Dos años después de la boda de Meimi y Daiki, las cosas habían cambiado bastante en el matrimonio de la joven pareja. Justo después de la boda, a Daiki le ofrecieron una jugosa plaza como jefe de detectives en el departamento de policía de Seika, misma que aceptó sin chistar. Y Meimi decidió ejercer su carerra como trabajadora social. Pero algo se iba muriendo poco a poco en el hogar de los Asuka, quienes debido a sus apretadas agendas, se veían cada vez menos, convivían cada vez menos y se conocían cada vez menos.

Había sido un día de trabajo realmente agotador para Daiki, quien llego arrastrándose al departamento que compartía con su bella esposa. Ese día, había ocurrido un tiroteo particularmente violento contra el dueño de un restaurante, del que, con anterioridad Daiki encontró sus nexos con la mafia como lavador de dinero. En el tiroteo había muerto el acusado , dos de los sicarios y dos agentes de policía, cuando uno de los jefes de plaza y su guardia personal se encargaron personalmente de los detectives usando ametralladoras de alto calibre. El gatillo privilegiado de Daiki había conseguido matar a uno de los esbirros, sin embargo el jefe había escapado ileso. El gobierno presionaba cada vez más a la policía de Seika para que atrapara al capo, lo cual tenía estresados a todos en el departamento, y nuestro joven policía no era la excepción. Habiendo sido un prodigio en la fuerza, destacando a una edad temprana por haber resuelto de manera casi sobrehumana una serie de casos criminales de delitos tan variados como estafa, tráfico de arte y robo, había superado a su gris, perezoso y mediocre padre, un detective de medio pelo que jamás pudo resolver ningún caso sin ayuda de su hijo, era natural que el capitán Ishihara esperase lo mejor de él, tanto que, por sus recientes éxito, el capitán pronto a jubilarse prometió al joven Daiki que él sería su sucesor, el capitán más joven en la historia de la corporación.

Apestando a sudor, alcohol y cigarro, camino con dificultad por el portal. Meimi miraba la televisión, al oír los tumbos de su marido hacia la cocina soltó un suspiro de hastío. No era la primera vez que llegaba en estado de ebriedad, habiendo encontrado en el alcohol un modo de relajarse tras las jornadas largas y exhaustas de trabajo que en ocasiones lo obligaban a estar fuera días enteros. En ocasiones, tras ausentarse por varios días no hacía otra cosa que dormir, prestando poco o nada de atención a Meimi.

-Meimi, tengo hambre, no hay nada…dijo con una voz áspera y cansada Asuka Jr. - Sírveme ahora, estoy muy cansado- La joven lo miró con los ojos entrecerrados. Apenas conteniendo su molestia le dijo: - Sírvete tú, está en el refrigerador-

-Bah, haces esto todos los días, nunca me recibes con la comida caliente, ni de buen humor y te dices mi esposa!- replico el borracho gruñendo entre hipos. Meimi abrió los ojos amenazadoramente.

-Vaya, ¡parece que solo quieres una sirvienta!- No te voy a servir, ya eres lo bastante grande como para cuidarte solo- le espetó tajantemente la pelirroja.

Asuka musitó algo incomprensible, y refunfuñando se dirigió hacia el refrigerador. Meimi volvió a la sala, y tomo asiento, suspirando profundamente. Su vida era completamente aburrida en estos días, y ya había olvidado muchos de los momentos agradables que, al inicio de su unión con el detective fueron abundantes. El trabajo y el tren de vida tan agitado de ambos, así como las consecuencias de no ser más sólo un noviazgo, sino un matrimonio, con el compromiso, el sacrificio, la entrega y el trabajo emocional que éste requiere, estaban por fin mostrándose de forma no muy agradable. Las discusiones empezaron a escalar al cabo de unos meses, y aunque Asuka prometía cambiar y Meimi hacer lo mismo, nada sucedía. Todo era tan absurdo e irreal, pensaba Meimi. De aquel chico torpe pero lleno de vida, inteligente, guapo y tenaz que había conocido cuando ambos tenían catorce años, ya no quedaba nada. Los dos habían cambiado bastante, orientándose a estilos de vida y empleos muy distintos. No eran ya aquellos jóvenes de veintidós años que se habían jurado amor eterno en un altar. La vida no era más color de rosa, las gafas de color de rosa se habían roto, quizás para siempre.

Meimi vió a Asuka caminar al baño. Un chapoteo asqueroso siguió. Ya había vomitado antes de llegar al sanitario, Meimi estaba fastidiada de limpiar la suciedad de su marido casi cada noche desde hace meses. Pero algo en ella albergaba la posibilidad de que el viejo Asuka, trabajador, atractivo y alegre, resurgiría algún día. Las esperanzas de Meimi, se iban consumiendo. Lo veía cada vez más feo físicamente, con la barba sin rasurar, el cabello grasiento, la camisa llena de manchas de café y cigarro, la camisa desfajada, los zapatos sucios y una barriga flácida que empezaba a asomar. Ella sin embargo, seguía conservando esa belleza juvenil y deslumbrante, que pareciese que no había pasado un día desde que había dejado el traje de maga y la cola de caballo. Pero había ahora mucha tristeza y soledad en sus ojos. No era más la Saint Tail dulce, coqueta y pícara que daba saltos acrobáticos por los techos, ya hace bastantes años. Quizás ella necesitaba también, de algo para salir de su monotonía. Asuka se refugiaba en el alcohol, pero Meimi?

Ya no tenía ningún sentido ir a la capilla y escuchar una vez más los consejos vacíos de Seira. Para ella era fácil, que no se había casado, habiendo dedicado su vida a un Dios, del que Meimi dudaba en estos momentos. Su vieja amiga, parecía estar cada vez más aburrida e indiferente de los problemas de Meimi, y sus advertencias eran cada vez más genéricas y superficiales. ¿De qué serviría estar casada hasta la muerte con alguien que ya te ha olvidado casi por completo, alguien que es prácticamente un extraño en casa? ¿Alguien que ha traicionado no solo a su esposa, sino a sí mismo en la búsqueda de la gloria personal? Un tipo que solo sabe mirarse el ombligo, beber y disparar como loco, pensaba Meimi irritada, ya en la habitación que compartía con Asuka. Se miró al espejo. Ahí estaba, como el primer día que se enfundó en el traje de la ladrona, su cuerpo delgado, pero bien formado, firme y atlético. El ejercicio físico le ayudaba un poco a liberar las tensiones con Asuka y su empleo, además de mantenerla con una apariencia más joven de lo que era. Su pelo había vuelto a crecer, en ocasiones se peinaba de nuevo con una cola de caballo para intentar animar a su esposo, pero parece que no servía de nada. De nuevo, esos ojos azules, tan llenos de desconsuelo, se llenaron de lágrimas contenidas.