Para saber si les gusta dejen un review, no tardan ni medio minuto, si no lo hacen asumo que empezaron a leer y les pareció mejor invertir su tiempo en leer la sección de finanzas del diario. (Muy válido), pero si es así, no tiene caso continuar con el fic.

Invierno

I

El color mostaza de las paredes lucía triste y apagado. Tal vez sería buena idea cambiar el color; un par de tonos más claro le darían algo de vida al departamento. La luz proveniente de la única lámpara encendida resultaba casi adormecedora; a Temperance le resultó inevitable recargar la cabeza sobre la mano y sin siquiera notarlo empezó a dormitar suavemente. Despertó cuando la taza que sostenía con la mano izquierda se deslizó de esta y se acercó peligrosamente al borde de la mesa. Alcanzó a recuperarla antes de caer al suelo y se frotó lo ojos muy despacio. A juzgar por la oscuridad reinante su sueño debió prolongarse por una hora más o menos.

A pesar del enorme suéter de lana que la cubría sintió frío y frotó sus brazos tratando de ganar algo de calor. Cuando se puso de pie para servirse un poco de café miró de reojo el reloj: eran casi las ocho. Ya se había acostumbrado al sabor amargo de la bebida, pero a pesar de eso no pudo reprimir un ligero gesto al dar el primer trago. Necesitaba la ayuda de la cafeína para mantenerse despierta el mayor tiempo posible.

Regresó a su lugar frente a la pantalla de la computadora y sosteniendo la taza con ambas manos releyó los últimos renglones escritos. Trató de recordar los últimos párrafos borrados. En cinco semanas, lejos de avanzar con su nuevo libro, el número de capítulos escritos ya se había reducido de siete a cinco. Su editora no estaba contenta con sus intentos por escribir dos líneas, que generalmente culminaban con la perdida de los tres párrafos precedentes.

Su dedo se acercaba peligrosamente a la tecla delete cuando el teléfono timbró por primera vez. Sin siquiera mirarlo, suspiró y lo dejó sonar dos veces más hasta escuchar su propia voz invitando al llamante a dejar un mensaje después del zumbido.

Sé que estás ahí Brennan, contéstame por favor. Entiendo que no tengas ganas de reuniones ruidosas, pero un café o una copa no harán daño, ¿cierto? ¿Brenn? ¿Brenn?... Bien, estaré ahí en quince minutos y vendrás conmigo quieras o no.

La comunicación se cortó de golpe y del mismo modo ella cerró su laptop, tomó un abrigo, el celular, las llaves, unos cuantos dólares y salió sin molestarse en apagar la luz. Conocía muy bien a Ángela y sabía que antes de quince minutos estaría dando de golpes en su puerta. El celular vibró en su mano y antes de ver el identificador de llamadas supo que se trataba de su amiga. Cortó la llamada y salió del edificio. Apenas cruzando la calle estaba un pequeño restaurante donde solía ordenar emparedados cuando estaba muy cansada para prepararlos ella misma. Encontró una mesita cerca de la ventana pero convenientemente oculta por un frondoso ficus. Podía observar la entrada del edificio y monitorear a Ángela sin peligro de ser descubierta.

El expresso que ordenó llegó un par de minutos más tarde que su amiga y Temperance se preguntó cuánto tiempo tardaría ella en cansarse de tocar a la puerta antes de convencerse de que el departamento estaba solo.

Una lluvia fina comenzó a caer y en cuestión de minutos gruesas gotas se azotaban contra el vidrió de la ventana empañando su visión. No le gustaba la lluvia; no porque alterara su estado de ánimo pero odiaba el tráfico, las congestiones, los cortes de energía, encharcamientos y otras molestias. No encontraba romanticismo alguno en la temporada de lluvias, pero claro, para ella el romanticismo era algo gastado y sobrevaluado. A Booth, sin embargo, una noche como esa le encantaría.

¿Hueles eso, Huesos? —le preguntó casi un año atrás.

Ella arrugó la nariz olisqueando a su alrededor sin hallar un aroma sospechoso. Booth parecía disfrutar de un olor misterioso, presente sólo para él. Sonreía tontamente con la vista fija en el parque a su izquierda y no en el semáforo a unos metros de distancia.

La hierba recién mojada… —le explicó sin dejar de sonreír.

Acaba de llover. Cuando esto sucede…

No, no, no. No lo arruines con tus razones científicas —le pidió con un gesto de frustración. Ella miró a su ventanilla y cruzó los brazos—. ¿Sabes? Mi abuelo solía llevarme a mí y a mi padre al bosque al final de la temporada de lluvias. Es un lugar maravilloso. Cerca de una cañada… la vista es increíble y después de llover el aroma es… embriagador.

Ella aflojó los brazos y lo miró a través del espejo retrovisor, su entusiasmo era contagioso y de inmediato le perdono la interrupción.

Mi bisabuelo adoraba ese lugar. Cuando murió quiso que sus cenizas fueran arrojadas ahí, y yo hace tiempo decidí que hicieran lo mismo conmigo. Te encantaría ese sitio; algún día te llevare con Parker a conocerlo…

Pero nunca la llevó. Una larga sucesión de casos urgentes, vacaciones separadas, heridas, situaciones incómodas y otros 'peros' semejantes. El momento perfecto nunca aparecía y el tiempo fue pasando sin notarlo.

En ese momento recordó lo tonta que se había sentido cuando él la obligó a visitar la tumba de su madre para hablar con ella. Era una idea infantil que no acababa de procesar. Vestigios del pensamiento precientífico de tiempos remotos. Los muertos no oyen, no entienden ni hablan. La esencia de una persona desaparecía cuando el cerebro dejaba de funcionar.

