CAPÍTULO 001
Un día se lo prometí. Ahora mismo no me acuerdo del momento exacto. Pero imagino que, a lo largo de estas páginas, lo recordaré y podré contároslo. Pero se lo prometí. De eso estoy seguro. Por eso estoy sentado. Comenzando con el primer párrafo. Lleno de miedo. Pavor, es la palabra que mejor lo describiría. Es nuestra historia. Desde el comienzo. Desde ese mismo instante en el que todo mi mundo cambió. Ese segundo en el que la vida se apiadó de mí y me puso en su camino. El destino fue sabio. Y perseverante.
Imagino que tendría que presentarme antes de continuar. Siempre he sido un poco vergonzoso para ello. Es más, cuando empecé en esto de escribir novelas, cambié mi apellido. En cierta forma, me ocultaba. No me exponía al 100%. Era el muro perfecto. Eso de lanzarse al vacío, escuchar las malas críticas directamente... Era algo para lo que no estaba preparado.
El éxito me llegó demasiado pronto. Y con las buenas palabras llegaba al cielo. Pero con las malas, sentía que todo se hundía a mí alrededor. Así que sí, utilizar Castle como apellido me ayudó. Bueno, la historia es un poco larga. E imagino que a lo largo de las siguientes páginas, en algún momento, llegareis a odiar ese apellido. Yo, lo hice.
¿Por dónde empiezo? Ahora la respuesta más fácil en nuestra cabeza sería aquella de 'por el principio'. Pero no me refiero a eso. Me refiero a que instante soy capaz de darle el símbolo eterno del comienzo de nuestro amor. Ese momento que se quedará grabado para ella. Porque me lo dijo. Me dijo que el libro sería el perfecto diario de mis pensamientos hacia el amor que creció entre ambos. De nuestra historia. De esta perfecta sincronía sin la que ya no podría vivir.
Johanna Beckett. Empezaré por ella. Porque de no ser por su fe inquebrantable en mí, aun seguiría en prisión. Creyó en mí cuando nadie lo hizo. No me acuerdo de la cantidad ingente de cartas que escribí a todos los abogados del país. Y cuando estaba a punto de perder cualquier esperanza, me avisaron que tenía una visita. Pensé que era mi madre. Pero no. Me equivoqué de lleno. Sentada frente a mí me aseguró que si era sincero con ella, conseguiría sacarme de aquellas rejas. Y le conté todo. Todo lo que era capaz de recordar de esa última noche.
Podría haberse ido. Decirme que no era creíble lo que le estaba contando. Pero su mirada fue tan intensa que juraría que me atravesó. Indagó en mi interior. Descubrió que era real. Que lo que le estaba explicando era lo que había ocurrido. Al menos lo que, conscientemente, recordaba. Me tendió la mano. Y me prometió que sería mi abogada.
Después llegaron interminables meses. Desesperación. Peleas. Datos incorrectos. Verdades a medias. Una historia en común. Un enemigo acechándonos a los dos. Hasta una despedida que no llegué a comprender y con la que me hundí, creyendo que era mi fin.
- Rick... - la vi titubear desde antes de que la verja me dejase entrar a la sala de encuentros.
- Hola Johanna. Pensé que nos veríamos dentro de dos días. - realmente me preocupé. Su rostro no era, para nada, el de ella. En aquel instante no supe descifrar lo que ví. Ahora sí que puedo. Miedo.
- Rick, no tenemos mucho tiempo. Lo único que te pido es que me escuches. Que firmes la documentación que llegará a tus manos mañana. Y el viernes, saldrás de aquí. - movía sus manos a la velocidad del rayo. Y pequeños resplandores me advirtieron que estaba sudando. Nunca lo hacía.
- Pero Johanna... ¿salir de aquí? Me dijiste...
- No importa lo que te dije. Estarás en la calle. Abrirán la investigación. Volverán a analizar cada prueba. Desde que salgas hasta que... - se quedó callada. Miré hacia la dirección de su mirada. Un hombre le hacía señas.
- Johanna... ¿qué está pasando?
- Búscala, Rick. Busca a mi hija. - me dijo nerviosa. Casi con lágrimas en los ojos.
- ¿A tu hija?
- Ella te ayudará. Se ha empeñado en ser policía, como su abuelo. A mí me horrorizó la idea, pero Jim me ha dicho que es buena, realmente buena. Los compañeros la tienen en alta estima.
- Pero...
