Aviso de derecho de autor:

Todo lo reconocible de la saga de Harry Potter es propiedad intelectual de J.K. Rowling.

Los personajes originales y tramas de las historias son de mi autoría, a menos que se especifique lo contrario.


Nota de la autora:

Wow, han pasado años desde que no público por aquí y si bien una parte de mí quería dejar esto en el pasado, creo no puedo. En serio que no puedo.

Aunque escriba en privado, solo para mí o para alguien más, de alguna manera tengo la necesidad de arrojar mis escritos en este rincón. Al mismo tiempo, me da miedo que un día vaya a cerrar FanFiction y todo el trabajo se pierda...

En fin, sé que es algo tonto. Sé incluso que a estas alturas, rara será la persona que me llegue a leer y que ya no produzco el mismo material que antes, pero de todas formas aquí os dejo esto.


One-Shot

Era sábado por la mañana y el cielo estaba particularmente despejado. Se podía sentir que el verano aun peleaba por no dejar que otoño llegara, pese a ser principios de agosto. El clima tormentoso del Reino Unido había tenido unos extraños días soleados, aunque frescos, como aquel. Aquello era ideal para salir en familia y así lo había hecho Draco.

En compañía de su esposa Artemisa e hija, Galatea, de apenas tres años, el hombre avanzaba por una de las calles del Callejón Diago. Iba empujando la carriola en la que se encontraba la niña. Galatea, con sus grandes ojos grises, curioseaba con emoción el mágico lugar al que pocas veces iban con tanta libertad.

A esas horas de la mañana no había tanta gente, así que era fácil moverse y no llamar demasiado la atención tampoco. Aunque eran caras conocidas para los dueños de algunos locales que se tomaban la confianza de saludarles como amigos de toda la vida.

Así pues, tras unos minutos de andar, llegaron a una pequeña cafetería local. El lugar más concurrido del Callejón ya no era el famoso y antiguo Caldero Chorreante, sino un lugar que había abierto hacia apenas unos cinco años atrás y donde se servía una variedad más global de aperitivos y bebidas, desde un té ingles con pequeños emparedados de jalea, hasta infusiones de yerba mate con tostones de plátano al estilo del caribe. Era un lugar agradable con una terraza enorme para estar al aire abierto, aunque con sombrillas que daban sombra a cada mesa.

La familia Malfoy fue a parar ahí para tener una especie de segundo desayuno o entremés antes del almuerzo oficial. Artemisa había propuesto la idea, justo antes de que su esposo se retirara al estudio a trabajar. «¡Es sábado, Draco! Está soleado y Gala no te ha visto en toda la semana» le había dicho la mujer, haciendo puchero y mirándole con el ceño ligeramente fruncido. ¿Cómo decirle que no?

Los tres entraron al establecimiento y fueron atendidos como los clientes regulares que eran, ofreciéndoles lo habitual y lo mejor. Artemisa tomó asiento, luego Draco sacó a Galatea de su carriola y la colocó en una sillita alta, especial para ella.

—¿Tienes hambre, chiquita? —preguntó al ver como la pequeña rubia mordía la nariz a su peluche. Gala llevaba su peluche de Niffler a todas partes y esa salida no iba a ser la excepción.

—Parece que sí, se está comiendo al Sr. Niff —intervino su madre, esbozando una sonrisa por la ternura que le provocaba ver a Gala actuar de aquella manera tan aniñada.

La aludida en cuestión se sonrojó ligeramente y dejó de morder el peluche. La verdad era que las encías le molestaban un poco, aunque no se opondría nunca a comer dulces o las cosas ricas que siempre le daban sus padres. Galatea era una niña sumamente mimada, pero muy tranquila también. Había llegado a comprender que, si actuaba de esa manera, los adultos le daban más atención, mimos y cosas lindas, incluso se ponían a jugar con ella.