La servilleta en su puño quedó humedecida y hecha una pelota compacta gracias a la fuerza con que la apretaba. Debía reconocer, por lo menos ante sí misma, haber sentido cierto confort al hablarle a una tumba. Una paz y liberación desconocidas hasta entonces. Un sentimiento que sólo un adiós dicho a tiempo podía provocar.

Pidió otro expresso mientras Ángela permanecía en las escalinatas de la entrada del edificio esperando una tregua de la lluvia. También ella odiaba mojarse. La vio marcar un número en su celular y casi al instante el teléfono en la bolsa de su abrigo sonó con insistencia. Lo apagó con rapidez antes de dar un sorbo a su café. Apenas unos minutos después la lluvia cedió y su amiga pudo llegar a su auto seca, aunque aun en la distancia, su gesto de frustración era evidente.

La campanilla de la puerta tintinó y una fuerte corriente de aire se coló hasta ella. Olía a hierba mojada, pero curiosamente no había ningún parque cerca. Sonrió ligeramente y pensó en ese lugar en el bosque cerca de la cañada. Le hubiera gustado conocerlo, sentir la lluvia salpicándole el rostro e intoxicar sus pulmones con el olor. Le hubiera gustado poder decir adiós a tiempo.

Pagó la cuenta y levantó el cuello de su abrigo antes de salir. El frío le entumecía brazos y piernas y ni siquiera en su departamento logró entrar en calor. A pesar de la cantidad de café que ya circulaba en su sistema, sentía un sueño incapacitante y después de poner el seguro en la puerta se dejó caer en la cama sin quitarse el abrigo o los zapatos.

Quería descansar, dormir. No pensar. Quería abrir los ojos y despertar en un soleado día de primavera… sobrevivir al invierno.

Una niña de largas trenzas negras corrió a lo alto de la resbaladilla, se deslizó con prisa y después corrió detrás de Parker hasta tropezar con algo y caer sobre el césped. El niño, alertado por el ruido, se dio la vuelta y al ver a su compañera tendida en el suelo sacudió la cabeza y se acercó a ella para ayudarla a levantarse. Se tomaron de la mano y fueron corriendo hasta la escalera que los llevaría a lo alto del tobogán.

El niño tenía la misma sonrisa franca y contagiosa de su padre. Los mismos modales machistas y dulces… La mirada profunda y serena que lograba ver incluso lo que ella prefería mantener oculto. Cuando los niños se dirigieron a los columpios pasaron muy cerca de ella y Temperance tuvo que dar un par de rápidos pasos para permanecer oculta detrás del árbol.

—Doctora Brennan —susurró una voz detrás de ella.

Tras el breve sobresalto inicial apretó los labios ligeramente, pensando en la mejor forma de hacerle frente a esa situación. ¿Cómo explicar algo que ni ella misma entendía? ¿Qué justificación dar si no sabía qué la motivaba a mirar a Parker de lejos tres veces por semana?

—La niñera de Parker me dijo que alguien estaba siguiéndolos… —declaró Rebeca, con los ojos azules fijos en la figura de su hijo a varios metros de distancia.

No supo si en el tono de voz de la mujer se hallaba un disimulado tono de reproche o de furia. Tal vez estaba por advertirle que la denunciaría a las autoridades y pediría una orden de restricción. En cualquier caso estaba en su derecho y ella no tenía más alternativa que alejarse después de pedir una disculpa. Supuso que eso sería lo 'socialmente correcto'.

—Imaginé que se trataba de usted. ¿Nos sentamos? —sugirió señalándole una banca cercana.

Temperance asintió y la siguió en silencio.

—Rebeca, mi intención no es molestarlos yo… —quiso explicarse.

—Se parece mucho a Booth —la interrumpió Rebeca, ambas miraron fijamente al niño por unos segundos antes de hablar de nuevo—. Sigue preguntando cuándo regresará de viaje su papá. Lo extraña mucho.

Temperance asintió y de forma instintiva frotó sus manos para desentumecer los dedos; dejó de mirar a los niños y alzó el rostro para contemplar uno de los altos edificios de la ciudad.

—No necesita esconderse para ver a Parker, Doctora Brennan —le dijo sonriendo sinceramente y apretando su mano—. Él también pregunta por usted. Si algún día quiere pasar la tarde con él, simplemente avíseme y yo misma lo llevaré. Y si necesita hablar, sé que no somos amigas, pero… Éste es mi número —le dio una tarjeta con sus datos antes de ponerse de pie.

—Gracias —susurró débilmente.

Mientras guardaba la tarjeta en el abrigo escucho una vocecita conocida y unos pasos acercándose rápidamente a ellas.

—¡Mami! —gritó Parker antes de colgarse del cuello de Rebeca.

—¿Cómo estuvo la escuela? —le preguntó.

El niño levantó el pulgar por respuesta y cuando estuvo de nuevo en el piso notó la presencia de Brennan y la abrazó.

—¡Huesos! —la saludó entusiasmado.

Ella no pudo moverse. Escuchar ese sobrenombre después de tanto tiempo la paralizó. Dejó que el niño la apretara y sin saber cómo le besó la cabeza antes de ponerse de pie con cierta brusquedad.

— ¿Sabes cuando regresa mi papá? —le preguntó ansioso.

Rebeca bajó la cabeza y protectoramente colocó las manos sobre los hombros de su hijo.

—No… —murmuró mordiéndose un labio—. Yo… tengo que irme. Adiós Parker —le dijo, y por un momento extendió la mano en un intento por acariciar el cabello del niño, pero lo pensó mejor y regresó la mano a la bolsa del abrigo—. Gracias por todo, Rebeca.

—Adiós, Huesos —se despidió el niño.

Temperance apresuró el paso tratando de dejar lo más lejos posible el parque. Siempre había detestado los apodos. Siempre.