensar en qué podría regalarle a su prometida. Elizabeth Middleford era una niña que ADORABA todo aquello que consideraba "Bonis"*(2) así que el joven Conde pensó que debía comprar algo que fuera esponjoso, adorable y que al menos tuviera algo de rosa, pero su mente varonil no le permitía pensar en nada aún estando rodeado de montones de cositas tiernas. Era como Dora la Exploradora, cuando hace preguntas estúpidas como: "¿Saben dónde está el río?", "¿Ustedes ven el río?", "¿Hacia qué dirección está el río?" cuando el bendito río está detrás de ella; y encima ni le dice el tonto mono ese de las botas que la acompaña. Exactamente así sucedía con Ciel. Y no lo culpen, era difícil para un chico pensar como una niña, por lo tanto, a él se le dificultaba pensar con exactitud en algo para su prometida.
—¿Qué le daré…? —Se preguntaba en voz baja, llevándose la mano al mentón. Estaba tan sumido en sus pensamientos que no se percató de que Sebastián le estaba hablando.
—Joven Amo… —Llamó como por quinta vez el mayordomo, aún sin recibir la atención del que llamaba. Entonces, Sebastián pensó en una manera de atraer la atención de su Amo. Era algo que sin duda, aunque él no estuviera prestando atención, esa cosa llamada "subconsciente" lo escucharía y traería su mente de vuelta a la Tierra—. Joven Amo, la Lady Middleford está aquí y desea saludarle…
No hubo ni terminado de hablar cuando Ciel, sobresaltándose y muy alarmado, volvió por fin su atención al mayordomo:
—¡Sebastián, haz algo! ¡Distrae a la tía mientras me escondo!
—Oh, entonces sí estaba escuchándome… —Comentó con ironía el demonio mayor, aún a sabiendas de que no era cierto.
—¿Qué? —Preguntó asombrado y confundido el pobre niño—. ¿D-dónde está la t-tía France-… es decir, Lady Middleford?
—Oh, sólo era una prueba para saber si estaba prestando atención, Joven Amo…
—¡No vuelvas a hacer algo como eso…! —Exclamó Ciel extrañamente sin enfadarse, sino más bien aliviado de que no hubiera marquesa-dictadora a la vista—. Y sí estaba prestando atención… —Finalizó tras una corta pausa, pero aún un poco distraído de la realidad.
—Entonces, Joven Amo. ¿Podría repetir de qué hablaba éste, su servidor? —Preguntó Sebastián con autosuficiencia, sabiendo que la respuesta que obtendría sería incierta. Y así fue. Una vez recibió la respuesta no-correcta de su joven amo, el pelinegro procedió a examinar los juguetes de la tienda en silencio.
Aún había clientes allí dentro, la mayoría de ellos hombres en búsqueda de un lindo regalo para la persona con la que compartirían el día que se avecinaba. Debían apresurarse, la hora de cerrar pronto llegaría y si no les llevaban nada a sus novias, esposas, prometidas, amantes, amigovias, "peor es nada", etc… quedarían peor que Ash Landers después de pelear con Sebastián. También había algunas pocas mujeres por ahí, que no pudieron evitar girar sus cabezas como la niña del exorcista*(3) para ver a Sebastián cuando le pasaban a un lado en alguno de los pasillos de la tienda.
Por su parte, Ciel estaba más aburrido que Lizzy en un lugar "No Bonis". Le irritaba tener que visitar aquella juguetería, acompañado de un tipo —al que las mujeres casi violaban con la mirada y— que parecía estarse divirtiendo bastante a causa del suplicio de su pequeño Amo. El Phantomhive suspiró pesadamente, disponiéndose a afrontar el desafío que tenía frente a él. Ya eran cerca de las cinco de la tarde, y la tienda no tardaría en cerrar sus puertas al público (Dueños perezosos, ¿qué les cuesta dejarla abierta un ratito más?)
El del parche dio un paso al frente y tomó aire. El momento de la verdad; el momento donde sus genuinas intenciones serían reveladas; el momento más decisivo de la historia de los momentos decisivos; más decisivo que etapa final de telenovela, se acercaba.
—Seba-… —Ciel se detuvo a mitad de nombre, y a mitad del proceso de halar una de las mangas del guardapolvo negro del mayordomo para llamar su atención. Tragó saliva y mentalizó por enésima vez las palabras que diría—. ¡Sebastián, necesito ayuda para el regalo de Elizabeth! —Exclamó dejando caer sus brazos a los lados de su traje azul, y cerrando el ojo no cubierto por el parche. Sabrá Dios si el otro también estaba cerrado.
Sin embargo, no hubo respuesta alguna. El silencio reinó como en aquellos momentos incómodos cuando dices algo estúpido o vergonzoso y todos te oyen, pero se quedan en silencio antes de estallar en risas. Silencio y más silencio, Sebastián no decía nada y a Ciel se le formaba una vena palpitante ante el sentimiento de sentirse levemente ignorado, ¡y por un demonio que era capaz de escuchar hasta el sonido de una aguja cayendo!
—¡Sebastián Michaelis! ¿¡Me estás escuchando!? —Volvió a exclamar el niño, ahora con entonación molesta y a punto de darle una patada rabiosa al suelo de cerámica azul cielo.
—Perfecto y claro —Comentó en respuesta el demonio mayor, girándose para quedar frente a frente con el más pequeño—. Sólo le daba una pequeña lección de cortesía y buenos modales a mi Señor —Finalizó con una "humilde" reverencia y una sonrisilla malvada.
