¡Hola! No sé si aún hay lectores por aquí, pero esta historia surgió hace un tiempo y he decidido publicarla.
Es un AU muy AU, que mezcla personajes de dos historias (GLEE y The 100). Incluye personajes que fueron inspirados (incluso el nombre) en personas reales y otros de mi propia creación.
No pretendo que sea una historia muy larga y será actualizada -en lo posible- semanalmente.
Disclaimer: Los personajes no me pertenecen, todos son propiedad de su respectivo autor (salvo los que obviamente son de mi propia creación).
I.
–¡Es tarde! Si no bajas ahora, tendrás que tomar el autobús –gritó Rachel y alguien en el piso de arriba tuvo la decencia de fingir preocupación.
Pese al atraso, la morena disfrutaba compartir con aquella persona que ella consideraba su familia.
No había sido fácil. De pronto ambas se habían encontrado solas en el mundo. Rachel recién había conseguido su puesto en el New York Times, por lo que había podido hacerse cargo de la menor. Ni siquiera quería pensar en la posibilidad de que aquello hubiese sido diferente. No se imaginaba su vida sin ella.
Sus sueños habían cambiado.
La realidad le había demostrado que a veces debían tomarse decisiones importantes, dejando atrás tus sueños, modificándolos u olvidándolos.
Cuando ella había ido a aquel mismo colegio al que su compañera de casa probablemente llegaría atrasada, siempre había soñado con escribir historias, contar verdades, cambiar el mundo. Su abuela la había alentado a ello. Pero luego el mundo a sus pies se derrumbó, y ni siquiera su abuela pudo ayudarla a cambiar de opinión. La escuela de artes quedó atrás, y gracias a una beca, entró a estudiar periodismo en una destacada universidad. Sus historias quedaron encerradas en un cajón de su habitación, se volvió más fría, realista y práctica. Se trazó metas y las consiguió.
Ahora tenía una relativa seguridad para ella y una menor a su cargo.
No necesitaba nada más.
–¡Rachel! –la voz de su jefa la sacó de su concentración. Katherine era una mujer de cuarenta y algo años, empoderada y digna de admirar. Su piel de color casi negra, tanto como el ébano, sólo resaltaba su belleza y poder. Su cabello castaño oscuro caía hasta sus hombros, otorgándole una prestancia que sólo era aumentada por su metro setenta de altura–. Acabo de terminar de leer tu artículo. Brillante como siempre –la felicitó la mujer con una sonrisa–. Apenas me lo permitan, ese ascenso será tuyo. Tú sólo sigue como siempre y no habrá nada que pueda interponerse.
–Gracias, Kat. Sabes que ese ascenso es de las pocas cosas que me queda por tachar de mi lista –recordó Rachel con emoción.
–Lo sé, y tú sabes que yo te veo como mi sucesora. Lucharé contra todo aquel que ose internar llevarte a otro lugar.
Rache soltó una risa ante las palabras de su jefa. Cualquiera que la conociese, sabía que aquella amenaza era una verdad.
–¿Cómo van las cosas en casa? Hace tiempo que no veo a esa pequeña genio –preguntó Katherine.
–Si te escucha decir que la llamas pequeña, comenzará una discusión, eso es seguro. A veces vivir con una adolescente tan inteligente es complicado, pero tú sabes que ella es lo más importante en mi vida. Más allá de los dramas adolescentes casi inexistentes, todo va bien. A veces me gustaría que tuviese más amigos, que hiciese otras cosas, pero ella está tan concentrada en sus estudios que es casi imposible sacarla de ahí –comentó la morena algo desalentada. A veces le gustaría tener más tiempo para compartir con la menor, para sacarla de la burbuja en la que se había metido.
La vida había hecho que ambas renunciasen a sus sueños y se volviesen unas personas realistas. Si bien su vida le gustaba, esperaba que la menor no fuese igual, que viviese más, pero sabía que la trágica muerte de su madre años atrás había acabado con esa posibilidad.
–Siento quitarte horas de tu vida privada, Rach, pero sabes lo importante de esta publicación –recordó Katherine.
–Ya está todo conversado en casa. Será sólo esta semana, no es un problema Kat –respondió sinceramente Rachel.
Al artículo que Rachel había escrito, se le sumaba una investigación que destapaba una red de corrupción política y empresarial. Tenían sólo aquella semana para ultimar detalles y redactar la noticia para que fuese publicada en la primera plana.
Por ello, el horario de trabajo se había extendido hasta pasadas las diez de la noche. No era algo que agradase a Rachel, pero aquello era importante y debía hacerlo.
Tras horas de llamadas, lecturas y redacciones sin parar, Rachel dio por finalizada su jornada laboral. Ya podría marcharse a su casa y descansar, pero antes debía hacer una parada. La pequeña genio, como la llamaba Kat, había olvidado comprar unos materiales y Rachel tenía que ir en su ayuda. Agradecía la existencia de un pequeño negocio a cuadras de su trabajo que atendía hasta tarde.
