Viola se alejaba en el carro de su marido hacia un nuevo desembarco. No se imaginaba cómo iba a ser su vida desde aquel día. Sólo le quedaban los recuerdos, recuerdos que dejaba atrás en ese mismo momento.
El barco les esperaba en el puerto. No parecía muy estable, pero aquel día no le importaba nada, sólo se acordaba de William, a lo lejos, sólo con sus historias.
-Sube Viola. –Dijo Lord Wessex aún disgustado por lo que pasó en el teatro. - Te puedo asegurar que a partir de este instante no verás ni pisarás un escenario en tu vida. Bastante ridículo has hecho ya.
-Yo haré lo que me venga en gana en todo momento, eres mi marido, no mi carcelero.
Lord Wessex la cogió violentamente del brazo hasta hacerle daño.
-Te puedo asegurar también que cumplirás con todo lo que yo te voy a mandar.
Viola estaba acorralada, solo se le ocurría una forma de huir de aquel infierno. Al llegar al barco lo haría, cogería el abrecartas que llevaba en su maletín y no dudaría en quitarse la vida. Estaba privada de todo aquello que amaba: el teatro, William…
El recuerdo de William la hizo entristecerse más de lo normal, pues un viaje de diez minutos se hizo para ella un eterno viaje sin rumbo.
Cuando llegaron al puerto se encerró en el camarote y se echó a llorar. Notaba como el barco comenzaba a moverse y recordó la misión que se había propuesto a realizar. Nada más coger el abrecartas alguien llamó a su puerta.
-Viola ¿estás ahí? Creo que va siendo hora de que cumplas con tu deber de esposa, así que ¡abre¡
Viola estaba muerta de miedo, ella no era una chica fácil de acobardar, pero en aquellos momentos cualquier persona se acobardaría. Se podría decir que estaba entre la espada y la pared. Sin embargo pasó algo fuera de lo común en aquel momento. Todo comenzó con un ruido estruendoso y un movimiento brusco.
