Magi: The Labyrinth of Magic y sus personajes no me pertenecen, son propiedad de Ohtaka Shinobu.
Dedicado a Hakuren Ryûna, por la paciencia que ha tenido conmigo y con este fic. Te quiero, Osita.
Parte I.
La reunión entre los Ocho Generales de Sindria había durado más de lo previsto. Bueno, debería decirse entre los Cinco Generales, ya que Spartos y Sharrkan habían partido junto con el Rey Sinbad hacia el Imperio Kou y Masrur había preferido quedarse con su esposa. Nadie podía culparle, habían pasado demasiado tiempo fuera de su país intentando solucionar los asuntos de Balbadd, era normal que tras su regreso prefiriese quedarse con ella antes que atender una horrible y tediosa reunión. Así que había sido Jafar quien tuvo que relatar los acontecimientos. Además, como el Rey Sinbad le había dejado al cargo también habían tenido que comentar lo que harían hasta que su majestad volviese. En definitiva, una larga y tediosa reunión.
El general decidió salir a pasear un rato por los jardines del Palacio. Estaba agotado y deseaba meterse en su cama a dormir, pero había algo que quería hacer, o más bien, alguien a quien quería ver. La había visto desde el lugar donde habían celebrado la reunión y esperaba llegar a tiempo antes de que se retirase a descansar.
Lo hizo. La embajadora del Reino de Sasan, país miembro de la Alianza de los Siete Mares, la cual había llegado a Sindria un año antes, se encontraba observando unas flores blancas. La diplomática estaba de espaldas, por lo que Jafar solo veía su hermoso pelo anaranjado que caía en cascada hasta la mitad de su espalda, el vestido blanco ceñido que marcaba su cintura y terminaba de manera irregular en sus piernas, llegando hasta la rodilla en un lado y par de palmos por encima en el otro, sus hombros descubiertos aunque parcialmente tapados por su pelo, y su bonita piel bronceada. No podía evitar quedándose mirándola fijamente, buscando hasta el más ligero cambio desde su partida hacia Balbadd.
Ella pareció darse cuenta de su presencia, porque pronto se giró para mirarle. El general se sonrojó levemente al ser sorprendido de esa forma, pero ella no pareció, o no quiso, darse cuenta. Caminó tranquilamente hasta él, mirándolo con sus ojos dorados. Ella también parecía analizarle como él hacía segundos antes.
– Hola – comentó con voz suave la chica cuando se hubo parado frente a él.
– Aisha – saludó a su vez Jafar con una sonrisa tranquila – ¿Te apetece algo de compañía?
– Sería un honor – respondió con una sonrisa y un ligero sonrojo mientras apartaba la mirada de los ojos negros de él.
El general le tendió el brazo para que la embajadora enlazase el suyo con el de él, y ella así lo hizo. Comenzaron a pasear de esa forma, sin decir nada. El general sabía que tardaría un rato en tranquilizarse, por lo que le dejaba su espacio. Siempre era así cuando estaban juntos. Aisha, cuando no se trataba de un asunto diplomático, era una mujer tranquila y tímida, acostumbrada a las tradiciones y a la religiosidad de su reino. Jafar no pudo evitar sonreír al recordar como al poco de su llegada ella se sonrojaba cada vez que alguno de los generales o el propio rey la miraban a los ojos cuando hablaban. Por suerte ella había ido acostumbrándose al modo de vida más liberal de Sindria.
– Me alegro de que hayáis vuelto sano y salvo de Balbadd – comentó Aisha girando la cabeza para mirarle mientras caminaban – Recé por vuestro regreso.
– Te lo agradezco – respondió con sinceridad el general sonriéndole y llevando la mano al brazo que ella enganchaba al suyo y acariciando su mano – Fue un viaje… difícil. Pero por suerte todo ha salido bien.
– Puedo imaginármelo… – la diplomática parecía darle vueltas a algo, por lo que Ja'far esperó con paciencia a que continuase hablando. No tardó mucho – ¿Saliste herido durante la batalla?
El general decidió explicarle todo lo sucedido en Balbadd, con calma. Ambos se habían enviado cartas durante el viaje, pero en una carta no puedes realizar largas y complicadas explicaciones. Por supuesto, obvió todo aquello que, sabía, podía disgustar a la chica en exceso. Ella le escuchaba intrigada e impresionada. Aunque había oído hablar de las aventuras del Rey Sinbad, escuchar sobre algo acontecido tan recientemente de la boca de uno de los protagonistas era totalmente diferente. O tal vez solo se sintiera así porque era Ja'far quien lo contaba.
