Era una hermosa mañana en Amity Park, digna de una postal. Los pájaros cantaban, el sol brillaba y todo el mundo disfrutaba de lo que parecía un tranquilo y prometedor día. Todo el mundo…excepto una persona.
Un joven de cabello negro y ojos azules caminaba por la acerca con paso lento. No había dormido bien en toda la noche, se había levantado tarde aquella mañana y por ende, había perdido el autobús. A pesar de tener la capacidad, Danny había escogido no volar, ni correr, sino caminar tranquilamente hacia la escuela. Últimamente él no se sentía muy bien, había tenido muchas batallas constantes con todo tipo de vándalos fantasmales que decidían que Amity Park era un buen lugar para hacer sus destrozos. Eso era lo que hacía a Daniel Fenton diferente.
Desde aquel accidente en el portal fantasma que habían construido sus padres, él había dejado de ser un sencillo, común y corriente adolescente para convertirse en un súper héroe de medio tiempo. Pero eso era algo que muchas personas sabían. El ''chico fantasma'', mejor conocido como Danny Phantom, era toda una celebridad entre las jóvenes de la escuela a la que Danny asistía; La Secundaria Casper.
Para el ojiazul era bastante irónico que sus compañeras estuvieran enamoradas de una de sus identidades pero que a la que veían todos los días no fuese más que un perdedor a sus ojos. Pero Danny estaba acostumbrado, nada en su vida era sencillo.
Él tenía que enfrentarse casi todos los días a los más feroces y temibles fantasmas, peleando cuerpo a cuerpo para defender el lugar en el que vivía y a las personas a las que amaba; casi siempre solo. Sus mejores amigos, Tucker, Sam y su hermana Jaz ayudaban a su manera, pero no era lo mismo. A veces prefería que no lo hicieran, pues la mayoría del tiempo se ponía en riesgo sus vidas con tan solo intentar intervenir.
Danny Phantom estaba acostumbrado a enfrentarse a la vida solo, o al menos a una de ellas. Y a pesar de que en televisión el súper héroe de cabello blanco se viese indestructible, él era igual de vulnerable que cualquier otro simple mortal. Hasta ahora había tenido suerte, podría pensarse, nada le había ocurrido aún. Pero uno nunca sabe cuándo llegará el día en que nos enfrentemos con la realidad de nuestra propia fragilidad.
Obviamente los pensamientos de Danny no vagaban en temas tan filosóficos u oscuros. Él pensaba en excusas que decir cuando se enfrentara al rostro calvo y gordo del viejo Señor Lancer y éste le pidiese explicaciones acerca de su llegada tarde.
''Me desperté tarde y hoy simplemente no me siento lo suficientemente bien como para correr o volar, señor Lancer. '' Eso le diría si pudiese ser tan honesto. Pero era obvio que para el maestro cuarentón no solo parecería un mentiroso, sino un graciosito digno de un castigo. Y lo que Danny en ese momento menos quería, era tener que quedarse en la escuela después de clases.
Unas cuantas ideas decentes estaban atravesando su mente, cuando entró a la escuela y empezó a recorrer los pasillos del edificio. Pensó que sería buena idea correr un poco, para parecer apurado y miserable, apelando a la a veces inexistente piedad del profesor. Pero después de un par de metros recorridos a su máxima velocidad, el chico fantasma empezó a jadear. No pudo evitar poner una mano en su pecho, sentía un extraño dolor que le impedía correr a la velocidad adecuada.
''Probablemente todavía tenga moretones de mi última batalla con Skulker''. El cazador fantasma había actualizado su armadura en las últimas semanas, y eso representaba una de las peores pesadillas para el adolescente. Poco tiempo libre. No es que tuviese una gran vida social, pero Danny a veces se cansaba de pasar todo su tiempo peleando fantasmas, cuando le gustaría ir con sus mejores amigos a comer una hamburguesa o ver una película. Cuando uno de sus enemigos mejoraba sus habilidades, al héroe usualmente le solía llevar más tiempo del habitual derrotarlo.
Agotado sin haber corrido realmente, llegó al salón de clases donde el señor Lancer lo esperaba con los brazos cruzados y una mirada furiosa en sus ojos. Por un segundo, Danny recorrió el salón de clases con la mirada, nada nuevo. Estaban los alumnos que lo ignoraban, los que lo observaban indiferentes, los que lo observaban burlones, y los que lo observaban preocupados, en ésta última categoría solo estaban incluidos sus amigos.
