Disclaimer: Los Kagamine son propiedad de Yamaha Corporation, yo sólo hago esto con el proposito de entretener y sin ánimo de lucro.


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TARDE EN EL KOTATSU


Len se arrebujó en su kimono para intentar conservar el calor de su cuerpo, ya que la temperatura ambiental era muy baja. Aquel invierno había pegado muy duro en el pueblo de Ogawa y el niño tenía muchísimo frío. A pesar de estar en su habitación no se sentía cómodo en absoluto, y las manos le temblaban mientras pasaba las hojas del libro que estaba leyendo. Cuando no pudo soportar el frío durante más tiempo, lo cerró y salió de la habitación. Acababan de llegar a aquella casa, y la calefacción aún no lo calentaba todo, así que Len corrió para llegar a la sala principal, donde sabía que estaría su kotatsu encendido y ofreciéndole su calor. Al entrar, vio que su hermana Rin ya estaba allí, leyendo un cómic y comiendo una galleta, tumbada en el suelo boca abajo y con casi todo el cuerpo tapado con la manta del kotatsu.

—¡Hola, Len! —le dijo sonriendo—. ¿Quieres venir aquí? Hay sitio para los dos...

El niño no se hizo de rogar y se metió casi completamente bajo la manta. El calor del brasero incrustado bajo la mesa le envolvió el cuerpo, y el niño se estiró. Suspiró de alivio.

—Aquí se está muy bien, Rin —comentó—. ¿Qué lees?

Ella puso el cómic entre medias de sus caras, y ambos pasaron un buen rato leyéndolo y riéndose. Tan entretenidos estaban que no se dieron cuenta de que sus caras estaban muy juntas, y cuando Len se percató de eso, enrojeció hasta la raíz del pelo. El color de la cara de Rin no se quedaba atrás. La chica apartó el cómic bruscamente con la mano y tartamudeó:

—E-esto...¿Q-quieres que durmamos un poco?

Len asintió con la cabeza, mientras notaba los furiosos latidos de su corazón. Sin hablar, se tumbaron boca arriba el uno al lado del otro. Rin miró a su hermano, y él le devolvió la mirada. Estaban muy juntos y ninguno podía decir nada ya que estaban paralizados, con el corazón a cien por hora y las mejillas cubiertas de rubor. Sin ser conscientes de lo que hacían, se fueron acercando poco a poco, hasta que los labios de ambos se juntaron. Len notó un dulce sabor a melocotón en su boca, mientras que Rin pudo saborear la fragancia a menta que su hermano se ponía por las mañanas. Se separaron suavemente, se volvieron a tumbar, mirándose. Entonces, Len y Rin se abrazaron y se apretaron el uno contra la otra para darse más calor. El sueño se apoderó rápidamente de ellos, y Rin sólo tuvo tiempo para decir antes de caer dormida:

—Que tengas dulces sueños, hermano.

Le acarició el rostro y apoyó su cabeza en el cojín, mientras fuera, el temporal de nieve azotaba la casa con toda su furia, como si quisiera arruinar aquel bello momento. Cosa que, por supuesto, no iba a conseguir.