Dicen que el tiempo pasa más rápido cuando estás entretenido, y así fue para ellos. Aisha podía notar el cansancio en la cara de Jafar y, aunque no quería, sabía que él debía irse a descansar y recuperar fuerzas. Los próximos serían unos días duros para todos en Palacio, al estar el Rey Sinbad fuera en una misión diplomática.
– Deberías irte a descansar – acabó por decirle viendo que el general parecía dispuesto a quedarse durante más tiempo – El viaje ha sido largo, como estoy segura de que serán los próximos días.
– Tienes razón... – el general no quería irse, pero al igual que ella, él también sabía que debía hacerlo – Buenas noches, Aisha.
– Buenas noches, Jafar.
La chica se giró una última vez antes de entrar en la Torre Verde donde dormía, pero él ya había desaparecido de los jardines. No podía evitar sonreír, le había echado muchísimo de menos, más de lo que llegaría nunca a admitir. Sabía que estaba mal, pero no podía evitarlo: tenía sentimientos hacia él. Aún no había querido ponerle nombre a esos sentimientos, pero sabía que estaban ahí. Y, al contrario de lo que debería ocurrir, no se sentía mal o culpable por ellos. Al contrario, cada vez que pensaba en el momento en que se había dado cuenta de que esos sentimientos existían sentía una calidez en el pecho muy agradable…
Aisha estaba en los muros de Palacio, decidiendo qué hacer. Ese día se había celebrado la boda de Nailea y Masrur, había sido una boda preciosa y ella se alegraba mucho por ellos. Le habían impresionado mucho los elefantes que el rey Sinbad le regaló a Nailea, aunque ni loca se acercaría a ellos. Eran unos bichos demasiado grandes, pero a su amiga se la veía feliz y con ello le bastaba.
Pero la boda ya había acabado, y todos se habían ido o estaban bebidos, y ella no encajaba ni en uno ni en otro tipo. Rió al recordar a Jafar y Sharrkan borrachos, y sus comentarios... A pesar de que ella nunca se emborracharía, tenía que admitir que sus efectos eran muy graciosos.
– ¿De qué te ríes?
Se sorprendió y se asustó al escuchar una voz a su espalda, que resulto ser Jafar. Se giró con calma y sonriendo, dedicando después unos segundos a observar al general con atención. No llevaba el keffiyeh verde que normalmente cubría si cabeza, así que su pelo caía desordenado por su cara. La miraba con interés y algo... Algo que la chica no supo determinar.
– ¿Y bien?
– Estaba recordando la boda de Nai y Masrur – Aisha caminó hasta estar frente de él. Estaba borracho, al día siguiente no recordaría nada... ella podía hablar con tranquilidad – Me pareciste gracioso.
– ¿Yo? – la embajadora asintió como respuesta – Bueno, tú tampoco estuviste del todo mal.
– ¿Qué quieres decir? – no pudo ocultarlo, no le había gustado ese comentario. Jafar sonrió.
– Algo sosa... – Aisha iba a responder, pero se vio sorprendida cuando él levantó la mano y la acercó a su cara – aunque preciosa.
Jafar le apartó un mechón de pelo que Aisha tenía en la cara. Después continuó bajando la mano y acarició su mejilla, bajo hasta su cuello... La chica se sonrojó, el corazón le latía a mil por hora. Quería apartarse, sabía que debía, el general actuaba bajo los efectos del alcohol... Pero sus piernas no se movían.
Mientras tanto, el general subió la mirada y la clavó en los ojos amarillos de ella, en sus mejillas sonrojadas... Por un momento pareció que se le pasaron los efectos del alcohol, o tal vez incluso borracho se dio cuenta de lo que estaba haciendo, puesto que rápidamente dio un paso atrás y apartó su mano.
– Debería irme – dijo, casi en un murmullo, Aisha – Buenas noches, Jafar.
Pero aún no estaba preparada para sacarlos a la luz, y probablemente no lo estuviese nunca. No era algo propio de una dama de Sasan, no estaba bien. Así que era algo que se guardaría para sí misma. La amistad que tenía con el general era algo que atesoraba en su corazón con todo cuidado, y no se arriesgaría a perderla. Además, no sabía cuánto tiempo estaría en Sindria como embajadora, era mejor así.
– Me sorprendió mucho cuando me pediste que me quedase a desayunar. Pensé que lo harías con Masrur.
