Disclaimer: Rowling hizo los personajes y el universo. Ali tuvo una de las mejores ideas del AI. Yo soy la afortunada que pudo escribirlas.
Este fic ha sido creado para el "Amigo Invisible 2013-14" del foro "La Noble y Ancestral Casa de los Black".
Esta historia está libre de protagonistas Ravenclaw. Pobrecillos.
¡Ali! Tú no eras mi AI original. Y sé que está mal decirlo, pero cuando Venetrix me hizo la proposición indecente salté de mi asiento. No te conocía mucho, pero amoadoraba tus peticiones hasta el infinito. Y después, a partir del Reto de noviembre empezamos a hablar y yo me emocioné y... Buah. Que me ha encantado poder escribirte un par de regalitos y espero que los disfrutes.
Sin más, te dejo con tu guerra interdepartamental. Espero que te guste:
(Pdt. Roxy es amor, ¿se sabía?)
GUERRA INTERDEPARTAMENTAL
1. Leanne
Todo había empezado como un día normal y corriente. Por supuesto, un día normal y corriente en el departamento de aurores no significaba otra cosa que, tarde o temprano, ocurriría algo que nadie se esperaba y que pondría del revés todo su mundo.
Fue a la una y diecisiete de la tarde cuando aquel día dio un vuelco de ciento ochenta grados. Leanne estaba sentada en su cubículo, redactando el informe de la redada de la noche anterior y bebiendo café con nuez moscada cuando un chillido femenino hizo que saltara de su asiento.
Al igual que Leanne, todos sus compañeros se habían incorporado y sacado sus varitas. En el caso improbable de que un mago estuviera lo suficientemente loco como para levantar un ataque contra el departamento de aurores, se encontraría con un grupo de magos bien entrenados y dispuestos a hacerle morder el polvo.
Como si se tratara de una horda de inferis, se encaminaron hacia el origen del chillido: el archivo. Leanne pronto encabezó la marcha. Olía a picante y un extraño humo, color rosáceo, flotaba sobre sus cabezas.
Leanne abrió la puerta con un simple movimiento de varita.
—¿Qué ha pasado aquí?
La habitación se encontraba en un estado horrible. Las paredes y los archivadores –los cientos de archivadores que llenaban las paredes de la sala- estaban ennegrecidos. De todas partes salían llamas rosadas.
Y, en medio de todo aquel desastre, estaba Susan Bones.
Tenía la varita en la mano, las mejillas sonrojadas y los bajos de su túnica siendo devorados por aquel extraño fuego.
—¡Cerrad la puerta! ¡Cerradla! —ordenó. Leanne dio un paso al frente, sin pensárselo, y la puerta se cerró tras de sí con un sonoro portazo.
Genial.
—¿Qué está pasando?
Susan la miró. Tenía un ojo falso, rosa, parecido al de Alastor Moody. Una herencia de la guerra, de la batalla de Hogwarts. Hacía mucho que Leanne no se sentía incómoda al ver su rostro destrozado.
—¡No lo sé! ¡Solo, no dejes que se escapen las llamas! —Apuntó a la puerta y una brisa invisible apartó las llamas de la salida.
—¿Qué pasa? —insistió intentando alejarse de ellas. Parecían inofensivas, únicamente calentaban, pero fiarse de un hechizo desconocido habría sido algo propio de novatos.
—Leanne, sé lo mismo que tú —respondió con gesto hosco, intentando llevar todas las llamas hacia una esquina de la habitación. El techo se llenaba, cada vez más, de aquel humo picante que inundaba sus fosas nasales.
—De algún sitio ha tenido que salir.
—Evidentemente.
Leanne apretó los labios. A pesar de que Susan y ella habían ido al mismo curso y a la misma casa, no habían sido cercanas. Leanne siempre había preferido ir a su propio ritmo y parecía incapaz de perdonárselo.
—¿Has probado a usar el Finite?
Susan se cruzó de brazos y la miró de medio lado.
—Leanne, que no sea auror no significa que sea estúpida. ¿Para qué has entrado, de todas formas?
Abrió la boca. Y volvió a cerrarla inmediatamente después.
—Has gritado.
—Me asusté —explicó con simplicidad—. Tú también te habrías asustado si, de pronto, todo hubiese comenzado a arder.
Era cierto. Pero aquel no era el punto, desde luego.
—¿Para qué servirán?
—¿El qué?
—Las llamas. No queman.
Susan se encogió de hombros.
—No lo sé.
Se volvieron a callar. Leanne lamentó haber entrado. Todavía le quedaba mucho trabajo por hacer y no quería quedarse hasta tarde. Tenía planes y esas cosas.
—¿Puedo salir?
Susan ni siquiera se giró. Se quedó allí, controlando las llamas, como si no hubiera nada más en la habitación.
—Supongo —respondió al final.
Leanne suspiró de alivio y abrió la puerta tras de sí.
Allí todavía quedaban algunos compañeros curiosos a los que tuvo el honor de calmar.
A fin de cuentas, parecía inofensivo.
Eran las seis y veinticuatro y Leanne seguía en la oficina de aurores. Debería ser su quinta taza de café. Notaba como su corazón latía demasiado deprisa y como la cafeína en su cuerpo la obligaba a mover de manera compulsiva sus piernas.
La oficina de aurores estaba prácticamente desierta. No es que fuera demasiado tarde, pero era viernes y todo el mundo intentaba salir lo más pronto posible.
