Capítulo 1
- Si no supiera la historia de esta fotografía, no le encontraría sentido alguno – comenta el anciano que está parado junto a mi. Me vuelvo a mirarlo, y él se limita simplemente a beber de su copa de vino sin dirigirme la vista. Decido ignorar su comentario cuando su voz vuelve nuevamente. – asumo que sabrás la historia.
- Asume mal señor – respondo. Ahora si se que siento su mirada y unos ojos azules que desprenden un destello de interés, mientras el último extracto de vino desaparece por sus labios.
- Por lo que tengo entendido – comienza, mientras deja su copa en una mesa junto a la fotografía. – este fue el último día de ella. Al fotógrafo le pidieron retratar a una joven durante un año, era una fotografía por día con la cámara que se muestra aquí – dirijo mi mirada y el retrato hecho a blanco y negro muestra una cámara análoga en el centro con un cero en la parte superior, aludiendo al término del rollo. En el fondo se puede ver un monitor cardiaco que no marca señales de vida.
- Pero ésta es una fotografía extra – comento. – Digo, si la cámara no posee más espacio, significa que esta debe ser la fotografía número 366.
- Muy observador joven – responde el anciano. – He ahí la belleza de ella, ya que más allá de cumplir con el pedido, el fotógrafo retrató el término de su promesa en una extra, donde la joven ya está muerta. Supongo que he ahí el sentido de la historia.
Tanto el anciano como yo nos quedamos unos minutos más contemplándola, hasta que con un gesto de cabeza, él se despide y sigue su camino a través de la exposición. Por supuesto, no podía rebelar el hecho que yo conocía mucho más la fotografía de lo que él llegaría a suponer, y que seguía teniendo en casa esa misma cámara que se ve retratada. Si bien, ya han pasado cuatro años desde que fui requerido para este trabajo, no hay día que no me acuerde de alguna de éstas 366 fotografías. Cada una representa un recuerdo del año que la conocí, pero del que también me despedí.
Me doy vuelta, y me encuentro con unos grades ojos color chocolate. Es la fotografía que le saqué a Bella cuando el invierno ya había comenzado en Nueva York y ella, obstinada como siempre, quería salir a ver la nieve. Me acerco, y me vuelvo a percatar de que el frío hacía que sus mejillas, labios y nariz se volvieran de un rojo intenso que acentuaba el color de sus ojos y la palidez de su rostro. Además de ese gorro de lana morado que mi hermana le había regalado a comienzos de ese otoño y que cubría su cabellera color caoba.
- Siempre supe que el morado se veía bien en ella – siento que me rodean el brazo. – aunque el azul era el color que a alguien le gustaba más, no es cierto?
- Con ambos se veía hermosa – respondí con una sonrisa. Miro a Alice de vuelta y veo como una de sus cejas se alza con picardía. – pero sí, el azul era mi preferido.
Alice vuelve a sonreír, pero ésta se apaga cuando ve nuevamente la fotografía. Tanto ella como yo sabemos lo mucho que se extraña su presencia, pero con el tiempo hemos aprendido a lidiar con ello. Si bien, el saber que Bella tenía los minutos contados, no evitó que cayera en sus encantos. Era una joven de alma pura, siempre encerrada en su mundo de fantasía que le entregaban sus libros y terca como ninguna. ¡Ella si que era terca! Quizás incluso le ganaba a Alice su título como la más obstinada, pero de eso todavía tengo dudas.
- Creo que ya es hora de irnos Edward – dice Alice. – La galería esta por cerrar.
Miro a mi alrededor y veo como ya no queda nadie en la exposición, Vuelvo a mirar a Alice, asiento y ella se desprende de mi brazo para ir a buscar sus pertenencias. Mi rostro se vuelve a cruzar con esos ojos chocolates que siguen atormentando mi existencia, y susurro un inaudible "te extraño".