Un mes más tarde, Aisha estaba sentada desayunando con tranquilidad junto a la protegida del Rey Sinbad y esposa de Masrur, Nailea. La embajadora la miraba mientras la más joven se encogía de hombros y le enseñaba una enigmática sonrisa. A veces Aisha no podía evitar pensar que era un poco rara, pero a decir verdad era la persona con la que más a gusto se sentía en Palacio. Con la luz que entraba por el gran ventanal del fondo de la sala a esas horas, los reflejos rubios del pelo castaño y ondulado de Nailea destacaban más que nunca. Sus ojos violetas reflejaban la tranquilidad propia de la chica y contrastaban con su piel ligeramente bronceada.
– ¿Vas a contarme qué es lo que pasa? – preguntó la embajadora tras un largo suspiro, llevándose la mano a la cabeza para apartarse el pelo naranja, haciendo tintinear los aros dorados que adornaban su muñeca derecha.
– ¿Son nuevas? – Nailea señaló con la cabeza las pulseras y Aisha asintió.
– Jafar me las regaló el otro día.
La dama de Sasan no pudo evitar enrojecer y apartar la mirada de su amiga. Le había sorprendido que el general le hubiese querido hacer ese regalo, pero ella no le había hecho ninguna pregunta al respecto. De hecho, cuando se las entregó unos días atrás se había sonrojado tanto que ni siquiera había podido mirarle a los ojos mientras le daba las gracias. Era un poco extraño para ella recibir regalos así de un hombre que no fuera un familiar. Nailea suspiró, sacando a Aisha de sus pensamientos.
– Eres demasiado obvia… ¿Cuándo vas a hablar con él? – la joven castaña la miraba interrogante mientras esperaba una respuesta.
– Discúlpame, Nai, pero creo que no estoy entendiendo lo que me intentas decir.
Nailea tuvo que controlarse para no soltar una ironía en esos momentos ni poner los ojos en blanco, de verdad que su amiga era muy densa. Aunque lo que más le exasperaba era la formalidad con que había hablado. Pero bueno, era algo muy propio de ella, de una dama de Sasan. Iba a continuar hablando cuando la puerta de la sala en que se encontraban se abrió, dejando ver a un niño con el pelo muy largo recogido en una trenza azul.
– Buenos días, Aladdin – saludó Nailea con una dulce sonrisa mientras el chico levantaba la mano en señal de saludó y se acercaba a las dos mujeres.
– Si me disculpáis, he de bajar al puerto – anunció Aisha mientras se ponía en pie – Os veré más tarde.
La embajadora se pasó todo el día fuera de Palacio, pensando. Por supuesto que había entendido la insinuación de Nailea, simplemente era mucho más fácil fingir que no lo había hecho que el abordar ese tema. Era algo muy delicado, si bien era cierto que durante el último mes le daba muchas más vueltas de lo usual. Aun así había tomado su decisión y siempre le habían enseñado que cuando alguien elige un camino debe recorrerlo hasta llegar al final. Fingiría que esos sentimientos no existían porque era lo mejor para todos.
No llegó a Palacio hasta haber anochecido, ni siquiera había subido a cenar, se había pasado todo el día dándole vueltas a todo lo relacionado con Jafar, de nuevo. Y ahí estaba él, en la entrada de Palacio sonriéndole como si nada. Aisha se planteó seriamente dar media vuelta e irse como si no le hubiese visto, pero recordó su posición, embajadora del Reino de Sasan, y entendió que no podía hacerlo.
– Buenas noches, general – saludó con cortesía cuando estuvo a su altura.
– Buenas noches, Aisha – la pelinaranja intentó pasar a su lado hacia su habitación pero el general la sujetó por el brazo, con delicadeza pero firme – En realidad, estaba esperándote. Me preguntaba si querías dar un paseo.
La pelinaranja sabía que debía decir que no, pero fue incapaz. Antes de darse cuenta había enlazado brazos con el general y ambos caminaban por el pasillo exterior, mirando los jardines. No había nadie que pudiera molestarles, pero ninguno de los dos hablaba. De hecho, Aisha estaba demasiado ocupada intentando ocultar que estaba sonrojada y nerviosa como para pensar en qué decir. La risa del general la sacó de sus pensamientos.
– ¿Por qué te ríes? – preguntó entre confundida y enfadada dejando de caminar y apartándose un poco de él para mirarle a la cara.