―Buenos días, señor Fenton. Me alegra que haya podido honrarnos con su presencia este hermoso día― dijo con filoso sarcasmo el educador.
―Lo lamento, señor Lancer pero tuve un pequeño percance ésta mañana y…―.
― ¿Con un percance, se refiere a que se quedó dormido?―preguntó, pero con un movimiento de la mano interrumpió la respuesta que tenía Danny en los labios―Ahórreselo, señor Fenton. No quiero escuchar más de sus excusas. Es un bello día de primavera, perfecto para darle a un chico irresponsable como usted un castigo. Sin embargo, hoy me siento benévolo, así que vaya a su asiento y traté de absorber un poco de conocimiento ¿Le parece?―.
El pelinegro asintió, y sin decir palabra caminó hasta su asiento, en medio de los de Sam y Tucker, y se dejó caer en la silla. Lancer no perdió más el tiempo lidiando con él y empezó un discurso acerca de por qué era Edgar Allan Poe uno de los maestros universales del relato corto. Esto no ayudó sino a adormilar al chico fantasma, quién apoyó su mejilla en su mano y luchó contra el sueño que había acumulado la noche anterior.
Usualmente no le importaría demasiado quedarse dormido en clase por dos simples razones: una, sus amigos estarían al pendiente de que no lo atraparan durmiendo, y dos, era algo usual en las clases del señor Lancer. Sin embargo, el joven no estaba seguro de que la paciencia del catedrático fuese lo suficientemente grande como para perdonarle una segunda falta.
Danny no notó las miradas preocupadas de sus amigos, ni sus intentos por llamar su atención para poder preguntarle a escondidas que era lo que le había impedido llegar a tiempo. Éste simplemente siguió garabateando en su cuaderno, luchando por no perder la consciencia.
El resto de la mañana no fue muy diferente a esa clase, sin embargo, en medio de la clase de biología, el chico fantasma perdió la batalla contra el sueño y le dio problemas a Tucker, pues al quedarse dormido sobre la mesa casi tira al suelo un par de contenedores con lo que parecían fetos de un alienígena. Después de lo que pareció una eternidad, el timbre del almuerzo sonó, regresando a Danny a la vida.
Él y sus compañeros caminaron hacia una mesa vacía en el exterior de la escuela. Una vez que se sentaron el interrogatorio dio comienzo.
― ¿Así que…quién fue esta vez?―preguntó Tucker con la boca llena de su hot dog.
―Nadie― respondió sencillamente su amigo mientras jugueteaba con su bolsa del almuerzo― Simplemente se me hizo tarde―.
―Te noto un poco raro hoy Danny, ¿estás…?―pero Sam fue interrumpida por una alta chica con larga cabellera pelirroja, quién compartía con su hermano los mismos ojos azules como el cielo.
―Danny, ¿podrías prestarme un poco de dinero? Olvidé mi almuerzo― dijo ella de manera casual, mientras saludaba a los mejores amigos de su hermano con una pequeña sonrisa y un gesto con su mano.
―Toma el mío―dijo el joven mientras le tendía su comida.
―Pero ¿qué vas a comer tú?―cuestionó preocupada Jaz.
―Está bien, no tengo apetito hoy― respondió un poco cortante, mientras insistía en que su hermana se llevara la bolsa. Minutos después, Jaz accedió, aceptó el almuerzo y se marchó sin dejar de lanzar miradas preocupadas a Danny.
― ¿Tú? ¿Sin apetito? ¿Te sientes bien Danny? Podrías estar muriendo― señaló el joven moreno.
―Estoy bien, ― contestó el chico fantasma algo irritado― Solo estoy un poco cansado. No pude dormir bien anoche.
― ¿Skulker de nuevo?― tanteó la chica gótica.
―De nuevo: nadie. Simplemente un poco de insomnio, gran cosa― le restó importancia Danny, tratando de tranquilizar a sus amigos.
Veinte minutos más tarde, la campana se hizo presente. Eso para los 30 chicos y chicas de la clase del pelinegro significaba solo una cosa: la peor parte del día había llegado. Hora de gimnasia. Esa hora en que la entrenadora hacía correr, saltar y ejercitar en general a los chicos así hasta el punto de caer fulminados de un ataque. Y como si la perspectiva de sudar como cerdos no fuese lo suficientemente bella, ese día la clase de gimnasia era especial: quemados.
