Había estado postergando aquella realidad por demasiado tiempo. Se descubrió ilusionada, estúpidamente ilusionada. Pero hasta cuándo arrastraría sus propias mentiras, cuál sería la distancia que sería capaz de soportar aquella carga, por qué evadir la libertad, por qué fingir que podía cambiar. ¿Por qué engañarse con un amor que no existía y que prometía nunca existir?

Intercambiaban miradas y sabía que no era a ella a quien miraba, lo supo siempre pero lo ignoraba constantemente. Ignoró el primer indicio de que ella no tendría cabida en su corazón, que a pesar de los años, del odio que aquella había construido para él, de las innumerables circunstancias que los hacían tomar diferentes caminos, él nunca la amaría. La única, la primera y la de siempre era Kikyo. Siempre sería Kikyo.

Despertar con el cielo sobre su cabeza y recordarse que todo era verdadero, que Inuyasha existía, que su amistad no era más que eso, ese era su pequeño calvario de cada día. Sonreír porque era ella quien daba alegría, regar el idilio que nacía entre Miroku y Sango, darle cariño a Shippo, ser más fuerte, perder sus miedos, crecer espiritualmente. Convertirse en una mujer para salvar vidas, para luchar contra sí misma, contra sus fantasmas. Esas eran las cosas que se habían convertido en cotidianeidad.

Y además, consolar desde la distancia y sin decir palabra el corazón roto pero enamorado de Inuyasha.

—¿Aome?

—Sango —sonrió.

—Aome, ¿cuándo será el día que decidas ser feliz?

Su pregunta, espontánea y real, la sorprendió sobremanera. Su amiga la miraba a los ojos, llena de ternura y de verdadera y sana compasión.

—¿De qué hablas?

Sango dibujó una media sonrisa.

—Sabes de qué hablo —y se alejó, dejando a Aome con nuevos interrogantes.

Se puso de pie y, observando el curso del río, decidió que regresaría a su época.

Detuvo su marcha, sabiendo exactamente en dónde se encontraban. Escuchó la voz de Jaken, de repente irritante, hacer preguntas; él lo ignoró, como siempre hacía, sabiendo que no tenía por qué atender a sus nimiedades. Oía, sí, los cánticos de Lin más atrás, eso no le molestaba. De hecho, ella había dado nacimiento en él a ciertas cuestiones llamadas tolerancia y paciencia, pero la reservaba para ella, para nadie más.

—¿Amo Sesshomaru?

—Esperen aquí —y reanudó su caminata.

Los murmullos de Jaken y Lin desaparecían con cada paso que daba. El bosque comenzó a obsequiarle sus propios sonidos, aquellos que, raramente, no había apreciado apropiadamente con anterioridad.

Frunció el ceño.

Escuchó otra voz, chillona y fuerte, reclamando algo que Sesshomaru no comprendió en absoluto; todo lo que hablaba pertenecía al orden de lo absurdo. Podía encontrarse a cientos de kilómetros y jurar que escuchaba su voz aguda. Y no sólo su voz, sino sus gritos. Sesshomaru se sobresaltó levemente cuando la sacerdotisa exclamaba de dolor. Se asomó un poco más y vio cómo ella analizaba una herida en la palma de su mano, escuchó nuevos reproches, diálogos que no iban dirigidas a nadie, sólo a ella misma, criatura tormentosa. La vio fruncir el entrecejo, furiosa por algo que tenía que ver con el "mal estado" del pozo.

Era ridículo.

Ridículo era que disfrutara del aroma de su sangre en el viento, una fragancia que se enredó en la vegetación y se mezcló perfectamente para alcanzarlo y deleitarlo.

Sencillamente ridículo.

Cuestionó su voluntad, por hacerlo permanecer allí, donde pudiera oírla y olerla. Le irritaba querer permanecer en ese sitio, en ese bosque, en las cercanías de aquel pozo. Aquel maldito pozo.

La voz de Lin se aproximaba en aquel bello cántico que había terminado por adoptar como melodía de fondo. Pero su música se vio interrumpida por los clásicos, y siempre molestos, regaños de Jaken, incapaz desde el principio de disciplinarla. Lo cual, por algún motivo extraño, no parecía afectarle al youkai. Y ella le sonreía con más alegría, porque por ese pequeño demonio lo daría todo, y continuaba con su canto; tal como esa tarde.

Trotando y acariciando las flores a su paso, la pequeña humana salió del escondite que proporcionaba la maleza y la recibió el sol y la brisa, y una Aome sorprendida pero sonriente.