– Nada – mintió él, mientras llevaba una de sus manos a la cara de ella para apartar un mechón de pelo anaranjado que caía por su cara – ¿Ocurre algo, Aisha?
Vaya que sí ocurría algo, la embajadora sabía perfectamente que Jafar estaba tomándole el pelo, picándola, y no le gustaba en absoluto. Estaba molesta con él y por eso no pensaba con claridad. No sabiendo cómo ni por qué, Aisha sujetó con ambas manos la cara del general peliblanco y, poniéndose de puntillas, acercó sus labios en un suave roce.
– Eso es lo que ocurre.
No acabó de decir la frase cuando se dio cuenta de lo que había hecho. Acababa de besar a uno de los Ochos Generales, acababa de revelar que en realidad se sentía atraída por él y probablemente había roto una amistad, y quién sabe si una alianza. Aunque conociendo el carácter del mujeriego Rey Sinbad dudaba que utilizase algo así como excusa, pero desde luego había actuado de una manera poco apropiada que le iba a traer problemas. O no.
La embajadora estaba tan concentrada pensando una disculpa que no se dio cuenta de que el general había vuelto a acercar sus caras hasta que no notó sus labios pegados a los de ella. Pero esta vez el beso fue distinto. Aisha era una inexperta, era la primera vez que besaba a alguien, pero no así Jafar. El general la abrazaba por la cintura mientras su lengua buscaba la de ella, esperando a que se relajase. Cuando lo hizo, la empujó con suavidad hacia una de las columnas, dejando que descansase la espalda en ellas sin dejar de besarla. Lo había esperado durante tanto tiempo que ahora no quería que nunca se acabase.
No estaba segura de cuánto tiempo habría pasado allí con el general, saboreando sus labios y deslizando las manos por su cuerpo. Cuando llegó a su habitación se dejó caer en la cama con una sonrisa: estaba feliz, aunque también algo preocupada. Preocupada por no saber qué había pasado por la mente del general, ni en qué estaría pensando en esos momentos. Pero había algo en sus ojos cuando se despidieron que disipaba parte de sus dudas, algo que le hacía creer que estaba haciendo lo correcto, o que el error que cometía no era demasiado grave. Su sonrisa se hizo más grande mientras pensaba en el sabor de los labios de general, el tacto de su piel, los escalofríos que recorrían su espalda mientras él deslizaba las manos por su cuerpo… Se sentía bien y no podía evitar preguntarse si volvería a ocurrir. Aunque eso despertaba otra pregunta, ¿significaba eso que estaban juntos? No habían hablado nada al respecto. Bueno, tal vez fuera mejor así, no poniéndole nombre.
Volvió a ocurrir, pero nunca le pusieron nombre. Todas las noches se reunían en los jardines, paseaban, hablaban, y al final uno de los dos cedía e iniciaba los besos y caricias. Durante el resto del día nada cambió entre ellos, Aisha continuaba siendo la embajadora del Reino de Sasan y Jafar uno de los Ocho Generales de Sindria. Nadie notó que hubiese nada entre ellos, y ellos tampoco lo hablaron con nadie. Bueno, con casi nadie.
– Echaba de menos que fueses a buscarme para desayunar – admitió Nailea mientras caminaba junto a la chica de pelo anaranjado.
– Lo siento, pero ahora que el Rey Sinbad ha vuelto parece que por fin todo por aquí está volviendo a la normalidad. O casi todo.
La más joven de las dos miró interrogante a la embajadora, quien simplemente señaló al frente. Aladdin caminaba hacia ellas con una sonrisa, parecía feliz. Nailea sonrió al ver al niño, y se paró a saludarle. Hablaron poco tiempo, él iba a buscar a Alibaba, quien había ido a hablar con el Rey. Se despidió de ellas, no sin antes comentar que el rukh parecía muy tranquilo a su alrededor, y las dos jóvenes continuaron su camino.
– ¿Por qué crees que será? – preguntó Nailea una vez sentada frente al desayuno – Lo del rukh, digo.
– Supongo que se deberá a nuestro estado de ánimo – respondió la chica del pelo anaranjado mientras alcanzaba una pieza de fruta con la mano y comenzaba a pelarla – Todo está tranquilo al fin y por eso nosotras estamos tranquilas, estamos bien y felices.
Nailea no pudo evitar quedarse mirando fijamente a la embajadora, quien al notar la mirada de su amiga fija en ella levantó la suya propia, fijándola a su vez en la más joven, interrogándola.
– Me preguntaba… ¿Eres feliz aquí, Aisha?
