Disclaimer: No me pertenece Harry Potter.
No soy una gran fan de Fem!Harry, que digamos. De hecho, no me gusta mucho, generalmente no leo historias así. No sé, puestos a cambiar algún personaje de sexo (y no por un accidente de laboratorio o algo así), cámbialos a todos. Es decir, me gusta el Genderswap (y bastante), pero de todos los personajes.
Pero eran necesidades del guion. Todo esto es mucho más sencillo si se trata de Fem!Harry, por una serie de razones (bien pensadas, eh) que me siento muy vaga para explicar aquí. Con Fem!Harry había menos cosas a considerar.
Perspectiva de Draco, narración en segunda persona.
Drarry unilateral. Quizá odiéis a Harry un poquito :)
Y eso es todo
No sabes en qué momento te empezó a parecer bonita. O, bueno, sí lo sabes, más o menos. Empezó a finales de tercero, probablemente, en el último partido de quidditch del curso, Ravenclaw contra Gryffindor.
Fue algo muy súbito, no te lo esperabas, te dio tan fuerte en la cabeza como una bludger de los gemelos Weasley. Porque antes ella no era así, oh, no. Antes ella tenía el pelo corto y estresantemente revuelto, estaba demasiado flaca y sus rodillas eran muy huesudas. Llevaba gafas (las sigue llevando), tenía una fea cicatriz en la frente (la sigue teniendo) y la absurda manía de salir en defensa de los demás, aunque no fuera asunto suyo (que también sigue teniendo). Además, era (es) una mestiza que se juntaba (junta) con amantes de los muggles y sangre sucias, lo cual no hacía más que restar puntos.
Pero, de súbito, Potter se elevaba en su escoba, y sobrevolaba el campo con ojo de halcón, y se lanzaba en persecución de la snitch dorada en maniobras imposibles. Y la túnica corta del uniforme de quidditch ondeaba en torno a su cuerpo menudo, los pantalones se le ceñían a las piernas (que, te dabas cuenta, ya no eran dos palitroques) y el pelo, ya tan largo que se lo podía recoger en una coleta alta, estaba tan revuelto como siempre, pero de repente era agradable. Potter atrapaba la snitch y la alzaba sobre su cabeza, y el resto de jugadores de Gryffindor la alzaban a ella. Y el estruendo de las gradas era fuerte, pero podías oír la risa y los rugidos victoriosos de Potter, y lo negaste, pero te gustó cómo sonaba.
Durante las vacaciones te has convencido de que no, de que Potter no puede ser guapa, de que aquello fue un espejismo. Y has vuelto a Hogwarts y ya no estás convencido, pero te niegas a admitirlo. Así que te sigues burlando del pelo de Potter y de sus gafas (aunque ahora notes que sus ojos son preciosos). No la miras (bueno, la miras de reojo) en clase de Pociones, pero te es difícil no quedarte embobado: los rasgos de Potter cada vez son menos infantiles, más de mujer joven, y son bastante agradables.
Entonces, Potter es la cuarta campeona del Torneo de los Tres Magos. Fabricas chapas que distorsionan su bonita cara. Te ríes, con los demás, del artículo que Rita Skeeter ha escrito sobre ella. Quieres no sentirte absurdamente contento cuando te enteras de que ella y Weasley han discutido. Y aguantas la respiración cuando se enfrenta a ese colacuerno húngaro (de verdad, de todos los dragones, ¿a Potter le tenía que tocar el peor?). Pero luego anuncian el Baile de Navidad, sabes que Potter va a tener una cita con otro chico (¡va a bailar canciones lentas, pegadas, con otro chico!) y te burbujea algo en el pecho, y sabes que son celos. No te lo puedes negar más.
Pansy te hace ojitos y rechaza a sus otros pretendientes (que son sólo dos, Crabbe y Goyle): quiere que la invites al baile. Ah, al final lo harás, claro, ¿con quién más vas a ir? Pero no estás de humor, porque Potter se va a poner guapa y no es para ti. Así que lo pospones, lo pospones, como si esperar fuera a cambiar algo, como si, milagrosamente, Potter fuera a pedirte hablar en privado y a invitarte a ir al baile con ella. Como si lo imposible fuera a ocurrir.
Vas a enviarle una carta a padre, sin ningún motivo en particular, sólo contarle cómo van las cosas por Escocia. Y te encuentras a Potter allí, en la lechucería. Su lechuza blanca reposa sobre su brazo y ella le ata un pergamino a la pata. Tiene otra vez el pelo recogido (siempre lo lleva recogido últimamente), pero el flequillo le cae desordenado sobre la frente y le tapa la cicatriz. La luz hace brillar sus ojos a través de las gafas y le perfila su adorable nariz, sus labios. Tú casi te atragantas con aire, quieres tener una foto de este preciso instante y te sientes idiota (lo cual, siendo tú, es algo extraño).