—Lin —saludó, con una voz sosegada y maternal que acudía a ella cuando la niña se le presentaba—. ¿Estás sola?

Por supuesto que no está sola. Qué pregunta tonta.

Lin miró hacia atrás, pensando que vería a su amo en las cercanías, pero en su sitio el señor Jaken apareció en escena, ahogando improperios y quejándose sobre la incorregible naturaleza de la protegida.

—¡Lin! —exclamó furioso.

—Mire, señor Jaken, está lastimada.

El pequeño demonio permaneció mudo por unos segundos y tras observar a la joven compañera del inepto de Inuyasha, y comprendiendo que la niña se refería a ella, hizo un ademán reportando que le importaba muy poco si estaba lastimada o no.

—¿Y qué quieres que haga yo? —había sido una pregunta retórica, pero Lin poco entendía al respecto.

—Deberíamos ayudarla —se aproximó a Aome, sosteniendo su mano, observando con ojo clínico.

—Es sólo un rasguño, nada serio —habló rápidamente la chica, sonriendo.

—Ya oíste, Lin, no es nuestro problema.

—Pero está sangrando.

—Lin.

La nueva voz se llevó toda la atención de cada ser viviente en el área. Jaken giró sobre su eje completamente atemorizado, la aludida miró a su amo con ojitos de cachorro mojado y Aome sostuvo la respiración por un espacio de diez segundos. Todo lo que tenía que ver con él daba miedo, era cierto, y había un aire de misterio y autosuficiencia mezclados que llamaban la atención de cualquiera.

Aome retiró su mano del agarre de Lin con delicadeza, sin despegar la mirada de Sesshomaru. La niña quiso tomar la mano de Aome nuevamente, pero ésta le susurró un afable: "No te preocupes" y acarició su cabello.

—¡Amo Sesshomaru! —el grito agudo de Jaken hizo que Sesshomaru frunciera el ceño— ¡Esta niña ha resultado ser muy desobediente!

—Sólo intentaba ayudarme —intervino Aome por impulso. A las milésimas de segundo se arrepintió cuando los ojos de aquel youkai la hicieron sentirse como un insecto.

Y luego se dijo que no tenía miedo. O eso creía.

—Es sólo una niña —prosiguió—. Y si piensa, señor Jaken, contribuir a su crianza, le sugiero que sume paciencia a su lista de virtudes.

—¿Quién te has creído, niña? —irguió el Báculo de Dos Cabezas y Aome se sintió cohibida por aquel artefacto cuyas funciones ya conocía.

—Jaken —Sesshomaru hablaba por segunda vez y era como si la vida en el bosque se suspendiera momentáneamente—, deja de jugar.

Comenzó a caminar y pasó frente a Aome, la miró, luego a su mano y finalmente a Lin, dándole la silenciosa orden de que lo siguiera. Ella se petrificó, apenas sosteniéndole la mirada y una vez que desapareció, sus pulmones retomaron la actividad que les correspondía.

Qué ridícula, se reprochó.

Colgó la mochila en sus hombros y saltó al pozo.

Recordó aquella búsqueda, la que por largo tiempo lo mantuvo ocupado, la misma en la que se ensimismó de tal manera que su codicia no hizo más que acrecentar. Tiempo le tomó comprender finalmente que el destino de Tessaiga estaba sellado en las manos del inútil que tenía por hermano menor.

Pero no era por Tessaiga que había buscado en su recuerdo aquellos eventos. Evocó su voz chillona haciendo eco en la tumba de su padre, evocó con fastidio sus palabras, aquellas que no podría sacar de su cabeza nunca.

Sesshomaru quedará en ridículo. Lastimará su orgullo.

Y si debía adoptar la faceta honesta admitiría que no se había equivocado, efectivamente se había sentido burlado. Y furioso con su padre por no haberlo elegido a él como merecedor de aquella espada… Qué más daba. Tessaiga había dejado de interesarle.

Pero no era la espada el problema. Resultaba preocupante la facilidad con la que perdía el hilo de sus pensamientos. Sus propios pensamientos, los del inteligente y meticuloso Sesshomaru. Esto es absurdo. Suspiró ruidosamente, luego pensó que no quería dar inicio a un cuestionario por parte de Jaken o tendría que asesinarlo; cuestionario porque el pequeño demonio lo miró de soslayo al advertir el más que evidente debate mental de su amo. Ni el silencio que Lin le había obsequiado, ni la armonía del bosque le estaban dando respuestas. ¿Por qué había recordado las palabras de la humana? ¿De dónde había surgido el patético interés?