– La verdad es que… sí – la embajadora estaba visiblemente confundida por tal pregunta – ¿A qué viene esto ahora?
– ¿No echas de menos Sasan?
– Por supuesto, Sasan es mi hogar y lo será siempre, además es donde está mi familia. Pero no puedo decir que aquí, en Sindria, esté mal. Es decir, aquí está Jafar, estás tú, el resto de los ocho Generales… No lo sé, es diferente pero aún así soy feliz. ¿Tan extraño te parece?
Por lo que Aisha sabía, Nailea había vivido en el Imperio Reim cuando era una niña, pero luego Sinbad la había encontrado y la había traído a Sindria. ¿Tal vez fuese que la chica castaña estuviese nostálgica? Pero sería muy extraño, la embajadora no podía imaginarse a Nailea en algún sitio que no fuese Sindria, era su hogar, y sabía que la joven también lo sentía así. La razón de su pregunta tenía que ser otra, pero no acababa de verlo.
– Supongo que visto así no lo es. Por cierto, ¿por qué has nombrado a Jafar por separado? – Aisha tuvo que controlarse para no escupir el trozo de fruta que tenía en la boca. Cuando miró a su amiga ésta sonreía de una manera enigmática.
– B-bueno, es la persona con la que más tiempo pasó aquí además de ti… Es lógico que le tenga aprecio, ¿no crees? – la embajadora se colocó el pelo de manera que le tapase la cara lo máximo posible y pasó a prestar atención a la comida, pero Nailea seguía mirándola sonriente. La mayor se había sonrojado, por mucho que intentase ocultarlo.
– ¿Solo eso? – Aisha asintió sin levantar la vista, mientras la más joven suspiraba – Ya sé la verdad. Jafar me lo contó.
La pelinaranja se sorprendió más de lo que debía al oír esas palabras, llegando a pensar que la había entendido mal. Pero la mirada de Nailea no dejaba lugar a dudas. Aisha suspiró, antes de pedirle a la castaña que le contase lo que sabía. Nailea le explicó que el general se lo había contado hacía ya un tiempo, y que estaba un poco decepcionada porque la diplomática no le hubiese dicho nada. Aisha la escuchó con paciencia y sorpresa y, una vez hubo acabado el relato, se disculpó y despidió: tenía que bajar al puerto.
Durante todo el día no pudo concentrarse en su trabajo: solo podía pensar en Jafar, y en qué significaba que hubiese hablado con Nailea acerca de ambos. No es que Aisha estuviese celosa ni nada parecido, ni siquiera estaba enfadada. Sus sentimientos podrían describirse como decepción. Sí, estaba decepcionada porque el general no le había contado a ella que había otras personas que lo sabían, ni siquiera habían hablado entre ellos qué era su relación o si podía recibir ese nombre. Y, por otra parte, estaba nerviosa. Si se lo había contado a otras personas (aunque solo hubiese sido a Nailea), ¿quería decir que lo que había entre ellos era algo serio? No podía evitar pensar en cosas así, llegando hasta el punto de encontrarse mal.
Por esa razón dio aviso a los sirvientes de que no cenaría esa noche, además, de esa forma podía quedarse tranquilamente en la habitación, intentando pensar cómo podría sacar el tema con Jafar, tal vez en los días siguientes. Pero los planes se le truncaron en el momento en que llamaron a la puerta.
– Jafar… – murmuró la pelinaranja sorprendida al encontrarse al general cuando abrió la puerta.
– Buenas tardes – saludó por su parte él con cortesía, sonriendo a la chica y ofreciéndole la bandeja de fruta que traía en las manos – Me dijeron que no querías cenar pero aún así…
– M-muchas gracias – respondió Aisha sonrojándose – Pasa, por favor.
Aisha notó un leve sonrojo en las mejillas del general mientras éste entraba en su habitación. Miraba a todos lados, como si examinase la estancia. En realidad, pensaba Aisha, no había mucho que examinar, se trataba de una habitación más bien sencilla: una cama con dosel blanco, dos mesitas, un gran arcón, un armario y un pequeño escritorio. Todos los muebles eran de madera oscura y contrastaba con el blanco del dosel o de la colcha de la cama.