Entonces, la lechuza sale por la ventana, Potter se gira y te ve. Frunce el ceño, se lleva la mano al bolsillo donde guarda la varita, aunque no la saca. Tú sonríes con suficiencia y caminas con tranquilidad hacia los pájaros, mostrando la carta que llevas en la mano.
—Calma, Potter. Ya te habría echado un maleficio si quisiera.
—No es como si me fuera a fiar de tu palabra. Los hurones tienden a atacar por la espalda, ¿sabes, Malfoy? —Ignoras la pulla, sólo le haces un gesto de desdén. Ella se dirige hacia la salida, sin apartar la mano de su bolsillo, ni quitarte un ojo de encima.
Cuando la ves salir, te percatas súbitamente de que éste es un lugar privado. De que, desde aquel castigo en el Bosque Prohibido hace tres años, es la primera vez que estáis solos. De que es la única oportunidad que tendrás nunca.
Tú no eres responsable de esas palabras. Esas palabras salen de tus labios sin permiso, se escapan.
—¿Quieres ir al baile conmigo?
Potter se congela y tú sabes que ella está tan sorprendida como tú. Se gira lentamente y te mira, los ojos ridículamente abiertos, imposiblemente verdes. Pasan los segundos y tú terminas de entender lo que acabas de hacer, la comprensión te baja por la garganta, densa como el mercurio. Ella parpadea y tú empiezas a entrar en pánico.
—Ahm… ¿Qué? —te pregunta.
Te has sonrojado, te arde la cara entera. Los latidos de tu corazón machacan tus oídos y temes que Potter vaya a oírlos. No dices nada y ella insiste:
—¿Me has… invitado a salir? ¿Tú? ¿A mí? —La cara de Potter es la descripción de «incredulidad».
Sabes que no hay escapatoria. Lo has dicho (casi gritado, de hecho) y Potter te ha oído. Puestos a tomar veneno, trágate el frasco entero. Es lo segundo más slytherin que puedes hacer (lo primero sería obliviatearla, pero eso es demasiado arriesgado). Así que alzas una ceja, aunque el efecto no es el mismo, y dices:
—Eso es lo que he hecho, sí —Los ojos de Potter, desafiando las leyes de la biología, se abren todavía más. Carraspeas—. ¿Y bien?
—Esto es una broma, ¿verdad? —Ella mira a su alrededor, como buscando algo—. Venga, ¿dónde están tus secuaces, esperando a salir de la nada y reírse de mí?
Realmente no se fía de ti. Te lo mereces, lo sabes, pero es un poco penoso. Y te cruzas de brazos y te impacientas, y te sonrojas todavía más.
—Estoy hablando en serio, no hay nadie más aquí. Sé que los gryffindors no sabéis nada de etiqueta, pero al menos podréis reconocer una invitación formal, ¿no? —Te muerdes la lengua, porque un poco más y la acabas llamando estúpida. Y el caso es que Potter no lo es, porque entiende los insultos inteligentes tan bien como los esgrime, y no quieres que se enfade—. ¿Tu respuesta?
—No —suelta ella, sin siquiera pensárselo, con brusquedad. Tú encajas el golpe, aunque te escuece el orgullo y te sientes como si hubieras tragado una snitch. Pero Potter sigue confundida y, antes de que digas nada, añade—: Quiero decir, eh, Malfoy… Como que esto no viene muy a cuento y… Joder. ¿Qué bicho te ha picado?
Piensas durante un segundo y decides. No le vas a decir que llevas soñando con sus labios desde el principio del curso. No le vas a decir que quieres darle un puñetazo (a la mierda las varitas) al chico que imaginas bailando con ella. No le vas a decir que te gusta su pelo, que el uniforme de quidditch le sienta fabuloso y que el sonido de su risa te hace sonreír. No. No, ya has cometido un error hoy. Así que alzas la nariz y endureces los ojos
—Oh, es sólo mi deber como estudiante de Hogwarts. No puedo permitir que una comadreja vaya del brazo de uno de nuestros campeones a un evento tan importante. Qué será de nuestra imagen —Alzas las cejas con desdén—. Porque, déjame adivinar, ¿sólo Weasley te lo ha pedido? Y hasta tú tienes que admitir que esa túnica es un absoluto horror.
Las cejas de Potter comienzan a fruncirse y tu mano se tensa, preparada para desenvainar la varita. Pero te sorprendes, porque los labios de Potter tiemblan hacia arriba y un resoplido de risa le brota del fondo de la garganta, rápidamente contenido con un puño contra la boca.
—No, si es que, encima, te ofendes. Esto es surrealista —Su voz tiembla ligeramente. Inspira, intentando calmarse sin mucho éxito—. Vamos a ver, Malfoy. No iría contigo ni aunque fueras el único chico disponible en todo el mundo mágico. Mejor sola que mal acompañada. Mejor con una «comadreja» —Hace comillas con los dedos— que con un abusón, un niño mimado o un racista. Y tú eres las tres cosas. ¿Querías pedirme salir? Vale. No haberte pasado cuatro años atormentándome a mí y a mis amigos, siendo un completo imbécil.
