Es plena noche. La oscuridad debería inundarlo todo con su frio manto, pero no es así. La luz lo cubre todo. Una luz roja, intensa y fiera. El fuego lo envuelve todo y sus dedos ardientes golpean roca, carne y ropa sin importarle nada salvo su pasional y arrítmico movimiento. Ese primitivo rojo no es lo único que ilumina todo. Algo infinitamente más mortífero volaba raudo en el aire, iluminando las paredes a su paso. Rayos verdes, rojos, azules, turquesas, amarillos, blancos y colores indescifrables chocan entre si y provocan explosiones de luz, o se estrellan contra las paredes con un chasquido seco. En el peor de los casos chocaban con algo más sensitivo. Cientos de cuerpos se desplomaban minuto a minuto para no volver a levantarse.
Y en medio de toda esa locura de colores, olores y sonidos estridentes y letales, se encuentra George Weasley. El joven está luchando con todas sus fuerzas. Sus energías se agotan rápidamente con cada hechizo, movimiento y pensamiento. Tiene que actuar mil veces más rápido de lo normal. Sus reflejos, afilados por años de entrenamiento en Quiddicht, no eran suficientemente rápidos para la andanada de fuego continuo que le lanzaban. Los Mortifagos batallaban sin parar. No daban tregua.
Un saltó y el suelo que acababa de abandonar estallo en llamas y la explosión le lanzó contra la pared. La suerte hizo que cayera tras una estatua. Un descanso necesario se le concedió. Los hechizos revotaban contra la piedra y los refuerzos de George llegaron en ese instante para aliviar la tensión que estaba acumulando él solo en aquel pasillo. Respiró hondo, lleno sus pulmones de aquel aire viciado por el polvo y las cenizas. El olor a quemado y carne chamuscada se elevaba por encima del olor de la muerte. Era desagradable y daban ganas de vomitar. George se resistió a la arcada que le subía por la garganta. Se permitió cerrar los ojos un segundo para descansar la vista.
Fue en ese segundo cuando lo notó. Su corazón dio un salto. Se detuvo cuatro segundos. Cuatro latidos perdidos. El aire en sus pulmones se heló como si se hubiera convertido en hielo. Siente una garra en el pecho tirando de sus órganos hacia fuera. Parecía que algo quería arrancarle el alma. Se preguntó si su cuerpo había dicho basta. Aquella tensión le había propasado y había acabado venciéndole. Estaba seguro. Su cuerpo ya no toleraba todas esas emociones, ese miedo y esa adrenalina amontonada en un cuerpo lleno de nervios.
Ese pensamiento acabo por desvanecerse tan rápido como había venido. Sabía que estaba sintiendo. Era algo tan primitivo y primordial que no había duda de que era eso lo que había pasado. Notó las lágrimas brotando de sus ojos sin control. La batalla a su alrededor perdió su importancia. Le daba igual todo. Mortifagos, Harry, Voldemort, Snape, Bellatrix, sus amigos. La guerra entera dejo de importarle. ¿Por qué iba a importarle? Todo su mundo se vino abajo : Su hermano había muerto.