La pelinaranja decidió sacar al general de su ensimismamiento y se adelantó para coger la bandeja de fruta y llevarla hasta el escritorio, donde la dejó apartando algunos papeles, fundamentalmente cartas. El general la miraba hacer, tranquilo. Aisha se giró para mirarle y hablarle, pero el general se le había adelantado. Estaba ya a su espalda y en cuanto se giró aprovechó para capturar sus labios con los de él, rodeando su cintura con los brazos. Pero, pasados unos minutos, Aisha se apartó. Se separó un poco del general y bajó la cabeza de modo que no pudiera besarla. Jafar suspiró.
– Nailea me ha dicho que habéis hablado – el general esperó con paciencia, pero la diplomática no contestaba. Ella intentaba poner en orden sus pensamientos, no quería decir nada de lo que pudiera arrepentirse después. El tiempo pasaba y Jafar comenzaba a ponerse nervioso, por lo que llevó una de sus manos a la barbilla de ella y la obligó a mirarle a los ojos – ¿Estás enfadada?
Aisha se sorprendió, ¿de verdad creía que estaba enfadada con él por algo como eso? Inmediatamente se sintió fatal por no haber hablado con él desde el primer momento. Después de todo, era una tontería.
–Yo… Lo siento si te he hecho creer eso – dijo finalmente apartándose un mechón de pelo de la cara. A pesar de que aún la sujetaba por la barbilla, la pelinaranja no podía soportar mirarle a los ojos en ese momento, se moriría de vergüenza, por lo que mantenía la vista un poco ladeada – Es solo que… Bueno, no me esperaba que le hubieses hablado de… de esto a nadie. Y que lo hicieras sin decírmelo me molesta un poco, la verdad.
Jafar volvió a acercar sus rostros para besarla, de una manera más suave que momentos anteriores. Dejó su frente descansar sobre la de ella, aunque eso le obligase a estar un poco inclinado. Sus siguientes palabras fueron poco más que susurros, pero suficiente para que ella las escuchara.
– Discúlpame, por favor, no pensé en cómo todo esto te pudiera hacer sentir a ti. Pero quiero que sepas que en realidad no iba a decírselo. Es solo que… bueno, Nailea me conoce muy bien y en seguida supo que pasaba algo.
– Supongo que era inevitable que ella acabara descubriéndolo de una manera u otra.
Ambos rieron, más relajados. Aisha se sentía un poco estúpida porque había hecho una montaña de un grano de arena, pero se alegraba de ver que todo estaba bien entre ellos. Esta vez fue ella quien se acercó a él para besarle.
– Deberías comer algo.
La diplomática suspiró, molesta porque él hubiese estropeado el momento, pero de todos modos fue a buscar la bandeja con la fruta. El general sonrió y se giró para marcharse, pero la voz de la chica le detuvo.
– Jafar, – le llamó aún con la bandeja en las manos – por favor, quédate.
Tal era la vergüenza que sentía Aisha en esos momentos que ni siquiera esperó a ver la reacción de él, caminó hasta la cama y posó en ella la bandeja, sentándose a continuación. No levantaba la vista de la fruta mientras cogía una al azar para comenzar a comer, por lo que solo supo la respuesta del chico cuando notó el peso extra que hundía el colchón en el lado opuesto al que ella estaba. Ninguno de los dos decía nada, Aisha porque estaba muerta de vergüenza y Jafar porque prefería observarla. Ya llevaban así un rato cuando Aisha decidió que tenía que hacer algo y, en un arranque de valentía, se acomodó más cerca de él y apoyó la cabeza en su pecho. No dijo nada, notaba aumentar el calor de sus mejillas y parecía que el corazón iba a salírsele del pecho, pero todo pasó cuando él comenzó a acariciar su pelo. La diplomática sonrió y siguió comiendo, pidiéndole a Jafar que mientras tanto le relatase alguna de sus aventuras con el Rey Sinbad.
Mientras le escuchaba hablar Aisha pensaba en que no recordaba haberse sentido nunca tan tranquila, ni tan feliz, salvo tal vez alguna vez en su infancia. Le gustaba el movimiento del pecho del general cuando respiraba, le gustaba la manera en que jugaba con su pelo, lo hacía con una delicadeza y dulzura indescriptibles y le encantaba la tranquilidad que le desprendía la voz de él. De pronto él se revolvió un poco, lo que hizo que ella se irguiese preocupada porque el general pudiese estar incómodo. Iba a preguntarle cuando Jafar la abrazó por la cintura y la besó, con más intensidad que cualquier de las otras veces que habían estado juntos.
