Este fanfic pretende dar una idea de lo que podría haber sido una novena temporada de Castle si Stana hubiese dejado la serie, procurando que la serie hubiese seguido siendo classic-Castle, que no se convirtiera en un rollo patatero (ni en algo de ciencia ficción, Nathan, que nos conocemos...), y respetando la escena final del futuro de la pareja feliz con tres hijos.
¿Será posible? ¿Lo conseguiré? No sé, leedlo y decídmelo en las reviews.
He supuesto que Stana hubiese estado disponible para rodar algún capítulo 'especial' a lo que ella hubiese accedido gustosamente por amor a sus fans... y una considerable compensación económica, claro. (ejem, y si no, oye que no pasa nada, utilizaremos poca luz, como en los besos, jejejeje).
Hay un pequeño salto temporal de 11 meses, desde mayo de 2016, cuando disparan al Caskett y se pone todo perdido en la cocina del loft, hasta abril del 2017, que es justamente ahora. La publicación será mensual, con alguna excepción debida a las vacaciones de verano o a mi bloqueo de escritora en algún momento.
ABRIL 2017
Las luces de colores invadían la pista central, al igual que la música pop a todo volumen, por no hablar de las decenas de personas que brincaban al ritmo del calor y el alcohol.
- ¡Sólo a Patterson se le ocurriría hacer una presentación de un libro que pareciera una fiesta de la antigua revista Playboy! ¡Cómo se nota que estamos en Los Ángeles!- gritó Richard Castle a su nueva editora, mientras se quedaba mirando con una sonrisilla amable a las contoneantes jovencitas dispuestas a darle al legendario escritor todo lo que les pidiese.
-Se llama marketing... Y deberías tomártelo más en serio, papá. - le regañó su hija Alexis, ahora también su editora - Después de casi un año encerrado ya era hora de que volvieses a dejarte ver por estos eventos.
Castle sintió una punzada en su cicatriz que poco tenía que ver con el dolor físico. Las palabras de su hija podían parecer duras e insensibles, pero hasta él reconocía que la languidez y el desánimo habían marcado estos once meses sin ella. Sin Kate.
Antes de que se volviese a poner melancólico recordándola, una joven de apariencia gótica se acercó con un antiguo ejemplar de Derrick Storm para que se lo firmase, a lo que él accedió con una sonrisa.
-Y... ¿puede firmarme aquí? - dijo bajándose el cuello de la blusa para enseñarle una buena porción de su escote.
-Por supuesto- dijo él sin inmutarse. Después de tanto tiempo y algunas cosas no habían cambiado nada.
Tras despedirse de su admiradora, una bandeja de bebidas apareció delante de sus narices como por arte de magia y, por casualidad, tenía un vaso fresquito y burbujeante de Dr. Pepper, su preferido. Tenía el gaznate seco y la prohibición explícita de su cirujano de beber alcohol así que lo cogió con la rapidez y habilidad de un ninja.
Después de beber un buen trago, que casi le hizo eructar, Alexis se volvió hacia él y le cogió cariñosamente del brazo para gritarle al oído.
-Voy a saludar a un productor de cine, papá. ¿Estarás bien si te dejo solo?
Él sonrió y asintió con la cabeza. Se quedó observando cómo la pelirroja se alejaba.
Alexis lo había traído a rastras después de una buena regañina por su comportamiento. Su hija comprendía su tristeza, pero añoraba a su padre: el tipo alegre y dicharachero que siempre había animado a la familia. Las palabras que le había dicho ella había sólo unas horas en la habitación del hotel se le habían quedado grabadas con fuego.
"- Ya ha pasado casi un año, papá, seguro que Beckett no querría que siguieses con esta especie de luto. Tú mismo le enseñaste a abrazar la vida después de lo de su madre. No sé cómo lo conseguiste pero me encantaría saberlo, para lograr que te volvieses a sentir vivo, papá. Creo que... creo que sólo tú eres capaz de buscar en tu interior la fuerza necesaria. Ni yo ni nadie podemos hacerlo por ti. Quizás tú sí lo conseguiste con Kate, no sé... si es así, ahora que ya soy adulta, veo lo admirable de tu carácter... ahora que siento que te he perdido, papá."
