Huyendo del circo

Capítulo 1, Un payaso fuera del circo

-Vete de aquí, Bella. Tu no perteneces a este mundo.-el tinte de reproche que había en la voz de Jacob aún retumbaba en mi mente cuando dejé atrás las carpas desmontadas del circo. Huía de todo lo que había sido mi vida, huía de mi hogar y huía del recuerdo de Renée.

El recuerdo de mi madre permanecía grabado en mis sentidos como algo brillante. Solía vestir una chaqueta de esmoquin con lentejuelas rosas y un pantalón corto minúsculo también de color rosa, pero lo que a ella más le gustaba era el sombrero de copa negro con una rosa dibujada a base de lentejuelas rosas también. Renée adoraba al circo y me adoraba a mí, era de sonrisa fácil y unos ojos azules muy llamativos. Conocí a mil aventuras de mi madre, a veces más de una por ciudad, pero a la aventura que nunca conocí fue a mi padre. Nací y me crié en el circo, concretamente en el Circo Zapatta, el nombre se lo había puesto el dueño, un falso italiano –en realidad era de Kansas- que se hacía llamar Luigi Zapatta. Él me enseñó a relacionarme con la gente, mi madre Renée me enseñó a hacer malabarismo y a ponerme las piernas detrás de la cabeza, Anne y Jeanne me enseñaron a bailar y me intentaron inculcar el arte de hacer piruetas –dejaron de intentarlos cuando mi madre les echó la bronca porque me hice un esguince a mis 5 años-. Billy el cuidador de los caballos me había enseñado matemáticas y el amor hacía los caballos. Me enseñaron lo que era la vida del trabajo, me enseñaron trucos de magia y me enseñaron los sentimientos. El circo se convirtió también en mi hogar, y cuando mi madre murió por un accidente que aún me causaba dolor yo no tuve más opción que trabajar en el circo, con los caballos, algo que realmente me hacía feliz.

Y era la mirada del hijo de Billy, Jacob, Jake, mi sol personal, mi puerto seguro el que me despedía con una mirada avergonzada.

Todo lo que creía se había derrumbado como si hubiera sido una mera ilusión.

Había recogido las pocas cosas que tenía y las había metido en un viejo bolso de deporte, miré a mí alrededor, en pleno febrero de 1990 la ciudad de Irving en Texas estaba en pleno desarrollo, no era la primera vez que pasaba por aquí, pero al parecer el destino había querido que me quedara aquí. Me gustaba pensar que era el destino y no mi culpa la que me retenía en esa ciudad. Se estaban construyendo edificios nuevos pero aún se veía parte de lo que era la Texas rural de antaño y era justo lo que necesitaba. Un rancho, lo único que sabía hacer bien era leer, hacer malabarismos, trucos de magia y tratar con caballos, por lo que en realidad Irving era la ciudad ideal para empezar de nuevo.

Me hospedé en un hostal. Podría sobrevivir un par de meses con mis ahorros, pero debía encontrar trabajo.

La señora Maria O'Donnell la dueña y gerente del hostal Happiness era bajita y se teñía el pelo de color rojo, siempre permanecía con el rostro enfadado pero tenía la voz de pito, era difícil no reírse de ella. Odiaba su nombre por lo que exigía que le llamaran miss O'Donnell. Me condujo por los estrechos pasillos del hostal y se paró enfrente de una puerta.

-A veces le cuesta abrirse, solo haz un poco de fuerza.-me comentó con tono desdeñoso. Yo asentí, me entregó la llave y me dejó pasar.-No están permitidas las duchas después de las 8 de la tarde y no más ruido después de las 9:30. ¿Queda claro?-volví asentir y ella me dedicó una mirada de indiferencia, me dejó en la habitación rosa, como la llamaría durante esa semana y se fue refunfuñado. Era bastante la ironía, la dueña del hostal era todo lo contrario al hostal que se hacía llamar Felicidad.

La habitación estaba empapelada con papel viejo de flores rosas, las mantas de la cama eran rosas brillantes y el baño tenía cerámica rosa pastel también. Había aprendido a odiar el rosa.

Aquel mismo día tras haber comido en el hostal salí a buscar trabajo, no tuve suerte, apenas había trabajo rural. Miss O'Donnell con su voz de pito tardó cinco días en decirme que en el rancho Cullen buscaban a gente; según la señora que se estaba enriqueciendo a costa de mis ahorros no se podía llegar de otra forma que caminando o bien en coche. Obviamente yo no tenía coche y ningún conocido que me pudiera llevar, así que la mañana del séptimo día me levante, me vestí cómoda y con mis documentos y mis únicas zapatillas emprendí el camino.

