Capítulo 1

Hercule Poirot terminó su desayuno, suspiró pensativo y levantándose casi a la fuerza se dirigió con pasos lentos y cansados a su elegante despacho art decó. No hacía mucho que había resuelto su último caso, había sido este uno de los más confusos y complicados y, tras la extenuante investigación, había decidido que lo mejor sería tomarse unos días de descanso. Pero si en un primer momento esta le pareció la mejor opción, conforme transcurrían los días, estos se le hacían cada vez más monótonos e interminables, y poco a poco la soledad era más y más patente. Solo cuando estaba ocupado en algún caso había momentos en los que olvidaba todo lo que se había perdido en la vida pero ahora, sin nada que pusiera a prueba sus pequeñas células grises, esa falta de amor y familia se le hacía terriblemente insoportable. Con la mirada fija en el cuadro que colgaba en la pared frente a su mesa, pensó en su juventud en Bélgica, en sus ilusiones y en las ocasiones perdidas de conocer el amor. Pensó en Virginie Mesnard, la dulce Virginie, su amor de juventud y con la que probablemente las cosas hubieran podido acabar de otra manera si no hubiera sido por el estallido de la Gran Guerra y porque el destino se empeñó en encaminar sus pasos en una dirección diferente. Una leve sonrisa se perfiló en sus labios, él siempre había sido tímido con las mujeres, y no porque no le gustasen, al contrario, las mujeres hermosas siempre habían llamado su atención, y era perfectamente capaz de apreciar la belleza y la elegancia femeninas. Pero aunque que podía flirtear y resultar encantador; más de una hubiera dado lo que fuera porque la hubiera distinguido con su favor; cuando veía en la dama un interés real hacia él y hacia algo más serio, había algo que le paralizaba y le impedía seguir adelante, tal vez fuera una falta de auténtico amor por su parte o que los años y la experiencia le habían hecho encerrarse cada vez más en sí mismo y en su vida relativamente cómoda. Pero el tiempo pasaba y la soledad era más pesada cada día. Ya no era un hombre joven pero tampoco era un anciano, y pese a encontrarse en la mitad de la cincuentena, aún sentía el deseo de estar con una mujer. Suspiró de nuevo y trato de alejar esos pensamientos de su cabeza. Miró algunos papeles que estaban sobre su mesa, los arregló para que formasen un montoncito compacto y los apartó cuidadosamente a un lado. Luego reparó en unos cuantos sobres que habían llegado en el correo. Comenzó a abrirlos y a leer la correspondencia. No había aún concluido su tarea cuando el timbre de la puerta le hizo interrumpir la lectura que entonces le ocupaba. Dejó la carta sobre la mesa y se dirigió hacia la puerta.

- ¡Mi querido Hastings! - exclamó feliz al reconocer a su amigo - que magnífica sorpresa. No sabía que estabas en Londres.

- Poirot, estás igual, por ti no pasan los años

- Oh, sí que pasan mon ami, sí que pasan.

Ambos hombres estrecharon sus manos en un caluroso saludo. Poirot invitó a su amigo a entrar en la casa y entre exclamaciones de alegría y sorpresa se dirigieron al cómodo salón del apartamento.

- Llegué ayer a última hora - explico Hastings para responder a la curiosidad de Poirot

- Me alegro de verte – la voz de Poirot se volvió más sombría – Hace dos semanas que no trabajo en ningún caso y los días se hacen interminables…

- Bueno no está mal tomarse un tiempo de vez en cuando para disfrutar de la vida

- ¿Disfrutar de la vida? – ahogó un risa triste. – Pero cuéntame de ti. ¿Vas a quedarte mucho tiempo en Londres?

Hastings suspiró profundamente

- La verdad es que mi intención es instalarme aquí definitivamente

- ¿Y Argentina?

- He vendido la estancia – Poirot hizo un ligero gesto de sorpresa – Desde que murió mi esposa he estado dándole vueltas a esa idea.

- Imagino que aquello tiene muchos recuerdos dolorosos para ti

- Demasiados pero no los que tú supones. No es de la muerte de Bella de lo que quiero huir. Los últimos años con ella no fueron demasiado felices, las cosas no estaban bien entre nosotros – se sinceró.

- Lo imaginaba – Hastings hizo un gesto de sorpresa al oír las palabras de su amigo. Hercule prosiguió – Mon ami, fueron varias las ocasiones en que Madame Hastings deseaba verte lejos de casa…

- Es imposible ocultar nada al gran Hercule Poirot ¿no es cierto? – sonrió

Poirot esbozó una sonrisa e inclinó ligeramente la cabeza a un lado como indicando que su afirmación era por supuesto, obvia.

- Así que he decidido volver a Inglaterra. Calculo que en un par de semanas estaré instalado y… - miró a Poirot – después me gustaría hacer un viaje a Nueva York, un pequeño descanso antes de empezar mi nueva vida

- ¡Ah! Nueva York. Un lugar interesante que me hubiera gustado conocer

- Estupendo, porque estaría encantado de que vinieras a ese viaje conmigo, unas vacaciones como en los viejos tiempos. Un amigo me deja su apartamento en Manhattan durante una semana. Podríamos embarcar en el Queen Mary en Southampton y estaríamos en Nueva York en menos de una semana.

- No sé, mon ami

- Vamos, anímate… Nunca se sabe a quién se puede conocer a bordo de un barco, puede que encuentres a la mujer de tu vida– y guiñó un ojo al detective.

- No digas tonterías – exclamó Poirot algo molesto – ese aspecto de mi vida está cerrado desde hace mucho tiempo

- Nunca se es demasiado viejo para el amor…

- Habla por ti, Hastings.

- Bueno, es cierto que soy varios años más joven que tú, amigo mío, pero nunca se debe renunciar…

- Ya está bien Hastings. Aceptaré tu propuesta, creo que puede ser interesante ese viaje a Nueva York y no por los motivos que tú sugieres.

El capitán Hastings sonrió satisfecho y apretó la mano de su amigo, evitando con gran esfuerzo cualquier otro comentario sobre el asunto que tanto parecía molestar a Poirot.