Salió del negocio con una bolsa en sus manos portando todo lo que necesitaba. Estaba por llegar a su coche cuando unos gritos la alertaron. Si bien Rachel no era de las que se arriesgaba, no pudo evitar pensar en Ana.
¡Cuánto extrañaba a Ana!
Corrió hacia el callejón desde donde provenían los gritos sin pensar en que ella medía menos de la media y era bastante delgada. Al llegar, vio como un hombre golpeaba a una chica. Angustiada, gritó pidiendo ayuda. Aquello fue suficiente para que el hombre se apartara.
–¡No te vuelvas a acercar a mi chica, lesbiana! –gritó el hombre antes de alejarse.
Rachel inmediatamente se acercó a ayudarla.
–¿Estás bien? –preguntó intentado ayudarla a levantarse.
–Ella me dijo que estaba soltera… ella… no… yo no sabía… –murmuró la chica ya de pie.
–Tranquila, tenemos que llamar a la policía, ir a un hospital… –estaba intentado mantener la calma, pero la situación y los recuerdos no ayudaban a Rachel.
De pronto una puerta se abrió iluminando algo más el callejón.
–Lexa, tienes dos minutos para sacar tus cosas de la habitación. Te dije que no quería problemas –gritó el que parecía ser el dueño del local aledaño al callejón.
–¿Está loco? ¿A esta chica la acaban de golpear y usted la echa? Si cree que…
–Ella estaba advertida. Le dije que no quería problemas y ahora ese chico rico prometió no venir más. Ni él ni sus amigos. Mi negocio se ve perjudicado gracias a ella. Estoy en todo mi derecho. Yo no vivo de la caridad –volvió a levantar la voz el hombre de unos cincuenta años y cara de pocos amigos.
Rachel sabía que la caridad era algo que debía valorarse. Su abuela se lo había enseñado, Ana se lo había demostrado y la menor que la esperaba en casa aún creía en ella. Pero no iba a discutir con ese tipo. La chica necesitaba su ayuda.
–Vamos, yo te ayudo con tus cosas –dijo Rachel agarrándola del brazo. La otra chica parecía tan confundida como lastimada que ni siquiera protestó y la guió a su habitación.
No tardaron mucho, ya que la chica, Lexa, como la había llamado el hombre, no tenía muchas pertenencias. Tras una breve visita al hospital y una denuncia contra un desconocido, se marcharon a casa de Rachel.
La chica, que Rachel había descubierto que se llamaba Alexandra, no decía mucho. La enfermera le había mencionado que tal vez podría deberse al shock de la situación. Rachel creía que se trataba de algo más profundo.
Todavía no terminaba de comprender lo que había pasado en la última media hora, cuando estacionó en su casa. Estaba llevando a una extraña a su casa. Aquello no era propio de Rachel y probablemente, ponía en riesgo su seguridad.
Suspiró y volvió a pensar en Ana. Aquello la convenció.
Abrió la puerta y dejó entrar a Lexa. No alcanzó a decir nada cuando la luz del salón se encendió y una furiosa adolescente apareció.
–Llevó casi una hora esperándote. ¿Sabes lo preocupada que estaba? –preguntó enojada la chica de cabellos negros–. ¿Quién es ella? –agregó fijándose en la persona que acompañaba a Rachel.
–Te hubiese avisado, pero todo fue muy rápido. Lexa necesita nuestra ayuda y se quedará hoy aquí –señaló Rachel.
–¿De dónde la conoces? Es más, ¿la conoces siquiera? –Rachel realmente odiaba la suspicacia de la adolescente.
–Un tipo la estaba golpeando en un callejón y no puede evitar acércame. Me recordó a lo que pasó con Ana…
Apenas pronunció esas palabras supo que había cometido un error.
–No metas a mi mamá en esto. Ella nunca trajo nadie aquí –dijo con rabia la menor, ocultando las lágrimas que amenazaban con salir.
–Lauren…
–No, haz lo que quieras, es tu casa… –sin más la chica se alejó rumbo a su habitación.
–No quiero causar problemas –dijo Lexa encontrando por fin su voz.
–No te preocupes, yo hablaré con ella. Vamos, te mostraré la habitación donde puedes quedarte –expuso Rachel comenzando a subir las mismas escaleras por las que Lauren se había alejado.
Tras dejar a Lexa y asegurarle que no había ningún problema, Rachel se dirigió a su habitación. Sabía que no tenía sentido intentar hablar con Lauren. Debía dejar que la adolescente expulsara su ira y aquel dolor que hace dos años inundaba su cuerpo.
Aquel día había sido demasiado largo y agotador, Rachel lo único que esperaba es que al despertar las cosas se hubiesen calmado un poco.
