La mazmorra inutilizada frente a la sala de pociones, esa que todos creen abandonada, la que tiene telarañas en el techo y polvo en el suelo, de la que nadie entra ni sale nunca, la que siempre estuvo ahí pero nadie la toca (excepto tal vez los gemelos Weasley, pero al descubrir que está vacía perdieron su interés en ella).
Esa donde no se oye ni siquiera el arrullo del viento, y ningún ser vivo la habita jamás.
Claro que…nadie sabe quienes se esconden allí por las noches.
Nadie sabe como Draco recorre el largo y sedoso cabello de Ginny con las yemas de los dedos, deleitando su tacto con la suavidad de los mismos, escondiendo la cabeza en su cuello y aspirando el hipnotizante aroma a flores que llevaba permanente consigo.
No imaginan que ella cierra los ojos, maravillada, oyendo los susurros ahogados del rubio diciéndole las palabras más maravillosas que jamás ha oído, mientras le acaricia la espalda con una mezcla extraña de ternura y necesidad a su vez.
Que a Draco le gusta perderse en sus ojos almendrados, mirarla por minutos completos, sin decir nada, porque las palabras son obsoletas e innecesarias para demostrar los sentimientos más fuertes que ha sentido en toda su vida.
Le gusta admirarla, desde sus mejillas sonrojadas que le daban un aspecto tan bello, inocente y puro semejante al de un ángel, hasta su piel blanca y delicada, bañada por una infinidad de pequeñas pecas, que coordinan perfectamente con su deslumbrante apariencia.
Ninguna persona puede suponer, aún en sus más alocadas fantasías, que Ginny Weasley le dedica una sonrisa divertida a Draco Malfoy, mientras le ayudaba a desabrochar los botones de su camisa.
Y mucho menos adivinar que a Draco le encanta que ella haga eso…
La gente no se imagina que una Weasley y un Malfoy se aman en secreto, aunque teman admitirlo. Ambos saben que está prohibido, pero eso les encanta, y los llama más aun a tener los labios del otro sobre los suyos.
¿Y si él mordiera el labio inferior de ella? ¿Y si le dijera que la amaba entre palabras sofocadas? ¿Y si ella pegara su frente a la de él y sólo tuviera ojos para admirar su perfecto rostro semejante a la figura de algún dios griego…? No, definitivamente, nadie se imaginaría eso.
Pero a ninguno de los dos le importa lo que la gente piense, pues en ese momento sólo importa el otro, sus labios que danzan en perfecta armonía, sus manos cálidas que recorren el cuerpo del otro con un afecto especial, sus miradas conectadas en todo momento, transmitiendo silenciosamente las palabras escondidas en el fondo del alma.
Y así pasa otra noche, en la vieja mazmorra abandonada, donde nadie entra o sale, o eso es lo que creen…