- Kate. Se llama Kate. Recuérdalo. Kate Beckett. Ella será tu salvación, Rick. Desde este viernes, hasta que todo se pueda volver a desmoronar, tienes cuatro semanas para dar con ella, para hacerte su amigo, para que te ayude.
- No me hagas esto... - supliqué cuando la vi levantarse e intentar alejarse de mí - ¡No te puedes ir así! ¡No entiendo nada! - grité desesperado. Me agarré a su brazo como si estuviese a punto de caer por un precipicio.
- El viernes, Rick. El viernes llega tu oportunidad. Sal. Busca a Kate. Y cuídala. Prométeme que la cuidarás, porque yo no podré. - susurró a la vez que posó una de sus manos encima de la mía. Lo hizo con tanta ternura que mi voz salió sin ningún esfuerzo.
- Lo prometo.
La siguiente noticia que tuve de ella es que había aparecido asesinada. De una puñalada. En uno de los callejones con peor fama de la ciudad. Sola. De madrugada. Sin nadie a quien acudir. Sin pruebas. Ni rastro. Recuerdo el frió de la celda. El vacío que sentí. El tembleque. Esa tiritona que solo nace cuando tienes tanto miedo que eres incapaz de respirar. Seguro de que ya nada tiene sentido. Que todas tus esperanzas han terminado. Esa clase de temblor que llega acompañado de las náuseas. Cuando el estómago da un vuelco. Y el terror es lo único que queda en tu mirada.
Me escondí en el rincón de mi celda. Aferrándome a mis piernas. Abrazándome. Sin consuelo. No recuerdo como llegué a la cama. A ese colchón. Esa manta que tan poco efecto hacía en las noches de invierno. Lo único que tengo claro es que cuando abrieron aquellos barrotes, mis amigos más fieles en aquellos dos últimos años, estaba echado. Perdido.
Sin más, dos de los policías, me levantaron. Me acompañaron por aquellos pasillos. Sé que escuché las palabras que pensé que no escucharía jamás. Estaba libre. Me dieron mis pertenencias. Diez minutos para cambiarme de ropa y me echaron de allí como un perro. En mis bolsillos, el dinero justo para poder llegar a casa. Abrazar a mi madre. Llorar junto a ella. Y hundirme en la más profunda desesperación cuando mi hija, con sus cuatro años, no me reconoció y salió huyendo a su habitación.
- Me tiene miedo... - suspiré desconsoladamente, dejándome caer en el sofá.
- Hijo, lleva dos años sin verte. Dale tiempo. En unos días, se tirará a tus brazos. - se sentó a mi lado, acariciando mi espalda, como cuando llegaba de clase después de un día horroroso.
- ¿Y si no lo hace? - poco convencido de su consuelo.
- ¿Cómo has salido? ¿Cómo ha pasado? Ayer me enteré de lo de tu abogada... Perdí toda esperanza... - me volvió a abrazar emocionada.
- No lo sé. Vino un día antes. Me dijo que el viernes me liberarían. Me dijo cosas sin sentido. Y se fue. - entrelacé mis manos para evitar seguir mirándolas. Mi tembleque me ponía de los nervios.
- Hijo, ¿estás bien? - ella también fue consciente de ello. El movimiento de mis era demasiado evidente.
- Solo necesito descansar. - mentí.
- Está bien. - se levantó, señalando mi despacho - Tu habitación está igual que cuando...
- Gracias, madre. - la abracé de nuevo y me escondí. Porque entrar en mi guarida era lo único que, por un rato, me calmaría de forma superficial.
La diferencia de colchón resultó abismal. Cerré los ojos y pensé en la capacidad del ser humano por acostumbrarse a las decisiones del destino. Porque por muy duras que sean, de alguna forma u otra, siempre terminamos soportando. Y los dos años en un colchón, de un centímetro de grosor, era de los pocos buenos recuerdos, de aquel recinto de delincuencia.
Abrí una pequeña caja que no reconocí. Estaba entre las cosas que me habían entregado como objetos personales. Una foto. Una chica de ojos verdosos. Pelo castaño. En su parte trasera, su nombre. Katherine Beckett. Y el recordatorio de Johanna de ir a buscarla. Sin dejar de mirar aquellos ojos, que me encandilaron desde ese primer momento, leí una nota, firmada por su madre. En ella me especificaba los datos del inspector Javier Espósito. Con su teléfono y su dirección. Alguien en quien confiar. Y que estaría esperándome. Para terminar, una sencilla frase: 'El sobre amarillo no lo abras. Entrégaselo a mi hija. Cuídala. Recuerda que me lo prometiste. Lucha por recuperar la vida que te arrebataron.'