Ciel enarcó una ceja como respuesta y le reprochó a Sebastián su comportamiento, más en el fondo agradecía que aquello hubiera pasado, así no tendría que decirle nada a su sirviente. Y aunque esperaba que Sebastián olvidara que le había llamado con la intención de pedirle algo relacionado al regalo para Lizzy, no fue así. Al contrario, el Michaelis le preguntó qué era lo que necesitaba y que él estaría dispuesto a ayudar en todo. Con un sonrojo por parte de Ciel, procedió en la tarea de ayudar a su Amo a conseguir un regalo para la dulce rubiecita.
—¿Qué era lo que deseaba, Joven Amo? —Preguntó Sebastián, más con sarcasmo que con interés—. Por favor, repítalo. Necesito saberlo con detalle para poder llevar a cabo mi labor de mejor manera.
—Bastardo… —Fue lo primero que dijo Ciel antes de responder a la pregunta, y de ser casi regañado por Sebastián (como lo haría un padre con su hijo) por usar "un lenguaje poco adecuado para un caballero, y mucho menos un respetado Conde"—. Necesito tu ayuda para comprarle su regalo a Elizabeth —Admitió finalmente el chiquillo, algo sonrojado por la pena que sentía al tener que pedir ayuda a su sirviente para comprar un regalo.
Así como leen. El verdadero motivo por el cual Ciel no le había pedido ayuda antes a Sebastián, era porque —más que temerle a las futuras burlas de su sirviente— le daba mucha penita pedirle el favor de que le ayudara a escoger un obsequio. Por muy demonio y conde que fuera, no tenía ni la más mínima idea de que podría regalarle a la niña. Sebastián aceptó ayudar con una gran sonrisa burlona en su rostro. Ahora tendría la oportunidad de molestar a su "Amo y Señor" por un muy bien tiempo.
—"Yes, my Lord" —Contestó inclinándose en una leve reverencia—. Escogeré el mejor regalo para Lady Elizabeth —Agregó con una falsa sonrisa amable, ya que la fecha en ciernes lo tenía de mal humor. Los siguientes segundos fueron de silencio, mientras Sebastián les daba una rápida mirada a los anaqueles, hasta que su vista se posó en uno de los peluches que estaba en una esquina—. Joven Amo, ¿qué le parece si llevamos ése? —Preguntó el de ojos rojos, señalando hacia una estantería pero sin recibir la atención del niño.
—Vaya, eso fue rápido. Creí que no querías estar relacionado con esta fecha… —Respondió Ciel en tono de burla, aún sin mirar lo que Sebastián escogió.
—Es por eso que deseo terminar lo más rápido posible —Contestó Sebastián con una sonrisa falsa.
—Bien, como sea, mayordomo de la alegría. ¿Cuál era el regalo que escogiste? —Manifestó con sarcasmo el menor, girándose para quedar frente al hombre a quien le había estado dando la espalda todo ese momento.
Los ojos, o mejor dicho… el ojito visible de Ciel se abrió desmesuradamente y su mandíbula cayó de la impresión. Sebastián señalaba desinteresadamente una de las estanterías que se encontraba vacía, a excepción por un único juguete, el cual era al que él se refería como posible regalo para la joven Middleford.
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Notas de autora:
*(1) El apodo era "Dai-kun", ya que Daisuke es de ascendencia japonesa. Los demás que sean ingleses o europeos tendrían términos "no-nipones".
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*(2) Como quiero que los "kawaii" tan característicos de Lizzy resalten, en lugar de escribirlos como "Lindo", "Tierno", "Adorable" o demás sinónimos, decidí distinguirlos con un "Bonis" (LOL) Así que ella lo usaría para algo y alguien que considere "Bonito" o "Bonita".
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*(3) Según he escuchado (y visto imágenes de parodia en Facebook xD) esta chica giraba su cuello 180 grados, es decir, podía girarla de manera que su cara miraba hacia su espalda. Aclaro que jamás he visto esa película ni pienso verla. Ahora sí, pueden irse a dormir con esa imagen en la cabeza… *Muajajajajajajaja*
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CP: Y hasta aquí el primer capítulo. Perdón por dejarlo hasta aquí, pero ya empezaba a quedar muy largo. En recompensa, ¡prometemos más risas en el siguiente capítulo! Esperamos sinceramente que les haya gustado, ya que nos esforzamos mucho *Cofcof*Sacrificamos-las-vacaciones-de-carnaval*Cofcof* para escribirlo y terminarlo a tiempo.
Al parecer Shadechu Nightray no ha vuelto… *Se empieza a preocupar* Así que me despido en nombre de ella, esperando que les haya interesado esta pequeña saga de San Valentín. Estén atentos, pronto publicaremos el próximo capítulo, para el disfrute de todos.
¡Feliz día de San Valentín a todas! (Y todos si hay algún chico por allí…) Esperamos que lo disfruten en compañía del amor de sus vidas, y de sus amigos también, ya que (al menos en nuestro país) ése es el día del "Amor y de la Amistad".
No olviden dejar sus reviews, y hacer esas cosas lindas que los autores amamos, como favoritear y seguir la historia, y si no…
Yo, Chica Plutonio, les visitaré… ¡Pero con mi propia Death Scythe~! (?) Nah, mentira, tampoco es para tanto…
Me despido, ¡Feliz San Valentín~!
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Fecha de re-edición: 30 de marzo de 2019