—¿Qué vas a ordenar, Draco? —habló de nuevo, Artemisa, tomando una de las cartas que habían dejado en la mesa para ellos—. ¡Mira! —exclamó de repente—, tienen «Peach Cobbler». Hace años que no como uno —comentó con aire nostálgico la bruja de origen estadounidense, quien en esos momentos echó de menos casa y la comida de su madre.

Su esposo volteó a verla y se quedó perdido en su expresión. A veces olvidaba que Artemisa tenía un origen distinto al suyo.

—Nunca lo he probado —contestó, admitiendo su falta de experiencia con ciertas cosas, algo raro en él, pues Draco se distinguía por ser arrogante en ese aspecto. No le gustaba admitir que desconocía algo—. Podemos pedir para los tres —sugirió, volteando a ver a Galatea, quien no tenía idea de qué estaban hablando, pero igual asintió energéticamente.

—¡Sí! Yo también quiero.

Los adultos rieron discretamente ante la respuesta, luego siguieron mirando el menú para pedir un par de cosas más.

Draco hizo su decisión rápidamente, no le gustaba mucho variar sus hábitos, y en lo que esperaba a que el mozo volviera a tomar su orden, se quedó contemplando a su pequeña familia. Artemisa leía cuidadosamente la descripción de cada platillo, examinado y evaluando qué era lo que le convenía más en cuanto a combinaciones saludables, pero también qué era lo que más se le antojaba en esos momentos. Demasiado metódica para su propio bien. A su vez, Gala era todo lo contrario. Ella no se preocupaba por decidir qué comer, para eso estaban sus papis. La preocupación de la pequeña rubia era secar la colita de su peluche, la cual se había llenado de baba por su culpa, así que la estrujaba con la servilleta de tela que habían dejado frente a ella.

Una sonrisa se dibujó en el rostro del hombre rubio. Los días como aquel y los momentos agradables como ese eran esas cositas mágicas y únicas que le daban sentido a la vida, la que hacían que valiera la pena estar en constante pelea contra el mundo. Las personas podían pensar, y lo hacían, que los magos puristas eran la elite más privilegiada del mundo mágico y quizá en cuanto a recursos no les hacía falta nada, pero no por ello dejaban de estar luchando por sobrevivir en una sociedad que los quería ver caer, que les exigía perfección y les acribillaba cada que podía.

La prensa estaba contra ellos, sus propios subordinados a veces les hacían las cosas complicadas porque no los consideraban "dignos" de estar en esa posición, o cosas por el estilo. Tanto él como Artemisa vivían estresados y a nadie, más que a ellos mismos, les importaba su bienestar. Sin ir demasiado lejos, nadie había movido un dedo para ayudarles a encontrar a Scorpius. Su hijo llevaba desaparecido por lo menos un mes y nadie hacía nada. Los del ministerio tenían la cara dura de decirle que todo estaba bien, que su primogénito ya era un adulto y que seguramente volvería en unos días diciendo que había sido cosa de rebeldía o algo por el estilo.

No había interés en lo que pasara o dejara de pasar con una familia que estaba asociada a los que en una época fueron partidarios de los Mortifagos. Menuda sociedad hipócrita y de doble moral. ¡Oh, pero que no fuese a ser un desaparecido hijo de muggles! Ahí hasta Rita Skeeter reviviría para escribir la noticia.

Draco sacudió la cabeza ligeramente, deshaciéndose de sus pensamientos. Quizá estaba algo más paranoico de lo normal porque cada vez era más común toparse con liberales por la calle. Esos idiotas que querían un cambio bajo el argumento de la justicia social, pese a que su único interés era cambiar las cabecillas del poder por otros que les convinieran a ellos en particular. Él conocía ese juego y como buen Malfoy, no iba a dejar que la balanza se pusiera en su contra. Ya había sobrevivido a la desgracia una vez, ya había reconstruido su vida otra y nada de lo que pasara lo iba a amedrentar. No, no a él.