Disclaimer: Harry Potter pertenece a JKR
Spoilers: Sólo hasta el 6° libro, después de eso es AU
Tragedia en cinco actos
Acto I
La sangre le hervía en las venas. Una frase tan banal, tan trillada, pero nunca tan verdadera como en ese momento. Podía sentir la sangre burbujeándole en las venas, quemándole la piel desde dentro, podía sentir el odio recorriéndole el cuerpo, sus músculos tensos por la rabia, un gusto amargo en la boca, sus labios pálidos de ira.
La furia era tan abrasadora que le quemaba, le quitaba el aire, pero aún más le quemaba la vergüenza. Lo habían humillado, ultrajado, y él no había hecho nada al respecto. No porque no lo hubiera intentado – una fugaz sonrisa se esbozó en su rostro al recordar el destello rojo en la mejilla de Potter – pero lo habían atacado por sorpresa, dos contra uno, y no era como si alguien hubiese acudido en su ayuda – salvo por la sangre sucia de Evans, que no contaba porque de todos modos no necesitaba la ayuda ni la lástima de gente como ella – y Potter y Black eran muy buenos con la varita...
No te engañes. Ellos no son grandes magos: tú eres un inútil y lo sabes.
Apretó los dientes. Le hubiera gustado acallar la voz en su cabeza, pero cada vez que intentaba hacer oídos sordos la voz se volvía más insistente, más fuerte, más cruel. Parecía como si se alimentase de su propia debilidad, o tal vez de los murmullos que lo seguían por los pasillos adondequiera que fuera. Porque él sabía, él sabía que toda la escuela se reía a sus espaldas, y los que no se reían le tenían lástima, y el sólo pensarlo le daba ganas de vomitar.
Los únicos que no se reían ni se compadecían de su desgracia eran los Slytherins, demasiado indignados para hacer ninguna de las dos cosas. ¿Indignados con Potter y Black? Tal vez un poco – todos en Slytherin los odiaban, hasta la familia del propio Black – pero sobre todo por el bochorno que él le había hecho pasar a su propia casa al quedar en ridículo. La noble casa de Slytherin despreciaba por naturaleza a todo aquel que no fuera capaz de arreglárselas solo, sobre todo si quienes lo vencían pertenecían a otra casa.
Y no era como si él fuese particularmente popular en su propia casa. Puertas afuera, los Slytherins respetaban a sus sangre sucias y mestizos lo suficiente para no insultarlos ni maltratarlos delante de las otras casas, pero puertas adentro alguien con linaje no del todo puro debía apresurarse a demostrar su valía si no quería verse reducido al ostracismo. Después de cinco años de hacer el ridículo gracias a Potter y Black, Snape sospechaba que todos los puntos acumulados por su genialidad en Pociones y su soberbio manejo de las Artes Oscuras, que superaba al de cualquier otra persona en la escuela, habían sido arrojados al desagüe, al menos a ojos de sus compañeros. Y ése sería un estigma que no se borraría de su frente lo suficientemente rápido: era sólo cuestión de tiempo antes que sus propios compañeros tomasen represalias contra él por la vergüenza que les había acarreado al dejarse ridiculizar por los payasos de Gryffindor.
Tan sumido estaba en sus sombríos pensamientos que no escuchó los pasos quedos sobre el frío mármol ni el susurro de una túnica al deslizarse, y se sobresaltó cuando sintió un cálido aliento en la nuca.
- ¿Por qué dejas que el inútil de mi primo te humille así?
Snape giró rápido la cabeza, varita en mano, y se encontró con los ojos pétreos de Bellatrix Black. Snape no bajó la varita. Bellatrix era famosa por su habilidad con las maldiciones y su liberalidad a la hora de usarlas.
Ella no parecía incómoda por tener una varita apuntada a su garganta. En sus ojos, semiocultos por párpados pesados que le daban un eterno aspecto lánguido, sólo brillaba una chispa de curiosidad. Ni burla, ni lástima, ni enfado: sólo una – casi – indiferente curiosidad.
Snape la miró un momento, estupefacto. En cinco años, ella apenas le había dirigido la palabra y nunca fuera de clase. Era natural: ella era la estrella más brillante de la constelación Black, la inteligente, despiadada y hermosa Bellatrix Black, la niña más mimada y a la vez más temida de Slytherin. Él, en cambio, era el pobre y desabrido mestizo, la perpetua víctima de los Merodeadores que para recomendarse no tenía más que su habilidad en Pociones y Defensa contra las Artes Oscuras y el alguna vez ilustre apellido de su madre.
Tenían la misma edad y estaban en el mismo curso, pero entre sus mundos había una distancia sólo mesurable en años luz. Que ahora le hablase, como si hubiera algún tipo de relación, algún nivel de igualdad entre ellos, era casi sobrenatural.
Cuando vio que ella inclinaba la cabeza a un lado, sus labios llenos curvándose para formar una nueva pregunta, se decidió a responder con un seco:
– Yo no dejo que me humillen por diversión.
Pero no haces nada por evitarlo – observó ella, sin cambiar su tono inexpresivo.
¿Qué no hago nada por evitarlo? – exclamó, indignado. – Claro que lo hago, pero se complica cuando son cuatro contra uno¿no te parece?
Ella lo miró, pensativa.
Sí, supongo que la diferencia en número influye en algo.
¿De veras lo crees? – replicó él, incapaz de ocultar el sarcasmo en su voz. Ella frunció el ceño: seguramente nunca alguien que ocupaba un escalón tan bajo en la cadena alimenticia de su casa le había hablado así. Snape hizo una mueca. – De todos modos¿qué puedes saber tú de eso? Mueves un dedo y todos saltan en tu ayuda.