Mi propósito es deshacerme de Naraku. Ni Tessaiga, ni esa humana, ni nadie merecen mi atención.

Justo cuando creyó que podría deshacerse de su hermano, aquel insecto sin valía ni propósito, justo cuando pensó que Tessaiga sería para él, ella, de las miles de criaturas que poblaban el vasto mundo, ella había logrado lo que él, el gran Sesshomaru, no pudo, ni siquiera el susodicho heredero, ella había tomado la espada como si de un bastón de madera se tratase.

Se le había aproximado con el poderoso anhelo de hacerla desparecer por cometer la tropelía de tomar asunto en algo que no le correspondía; y lo que era peor, confrontarlo, como si se tratara de un igual. Había tenido el descaro de hacerle frente. Una humana.

—¿Amo Sesshomaru?

—¿Qué? —espetó sin más.

Recordó el veneno que utilizó, porque su odio había sido tal. Luego la ruptura de su armadura, diminuta humillación que ocultó tras una risa satírica. Y por si no hubiera sido poco, la humana resurgió con la espada en la mano, luciendo exactamente igual que antes, eso sí había colmado su paciencia.

Ya sabía lo que venía después, por lo que prefirió volver a la realidad.

—¿Se encuentra bien, amo?

—¿Por qué lo preguntas?

Lo miró por el rabillo del ojo, advirtiéndole.

—N-no, no, por nada, amo. Lo veo perfectamente.

—¿En qué pensaba, amo? —la voz angelical de Lin terció el pequeño diálogo que había sostenido con Jaken.

—¡Niña insolente! ¡Cómo te atreves!

—Se lo veía muy pensativo, ¿verdad, señor Jaken?

—¡Lo que el amo Sesshomaru piense no es de nuestra incumbencia, Lin!

Y de la nueva discusión que surgió entre Lin y Jaken, Sesshomaru no formó parte. Muy al contrario, aceleró ligeramente el paso y lo hizo de forma sutil, así sus acompañantes mantenían la distancia. Frotó su sien, molesto por algo.

—¿Dónde está Aome? —quiso saber de esa forma peculiar que ya todos conocían.

—Regresó a su época —repuso Miroku, tratando de evadir la inexorable discusión.

—¿Y quién le dijo que podía regresar? —exclamó— ¡Este no es momento para que se vaya!

—Inuyasha —terció la suave voz de Sango—, Aome necesitaba regresar. Dale un par de días, ella siempre vuelve.

—Sango tiene razón, mi compulsivo amigo. Además, tu comportamiento no fue muy digno.

—¿Mi comportamiento? —la situación comenzaba a estresarse.

—¡Eres un tonto! —intervino Shippo— ¡Sólo tú podrías cometer el error de llamarla Kikyo!

Inuyasha permaneció mudo. Cohibido por la acusación, consiente de ello: de su garrafal error. No había forma de justificar su falta, no era la primera vez que lo hacía pero es que sencillamente aquella mujer no abandonaba su pensamiento. Y Aome había aparecido en su vida para acrecentar ese conflicto que llevaba clavado en su pecho por más de cincuenta años.

Dio media vuelta y se alejó de sus amigos. Únicamente en soledad era capaz de afrontar su vergüenza.

—¿Qué crees que ocurre en el corazón de Inuyasha, Sango? —preguntó Miroku, consiente de aquel sexto sentido que sólo ellas poseían.

—Él no ha olvidado a Kikyo —sentenció con amargura—, y eso entristece a Aome.

—Inuyasha es un tonto —la siempre final conclusión del infante.

¿Y qué si lo era? No, no lo era, qué estaba diciendo. Pero sí había sido un error llamarla Kikyo. De manera involuntaria comenzó a recordar aquello que creyó que tendría, lo que dejaría de tener para tenerla a ella. Había estado más que dispuesto, felizmente dispuesto a abandonar su naturaleza híbrida por ella.

Luego pensó en Aome y en el daño que había provocado en ella. Nuevamente entraba en la confusión porque había sido cólera lo que había visto en ella cuando cometió la magnánima equivocación. Le había reprochado y sus facciones se habían contorsionado de tal forma que sintió auténtico miedo.

Suspiró ruidosamente. Se sentía molesto por algo. Y no regresaría con lo demás, sólo les daría la posibilidad de seguir fastidiándolo con lo sucedido. Dormiría en un árbol, eso solucionaría el inconveniente, particularmente con Shippo, quien disfrutaba atormentándolo cuando se trataba de Aome.