Irving pese a estar convirtiéndose en una gran ciudad no tenía un gran bullicio, al contrario la gente parecía vivir todavía en un pequeño pueblo. Tardé media hora en dejar atrás la ciudad y 45 minutos en ver un rancho a lo lejos, supuse que era mi nerviosismo el que hizo desaparecer el cansancio de mis piernas y aumentar el ritmo de mis pisadas. Pronto me vi debajo de un arco que rezaba con palabras de hierro la propiedad. "Rancho Cullen" me sudaban las manos y pese a ser febrero el tiempo estaba cálido debido al clima subtropical. Había una masía enorme de piedra y con aspecto de ser muy antigua. Las cuadras eran grandiosas, no supe reconocer los otros dos edificios, tras la casa pude reconocer grandes prados que parecían interminables.

-¿Busca algo?-preguntó una voz ronca, salté debido al susto y me giré. Tuve que levantar la vista, era un hombre de tez morena y con facciones latinas.

-Eh… si, yo… esto, yo venía por el trabajo.-me avergoncé por mi tono nervioso. El hombre que no pasaria de los 35 me miró de arriba abajo sin disimular un poco para luego dedicarme una mirada escéptica.

-Lo siento, pero no creo que sea, mmh…-se pensó la palabra.

-¿Apropiado para mí?-me adelanté un poco más segura de mi misma.

-Exacto. Si me disculpas.-sacudió su sombrero de vaquero a modo de saludo y se giró dejándome en shock.

-¡Eh! ¡Perdone!.-le llamé y él se paró.-Creo que podría explicarme el trabajo y yo le diré si puedo o no con él.-el hombre alzó una ceja. Pareció contener una risa.

-¿Cuántos años tienes muchacha? Vuelve a casa con tus padres.

-Tengo 24 años.-mentí.-Y no me voy a ir hasta que me explique de que va el trabajo. Lo necesito.-acabé un poco desesperada. Parece que se apiadó de mí.

-Caballos.-dijo, casi sonreí, pero estaba demasiado tensa.- ¿Sabes algo de caballos?-asentí, volví a ver el brillo de escepticismo.-Se trata de su cuidado y crianza, incluso el adiestramiento, nos dedicamos mayormente a eso y no nos podemos permitir a alguien incompetente y sin experiencia.

-Tengo experiencia.-le dije.

-Ya lo veremos.-murmuró.

-¿Eso quiere decir que tengo el trabajo?

-No.-me miró serio y echó a caminar. Yo le seguí.-Podrías probar, no soy nadie para juzgar. No podemos permitirnos irresponsables y mentirosos, pero tampoco podemos esperar. Nuestro último trabajador se ha ido a Houston a jugar a la bolsa. Volverá en tres meses como mucho, perdedor.-esto último lo dijo con desdén.-Estos son los establos.-los señaló, eran enormes y en su interior habría unos cincuenta caballos como poco. Olía a cuadra, pero era el establo más limpio que había visto nunca. Se paseó por ellos conmigo pisándole los talones.-tu tarea sería mantener esto limpio, contarás con un poco de ayuda, pero sobretodo con el cuidado de los caballos, lavarlos, darles de comer, sacarlos, y todo eso. Ya sabes, supongo que tendremos que buscar a algún adiestrador. Ya no se encuentran de esos, pero hasta el momento el jefe se encargará de eso.

-¿No es usted el jefe?-él rió como si fuera una tontería.

-Claro que no.- había diferentes tipos de caballos, los extraordinarios árabes, los esbeltos bereberes, los extraños apaloosa, incluso andaluces y más, cada caballo que veía me fascinaba.-Esta será tu prueba.-me dijo señalando una yegua marrón. Me dejó pasar, le entregué mi mochila y me limpié el sudor de las manos. Esta era la prueba de fuego. Los caballos son animales sumamente sensibles, y deben aceptarte des de un principio. Billy siempre decía que debíamos tratarlos como reyes y ellos nos tratarían igual.

Casi me puse a llorar cuando recordé la voz de Billy.

"-Primero presenta tus respetos al caballo, cuando él se mueva estira la mano y acaríciale y si él asiente es todo tuyo." Me había dicho en mi primera lección a los tres años, supongo esa frase me la había repetido siempre.

La yegua era un increíble caballo andaluz, una raza orgullosa y fiel. Me quedé quieta mirándole tranquila, como Billy decía ella se movió y estiré la mano acariciándola, se restregó contra la mano.

