Los rasguños contra la puerta, el olor putrefacto que llenaba sus pulmones, los gruñidos sin sentido que proliferaban esas criaturas era el único sonido de fondo. Los cuerpos sin vida de todos ellos aglomerados contra la puerta, no tenía salida... las lágrimas brotaron de sus ojos y corrieron por su mejilla.
Había trabajado para esa empresa un par de años, sabía todos aquellos secretos, trabajo con esos virus… pero era desechable, al igual que el resto del equipo.
Rezó, pidió, lloro… esas cosas no iban a detenerse… ya escuchaba la puerta vacilar, las clavijas rechinar. Hecho un vistazo a todos lados… estaba en la enfermería, donde las puertas eran de cristal, donde el pequeño y nada practico ventanal todavía le permitía ver hacia afuera, donde sus antiguos compañeros luchaban por entrar.
Las luces se apagaron cuando todo comenzó, ella no lo sabía, nadie lo sabía… y para cuando lo supieron fue demasiado tarde… justo ahora es demasiado tarde.
Seco las lágrimas que recorrían sus mejillas… sujeto su cabello rubio con la elástica que nunca solía usar, un escalofrió recorrió toda su columna. Sus ojos azules se dirigieron a la grieta que esas cosas lograron hacer en la puerta… su corazón dio todo un vuelco, mientras sentía un nudo en el estómago, apretó con tanta fuerza sus dientes que escucho como crujían.
Su antigua bata blanca estaba ennegrecida, rasgada, sucia… apenas y lograba cubrir sus piernas… tenía miedo, nunca antes había sentido tanto miedo.
La puerta volvió a chirriar mientras la grieta se hacía más grande, volvió a llorar… ahora deseaba haber aceptado tantas oportunidades que tuvo. En especial la de aquel rubio egocéntrico y prepotente, ¿Cuántas veces la había invitado a salir? ¿Cuántas veces lo había rechazado?... si al menos hubiese aceptado una vez… Pero las pretensiones, las pretensiones de ese hombre al pensar que ella— como cualquier otra mujer — aceptaría sin más. Se detuvo el tiempo a su alrededor, al recordar el día que se había atrevido a llamarla por su nombre de pila sin ningún derecho a hacerlo, y ella le había recordado que no solo era su superior, sino una doctora y que debía tratarla como tal.
La puerta chirrió de nuevo, mientras la fisura se hacía cada vez más grande… el olor de su propio perfume, que antes era exquisito, ahora era extrañamente nauseabundo.
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Crujió por última vez la puerta antes de caer, el sonido del vidrio contra el suelo la arranco de su letargo… mientras las lágrimas salían de nuevo, mientras gritaba como nunca antes al sentir la cercanía de del olor pútrido que le invadía los pulmones, y sabiendo, que en breve, ella se uniría a sus filas.
