Los personajes de Twiligth no me pertenecen, yo sólo los tomo prestado para hacer esta loca historia.

1.-

Maldito día de la secretaría. Se supone que éste día en particular es para los que son secretarías\os, tomen un descanso con su familia, amigos, o novio. Pero no, por culpa del estúpido de su jefe, ella había tenido que ir a trabajar ese día. ¿El motivo? el muy odiota olvidó decirle, la pasada semana, que tenía que entregar unos papeles urgentes. Ahora ella tenía que quedarse encerrada en una maldita oficina, frente a un maldito computador, tecleando unas malditas teclas, para tener el maldito informe a primera hora del siguiente maldito día.

Bella suspiró llevándose las manos a la altura de su cabeza, para masajear sus sienes con sus dedos índices: si volvía a pensar en la palabra maldito otra vez, estaba segura que vomitaría. Pero estaba cabreada, lo único que quería era terminar para poder llegar a su casa, darse un baño, meterse bajo su sabanas, y ver una de esas cursis películas que, aunque siempre terminaba llorando, ya que le recordaba su patética existencia, le gustaban.

Bella se levantó de su silla decidiendo que se haría más café: Eran las siete de la noche y aún le faltaba un poco para acabar con el informe, así que necesitaba cafeína si quería que sus neuronas siguieran funcionado. Mientras la cafetera hacía todo el proceso del preparado, se alisó la falda ya que estaba arrugada por estar sentada durante tanto tiempo y por sus constantes movimientos en hallar una nueva postura que le quitara el dolor en sus glúteos.

La cafetera silbó anunciando que ya estaba listo su café y Bella, tomó una taza, llenándola para luego dirigirse a su escritorio. Sus glúteos parecieron hablarle al ella ver su rígida silla, pero no podía hacer otra cosa más que volver a sentarse. No iba hacer el informe de pié.

De repente se le cruzó una idea por la cabeza. Una descabellada y si su jefe se llegara a enterar, muy probablemente le bajaría el sueldo, no creía que llegara a botarla, puesto que el muy idiota no podía hacer nada sin ella.

Bella miró de nuevo su incomoda silla, para luego desviar la mirada a las imponentes puertas que daban a la oficina de su jefe, donde había un mueble que parecía ser bastante confortable. No lo dudó más y se sentó en su silla, reprimiendo un gemido por el dolor en sus glúteos, copió los archivos a un dispositivo, para minutos después ponerse de pié y, con el corazón golpeando fuertemente en su pecho, dirigirse a la oficina de su jefe.

No le fue imposible entrar ya que como su secretaria de confianza, tenía un juego de llaves. Pero tan pronto cruzó las puertas, comenzó a arrepentirse. No por el hecho de que alguien la descubriera: estaba segura que nadie iría a esa hora a esta área de la empresa y aparte de ella, los únicos que se encontraban en el edificio eran los vigilantes y el portero, sino que todo el lugar estaba cargado de su presencia y dudaba que con esa fragancia tan varonil flotando en el aire, pudiera trabajar.

Bella hizo caso omiso a la parte racional de su conciencia que le decía que era mala idea trabajar allí, que lo mejor era que se diera vuelta y continuara en su correspondiente lugar de trabajo, y caminó con paso titubeante hacía el escritorio de su jefe. Antes de tomar asiento en aquel mueble que ya parecía darle la bienvenida, prendió el computador.

¡Ah! Sí, definitivamente el mueble era bastante cómodo, y lo mejor, o lo peor, depende de por dónde se miré, era que éste estaba, aún más, lleno de su fragancia que la envolvían cómo si fueran sus fuertes brazos alrededor de su cuerpo.

Bella se obligó a pensar con cabeza fría, algo difícil considerando que, no sabe por qué, a su cuerpo se le estaba subiendo la temperatura, y conectó el dispositivo en la computadora de su jefe, que ya había entrado a sesión.

