Hi~! Aquí les traigo un fic sobre la infancia de Vegeta. En un principio empecé a publicarlo en otro sitio pero he decidido "mudarme" aquí. ^^
Espero que disfruten de la historia tanto o más que yo al escribirla.
Los áridos vientos del desierto zarandeaban con brusquedad su encrespado cabello. Caminó un par de metros más, intentando escrutar el horizonte entre los furiosos vientos de arena que le rodeaban y oscurecían el cielo.
Repentinamente paró su andar justo donde su scuoter le indicaba y rápidamente recorrió el lugar con la mirada; allí no había nada. El maldito aparado debía de haberse estropeado porque le había señalado la presencia de alguien en mitad de aquel desierto de arena roja. Molesto, dejó escapar un gruñido mientras notaba como las diminutas partículas impactaban con furia contra su dorada piel. Se dio la vuelta con un rápido movimiento dispuesto a alzar el vuelo cuando un sonido captó su atención. Se volvió con brusquedad hacia la dirección del ruido y enmarcó una sonrisa ladina cuando se percató de un camuflado bulto que parecía temblar. Con agilidad se posicionó al lado de éste y, tras examinarlo un breve instante, se agachó y levantó con rapidez una delgada manta rojiza que había mantenido ocultas a sus víctimas. Los miles de granos de arena que descansaban sobre la tela se unieron a los crecientes vientos huracanados, desapareciendo en la lejanía del desierto mientras madre e hija observaban aterradas a aquel joven muchacho pre-adolescente malherido.
La madre se posicionó de rodillas entre él y su hija, tratando de proteger a la pequeña entre ruegos. El muchacho rió débilmente ante el espectáculo pues, a pesar de no comprender lo que le estaba diciendo aquel ser, le era evidente que trataba de proteger con su cuerpo a la pequeña que sollozaba.
Aquella voz suave y entrecortada le dirigía vacías suplicas capaces de prometerle sus más profundos deseos a cambio de sus vidas. Mas las lágrimas empezaron a recorrer silenciosas su rostro tras notar la impasibilidad en las facciones del joven invasor. Él le dirigió una mirada de desprecio.
– Habéis tenido suerte, hoy no tengo ocasión de castigaros por todo el tiempo que me habéis hecho perder –mencionó divertido por la expresión de espanto de sus rostros. No estaba seguro de que esas criaturas realmente le entendieran, pero aún así continuó–. De todas maneras, no puedo dejaros con vida –susurró. Segundos después levanto la mano y una ráfaga de energía envolvió a madre e hija, haciéndolas desaparecer entre la arena del viento.
Poco a poco dejó caer su brazo junto al costado, observando con una mirada ausente el lugar donde antes se habían hallaban ambas criaturas. Tras aquello alzó el vuelo raudo y se elevó lo suficiente como para traspasar la tormenta de arena y hallarse flotando en el cielo violáceo.
– Nappa, ¿habéis terminado ya de purgar el resto del planeta? –preguntó mientras pulsaba el botón de su scooter.
– Sí, ya está todo listo, príncipe Vegeta. Estamos esperando su llegada para irnos de este maldito lugar –le respondió una voz áspera al otro lado. Sin decir nada más el muchacho cortó la comunicación y emprendió el vuelo.
No tardó mucho en llegar hasta el lugar de aterrizaje de su nave, donde encontró a sus dos compañeros esperándole: un joven Raditz, que se entretenía tirando un par de piedras que acabaron por derrumbar el edificio en ruinas de enfrente. Y el viejo Nappa, quien le dirigía una mirada impaciente. Tras su llegada rápidamente se subieron en sus correspondientes naves y alzaron el vuelo.
El chico se acercó a la ventanilla y echó un último vistazo a la ciudad en la que habían aterrizado, ahora en ruinas y devorada por las llamas, como queriendo ocultar las huellas del genocidio allí cometido. Rápidamente apartó la vista de aquella escena y observó ensimismado las miles de diminutas estrellas que se mezclaban con la inmensidad del vacío mientras su organismo caía en aquel artificial estado de sueño.
Lo despertó el repentino choque de la vaina contra la lona elástica de aterrizaje. Gruñó molesto y se restregó los ojos con un suave movimiento, aún aturdido por los químicos. Luego se apresuró a salir de la diminuta máquina y de su aire rancio. El aire frío le ayudó a despejarse levemente en su camino hacia el ala de medicina.
Allí fue recibido con indiferencia, dónde se centraron únicamente en reparar las secuelas de aquel último trabajo que su cuerpo aún no había podido sanar por sí mismo durante el viaje de vuelta; un hueso mal soldado, un par de fracturas en las costillas, un esguince... Nada irreparable. Apenas les costaría un par de horas volver a dejar al juguete de Freezer totalmente reparado. Nuevo. Para que su jefe pudiera de nuevo entretenerse con él y olvidarse un poco más de ellos.
Se dirigía de camino a su cuarto cuando Zarbon lo interceptó–. Vegeta, qué bien que ya estéis presentable. Lord Freezer desea veros ahora.
Sin ninguna escusa convincente para posponer aquello, el muchacho no pudo más que asentir. Zarbon le sonrió magnánimo. Apretó la mandíbula y desvió la mirada del afeminado soldado, intentando ocultar su incomodidad mientras seguía sus pasos. Ya sabía lo que eso significaba, lo que iba a pasar...