Antes de darse cuenta de lo que estaba pasando Aisha estaba completamente tumbada, con el general sobre ella. Su lengua se movía por instinto, intentando responder a la intensidad de él, mientras sus manos se movían solas, ya le habían quitado el keffiyeh verde al general y ahora se movían hacia sus ropas oficiales, mientras que él también movía sus manos retirando la tela que le molestaba para llegar a su piel bronceada. Cuando la mano del general se deslizó por su muslo, levantando el vestido blanco a su paso, se dio cuenta de lo que estaba sucediendo entre ellos. La diplomática se quedó bloqueada un segundo, intentando asimilarlo, y el general se dio cuenta de ello.
– Aisha… – comenzó a decirle Jafar, preocupado por lo que había estado a punto de hacer.
– No – le interrumpió ella, volviendo a besarle. Había tomado su decisión.
A la mañana siguiente, Aisha se despertó muy temprano, más de lo usual. Recordó lo sucedido la noche anterior y se sonrojó, temerosa de abrir los ojos por lo que pudiera encontrar. Pero Jafar sabía que estaba despierta, así que le apartó el pelo del rostro y juntó sus labios durante un instante, insuficiente para la diplomática.
– Buenos días – murmuró él con una sonrisa mientras ella abría los ojos.
Las noches que pasaban juntos en la habitación de Aisha se sumaron a los paseos por el jardín al anochecer, e incluso Jafar comenzó a bajar algunas mañanas al puerto con ella, si las obligaciones no le mantenían demasiado ocupado, como desgraciadamente solía ocurrir.
Los días continuaron sucediéndose y, aunque con Jafar todo estaba yendo a las mil maravillas, la intranquilidad comenzaba a hacer mella en Aisha. La situación en Sindria era de lo más extraña, estaban la llegada de Ren Hakuryû y Ren Kougyouku del Imperio Kou y el ataque que había sufrido el rey Sinbad. Aisha intentaba no darle muchas vueltas, pero acababa haciéndolo y no era capaz de encontrar una causa que justificase las últimas acciones del rey Sinbad, especialmente el enviar a Aladdin, Alibaba y Morgiana junto al príncipe del Imperio Kou a una isla para conquistar un laberinto. Y a todo ello había que sumarle las noticias que había recibido de su familia. Decididamente no era un buen momento para la diplomática.
De todos modos no dejaba que esas cosas se llevasen lo mejor de ella, siempre se controlaba a tiempo. Pero hubo un día en que se vio superada. Aisha estaba tranquilamente en su habitación, leyendo la última carta que había recibido de su hermano. De pronto, el ruido de un relámpago la sobresalto. Se levantó inmediatamente y se acercó al balcón. Nada más fijar la vista en el cielo se llevó las manos a la boca, intentando no gritar: la barrera protectora de Sindria parecía estar derritiéndose. Comenzó a temblar, asustada, pero de alguna manera consiguió recomponerse y caminar hacia la puerta. Tenía que encontrar a Jafar.
– Señorita, por favor, tiene que quedarse en su habitación – le dijo un soldado cuando estaba llegando al final del pasillo.
No quería quedarse en su habitación, pero sabía que debía hacerlo. Aún estaba valorando sus opciones cuando un gran ruido, parecido a una explosión, la sorprendió. El soldado volvió a insistir en que debía quedarse en la habitación: Aisha le hizo caso. Si el Palacio estaba siendo atacado Jafar tendría que estar en la defensa, por lo que no tenía sentido ir a buscarle, solo se pondría en peligro y sería una molestia más.
Pasó bastante tiempo antes de que un soldado, diferente que el que se había encontrado cuando intentaba salir, volviese a buscarla, a decirle que todo estaba bien. Preguntó discretamente si había habido heridos, recibiendo una respuesta negativa que le permitió respirar tranquila. Le explicó que algunos de los generales habían tenido que usar sus recipientes, pero que tan solo estaban agotados. También le dijo que había sido el magi del Imperio Kou quien había roto la barrera protectora, y que había atacado a Jafar.
Aisha se despidió del soldado con una sonrisa amable y dio gracias a Dios mentalmente porque todos estuviesen bien, aunque estaba preocupada por Jafar. Un ataque de un magi no era ninguna broma, aunque si le decían que estaba bien debía creerlo. Aún así, sus pies se movieron solos hasta la habitación del general. Por suerte nadie pareció darse cuenta de su presencia y no la detuvieron. La puerta no estaba cerrada, así que la diplomática abrió con cuidado y entró. Jafar aún no había vuelto. Caminó hasta la cama y se sentó, esperaría a que volviese.