Después de semejante discurso, él no pudo hacer otra cosa que pedirle perdón, prometerle que iba a esforzarse y vestirse para acudir a una locura de fiesta que no tenía ni pies ni cabeza.
Un par de chicas se le acercaron y lo cogieron cada una de un brazo, él dejó de pensar en sus cosas y les sonrió con cierto nerviosismo por su escasa ropa y también escasa edad, pero se dejó conducir a la pista de baile. Echó un vistazo buscando a su hija para que le rescatara, pero fue inútil, así que no quedó otro remedio que ser amable con las féminas que se peleaban por restregarse contra él.
Empezó a sentir calor, pero no un calor cachondo, sino el provocado por la aglomeración de gente y el parpadeante juego de luces, que le hacía ver a los danzantes como fotogramas congelados de un vídeo musical. Al desabrocharse un botón del cuello de la camisa se dio cuenta de que iba sudando a chorros. Estaba sediento. Necesitaba más del vaso que no había soltado de Dr. Pepper. Echó un trago, pero no se sintió mejor.
Agobiado, se intentó alejar de la marea danzante, pero fue imposible, el calor lo empezó a marear y el sonido de la música tamborileando en sus oídos no ayudó en nada. Cuando ya estaba a punto de gritar pidiendo ayuda notó que alguien le cogía de la mano y tiraba de él suavemente pero con firmeza.
En unos pocos pasos se encontró atravesando la pista de baile, guiado por una mujer vestida con una especie de quimono moderno, de color oscuro y estampado con unos bellos lirios blancos casi fluorescentes bajo la luces cambiantes de la discoteca. Alta, esbelta, de elegantes movimientos... le recordaba a ella. Pero no le dio importancia, el dolor lo había llevado a ver características de Kate en casi cualquier mujer con la que se cruzaba en la calle, como si su subconsciente buscara una sustituta ante tan grande sentimiento de pérdida.
Se intentó fijar más en ella, pero no lo conseguía debido al mareo y la mala iluminación, que sólo le permitía ver el sensual cuello de su misteriosa dama. Ella le daba la espalda y tiraba de él con tanta decisión y energía mientras atravesaban la multitud que no se atrevió a decirle que parara, simplemente se aferró a su mano y empezó a tener la duda de si esto que estaba viviendo era real o sólo era producto de su imaginación.
Dando traspiés llegaron a la puerta de un reservado, que ella abrió con una llave sin soltarle la mano. Cuando la puerta se cerró detrás de él la música bajó de volumen instantáneamente. Ella le soltó y encendió algunas velas más de las que ya había encendidas y que daban a la estancia un acogedor y sugerente ambiente. Él intentó enfocar para verle la cara, pero sólo pudo intuir un maquillaje blanco como la porcelana y unos ojos apenas visibles debajo de unas enormes y recargadas pestañas postizas. Entonces Castle sintió que no aguantaría mucho más en pie: sudaba, temblaba, sus oídos retumbaban y veía los gráciles movimientos de ella con estelas.
Su enigmática salvadora se acercó a él y, nublado por su aturdimiento, no pudo distinguir si el calor de su presencia le resultaba familiar de verdad o es que estaba alucinando otra vez. Ella acercó sus labios a los de él y le besó con ternura, pero enseguida le debió parecer poco porque pasados unos segundos se abalanzó contra él y atrayendo su cabeza con las manos en la nuca saboreó su boca sin dejarle respirar, como sólo una persona en este mundo sabía hacer.
Castle, en un momento de lucidez, la cogió de los brazos y la apartó para poder mirarle a la cara. Le costó enfocar y cuando lo consiguió sólo pronunció "¿Kate?" justo antes de que sus ojos quedasen nublados por la oscuridad.
Richard Castle despertó creyendo haber oído un ruido extraño en el silencio de la noche. Abrió los ojos lentamente buscando la referencia del techo de su dormitorio, pero lo que vio fue algo muy poco familiar. Bueno, algo sí le sonaba, se encontraba en la suite de hotel que siempre reservaba cuando viajaba a Los Ángeles, pues reconoció los cuadros de las estrellas de cine de la época dorada de Hollywood. El vago recuerdo de la extraña fiesta de anoche se abrió paso en su aletargado cerebro y entonces vio que estaba vestido, tumbado en la cama, que había dormido encima de la colcha y... para su alivio estaba solo.
