Holi, todos tranquilos, voy a resubir los capítulos y a continuar con la historia :3

Cambiaron algunas cosillas, pero nada grave, todo sigue igual, pueden releer o no eso no afecta en nada lo que sigue.

Lamento mucho haber dejado la historia, no volverá a pasar QnQ


Volvió a pensar en ella como cada noche; le tenía mucho resentimiento pero aun así seguía siendo la persona que la cuido desde pequeña y había sido una excelente madre, al menos hasta el día en que se marchó, cuando no le importó dejarlos solos con tal de estar con su amante, eso es algo que jamás podría perdonarle, y más aún cuando ni siquiera venía a verla nunca ¿Acaso se había divorciado de ella también? Lo único que podía sentir era rencor por haberla dejado, porque había hecho los problemas con su padre problema de ella también. Su padre en cambio se quedó con su custodia y aunque casi nunca estaba en casa, sabía bien que era por su trabajo en el hospital. Si ser médico consume, ser el dueño es incluso más desgastante.

Era de noche y la única luz en su cuarto era la de las farolas en la calle que alcanzaban a filtrarse por la ventana, creando un juego de sombras que podría resultarle bastante aterrador a cualquiera, pero no a ella que siempre se había caracterizado por ser bastante valiente a pesar de tener tan solo ocho años. Estaba acurrucada entre las sabanas al tiempo que escuchaba con total parsimonia la lluvia caer y al viento golpear las ventanas, los rayos provocaban conciertos de luces en su habitación y los truenos consumían el ruido que pudiera haber en la ciudad. Esa noche papá estaba trabajando y no volvería hasta el día siguiente; al contrario de la mayoría de los niños, a Elsa le gustaba escuchar las tormentas como lo hacía ahora, pensaba que los sonidos naturales eran los más bonitos de todos.

Se levantó de la cama sin preocuparse en ponerse sus pantuflas y se quedó de pie frente a la ventana, observando como la lluvia iba arreciendo cada vez más impidiendo incluso ver más allá de un par de metros; no parecía que fuera a calmarse pronto, y llegaba a dar la impresión de que el mundo se lamentaba, debía ser alguien muy valioso como para provocar que el cielo llorara por él. Pensaba Elsa mientras poco a poco se quedaba dormida sentada en el hueco interior de la ventana.

...

A la mañana siguiente su cuerpo dolía, lo más seguro es que fuera por la posición en la que estaba y el lugar donde se había quedado dormida. Se estiró desperezándose como un gatito, se levantó y se metió a bañar despertándose por completo al sentir el agua sobre su pálida piel.

Normalmente encontraría a su padre rasurado y enfundado en su traje esperándola junto a la puerta, listo para llevarla a la escuela y de ahí irse a su trabajo en el hospital, pero hoy no estaba, cosa que le pareció muy extraño, en el lugar de su papá se encontraba Kai esperándola con las llaves del auto en las manos.

—¿Dónde está papá?

—Su padre tuvo un asunto urgente que arreglar, me pidió que la llevara yo hoy, señorita — respondió amablemente el sirviente.

—¿Tardará mucho?

—No se preocupe, estoy seguro que estará aquí cuando usted regrese.

La niña solo asintió y se dirigió al vehículo que estaba estacionado afuera, si bien tenían dinero ni sus ropas, ni su casa, ni su coche eran muy ostentosos; lo único que los hacía parecer unas personas ricas eran sus sirvientes ya que no muchos podían darse el lujo de tenerlos, si Agnarr los había contratado no era por hacerse notar sino por la falta que le hacía que alguien cuidara de su hija cuando él no se encontraba en casa.

Mientras Kai manejaba Elsa se ocupaba en ver a todos los niños ir al mismo lugar que ella de las manos de sus madres, de sus padres o de ambos; no sentía envidia de ellos, pero le traían mucha nostalgia, rememoraba cuando era aún más pequeña y sus padres la llevaban al kínder juntos, uno a cada lado mientras iba brincando por la acera. Esos recuerdos siempre lograban arrancarle una sonrisa, aunque a decir verdad era una muy triste, una sonrisa que una niña de ocho años no debería de conocer todavía, pero desgraciadamente no puedes cambiar el rumbo que las historias toman. Para cuando se dio cuenta ya se encontraban frente al colegio donde comenzaban todos sus días, ella era aplicada y no tenía problemas en las clases, el asunto era cuando se trataba de trabajos en equipo, sabía que no le caía bien a las otras niñas, e incluso así todos querían tenerla en su equipo porque con ella tenían el diez garantizado, eso era lo que verdaderamente terminaba molestándola, pero a fin de cuentas no tenía otra que hacer como que no lo sabía y trabajar con los primeros que le pidieran estar con ellos.

