Disclaimer: Miraculous las aventuras de Ladybug es propiedad de Thomas Astruc y sus personajes no son utilizados con fines de lucro.
...
I'd never ask you cause deep down
I'm certain I know what you'd say
You'd say I'm sorry believe me
I love you but not in that way
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Sam Smith
NOT IN THAT WAY
«Je T'aime, milady»
«Lo siento, Chat»
Déguisement
Prólogo
Desde pequeño había visto imágenes del Chrysler y había encontrado asombrosas las molduras con forma de águila que rodeaban su estructura. Como si le diera al imponente edificio una especie de protección sobrenatural, o si tuviera la intención de verse más opulento de lo que ya era.
En realidad, le había resultado más asombroso de lo que esperaba y, a pesar de sus casi 300 metros de altura, era mucho más tranquilo que el balcón de su departamento.
Es por eso que pasaba allí varias de sus noches. Le gustaba escabullirse de la vista pública y recorrer la cima de los rascacielos, vestido de conveniente traje negro. De no ser por el neón incandescente que habitaba en su mirada cuando usaba ese antifaz, seguramente sería invisible por las noches. Al menos nadie lo había sorprendido comiendo un sándwich de atún, sentado sobre una gigantesca cabeza de águila, en la cima del Chrysler.
Sí lo habían visto sobre el Museo Metropolitano, usando su bastón como hélice. Salió corriendo al sentir no muy lejano el click característico de las cámaras fotográficas de los paparazzis. Al día siguiente revisó meticulosamente las páginas web de los tabloides y sólo encontró una fotografía de Chat Noir de espaldas, saltando del museo para perderse entre la oscuridad. El encabezado no lo nombraba como lo reconocían en Paris, hacía ya varios años.
Persona vestida de gato aterroriza el Museo Metropolitano, era el peor encabezado que había protagonizado. No había aterrorizado a nadie, más bien los había sorprendido… cuando lo sorprendieron a él.
Luego de aquel incidente decidió que en sus salidas como Chat Noir debía ser más cuidadoso. No podía dejarse reconocer. Si tan sólo un parisino lo reconocía de aquella fotografía, tal vez alguien podría vincularlo con Adrien Agreste…
Si bien Hawk Moth había desaparecido… y ya no había razones para que él continuara usando su transformación, simplemente no podía alejarse de su contraparte así de fácil.
Por momentos sentía que era lo único que tenía.
Observó la magnifica vista de la ciudad de Nueva York. Era casi imposible para él no quedarse sin aliento, a pesar de haberla visto por casi seis años, pero las luces centellantes de los rascacielos no cesaban en maravillarlo.
Su corazón se encogió como siempre que recordaba las luces de la Torre Eiffel. Como siempre que la recordaba a ella.
Su puño se apretó sobre su bastón. No había mensajes. Y no los había desde que se había marchado de Paris. Sin embargo, y aunque casi a diario se enfrentaba a su ausencia, su decepción no disminuía.
Ella no lo iba a buscar.
Antes de empezar a sentirse patético, se puso de pie y sin un ápice de temor se dejó caer del rascacielos. Se sonrió repentinamente, intentando dejar a un lado el punzante dolor en su pecho. Nunca se cansaría de esa sensación de abrumadora libertad que le daba su Miraculous.
Garras fuera…
Sintió el cosquilleo de la magia desaparecer de su rostro mientras se desvanecía la máscara de Chat. Tomó un trozo de queso camembert del refrigerador y lo levantó por sobre su hombro. Antes de que pudiera parpadear, Plagg lo había tomado y echado el primer mordisco.
—¿Otra vez esa expresión? —le dijo el pequeño Kwami.
—No sé de qué hablas, Plagg…
Él no era el más conversador de todos los kwamis. Aunque podría estar hablándole el día entero sobre lo maravilloso que era el queso, desde su textura a su aroma. Le había visto esa mirada triste muchas veces a lo largo de los años y, a pesar de lo poco empático que podía ser, le entristecía aquella amargura que le teñía la mirada.
Suspiró, dejó el cubo de queso a un lado y lo siguió flotando en el aire hasta el sofá en el que se había sentado.
—No hay novedades de ella, ¿verdad?
—Como siempre.
—Sabes que puedes llamarla tú también…
—¿Después de nuestra última conversación? ¿Y qué voy a decirle?
—Pues, pregúntale cómo está. Algo como Hola, seis años sin vernos, ¿sigues viva?
Adrien miró los gestos de Plagg, que había tomado un lápiz de la mesa y simulaba ser un teléfono. Sabía que tenía razón, no había nada que le impidiera ser quien iniciara una conversación, después de todo había pasado mucho tiempo.