Fenton se preparaba mentalmente para lo que sería una de las peores masacres masivas en el mundo. Dash y sus amigos matones tomaban siempre el liderazgo de un equipo, mientras que Danny, sus amigos y el resto de los nerds se quedaban en el otro, esperando ser alcanzados por una pelota de goma a más de 100 km por hora.
En el camino a los vestidores, Sam despotricó acerca de cómo los quemados eran un deporte de alto riesgo que debía ser prohibido de las escuelas por fomentar la violencia entre los estudiantes. El ojiazul no prestaba realmente atención.
Sumido en sus pensamientos, se puso la ropa deportiva mientras trataba de ignorar como Dash se regodeaba y explicaba con lujo de detalles como lo despellejaría vivo. Mientras tanto, el adolescente pensaba en ese presentimiento que sentía en la boca del estómago; probablemente causado por el miedo.
''Creo que al final fue una buena idea no comer nada'' pensó Danny.
Al final no pudieron posponerlo más, los estudiantes se dividieron. El equipo, que ya se consideraba ganador lanzaba miradas hambrientas, mientras parecían decidir con que presa indefensa empezar. La entrenadora sonó su silbato y todos corrieron lo más rápido que pudieron hacia las pelotas rojas que estaban en el medio de la cancha.
Ni siquiera con sus poderes de fantasma, Danny hubiera sido capaz de prever lo que sucedió a continuación. Él posó sus manos sobre una de las pelotas, y cuando levantó la vista para correr y alejarse se topó cara a cara, con el chico rubio que era la pesadilla en todos los pasillos de la escuela. Dash le sonrió, y lo empujó con todas sus fuerzas, arrebatándole la pelota en el proceso.
El adolescente cayó sobre sus posaderas, completamente falto de aire. En la lejanía pudo oír a la entrenadora gritándole algo acerca de que se pusiera de pie y dejase de ser una niña. Como pudo, eso hizo y se apoyó contra la pared del gimnasio, lo más lejos posible de los miembros del equipo contrario. Los chicos que estaban en el suyo temblaban como pequeños chihuahuas, posando miradas nerviosas en todo lo que se movía. La maestra una vez empezado el juego, comenzó a leer su revista de belleza, de la cual no despegaba los ojos a no ser que fuese necesario gritarle a alguien.
El equipo de Dash era indomable y el contrario fue disminuyendo conforme los minutos pasaban. El trío de amigos esquivaban las bolas lo mejor que podían, pero entre menos personas había en el campo, más posibilidad existía de que fuesen golpeados.
De repente un miembro de las porristas lanzó una pelota, que se dirigía rápidamente hacia Sam. Ésta estaba ocupada esquivando a los nerviosos chihuahuas para notar el proyectil que se acercaba hacia ella. Sin embargo, Danny lo vio justo a tiempo para apartar a su amiga del camino. Una segunda pelota se dirigió horriblemente rápido hacia él.
Un crujido sordo. Como el de un delgado pedazo de madera rompiéndose, provino de alguna parte. La pelota impactó en el pecho de Danny, lanzándolo varios metros hacia atrás, haciéndolo caer finalmente al suelo. El chico fantasma no pudo levantarse inmediatamente, por lo que la entrenadora, no tarda ni perezosa comenzó a gritarle de nuevo.
Para Danny el mundo comenzó a moverse en cámara lenta. Su visión estaba levemente borrosa y le hacía falta recuperar su aliento. Pero no fue sino hasta que intentó ponerse de pie de nuevo cuando escuchó otro crujido similar al anterior. Fue en esa ocasión cuando notó que el sonido provenía de su interior. El dolor no tardó en hacerse presente.
El joven volvió a caer al suelo, sin poder respirar correctamente. Con la mejilla pegada al suelo, sintió las vibraciones de las pisadas de la maestra acercarse a su posición. Cuando de manera violenta, la gorda mujer lo tomó del hombro y lo giró boca arriba, el chico quiso gritar del dolor pero no pudo producir ni un sonido. Sintió el peso de la maestra arrodillarse su lado, ahora sabiendo que algo andaba mal.
Su vista comenzó a oscurecerse y lo último que vio antes de caer inconsciente fueron los rostros preocupados de Sam, Tucker y Dash, acercándose corriendo hacia él.