Y como cada vez, las manos empezaron a sudarle entre temblores y la bilis quemaba su estómago mientras el pulso se le aceleró conforme se acercaban a la sala del trono. Una oleada de autodesprecio invadió sus pensamientos al sentir de nuevo aquella emergente oleada de miedo.
En la puerta les esperaban Dodoria, junto a Raditz y Nappa. El alienígena rosa esperó hasta que Zarbon se posicionó a su lado para abrir las hojas opacas de metal que los separaban de su amo y señor. Vegeta apretó los puños, tratando de controlar los temblores y tragó duramente antes de retomar el paso hacia el interior de la gran sala.
– ¿Qué desea, maestro? –preguntó tras arrodillarse, pronunciando la última palabra con casi una imperceptible aversión. Nappa y Raditz permanecieron a sus espaldas, en completo silencio tras arrodillarse ellos también.
– Dime, joven príncipe: ¿Por qué habéis tardado tanto en la misión que se os encomendó? ¿Es qué acaso os habéis vuelto más inútiles de lo que ya sois? –le cuestionó con satírica burla aquella lagartija rosácea. El muchacho apretó aún más el puño con rabia.
– Lo sentimos, maestro. Pero el planeta poseía más habitantes de los que nos informaron –declaró con un tono neutro.
– Eso no es escusa –sentenció el reptil dirigiéndose al chiquillo–. Lo que realmente pasa, es que sois una panda de ineptos y estúpidos monos –le susurró burlón. Él alzó la mirada desafiante ante aquellas palabras y en consecuencia recibió una bofetada–. ¿Sabes? Siempre he odiado esa maldita forma que tienes de mirarme –le confesó, ocultando su diversión.
El joven muchacho no pudo evitar enmarcar una sonrisa de satisfacción mientras ocultaba el semblante, y trató de permanecer dócil a pesar de que el pómulo le ardía del dolor. Sin embargo, el déspota lagarto se percató de aquella tirante sonrisa en sus labios y no dudó en proveerle con una recia patada en el rostro que lo estrelló contra el suelo.
– Eres igual que tu padre, un idiota arrogante que no sabía permanecer en su sitio –siseó con asco, esperando el rebote del muchacho. Las manos entrelazadas en su espalda y su ojos rojos clavados en él y en su mueca de repulsión y odio, mientras se levantaba del suelo y se limpiaba la sangre de la comisura de los labios.
– ¿Así me pagas todo lo que he hecho por ti? –inquirió suavemente. Y semblante del joven príncipe mutó a una desafiante sonrisa ladeada–. Después de darte un lugar dónde dormir, comer y cagar... ¿Así me lo pagas? ¿Con tus faltas de respeto? –le preguntó instantes antes de darle una nueva patada en la cara. Le sonrió con ironía y se encaminó hacia el cuerpo magullado del chiquillo sobre el suelo–. Desagradecido. Debería haberte dejado morir con el resto de tu inmunda raza.
Vegeta trató de levantarse de nuevo, torpemente. Sus ojos llameantes de un odio mal oculto. Freezer observó detenidamente cada uno de sus movimientos, deleitándose con los momentos como aquel, en los que podía descansar de su obligaciones y se dedicaba a romper al pequeño príncipe monos. En quebrarlo. Despedazarlo. Destruirlo. Sonrió; le era tan divertido domar a su pequeña bestia...
El muchacho finalmente pudo volver a mantener el equilibrio arrodillado frente a él, sin levantar la mirada del frío suelo negro.
– Pero yo te enseñaré cómo debes comportarte en mi presencia –sentenció finalmente mientras deslizaba su cola por su frágil cuello y lo elevaba diligente del suelo, disfrutando de ver como las facciones del príncipe se empezaba a sofocar por la falta de aire entre balbuceos incomprensibles.
¿Cuándo llegaría el día en el que le pediría clemencia? Se preguntó impaciente mientras lo estrellaba una vez más contra le duro mineral del suelo.
El espectáculo se prolongó entre las miradas de impotencia de los otros dos subordinados y las sonrisas burlonas de Zarbon y Dodoria.
Los golpes colisionaban impasibles hacia el cuerpo del joven. La sangre emergiendo de las nuevas heridas y resbalando implacable por su piel, junto a los numerosos alaridos de dolor que escapaban incontrolables de sus labios.
– Espero que esto haya sido suficiente para hacerte recapacitar sobre tu actitud –comentó placenteramente Freezer. Le venía tan bien desfogarse tras una reunión con su padre y el inútil de su hermano...–. ¡Sacadle de aquí! –ordenó de manera repentina alejándose del príncipe.
Ambos sayajins se dirigieron raudos hacia el chiquillo, el cual había quedado en un estado lamentable. Y con presteza lo alzaron del suelo y se dirigieron con él hacia la salida. Mas, antes de que lo sacaran de aquella sala infernal, una mirada del más puro rencor salió de aquellos ojos de un vivaz negro. En aquel momento se juró a sí mismo una vez más que algún día mataría a aquel repugnante ser.
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Reeditado: Ene.2017