Lo siento mucho Chat…
Sus últimas palabras rebotaron dentro de su cabeza, como si la tuviera frente a él otra vez y tuviera el infortunio de ser rechazado una vez más. ¿Tres veces? No, gracias.
—No voy a hacerlo, tal vez no quiere saber de mí.
—Te rechazó una vez antes y pudieron seguir siendo amigos. Dijiste que era suficiente para ti.
—Plagg… no quiero tener esta conversación otra vez.
—Como quieras, Adrien…
Adrien intentó verse lo más desinteresado posible. Las muchas ocasiones en las que había pensado en comunicarse con Ladybug, habían sido motivadas por la más solemne preocupación. Cuando se fue de Paris temió que Hawk regresara y ella tuviera que enfrentarlo solo, pero eso no sucedió. Había dejado la televisión encendida día y noche en un canal de noticias parisino y esperó que no ocurriera alguna tragedia que él podría haber evitado. Siguió a diario el Ladyblog, pero Alya dejó de actualizarlo luego de dos años. Ella había desaparecido, y tal vez simplemente porque ya no era requerida.
La terrible idea de que algo le hubiera pasado a su Lady no lo había dejado dormir por una semana. Hasta la última actualización de Alya en su blog.
El último avistamiento de Ladybug.
Esta tarde Ladybug frustró el robo a un banco, rescató a quince rehenes y dejó entrar a la policía luego de desarmar a los ladrones. Pudimos conseguir un fragmento de la cámara de vigilancia en la que podemos ver a Ladybug utilizando su yoyo para knoquear a uno de ellos. Hasta donde sabemos ninguno de ellos había sido akumatizado. Y afortunadamente, Ladybug no fue herida.
Ellos siempre habían combatido magia con magia. Sí, habían corrido peligro real. Por Dios, él mismo se había arrojado de un edificio y un niño gigante había derribado la Torre Eiffel, entre muchas otras aventuras que habían tenido. Pero ver a su Lady frustrando un robo se sentía extremadamente peligroso. Tal vez si Chat Noir hubiera estado presente se sentiría más tranquilo al respecto.
Ya casi terminaba el día cuando Natalie tocó la puerta de su habitación. Adrien se sobresaltó, era raro que lo buscaran tan tarde. Vio a Plagg esconderse dentro del closet y abrió la puerta.
—Feliz cumpleaños, Adrien —le sonrió cándidamente. Ocultó, por supuesto, ese deseo perenne de estrujarlo en un abrazo y luego continuó—. Tu padre te espera en el comedor.
—¿Lo recordó? —le preguntó suponiendo de antemano su respuesta.
Ella torció el gesto de su sonrisa. Tal fiel que jamás traicionaría a Gabriel diciendo la verdad.
Había ocupado su día desde temprano con sesiones de fotos, lecciones de piano, guitarra, clases de ruso y por supuesto, los paseos nocturnos de Chat Noir. Afortunadamente al cumplir los 18 logró negociar con su padre el uso de su propio auto, y de allí en adelante prescindió del uso de su limosina y chofer. Eso no quería decir que el Gorila no lo siguiese por cielo y tierra, pero al menos ahora tenía más posibilidades de escaparse de él. Esa tarde había pinchado los neumáticos del auto de su guardaespaldas con las convenientes garras de Chat, y así se había librado de él por el resto de la noche.
En el medio de la mesa del comedor lo esperaba un pastel decorado con crema chantillí y varias cerezas. Con su padre sentado del otro lado de la mesa, caminó con una sonrisa hasta el pastel y no hizo mucho esfuerzo en disimular su decepción.
Feliz cumpleaños Adrian.
¿Al menos se habían molestado en leer lo que habían escrito?
—Le diré feliz cumpleaños cuando lo vea.
Alertada, Natalie se acercó y notó el error. Tomó el pastel antes de que Adrien la detuviera.
—No te preocupes —Sonrió colocándose la inquebrantable máscara de Adrien Agrete, la conciliadora y amable sonrisa—. Estoy seguro que sabrá igual de bien.
La frustración en el rostro de Gabriel llegó a los ojos de Natalie, quien se disculpó solemnemente con Adrien y el mismo Gabriel, para luego quedarse parada como una estatua junto a la pared.
—Sabrosa —dijo Adriel luego de probar la crema con un dedo.
Gabriel soltó un sentido suspiro.
—Feliz cumpleaños, hijo.
—Gracias, papá…
Alzó una pequeña bolsa por encima de la mesa y se la extendió. Quizás no lo había olvidado por completo… Adrien tomó la bolsa y de su interior tomó el presente envuelto en un papel de regalo plateado. Un perfume importado.
La máscara de Adrien Agreste ensanchó una sonrisa, a pesar de que ya le había dado ese perfume la navidad pasada.
