Este fic participa en el minireto de septiembre para "La Copa de la Casa 2014-15" del foro La Noble y Ancestral Casa de los Black.

Esta historia pertenece al universo de Magia Olvidada y aunque os cueste creerlo, sé que soy fabuloso, todo esta basado en la portentosa obra de J. K. Rowling a.k.a. Rita Skeeter

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A la joven Harley Esley le interesa los entresijos de su casa, la noble y excepcional casa de Ravenclaw. Le fascinaba el dilema de la diferencia entre conocimiento y sabiduría. Le parecía terriblemente absurdo el concepto que todos tenían de la sabiduría.

La sabiduría es saber aplicar los conocimientos de forma prudente, útil, moderada. Constriñendo el propio conocimiento a la moral del portador ¡Qué desperdicio!

¿Acaso el fuego debería ser solo usado para cocinar e iluminar? Eso sería un insulto a los descubridores del conocimiento de crearlo. Nos dieron una llave que habría mil puertas y solo osábamos cruzar dos umbrales.

A Harley esa falta de espíritu emprendedor le asqueaba. Sin riesgos no se podía conseguir más, más riquezas, más poder, más amor, más conocimientos que siguieran haciendo prosperar el mundo. Y sin embargo tenía que fingir sus sonrisas cada vez que veía a su profesora que la alentaba a ser prudente.

No. La prudencia no sirve de nada. Estaba desesperada. Ella quería más de lo que le dejaban intentar. Veía en los sabios muggles mucho más empeño por descubrir que en sus iguales. Siempre acusando de nigromante a cualquiera que se adentrase en las turbias aguas de la magia arcana.

¿Cómo saber cómo funciona algo sin romperlo y reconstruirlo? Un antiguó italiano abría en canal a cadáveres para saber cómo funcionaba un cuerpo. Gracias a él, los muggles tenían libros de anatomía, mientras Harley tenía profesores que decían que las preguntas que hacía eran impropias de una jovencita de su clase; peligrosas. Artes oscuras.

¿Por qué es magia negra todo lo que no lleve descubierto mil años?

Una noche, no pudiendo reprimirse más, salió de su dormitorio cargando con un gran saco que murmuraba y se agitaba sin parar. En silencio descendió por las escaleras que llevaban al salón. Tras ese pequeño trayecto el viejo y raído fardo, que había golpeado cada escalón, estaba inmóvil.

Harley salió con una sonrisa, un enrome saco de tela en una mano y un ejemplar del Al-Azif, bajo el brazo.

A la mañana siguiente fue preguntada, al igual que al resto de la casa, por la desaparición de una compañera de dormitorio.

Ella negó con la cabeza con preocupación.