Disclaimer: Esta historia fue creada por un fan, para fans de la serie Fate. El universo de Fate y algunos personajes le pertenecen a Type Moon y a Kinoko Nasu.


Invocación fortuita.

'Te pregunto. ¿Eres tú mi Master?


Día 0.

La luz entraba al calabozo por las rendijas de la puerta de acero. Las paredes húmedas, llenas de moho y deterioradas por el paso del tiempo; era una señal clara de que su aventura dentro de la fortaleza de Shinto había terminado.

Un sonido chirriante de metal arrastrándose por el concreto del suelo retumbó en la celda. Tatsuma miró hacia la puerta de acero y vio a un hombre viejo que cojeaba al caminar, traía una pequeña carreta de metal con carbón encendido y un barrote en el centro, el barrote ardía entre las brasas.

El individuo se acercó lentamente. Notó como el rojo del carbón era avivado por el aceite que el hombre le echaba al centro de la carretilla.

El hombre sacó un fierro que ardía al rojo vivo y lo acercaba con lentitud al brazo de Tatsuma.

Desvió la mirada hacia el techo, observando el logo de la fortaleza de Shinto. El logo era un circulo con variantes, diferentes ángulos y formas, con una estrella en el centro. Los del pueblo lo consideraban como una más de las muchas excentricidades del líder de la fortaleza.

—Da igual si miras o no, el dolor será el mismo —dijo el viejo, sosteniendo el fierro caliente mientras lo acercaba más y más al brazo de Tatsuma.

Desvió la mirada al suelo. Lo habían despojado de su ropa, estaba encadenado y le era imposible escapar o eludir los golpes.

—Hagamos un trato. Me dijeron que yo podía elegir el método de tortura y la intensidad, puedo golpearte una vez con este fierro caliente y todo habrá acabado. Solo tienes que mirarme.

Sin dudarlo, fijó su mirada en el hombre con la esperanza de que la tortura fuera rápida.

Y el viejo lo observó con una sonrisa maliciosa. En un movimiento rápido, impactó el fierro caliente en el abdomen de Tatsuma. El calor del barrote se hizo sentir en su piel y no pudo evitar una mueca de dolor, sintió todo el ardor que el fierro desprendía.

Tragó saliva y en su desesperación, hizo un movimiento brusco, rechinando las cadenas que lo sostenían.

—¡Te mentí! —dijo el anciano; comenzó a reír a carcajadas.

Empuñó el fierro con fuerza, lo retrajo y con el impulso le acertó en el abdomen. Tatsuma tragó saliva y apretó los dientes con fuerza, el olor a carne quemada se impregnó en la celda, mientras él se retorcía del dolor. Las cadenas chillaban debido al movimiento de sus brazos por culpa de la quemadura y el intenso dolor, sus músculos se contraían y dilataban.

El viejo seguía riendo. Volvió a retraer el fierro y lo volvió a impulsar con más fuerza hasta impactar en la pierna derecha de Tatsuma, el dolor se disparó de nuevo, trató de aguantar el grito de dolor, pronunció un quejido grave pero se mordió los labios para no prolongar el éxito del torturador.

No pasó mucho tiempo hasta que el tercer golpe cerca del hombro le hizo reaccionar, parte del golpe le llegó en la cara quemando la mejilla izquierda de Tatsuma, volvió apretar los dientes y cerró los ojos, aguantando un dolor que jamás había sentido en toda su vida. El viejo guardo el fierro caliente, hundiéndolo en el carbón mientras lo rociaba con aceite para avivar las llamas.

—Es interesante ver como tratas de no gritar, muchos a esta altura estarían rogando clemencia, llorando como nenas ¿sabes?, pero este día es un día especial, me encargaron un trabajo que nada tiene que ver con la tortura, tienes suerte, mucha suerte, los tipos que no gritan son los que me hacen disfrutar de este trabajo. Torturarlos de diferentes formas hasta quebrarlos de por vida, hasta hacerlos llorar como bebés y quitarles la poca dignidad que les queda —el viejo sacó el fierro del carbón—. Me encargaron vestirte para tu ejecución. Y no me mal intérpretes, cuando digo vestirte me refiero a destrozar las partes más visibles de tu cuerpo, no importa si sientes dolor o no, o si la tortura es eterna o rápida, eso da igual. Mi intención es que la gente que te vea en la ejecución sepa lo que les espera si roban en nuestra ciudad. Por lo tanto seré breve y rápido, ya que tampoco puedo dejarte morir.

Tatsuma guardó silencio, de nada servía dialogar con el torturador. Tuvo experiencias en el pequeño pueblo en donde vivía. En un mundo en el que no existe la regulación ni reglas claras, solo queda acatar lo que exijan los más fuertes, y aquellos que se negaban, sufrían las consecuencias. Si el pequeño poblado no cumplía, se desataba lo que denominaban como el día del infierno. Pero Tatsuma estaba cansado de todo eso.

Para los pueblos aledaños a las fortalezas, pedirle ayuda al gobierno militar japonés no era una opción, ellos estaban ocupados en la guerra civil que se producía en la capital y no tenían ningún interés en proteger a los pueblos exteriores a las ciudades.