Ese día hacía mucho sol por lo que trató de no salir del edificio en ningún momento, dado que su piel era demasiado delicada y enseguida comenzaba a tornarse rojiza y en un segundo se convertían en quemaduras de la misma manera que cuando vas a la playa y te azoleas de más.

Su único amigo, un muchacho de cabellos rubios que se encontraba en el mismo año que ella, se acercó al verla contemplando el patio desde la ventana y se sentó en una silla a su lado.

—¿Qué haces? —preguntó el niño con una sonrisa.

—Sólo veo a los demás jugar.

—Vamos a jugar también.

—No puedo, sabes lo que pasa con mi piel cuando estoy en el sol.

—¿Y quién dijo que teníamos que salir afuera?

El chico se levantó de donde estaba y después de chequear su mochila terminó sacando una bolita de papel y se la lanzó a Elsa como si fuera una pelota de vóleibol.

Ella reaccionó justo a tiempo y la golpeó de regreso comprendiendo enseguida el juego que su amigo se acababa de inventar, pronto otros niños comenzaron a querer jugar hasta que eran por lo menos cinco personas por equipo; eso no le hizo mucha gracia a Elsa al principio, pero después de unos minutos ya estaba tan entretenida que lo dejo pasar y simplemente se enfocó en que la dichosa pelota de papel no cayera al suelo. Se la pasaron así todo el descanso hasta que fue hora de las clases; casi se había olvidado de donde estaba cuando sonó la campana.

...

Llegó a casa algo cansada y con mucha tarea por hacer, lo único que ansiaba era terminar pronto y poder tomar una siesta hasta la hora de la comida. Había esperado ver a su papá al entrar, pero no lo encontró ahí lo cual le pareció bastante extraño, para estas horas ya debería haber llegado porque, a pesar de que sabía que su padre trabajaba mucho, en algún momento debía llegar a la casa. Dejó la mochila en el sillón y fue a la cocina a ver si Gerda sabía algo sobre su padre y también, por qué no, si tenía algo para comer pues estaba bastante hambrienta.

—¿Gerda, sabes dónde está papá?

—Se encuentra en el estudio. Me dijo que quería hablar con usted, mi niña, será mejor que vaya a verlo.

—¿De qué querrá hablarme? —se preguntó la niña algo confundida.

—No lo sé, pero debe ser algo importante, su padre parecía algo deprimido.

No pudo evitar hacer una mueca ¿Su padre, deprimido? No es que como ser humano no tuviera derecho a estar triste de vez en cuando, pero eran muy escasas las ocasiones donde lo dejaba traslucir, no recordaba la última vez que había visto a Agnarr llorar, o siquiera con una cara larga. Decidió dejar de especular y simplemente dirigirse a donde la esperaba y quitarse la duda de lo que sea que su padre quisiera hablar.

—Iré a verlo —le aviso antes de salir de la cocina.

Su estómago rugió cuando iba de camino y de pronto recordó que también pensaba pedir algo de comida a Gerda, sacudió la cabeza tratando de quitarse las ganas de volver para comer primero, después de todo lo más probable era que lo que su padre tenía que decirle fuera lo suficientemente importante como para perderse el postre de media tarde.

Al entrar se percató de que, como la ama de llaves había dicho, el hombre en la silla se veía bastante mal, casi a punto de llorar y le pareció raro verlo tan serio, a pesar de que tratara de ocultar su tristeza con la leve sonrisa que le dedico sus ojos no podían engañarla, esa mirada era incluso más melancólica que la que puso el día que su madre los abandonó.

—¿Qué ocurre, papá? —preguntó al tiempo que se sentaba acomodando a la vez su falda del uniforme.

Apoyó sus manitas sobre sus piernas esperando que su padre se decidiera a hablar, tanto misterio no le daba buena espina y por alguna razón no pudo quedarse quieta y cambio varias veces de posición en la silla hasta que logró calmarse y dejar de estar tan inquieta.