—¿Entonces te duele?
Levantó la cabeza.
Ese era McLaggen. Seguro, segurísimo.
A pesar de que era un año mayor, Leanne y él habían coincidido durante el entrenamiento de aurores. No lo caía especialmente bien: era prepotente, orgulloso y no dudaba de cargarse con la gloria de terceros.
Volvió a mojar su pluma en la tinta, intentando concentrarse.
—No, no. Estoy bien. No te preocupes.
Vale, esa era Susan. Todo el mundo sabía que si esos dos no estaban saliendo se debía a las normas de la oficina. Tenían ese rollo raro de "espera que yo también me marcho. ¡Qué coincidencia!".
Quizá sí que estaban juntos y, simplemente, se lo habían callado.
—Deberías ir a San Mungo, Susan —recomendó la voz de Harry Potter. Y ahí Leanne empezó a sentirse tentada a asomarse.
—No me duele —protestó la aludida.
—Ya les has oído, no saben cuál es el efecto en personas. Ve, me quedaré más tranquilo.
Leanne echó su silla hacia atrás. Estaban caminando por aquel pasillo, Susan entre los dos. Prácticamente había sido cubierta de pies a cabeza con una especie de hollín negruzco.
—¿Qué era? —preguntó con curiosidad.
—Un hechizo que se les salió de control al Comité de Encantamientos Experimentales —explicó McLaggen pisando a Potter—. Siempre hacen lo mismo.
—En realidad es un hechizo muy útil. Sirve para eliminar documentos. Es imparable. —Casi podría decirse que la voz de Susan estaba impregnada con una nota de ilusión—. Solo tienen que… mejorarlo.
—Como bien has dicho, aún tienen que mejorarlo. Ve a San Mungo. —Harry la agarró por el brazo, obligándola a mirarlo—. Es una orden. Si el lunes vienes a trabajar con una sola mota de polvo te mandaré a casa vía lechuza.
—Pero el archivo…
—No se va a solucionar. Ya los has oído.
Susan abrió la boca, para protestar, pero pareció desistir antes de empezar.
—Está bien, iré —aceptó—. Nos vemos mañana.
—Susan, ¿quieres que te acompañe? —se ofreció rápidamente Cormac.
Leanne observó cómo se alejaron los dos juntos, tan cerca el uno del otro que a cada paso que daban sus brazos se rozaban. Hacían una pareja curiosa. Cormac era tan alto, con la espalda ancha y tan apuesto. Susan era bajita, regordeta, con el rostro destrozado. Y un ojo falso.
—¿Y ya está? —preguntó Leanne mirando fijamente a Harry—. Ellos nos utilizan como conejillos de indias y nosotros… ¿les dejamos?
Harry suspiró, cansado. Era el Jefe de Aurores más joven de la historia y daba la impresión de que empezaba a pasarle factura. O a quedarle grande. Tenía unas profundas ojeras y barba de varios días.
Probablemente, si no tuviera a Ginny para que cuidara de él tendría un aspecto mucho peor.
—Se les escapó de control —explicó con cansancio—. Además, ¿qué quieres que hagamos? Todo funciona mucho mejor cuando nuestros departamentos colaboran. Ahora termina con esos informes: que los demás se hayan destruido no significa que te puedas escaquear.
—A sus órdenes, jefe.
—Leanne.
Todo estaba negro. Le dolía el cuello a horrores y lo único que quería hacer era protestar y seguir durmiendo.
—Leanne —repitió la voz, haciendo que entreabriera los ojos y girara un poco su cabeza.
—¿Um…?
—Es tarde. Deberías irte a casa.
Era Ron Weasley. Con su pelo pelirrojo y su nariz alargada.
—¿Qué haces tú aquí? —preguntó levantando la cabeza de su escritorio. Se había quedado dormida la noche anterior.
—Cojeamos del mismo pie. Es mi noche de terminar informes.
Sonrió. Leanne estaba cansada. Tan terriblemente cansada.
—¿Te imaginas lo que hubiera pasado si los hubiésemos entregado a tiempo? —Ron se apoyó en su mesa—. Casi es su culpa que estemos aquí terminando el trabajo, ¿eh?
Leanne se estiró con poco decoro.
—Deberíamos hacer algo.
—El jefe Potter no quiere —respondió Leanne cerrando el archivador en el que había estado trabajando. Lo dejaba. Había terminado por aquel día.
—¿El jefe Potter? —repitió divertido—. Vaya, qué formal.
—No fastidies, Weasley.
Ron dejó escapar una carcajada.
—Yo solo lo digo. No deberíamos dejarlo así: deberíamos vengarnos. Es más, deberíamos hacerlo ahora mismo. No se lo esperan.
Leanne giró su silla hasta mirar cara a cara a Ron.
Cuando el estratega principal del cuerpo de aurores tiene un plan es mejor seguirlo, eso está claro. Si hubiera un manual del buen auror sería una de sus primeras diez premisas. Además, que le mirara de esa manera… Con esa sonrisa pícara, casi maliciosa, y aquellos ojos brillantes.
¿Cómo iba a decirle que no?
—Soy toda oídos. ¿Qué tienes pensado?
Ron sacó de uno de sus bolsillos unas bengalas.
—No hacen falta hechizos complicadísimos para volar unos archivos, ¿no te parece?
—¿Siempre llevas esas cosas contigo? —Ron se encogió de hombros—. Merlín.
Continuará.