La paliza continuó durante una hora aproximadamente. De alguna manera, el anciano se las arregló para no generar hemorragias ni lesiones graves; de todas formas, el cuerpo de Tatsuma estaba llegando a su límite. A pesar de mantener los ojos abiertos, la oscuridad comenzó a rodearlo y poco a poco, fue perdiendo todos sus sentidos.

"¿Dónde estoy?" Se preguntó, el calabozo estaba oscuro. El solo hecho de mover alguna extremidad le causaba dolor. Sus piernas se habían entumecido e incluso una leve brisa en una zona afectada le producía molestias. Cerró sus ojos, pensando en las consecuencias de su fracaso más que en sí mismo.

Poco a poco el dolor fue mermando y el cansancio se apodero de él. Cerró sus ojos y notó como el dolor se alternaba entre una zona y otra, la intensidad era irregular, hasta que encontró una postura que amortiguaba el dolor de su cuerpo.

Día 1.

El fuerte chirrido de la puerta lo despertó. El torturador entró al calabozo con un fajo de cadenas y una prenda de vestir que obligaban a usar a los que iban a ser ejecutados en la fortaleza. Abrió las cadenas que lo sostenían en su celda.

Tatsuma se había rendido a su destino y no opuso resistencia. Lo estaban encadenando de pies y manos, apretó los dientes y expulsó un gruñido de dolor cuando las cadenas tocaron parte de su piel desgarrada. Pensó que los guardias se burlarían de él, o lo amedrentarían, era lo que Tatsuma esperaba pero todo se produjo en silencio, como si ellos ya tuvieran experiencia al llevar a los torturados a la plaza de ejecución pública. Comenzó a temblar y no pudo dar el siguiente paso.

—¡Avanza! —gritó uno de los guardias y lo empujó con fuerza hacia adelante, haciéndolo caer. El otro de los guardias lo agarró del brazo y lo impulsó hacia arriba. A pesar del terror que sintió, siguió avanzando, tal y como se lo había exigido el guardia.

Lo llevaron al lugar de la ejecución, una gran cantidad de personas esperaban ansiosos el espectáculo. Llevaron a Tatsuma para mostrarlo ante el público y lo amarraron con una correa para asimilarlo a un perro. Pronto, un pequeño grupo de gente manifestaba su descontento abucheando, pero la mayoría aplaudía el acto, minimizando esa pequeña manifestación de repudio.

Observó otro de los logos de la fortaleza de Shinto en el piso, le causó repulsión, los logos estaban pintados en gran parte de la fortaleza, en las murallas, en edificios, pero la mayoría de los logos se encontraban en el suelo de la ciudad; como si fuera una representación de la fuerza que poseían los lazos políticos de la fortaleza, capaces de semejante extravagancia, aunque para él, esa muestra de poder le resultaba ridícula.

Lo agarraron del pelo con firmeza, y le obligaron a mirar hacia la hoja de acero que sostenía la parte superior de la guillotina.

—Lo siento chico, pero saliste elegido como ejemplo de lo que les va a suceder a los ladrones en nuestra fortaleza —susurró el verdugo—. Muchos roban por hambre, pero todos estamos pasando por lo mismo.

El guardia lo empujó hasta la guillotina, su cabeza quedó cerca de una sesta manchada de color rojo, con un olor pestilente. La miró fijamente, supo que su cabeza terminaría ahí. Cerró los ojos, comenzó a sudar, los nervios se apoderaron de él y su falsa calma desapareció.

—Estamos aquí reunidos, para presenciar la ejecución de está escoria de la sociedad. Todos conocemos lo difícil que es la convivencia entre nosotros hoy en día —dijo el verdugo, dirigiendo el discurso hacia el público.

"No. Por favor, alguien, alguien que me ayude. No quiero morir aún". Pensó, mientras miraba a la gente despavorido.

—Las reglas de la ciudad son claras, no importa cuán necesitados estén, está prohibido robar, matar o violar, todos los que incumplan las normas básicas de convivencia serán ejecutados. Es el precio por vivir en paz y armonía.

"Que alguien me escuche, por favor, se lo ruego". Tatsuma cerró los ojos y apretó los dientes, esperando el final de su desenlace. No pudo evitarlo y derramó algunas lágrimas de angustia.

Una pequeña luz de color rojo comenzó a brillar en el centro del logo de la fortaleza de Shinto, aquella luz cobraba forma y densidad

El verdugo se acercó a la guillotina y quitó el cerrojo que sostenía la hoja de metal. Tatsuma cerró los ojos esperando el momento de su muerte. Escuchó los gritos y el murmullo del público y a pesar de tener los ojos cerrados, pudo percibir una intensa luz. La hoja iba directamente hacia él, acompañado del típico silbido producido cuando el filo corta el viento.

Sintió como si alguien o algo lo hubiera empujado con firmeza a un costado, destrozando la guillotina. El dolor se disparó en todo su cuerpo debido a los trozos de la guillotina que impactaban en él, pero aún sentía su cuerpo, sus piernas, sus brazos.

Abrió los ojos y miró la maquina destrozada. Escuchó el murmullo de la gente y vio al verdugo en pánico. Se dio cuenta de que no lo habían decapitado. Todavía seguía vivo.

—Te pregunto. ¿Tú eres mi Master? —dijo una suave voz aguda.