Tú estás congelado, con los pies clavados al suelo. La cara te arde de indignación y vergüenza, el corazón te duele un poquito y tu orgullo está hecho jirones. Y para cuando consigues reaccionar y sacar la varita, Potter ya se ha marchado de la lechucería. Te asomas a la puerta, pero ya no la ves, aunque el eco del pasillo te trae sus carcajadas. Al menos, no se ha reído en tu cara.
Y tú envías tu carta a padre, vuelves a las Mazmorras de Slytherin y gritas insultos y blasfemias con la cara hundida en la almohada durante cinco minutos. Luego, vuelves a la sala común y, con la voz ronca, invitas a Pansy al baile. A ella le brillan los ojos y te dice fervientemente que sí, aunque rueda los ojos y se queja de tu tardanza. Y cuando, a pesar de todo, deseas que Potter hubiera tenido la misma reacción, te abofeteas mentalmente.
Así, llega el veinticinco de diciembre y la tan esperada velada del baile. Entras al vestíbulo con Pansy al brazo, que lleva un vestido con demasiados volantes. Hay muchos estudiantes allí, esperando a sus parejas de otras casas u otras escuelas. Potter también está allí, y tú te detienes al verla, porque no es justo. Porque está demasiado guapa y no es justo.
Potter ha peinado toda su melena de ébano hacia un lado, dejando que caiga sobre un solo hombro en un desorden elegante que parece deliberado, y se ha alisado el flequillo. No lleva gafas (¿cómo ve nada?) y casi no se ha puesto maquillaje, sólo un poco de color en las mejillas y algo de rímel. Su vestido es sencillo: tiene escote de hombros caídos, se le ciñe a la cintura y su falda es lisa y roza el suelo, pero parece muy vaporosa. La tela es verde botella, y tú no puedes dejar de pensar lo injusto que es que te haya rechazado y luego vista los colores de tu casa.
—¿Qué pasa, Draco? —oyes la voz de Pansy.
Ron Weasley, que no lleva la túnica horrible que tú habías visto en el tren, sino una azul marino de corte italiano, está al lado de ella. Están hablando, aunque Weasley parece estar buscando a alguien en la multitud, y Potter ríe. Tú miras a Pansy y le regalas una sonrisa maliciosa.
—Fíjate. Potter siendo caritativa. Le ha comprado una túnica de Caius Sarti a la comadreja.
Pansy mira y alza las cejas.
—Oh, por favor. Y yo que pensaba que los gryffindors eran demasiado «nobles» para dar braguetazos…
Tú te ríes, porque el comentario te ha hecho gracia y porque es lo que tienes que hacer. Porque se supone que no te inquieta pensar que Potter podría cambiarse el apellido a Weasley en algún futuro lejano, y tú te lo quieres creer.
Entráis a cenar al Gran Comedor y todo el mundo se queda mirando a Granger, que está irreconocible, pero tú sólo tienes ojos para Potter. Y notas que ella evade tu mirada, pero te niegas a interpretar eso. Así que hablas con tus compañeros de Slytherin durante la cena y consigues mirar a Potter sólo dos veces; aun así, estás peor de lo que pensabas que estarías.
Después del postre, los campeones abren el baile. Y si bien Potter es inexperta y danza intuitivamente, Weasley tampoco sabe guiarla. Y sueñas, mientras los miras, que eres tú quien baila con ella, y te abofeteas mentalmente e inspiras.
Pronto te olvidas de Potter. Bailas con Pansy, bebes cerveza de mantequilla y te diviertes. Y si la sigues con la mirada cuando la ves en la pista, bailando con diferentes Weasleys (incluyendo a Ginevra), Longbottom, Diggory o Krum, no significa absolutamente nada. No vuelve a bailar con Ron, que se ha recluido en una esquina, aunque sí que intenta sacarlo a la pista un par de veces, y tú, a pesar de todo, te sientes aliviado.
Pero eso es todo, porque Potter te ha rechazado.
Y eso es todo.
Me he quedado con muchas ganas de escribir la versión de Harry de esto, pero quiero mantener un Drarry unilateral y siento que, si lo hago, Harry podría mostrar más interés por Malfoy del que debería (suspiro sufrido).
Además, tendría que ponerle nombre a Fem!Harry. Y yo detesto Harriet (dudo que Lily y James le hubiesen puesto ese nombre a su hija, honestamente), pero tampoco quiero ponerle un nombre femenino aleatorio que suene bien. Hasta el momento, teniendo en cuenta la etimología y los orígenes del nombre Harry, he considerado Elizabeth/Lizbeth, Caroline y Erika, pero no sé.
Si consigo escribir algo decente, subiré una segunda parte. Si no, como dijo Draco, esto es todo. Porque tampoco creo yo que sea muy necesario continuarlo, la verdad.
Gracias por leer.
¡BESOS, GENTECITA!