La espera se le hizo más larga que cuando estaba en su habitación mientras Sindria era atacada. Aisha estaba nerviosa, jugueteaba con las manos sobre su regazo, impacientándose más según pasaban los minutos. Finalmente, la puerta se abrió, dejando paso a Jafar, quien se sorprendió al encontrarse allí a la diplomática. Aisha se quedó mirándole fijamente durante unos minutos, observando las magulladuras del general desde lejos.
– Aisha, ¿qué estás haciendo aquí? – murmuró Jafar.
– Idiota, ¿cómo se te ocurre enfrentarte a un magi tú solo? – replicó ella sin mirarle a la cara – Eres un idiota, podía haberte matado.
Mientras ella seguía hablando, Jafar caminó hacia la cama y se acuclilló junto a ella, rodeándola con sus brazos y atrayéndola hacia su pecho. Antes de darse cuenta, Aisha estaba llorando. Había estado tan preocupada por él que ahora que lo tenía cerca no podía evitar dejar salir toda la tensión acumulada.
– Tranquila, estoy aquí y estoy bien – murmuraba el general mientras le acariciaba el pelo de forma protectora. Estuvieron un rato así, hasta que Aisha consiguió calmarse.
– Lo siento – le dijo mientras se secaba las lágrimas y se apartaba un poco de él – Estaba preocupada por ti…
Jafar le sonrió con dulzura y le dio un tierno beso antes de sentarse junto a ella en la cama. Rodeó su cintura con un brazo para acercarla más a él y después se tumbó en la cama, obligándola a hacer lo mismo. Aisha se dejó hacer, quedando medio encima de él. Ninguno de los dos decía nada, hasta que Aisha se irguió un poco para mirarle a la cara, pero cuando iba a hablar se dio cuenta de algo: Jafar se había quedado dormido. Aisha sonrió.
– Te quiero – le dijo antes de darle un tierno beso en los labios y volver a para dormir ella también.
Durante los siguientes días Aisha pasaba más tiempo con Jafar, pero todo el mundo estaba demasiado ocupado como para darse cuenta de las razones detrás de este comportamiento. También se ofreció voluntaria para ayudar a preparar la celebración de la victoria de Aladdin, Alibaba, Morgiana y el príncipe Hakuryû en el laberinto, de modo que se mantuviese ocupada cuando no podía estar con el general. A decir verdad, no pegaba nada preparando una fiesta al estilo de Sindria, pero fue divertido. Le dio mucha pena que su amiga Nailea no fuese a la celebración, pero lo entendía perfectamente. Morgiana estaba herida, y se alegraba de que la chica contase con alguien como Nailea para ayudarla.
En realidad no pasó demasiado tiempo allí con los demás. El alcohol, la gente, el barullo… era demasiado para ella, no acababa de acostumbrarse del todo a ese aspecto de la cultura de Sindria. Dio un paseo por el Palacio, aprovechando la soledad y la noche. No había prácticamente ningún ruido, salvo los de la fiesta a lo lejos. Esa tranquilidad le recordaba a su casa, siempre tan silenciosa. Finalmente se sentó en el muro, apoyada en una de las grandes columnas, mirando las estrellas. Escuchó unos pasos acercándose así que se giró, pero sin bajarse del muro. Y allí estaba él, sorprendido de verla ahí.
– Hola – le saludó Aisha mientras Jafar se acercaba hasta ella. Al estar allí sentada era un poco más alta que él, así que apoyó sus brazos en los hombros de él, sonriente.
– Pensé que estarías en la fiesta – comentó él mientras colocaba las manos a los lados de su cintura, apoyándose en el muro.
Aisha se encogió de hombros, a punto de preguntarle porqué él tampoco estaba allí, pero se frenó al mirarle bien. Había algo extraño en él, como si estuviese dándole vueltas a algo.
– ¿Pasa algo? – preguntó Aisha con seriedad, levantando una mano hacia la mejilla del general, quien negó con la cabeza y le sonrió – ¿Seguro?
– Sí – respondió él, pegando su cuerpo al de ella antes de susurrarle en el oído – ¿Qué podría ir mal cuando estoy aquí contigo?
En lugar de sonreír o sonrojarse como esperaba Jafar que hiciera, la diplomática apartó la mirada. El general le dejó un poco de espacio y la chica se bajó del muro, suspirando. Había algo a lo que le había estado dando vueltas durante los últimos días, y tal vez era el momento de contárselo.
– Jafar… Voy a volver a Sasan.
Final de la Parte I.