—Me… me encanta, papá. Muchas gracias.
—Tengo algo que decirte, Adrien. Siéntate.
El tono de su padre era familiar y nefasto al mismo tiempo. Era el tono que había usado cuando le informó que su madre había desaparecido, con el semblante más frío y distante que jamás le había visto en toda su vida. Y era el mismo que le oyó cuando le dijo que se mudarían a Nueva York.
—Vamos a volver a Paris.
Un mareo estremecedor se precipitó sobre su cuerpo al escuchar esas palabras. ¿Volver a Paris? No sabía qué se suponía que tenía que decir. ¿Se sentía feliz?, ¿asustado?, ¿agobiado?, ¿ansioso? ¿Era físicamente posible experimentar todas esas sensaciones simultáneamente?
—¿Volver? —fue lo único que logró salir de su contrariado cuerpo.
Él asintió con vehemencia y con una determinación renovada.
Volver a Paris…
—Supongo que estarás contento, volverás a ver a tus amigos.
Su asunción sonó mecánica, más no comprensiva. Como si lo que acaba de decir sería algo que se esperara de él, y no algo natural. Pero bueno, así era su padre.
—Mis amigos… —Soltó Adrien ensimismado en las reminiscencias de sus primeros años en la escuela.
Nino, Iván, Alya, Nathaniel, Chloe, Mari…
Oh… Marinette…
Chat Noir no había sido el único rechazado antes de irse de Paris. Pero habían pasado seis años, y Marinette era una muchacha maravillosa, estaba seguro de que habría hecho caso de su consejo y seguido adelante. Haz lo que yo digo y no lo que yo hago, por supuesto.
—Nos iremos pasado mañana.
Las posibilidades retumbaron en el corazón de Adrien, y sobre todo en el de Chat Noir. La cabeza le dio vueltas, ¿volvería a ver a su Ladybug?
Pero nunca había sido suya.
Y probablemente sería de alguien más en ese preciso momento.
Petrificado, probó a la fuerza un pedazo de pastel. Abrumado ante el abanico de posibilidades que se asomaban ante él y por la frescura de sus últimos recuerdos en Francia. Todo empezó a girar a su alrededor y no pudo escuchar todo lo que su padre le comentó al respecto. Lo único que sabía era que volvería a Paris y no estaba seguro si podría controlar su necesidad de encontrarla una vez más.
Luego de terminar su porción pidió permiso para retirarse y como un relámpago corrió a buscar a Plagg para contarle lo que estaba pasando.
—¡Perfecto! Así dejaras de sufrir por no ver a Ladybug.
—¿No lo entiendes, Plagg? No puedo verla, no después de lo que pasó. Es humillante.
—Tranquilo, recuerda que ella ya no se transforma. Tal vez ni siquiera está en Paris.
—No me consuelas.
—Nadie podría consolar a alguien tan confundido como tú.
—Lo sé… estoy jodido… ¿Plagg?
—¿Qué?
—Las garras…
Por momentos se sentía patético, ridículo. Un hombre de su edad usando un traje mágico al cual no le daba ninguna utilidad más allá de disfrutar una escueta cena a solas, en la cima de un edificio. Pero es que, en realidad, con el pasar de los años se dio cuenta de la triste realidad en la que su vida consistía.
Él era Chat Noir.
Sí, era Adrien Agreste. Era el hijo del diseñador Gabriel Agreste. Modelo. Millonario.
Y al mismo tiempo no, esa era la máscara de Chat. El disfraz siempre había sido Adrien. Adrien era lo que todos esperaban que fuera. Adrien era lo más perfecto que podía ser, desde el sereno tono de su voz, su personalidad inquebrantable, el amable, el talentoso, ese muchacho prodigioso que obedece a su padre por sobre todas las cosas, incluso por encima de sus deseos más íntimos.
Estar ahí, envuelto en la oscuridad de su traje y observando el mundo con sus intensos ojos rasgados, era él mismo.
Je t'aime, milady…
Y… quien no amara a Chat Noir… no amaba lo que él era en realidad.
Hola, probablemente seas un nuevo lector para esta autora. Esta idea llegó a mi mente hace poco tiempo, y como no encontré muchos fics con una temática parecida me aventuré a escribirlo. Espero que les agrade mi manera de escribir y sobre todo la trama. Al principio de este capítulo les dejé el fragmento de una canción de Sam Smith que parece hecha para Chat Noir. Espero que tengan tiempo de escucharla si no la conocen. ¡Gracias por llegar hasta acá! Si lo disfrutaron espero puedan dejarme un review, siempre son bienvenidos y son una especie de gasolina para los autores. ¡Les mando un abrazo y hasta la próxima!