-Hola preciosa.- le pase la mano por el lomo.- Veo que no te han cepillado.-tuve ganas de llorar, este era mi lugar, pero no con estos caballos. Cogí un cepillo y con parsimonia pero con seguridad la cepillé. No paré de hablarle, era algo natural, incluso me olvidé del hombre moreno. No sé cuanto tiempo estuve, pero quedó brillante y preciosa. Era esplendida. Me sentí como en el circo, era un ejemplar juguetón y me lo demostró.

-Está claro que sabe de caballos.-escuché la voz ronca del hombre.-Y yo no puedo con todo el trabajo.-levanté la vista sorprendida de verlo parado junto a un hombre de su misma altura. Este también era moreno pero supongo que se debía al sol y me miraba fríamente. Tenía unos ojos verdes y bajo el sombrero de vaquero gastado se le asomaban mellones de pelo de un extraño color.

-¿Cómo te llamas?-preguntó, tenía la voz dura y afilada. Le temí.

-Isabella Swan, señor.

-¿Cuántos años tienes? ¿Eres inmigrante? ¿Tienes papeles? ¿Dónde vives?

-Yo…-maldije mis nervios de nuevo.-Tengo 24 años, no soy inmigrante tengo papeles, me hospedo en el hostal Happiness y tengo experiencia con los caballos, me crié con ellos.-expliqué antes de que me hiciera otro interrogatorio que me pondría de los nervios.

-Probaras durante una semana, Juan te dirá si estas cogida o no. Puedes alojarte con el personal en el edificio que habrás visto fuera, a la derecha de la casa principal. La comida y el alojamiento se descontaran del sueldo y cualquier fallo que cometas con mis caballos también. Espero que sepas que cualquiera de estos caballos vale más que tu.-estaba congelada en el lugar, salí del trance cuando la yegua me golpeó levemente.

-¿Cuándo empiezo?-pregunté con voz trémula.

-Mañana, que Juan te expliqué todas tus tareas.-Ni siquiera se despidió y se marchó. Miré al hombre que suponía sería Juan, me miraba con diversión.

-¿Ese era el jefe?

-Ese era el jefe.-asintió él riendo.

-Da miedo.-dije soltando un respiro. Él se carcajeó, me separé de la yegua y volví a seguir a Juan para que me enseñara todo.

-Te acostumbrarás.- me habló de todo el rancho y me explicó mis funciones y la de los demás, era un trabajo duro, pero estaba acostumbrada a eso.

-¿Cómo has venido?

-Caminando.-me miró sorprendido.

-Vamos te acompañaré a buscar tus cosas, sino tardaras todo el día.-me ofreció sonriendo, me dio vergüenza pero acepté. La furgoneta de Juan hacía mucho ruido pero iba bastante rápido y la hora y cuarto que había tardado caminando se redujo a 20 minutos. Aparcó la furgoneta y me acompañó al interior.

-Este hostal es histórico.-me explicó.-Yo también me hospedé aquí cuando llegué. Por ese entonces si que parecía felicidad, ahora esta poco menos que patético.

-¡Maria!-exclamó cuando vimos a miss O'Donnell. Ella hizo un gesto de asco.- ¿Sigues haciendo el estofado de los viernes?

-Pues claro.-respondió ella con su tono desdeñoso.

-Nos quedaremos a comer, y luego nos iremos. ¿Te parece bien Isabella?-yo asentí confundida por su repentino comportamiento juguetón, ya había percibido ese lado burlesco de él pero no tan exagerado. Tras decirle que no me gustaba que me llamaran Isabella, que prefería Bella, y de comer el rico estofado, que al parecer era famoso pues el siempre vacío comedor estaba lleno, nos marchamos.

De camino al rancho Juan me contó anécdotas que le habían pasado con sus "bebés". Al principio no entendía que o quienes eran sus bebés, después comprendí que me hablaba de las vacas con las que trabajaba. Aparcó frente al edificio que había indicado el jefe y yo me bajé.

-Yo si que soy un cowboy y lo demás son tonterías.-me dijo orgulloso, me bajé de su furgoneta riendo. Se me cortó la risa cuando me di cuenta de que mi jefe me observaba. Tenía el ceño fruncido y me miraba fijamente como si quisiera ver a través de mí.

-Juan, ¿Cómo se llama el jefe?-pregunté desviando la vista.

-Es de temer, verdad?-se rió, seguramente de mi expresión.-Se llama Edward Cullen.

Volví la vista, pero Edward Cullen me daba la espalda y caminaba hacía los establos.


aquí esta mi nueva historia, espero que os guste igual que las otras! espero que me digais que opinais!

nos vemossss =)