Adicta al amor
Esa es ella, adicta al amor. Se enamora de cualquiera y los termina como sea. ¿Cómo hará Arnold Shortman para convertirse en el único a quien ella vea?
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Y ahí estaba ella otra vez, peleando con su nuevo novio. ¿Era tan difícil que ella no se enamorara de cualquiera? Seguro que si yo pudiera encontrar la fórmula lo haría. ¡Pero es que es una adicta al amor! No podía pasar tiempo sin un nuevo romance.
No importaba que tanto se me estruje el estómago de pensarlo, no tengo otra que acercarme. Son los celos, lo sé. Pero finjo que es porque mi deber lo exige.
Ya no teníamos 10 años como para discutir por trivialidades, a los 25 ella sabe que su actitud es de una chica inmadura. La veo forcejear ante el abrazo de él, lo normal sería esperar que ambos resuelvan sus problemas, de hecho estoy seguro que sería una escena romántica. Pero ¡No lo voy a permitir!
Me interpongo y los separo, él hace una cara de molestia que estoy seguro podría soltar un golpe en cualquier momento, ella abre sus ojos azules con sorpresa.
— No es bueno que un hombre forcejé así con una chica, por favor no den esos espectáculos.
— Ella es demasiado para ser tratada como una delicada chica.
Su novio está molesto con ella y conmigo, y yo con ambos. ¿Tenían que estar haciendo eso justo frente a dónde trabajo?
— ¡Tranquilo viejo! No tienes que tratarme como una delicada chica…
— ¡Claro que no! Terminamos.
El hombre se da la vuelta y se marcha furioso mientras se acomoda el saco y la corbata que ella desacomodó.
— ¡Él me dejó! Y yo quería hacerlo primero, maldita sea.
Cruzamos la calle, ella sigue refunfuñando. Esa era ella, Helga G. Pataki. Una amiga / rival desde la primaria. Una chica enamoradiza, profundamente tonta aceptando aguantar patanes por ser tan buena, y al mismo tiempo con un carácter insoportable.
¿Qué cómo me enamoré de ella? ¡Es especial! Una mujer increíble y fuera de lo común. Nada de ella me aburre, si ella es adicta al amor yo soy adicto a ella.
— No deberías hacer esos espectáculos en la calle Helga.
— ¡Tú apareciste para cambiar mi suerte! ¿Qué haces por aquí?
— ¡Trabajo al otro lado de la calle!
Helga se ríe, como si lo recordara. Su sonrisa me encanta, es tan sincera y escandalosa. A Pataki no le importa lo que el mundo piense de ella, está en su propia burbuja, su propio espacio donde es letal y encantadora.
— Eres un entrometido ¿Te lo han dicho Cabeza de balón?
— ¿Te han dicho que es de mal gusto poner apodos a diestra y siniestra?
— ¡Tú me lo repites desde que vamos en 4to grado!
— Y también te repito que dejes de conseguirte novios tan poco caballerosos.
— ¡No soy precisamente Julieta!
Me da un golpe en el hombro y yo solo puedo reírme por lo bajo. Los coches siguen pasando frente a nosotros que nos hemos sentado en una de las largas jardineras de la avenida. El sonido del celular de ella nos saca de nuestro incómodo silencio.
Me asomo con todo el disimulo que puedo, es el nombre de un hombre. La sangre me hierve, pero intento sonar calmado.
— ¿Otro enamorado sin futuro?
— ¡Oye! Este puede ser el bueno.
Me río. Ella no puede estar sin un novio, termina uno para iniciar otro de su larga lista de espera. Y es que no era el único en saber las enormes cualidades de la joven cuentista. Un alma apasionada enamorada del amor, que además es agresiva, sarcástica y fanfarrona.
— ¿Lo crees? ¿No deberías cambiar un poco tu tipo de hombre?
Lo suelto porque sé que ella siempre elije el clásico chico bien acomodado, en un trabajo estable con un futuro prometedor. Dependiente y controlador. De esos que quieren una chica con identidad libre y rebelde. Creen que es excitante y una loca aventura, pero no saben que ella también es entregada, apasionada e intensa, controladora y abusiva. Cuando se enteran siempre huyen.
— No creo que sea buena idea — exclama como suspiro — ¿O acaso quieres postularte como candidato? ¡Te daría un trato preferencial por ser tú!
Me callo por un segundo. ¿Esa conversación otra vez? Durante años de amistad más de una vez el pensamiento de salir había invadido nuestras mentes. Pero siempre terminaba en una separación. Sus ojos azules miran el cielo, tienen un deje de soledad ¿Será por su reciente ruptura?
Me levanto rápido y la jalo de la muñeca, la beso, muerdo su labio inferior y ella da un brinco ante la sorpresa, siento que sus brazos me rodean y completo el abrazo. Sus labios son reconocidos por los míos, tiemblan un poco, tal vez por el reencuentro de años.
Su cálida saliva me provocan a profundizar, mi lengua roza sus dientes y noto que ella se resiste pero no por mucho, la estrujo entre mis brazos y a falta de aire ella entre abre la boca, mi lengua no se espera. Estoy deseándola con todo el cuerpo, con mi corazón latiendo a mil por hora. Su húmeda cavidad me vuelve loco ¿Cómo puedo seguir viviendo sin comer su boca?
Nuestras lenguas se enlazan, su lengua roza mi paladar y puedo sentir que me voy al cielo. Pasan un par de minutos cuando nos separamos, ella tiene la cara sonrojada, y evita ver mis ojos.
— ¿Qué fue eso Arnoldo?
— Abrazos y besos de práctica ¿Recuerdas?
Ella se gira a verme, sus ojos azules me fulminan. No sé si está recordando que a los 14 años empezamos a practicar besos para saber lo que se sentía, o si cuando a los 17 tuvimos sexo por primera vez porque ninguno de los dos tenía idea de qué hacer en esas situaciones, o cuando a los 21 años le propuse ser su novio oficial… o tal vez cuando a los 23 terminamos por 6ta y última vez.
¿Qué de todo recordará cuando besa a otro hombre? ¿Qué de todo sentirá cuando contesta el teléfono de su próxima pareja?
— ¡No juegues así camarón con pelos! Me voy yendo tengo una nueva cita esperándome.
— Espera a que tus labios se desinflamen, Srita Pataki, sabe deliciosa.
Siento que algo me golpea la cara, me ha arrojado algo molesta, pero antes de verla alejarse por completo noto que sigue roja.
— Esperaré otro poco, pero seguro voy a volverme tu adicción Helga.