—Verás, Elsa, esto es muy complicado y tal vez sea más difícil para ti entenderlo, pero tienes que saberlo... Hubo una persona que fue muy importante para mí, tanto como tú o tu madre, esa persona... falleció ayer... —carraspeó un poco con la última frase antes de continuar —Era una mujer fuerte y emprendedora a la que yo quería mucho. Ella tiene una niña...

Elsa que había estado callada hasta ahora no pudo más con las palabras de su padre, se puso de pie algo confundida, comenzaba a impacientarse e enojarse por lo que sospechaba que su padre diría, una lágrima resbaló por su rostro antes de que ésta la limpiara con el suéter azul marino de su escuela que llevaba puesto. Definitivamente no le estaba gustando nada por donde iba la conversación, no estaba muy segura de querer seguir escuchando, pero por más que no lo quisiera se armó de valor para preguntar ya irritada, aunque más que pregunta parecía reclamo.

—¿Qué es lo que quieres decir? Sólo dilo de una vez.

Agnarr suspiró antes de hablar. Sabía, o tenía una idea de la reacción que Elsa tendría, pero debía decírselo porque no era algo que pudiera ocultar por más tiempo.

—Ella y yo tuvimos una hija, y debido a que su mamá ya no está, ahora ella vivirá con nosotros.

—Tú... Nos mentiste. Tenías otra persona —dijo con lágrimas en los ojos — ¡Eres igual que mamá! —le gritó y salió corriendo dejando al hombre pronunciando su nombre.

Se sentía nuevamente traicionada, ahora no sólo se enteraba que su padre, su gran ejemplo a seguir, había sido infiel sino también que había tenido otra hija y que quería que vivieran como una familia feliz. No podría aceptar algo como eso nunca. Las lágrimas surcaban su rostro sin poder evitarlo dejando su vista empañada por lo que casi se cae al pisar mal. Corrió escaleras arriba y apenas las había dejado atrás cuando chocó de frente con una niña evidentemente más pequeña que ella, de ojos color verde y cabellos castaños con un tono levemente rojizo; seguramente esa era la niña de la cual hablaba su padre, no quería ni verla siquiera.

—Hola —la saludó la niña con una mezcla de melancolía, emoción y timidez.

Elsa no contestó, simplemente la ignoró y entró a su cuarto dando un portazo, no soportaba la idea de compartir casa con la hija de la amante de su padre. Odiaba a su madre por haberla dejado sola y odiaba a su papá por haberle mentido de esa manera y haberse traído consigo a esa niña, a la que odiaba por el simple hecho de ser la hija de la otra. ¿Es que acaso todas las personas en las que confiaba tenían que traicionarla? Empezaba a pensar que sí; lo peor es que justamente ellos, sus padres, eran las personas que se supone debían infundirle mayor seguridad y eran quienes más estaban lastimándola. Apretó los puños con tanta fuerza que sus palmas comenzaron a doler.

Quería salir de ese lugar pero no tenía a donde ir así que desquitó su ira y frustración arrojando todo lo que encontraba a su paso, incluyendo una lámpara que su padre le había obsequiado, la cual se hizo añicos al estrellarse plenamente contra la pared dejando cientos de cristales rotos desperdigados por el suelo. El alboroto atrajo rápidamente la atención tanto de Agnarr como de los sirvientes, Gerda fue la primera en llegar a su habitación, era no sólo el ama de llaves sino también la nana de Elsa desde que ella tenía memoria; cuando la vio entrar se lanzó a sus brazos empapando su delantal con sus lágrimas y sollozando como no lo había hecho nunca.

Gerda se preocupó y acarició la espalda de la pequeña dejándola desahogarse, nunca la había visto así, ni siquiera el día en que su madre se fue. Tal vez no fuera su hija pero era como si lo fuera pues la había criado desde que nació.

Ella era, posiblemente, la única persona en la faz de la tierra en la que Elsa confiaba todavía, y era alguien con quien podía desahogarse con toda tranquilidad hasta que se agotaran todas sus fuerzas para seguir llorando, o hasta quedarse dormida, lo que pasara primero; comúnmente solían suceder ambas cosas al mismo tiempo.

—¿Qué pasó, mi niña? —preguntó al tiempo que se arrodillaba y tomaba su carita entre sus manos.

—Nana... —dijo únicamente y siguió llorando.

Enseguida apareció el señor por la puerta viendo todos los destrozos que su hija había hecho.

—Gerda, limpia este desastre por favor. Yo necesito hablar con Elsa.

