SIMPLEMENTE J

Los personajes de Sir Arthur Conan Doyle no me pertenecen. Los OC sí son de mi autoría.

Joan vive como cualquier niña de seis años, al menos desde fuera. A tan corta edad, se da cuenta de que las demás personas y ella no coinciden en quién es realmente. Johnlock. Trans!lock.

o.o.o

Capítulo 1. Todo tiene un primer paso

Joan tenía seis años. Desde hacía varios meses sabía que algo de su entorno no estaba bien. Tras pensarlo tanto como un preescolar empedernido, dio con la clave.

Con la idea tan sólo en el secreto de su mente, corrió a los brazos de su padre en la cocina. Éste, al verlo llegar sonriente, lo alzó al vuelo y bajó el fuego de la olla.

—¿Por qué estás tan contento, Joanny? —le preguntó arropándolo contra su pecho.

Joan reía sin parar. Estaba seguro de que su padre nunca habría imaginado lo que iba a contarle y estaba tan emocionado que no podía separar la cara de la camiseta.

—Joan, te quiero —exclamó su padre acariciándole el pelo— y me gustaría comer hoy —puntualizó. ¿Podrías...?

—¡Soy un niño! —gritó lleno de vida.

El padre de Joan se quedó paralizado. Realmente no esperaba tener esa conversación. Por más de un segundo se sintió perdido. ¿Por qué? ¿Por qué Joan? Entonces miró a su hijo a los ojos y la alegría inicial había desaparecido. Su hijo estaba triste.

—¿Dije algo malo, papá? —el alma del padre de Joan se cayó a sus pies. Estaba tirando su filosofía de libertad sexual por la ventana. Acurrucó a Joan en el hueco de su cuello, apagó el fuego y, con un abrazo embriagador, le susurró al oído unas palabras que devolvieron la sonrisa a su carita.

—John. Me llamaré John.

Como la madre de John estaba de viaje, después de por fin comer, su padre habló con ella por teléfono. Acordaron hablar más en profundidad cuando volvieran. Sin embargo, no dejaría a su hijo sin darle la buena nueva tanto tiempo y Skype hizo su mejor función. Un hecho que pudo haber dividido a la familia la había unido más si cabía, pero el padre de John no se quedó tranquilo. Necesitaba información y no podía esperar ni un día más.

Mientras ya John jugaba en el salón, volvió a hablar con su pareja. Esa tarde él y su hijo irían a un lugar nuevo, en busca de respuestas y nueva compañía de viaje.

Al llegar allí tras una odisea por el armario, un niño de no más de dos años les abrió la puerta y casi se cae de bruces si no es por una mujer cuyo cabello revelaba su parentesco con el pequeño.

—Disculpen a mi hijo, es muy proactivo —rio nerviosa aupándolo. Pero pasen, pasen, no se queden en la puerta. Le doy la medicina a Sherlock y enseguida estoy con vosotros.

—¿Medicina? —espetó el señor Watson alertado apretando la mano de John. La mujer se dio cuenta de lo que acababa de hacer y, cambiando a su hijo de brazo, posó una mano sobre el hombro del visitante.

—Resfriado común. Como mucho saldrá de aquí con un catarro —sonrió sincera y partió sin más dilación a un salita cercana con cuatro ojos mirándola.

Al fondo de la estancia se veía un salón mucho más amplio. El padre de John cruzó una mirada cómplice con su hijo y comenzó a caminar. Estaban preparados.