Por primera vez Bellatrix perdió su aire de digna indiferencia.
No necesito la ayuda de nadie, me basto muy bien yo sola.
Snape sonrió al ver qué tan fácil era hacerla picar. Sintió una oleada de orgullo al pensar que él había sido capaz de hacerle perder la compostura a la formidable Bellatrix, a quien nadie se atrevía a contradecir. Claro que, de haber sido totalmente honesto consigo mismo, tendría que haber reconocido que su sonrisa no era sólo provocada por orgullo, sino también por el modo en que el enojo iluminaba sus ojos oscuros hasta que parecían estrellas, por el rojo que teñía sus mejillas, por el modo en que sus labios se fruncían, casi provocativamente...
Tal vez por eso decidió seguirla picando.
Quizás. Es imposible decirlo, ya que estás siempre rodeada de tus súbditos, listos para satisfacer todos tus deseos, por lo que nunca tienes que hacer nada por ti misma.
Un relámpago encendió sus ojos negros, que casi quemaron los suyos, mientras que su bien formado cuerpo se ponía en tensión.
Escúchame bien, Snape. En primer lugar, no son mis vasallos, súbditos o como les llames. Sí, son gente a la que le gusta andar conmigo y hacerme favores cuando me conviene, o porque quieren parte de la gloria de pertenecer al círculo íntimo de un Black o porque me tienen miedo, no sé ni me importa – Con un movimiento de cabeza, se apartó el cabello negro lustroso – como una retazo de una noche invernal – del rostro, y sus ojos, afilados como navajas, se clavaron en los suyos. – Es una relación de conveniencia, Snape, y después de cinco años tendrías que haber aprendido que es la única forma de llegar a algo en Slytherin... o en cualquier lado, vamos.
Sus últimas palabras se convirtieron en un susurro que acarició el rostro de Snape cuando ella acortó la distancia entre ambos. Él, que en algún momento había bajado la varita inconscientemente, se quedó tieso ante la proximidad de su cuerpo, mientras lo invadía una calidez que poco tenía que ver con el sol veraniego que se filtraba por entre los pesados cortinajes verdes, y mucho con las curvas femeninas que la túnica escolar no conseguía ocultar y con el brillo satinado de su piel, tan cerca de la suya.
Sus labios se curvaron lentamente, casi como si fuera conciente del esfuerzo que él debía hacer para que sus ojos permanecieran fijos en los suyos y no se desviaran por su cuerpo.
Tú eres un tipo inteligente, Snape. Tal vez uno de los alumnos más brillantes de la escuela. – Él mantuvo su cara inexpresiva y ella dio otro paso adelante – Sabes muchas cosas que no están en los libros de texto y que sólo pueden encontrarse en la Sección Prohibida... Manejas la varita mejor que cualquiera de nosotros, ni hablar de lo bien que te va en Pociones... – Bellatrix se inclinó hacia delante, sus labios rozando la oreja de él: un escalofrío lo recorrió, pero era el escalofrío más placentero que había sentido nunca – Podrías sernos de mucha utilidad¿sabes? Podrías ayudarnos mucho, y nosotros te ayudaríamos a ti...
¿"Nosotros" quiénes?
Bueno, ya sabes, mi grupo: Rod, Rabastan, Evan, los muchachos...
En resumen, los chicos más temidos de la escuela. Los hermanos Lestrange eran mayores que ellos e infames por su crueldad con los alumnos más pequeños, Evan Rosier era el mejor duelista de su curso, y "los muchachos" también eran de temer: Avery era el típico lisonjero que se ganaba a los profesores y los alumnos mayores, pero también era un maestro en las artes de la manipulación, persuasión y extorsión, mientras que Wilkes no pestañeaba a la hora de usar la fuerza bruta o los peores hechizos, y podía vencer fácilmente a los alumnos de los cursos superiores. Conformaban un grupo cerrado, exclusivo, y el más temido de toda la escuela. Nadie se metía con ellos, ni siquiera los Merodeadores. Las pocas veces que lo habían intentado lo habían pagado muy caro.
Nosotros te ayudaríamos a ti... La clase de ayuda que Bellatrix le ofrecía era muy clara: si tenía a su grupo de su lado, pocos se atreverían a burlarse de él otra vez... y si lo hacían, no saldrían indemnes.
Era igual de clara la intención de Bellatrix. Sabes muchas cosas que no están en los libros de texto... Snape siempre había sido muy celoso de sus conocimientos: era lo único que tenía para defenderse en un mundo que le había sido hostil desde el principio. La idea de compartirlos no le causaba ninguna gracia, pero sentía el aliento cálido de Bellatrix en su cuello, e imágenes de lo que había sucedido aquella tarde junto al lago se negaban a desprenderse de sus retinas. Si aceptaba, nunca más se atreverían a humillarlo así, porque si lo intentaran él ya no estaría solo, ya no tendría que contar con la ayuda de una sangre sucia con ínfulas de heroína... Sería más fuerte que todos los Merodeadores y sus estúpidos acólitos juntos, se ganaría el respeto de sus compañeros... y más tarde, cuando los días de Hogwarts quedasen atrás¿quién sabía la ayuda que podría brindarle estar en contacto con algunas de las familias más importantes del mundo mágico?
Años más tarde, cuando reflexionase sobre cómo había comenzado su camino hacia el Lado Oscuro y hacia las filas del Señor Oscuro, se preguntaría si no había sido en aquel preciso instante, cuando escuchar el canto de sirena de la princesa maldita de Slytherin lo había condenado para siempre.