—Sí, señor.

Evidentemente sabía que él era el responsable del estado de su niña y por más que no quisiera, eso le molestaba, pero de igual manera no había mucho que pudiera hacer, era su patrón después de todo.

—¡Yo no quiero hablar contigo! —gritó aún aferrada a su nana.

—No fue una pregunta, Elsa.

Se veía bastante molesto, tomó la mano de Elsa y la llevó casi a rastras a su habitación mientras Gerda se ocupaba de la de la niña. Se puso de pie frente a ella, se veía abatido pero incluso así causaba la suficiente autoridad como para hacer que Elsa dejara de llorar.

—Basta de estos berrinches, no te pido que quieras a Anna, pero sí que aceptes la situación. Eres muy pequeña para entender que a veces no todo sale como quisiéramos que fuera.

—...

¿Qué podía decir? Todo lo que pasaba por su mente eran insultos por los cuales se hubiera ganado una buena bofetada. Agnarr no le pegaba, pero las palabras en su cabeza hubieran provocado a cualquiera, y más aún si la persona se encontraba ya enfadada de por sí.

—Piensa que Anna tampoco tiene la culpa de nada, Elsa, a fin de cuentas, tanto ella como tú son víctimas de la situación.

Al ver que seguía sin decir nada se acercó para besar su frente y ella rehuyó el contacto, suspiró cansado y caminó hacía la puerta.

—Tengo que trabajar, llegaré lo más pronto que pueda —le avisó antes de salir.

La pequeña se dejó caer a la cama ya sin llorar, todo lo que tenía en mente es que su padre le había mentido y que nunca podría perdonarlo por ello.

...

Cuando despertó el sol estaba a punto de ocultarse. Se levantó de la cama para irse a su habitación. Su estómago seguía teniendo hambre, podía sentirlo, pero a estas alturas ya no le apetecía en lo absoluto probar bocado alguno. Al salir lo primero que vio fue a esa niña caminando por el pasillo, al parecer explorando el que sería su nuevo hogar. Trató de fingir que no la veía, pero eso no hizo que la pequeña pecosa se alejara, sino todo lo contrario, se acercó hasta ella con una sonrisa y volvió a saludarla, un poco más feliz que como lo había hecho hace unas horas.

—Soy Anna —dijo extendiendo su mano.

Ya con la cabeza más fría consideró que no tomar su mano sería una completa falta de respeto así que lo hizo únicamente por educación y volvió a emprender su camino a su cuarto.

—¿Tú cómo te llamas? —preguntó caminando a su lado.

—Elsa —contestó de la manera más fría que le fue posible.

—Bonito nombre... Tu cabello es también muy bonito, y raro.

Su comentario sólo se ganó una mirada condescendiente por parte de la niña, quien trató inútilmente de ignorarla hasta llegar a su habitación.

—Yo dormiré aquí enfrente por si quieres jugar —le dijo la pequeña castaña antes de que cerrara la puerta.

Al parecer Anna aceptaba cualquier situación, no se veía ni un poco dolida como lo estaba ella por la doble vida de su padre, lo que la hacía pensar que tal vez era tan pequeña que ni siquiera comprendía del todo lo que había pasado, aunque quien sabe posiblemente la razón fuera tan sencilla como que había perdonado a Agnarr en un segundo. Ahora entendía que la noche anterior no se encontraba en casa posiblemente por estar con esa niña y con su madre, se preguntó a sí misma si no sería que el cielo lloraba por aquella mujer, y deseo con todas sus fuerzas que no fuera así, eso significaría que aquella persona era tan importante incluso para provocar una tormenta. Aunque, a fin de cuentas, capaz o no de provocar tormentas, esa persona no volvería, ya no estaba más por lo que no debería de preocuparla, lo único que pedía es que la hija no fuera igual de importante para el mundo que su madre. Sí, ella tenía la idea de que la naturaleza sabía escoger a las personas que valían la pena, desgraciadamente el cielo nunca había llorado por sus problemas ni una sola vez. Desde hace tiempo comprendía que la lluvia no caería por ella, tal vez por eso la apreciaba tanto, por lo lejos que estaba de su control, o del control de cualquiera.

Se tiró sobre el colchón después de haberse cambiado y puesto el pijama, no podía sacarse de la mente la traición de su padre, que de cierta manera la había hecho vivir de nuevo la de su madre, y eso, dolía el doble.