A duras penas si pudo terminar el informe, ya que, esta vez, se removía incomoda por el cosquilleo placentero que había comenzado a recorrer su sexo. Tampoco ayudó mucho estar mirando aquella foto de su jefe, donde él parecía devolverle la mirada, con sus ipnotizantes ojos verdes que la recorrían con hambre, con el deseo de desnudarla completa.

Bella se volvió a remover soltando un suspiro, para luego dibujar una sonrisa amarga en sus labios: sólo en su cabeza podía existir ese pensamiento. Su jefe, ni en un millón de años, se fijaría en alguien como ella, que tenía el atractivo de un mueble viejo y olvidado: Su cabello era de un tono oscuro que no se definía si era de color chocolate o caoba; largo y espeso, y siempre lo amarraba para tenerlo dominado. Su piel era tan blanca que se podían apreciar algunas de su s azuladas venas. Sus ojos parecían los de un búho: grandes brillantes y obscuros, y lo mantenía ocultos tras de unos lentes bifocales. Lo peor de todo era su estatura y la proporción de su cuerpo. 1.60, con poco pecho, caderas y glúteos. No, definitivamente, su jefe, esa cosa deliciosa y sexi, de 1.80, piel bronceada, cabello cobrizo, ojos verdes bosque y un cuerpo que parecía ser esculpido por el mismísimo Miguel Ángel, no se fijaría en ella nunca.

Bella parpadeó reprimiendo las lágrimas que amenazaban con derramarse. Era una estúpida por estar llorando por un hombre que no tenía la mas mínima idea de que ella estaba enamorada de él. Porque sí, Bella, desde hace más de un año que estaba enamorada de su jefe. No le importaba que él fuera un Idiota, imbécil, maldito egocéntrico, explotador y, además, casado y con más de tres amantes. No le importaba porque, aún sabiendo todo esto, lo amaba.

Bella se limpió lágrimas que ya no pudo reprimir, y se dispuso a guardar el informe en el dispositivo antes de apagar el computador. Se puso de pié, caminando hacia el baño que se encontraba en la misma oficina de su jefe. Entró para lavarse la cara y despejarse un poco. Cuando quiso buscar algo con qué secarse, sus ojos se detuvieron en un perchero, donde estaba colgada una camisa blanca de su jefe. Bella, sin siquiera pesarlo, se halló descolgandola, mirándola embelesada y oliéndo con profundidad, esa fragancia: una mezcla lluvia, menta y un olor único que parecía sólo pertenecer a su jefe.

Los sentidos de Bella se embotaron: tener esa camisa entre sus manos, era lo más cerca que ella iba a estar a la persona que amaba y eso -llamenla loca si quieren-, la excitaba.

De un momento a otro, Bella ya no se estaba en el baño, sino en la oficina, específicamente tumbada en el sofá que se hallaba en ésta. Tenía el cabello suelto, los ojos cerrados, la boca semiabierta, dejando escapar suspiros, jadeos y gemidos. Su blusa estaba desabotonada, su brasier levantando, la falda subida hasta la altura de su cintura, las piernas abiertas y su ropa interior echa a un lado. Una mano torturaba su pezón derecho, mientras que la otra se perdía en su centro. En su mente, no era ella la que se estaba dando placer, sino...

— ¡Ed...dward! — Bella gimió irremediablemente el nombre de su jefe, cuando sintió que el orgasmo la atravesó de pies a cabeza. Su espalda se arqueó de una manera dolorosa, pero placentera, para luego caer pesada en el mueble. Abrió los ojos lentamente, encontrándose de lleno con el dueño de esos orbes verdes que la volvían loca.

—Creo que debería ser yo, el que te de placer de verdad —Edward le dijo, y Bella no tuvo tiempo de pensar si aún seguía imaginando a su jefe o no, porque estaba acupada tratando de llevarle el ritmo a esa lengua que aguijoneaba la suya con pericia. Decidió que no iba a tratar de averiguarlo y sólo se dedicaría a disfrutar lo que él -imaginación o no- le acababa de ofrecer.

Espero que les haya gustado, gracias por leer.