Se incorporó en la cama quedándose sentado y entonces vio que no llevaba zapatos. Se cacheó y comprobó que llevaba su móvil y su cartera en los bolsillos habituales. Hizo memoria pero no recordó el momento en el que había vuelto al hotel, tampoco se acordaba de cuando abandonó la fiesta, ni con quien... Al pensar en su compañía anoche, dos pensamientos se cruzaron en su cabeza.
El primero fue 'Alexis'. Cogió el móvil y vio que eran las tantas de la madrugada, casi amaneciendo. No iba a llamarla ahora, pero miró a ver si tenía algún mensajillo. Leyo: "Papá, Marlowe interesado en película de Storm. Negociando. No me esperes levantado. Tq". Deslizó el dedo por la pantalla y vio una contestación supuestamente escrita por él mismo pero que no recordaba para nada. "OK Calabacita. Tq." La hora del mensaje era las 00:45.
El segundo pensamiento era más difuso, tenía una extraña sensación, como si estuviese a punto de recordar algo importante pero no fuera capaz de llegar a ello, como si tuviera algo en la punta de la lengua y no le salieran las palabras.
Se levantó de la cama y al ponerse en pie notó como tenía entumecido el cuerpo de cintura para abajo. Le resultó raro, la última vez que se había sentido así fue... cuando celebró el primer aniversario de boda con Kate. Kate... Al recordarle temió que le embriagara una descorazonadora tristeza, como siempre le pasaba, pero esta vez fue... diferente. Dio unos torpes pasos y encendió la luz. Observó la habitación y notó en el ambiente que algo había cambiado, algo que intuía que tenía que ver con ese pensamiento que rondaba su cabeza pero que no se llegaba a materializar.
Echó un vistazo automático a los pies de la cama y ahí encontró sus zapatos, colocaditos como Beckett tenía costumbre de hacer...Dio media vuelta y sacudió la cabeza de un lado a otro enérgicamente. Decidido a acabar con las telarañas de su cerebro, para ver si podía pensar de una vez con claridad, se dirigió al baño y tras vaciar la vejiga tiró de la cadena. El fluir del agua le taladró los tímpanos, como si de una mala resaca se tratase. Se miró en el espejo y se refrescó la cara con agua. Cerró el grifo y entonces creyó oír algo ahí fuera...
Se secó sin hacer ruido y dio unos pasitos titubeantes hacia la habitación. Todo le pareció en calma. Cuando la cisterna cesó su ruido oyó más claramente una especie de lamento que venía de la sala de estar de la suite, al otro lado de la puerta de la habitación. Quizás no había llegado al hotel solo después de todo. En la fiesta había un montón de deseosas mujeres a las que en otro tiempo hubiese complacido gustosamente.
En la sala de estar de la suite, encendió la luz de una lámpara de mesa y en la semi penumbra miró alrededor sin ver a nadie. Cuando ya se iba vio con el rabillo del ojo algo extraño en el suelo. Era una caja de cartón en la que asomaba una tela oscura. Dio unos pasos hacia el objeto y se quedó parado al reconocer la cazadora motera de piel negra, con cremalleras color acero y con dos agujeros de bala. La cazadora que llevaba Beckett el día que...
Su corazón empezó a latir tan rápido que le dolía y sintió nauseas al pensar en quien había tenido la macabra idea de obsequiarle con el peor recuerdo de su vida. El cuero se movió como si dentro hubiese un gato o algo así jugueteando, aunque lo que él pensó fue en serpientes venenosas, arañas o escorpiones. Castle, cogió un atizador de la chimenea y sin acercarse más de lo necesario apartó un frontal de la cazadora para descubrir que finalmente eran... elefantitos.
No estaba alucinando, no. Era una mantita blanca con elefantitos amarillos. Se acercó, se arrodilló frente a la caja y abrió la cazadora de par en par para descubrir un somnoliento bebé que movía torpemente sus extremidades buscando llamar la atención. Rick, petrificado por la sorpresa, pasó de acariciar el cuero de la cazadora a tocar la suave mantita. Estaba calentita. El bebé debió sentir su mano en el cuerpecito porque abrió más los ojos intentando buscar algo. Castle se espabiló para que no se echara a llorar: lo observó y calculó que la criaturita tenía unos dos meses, así que haciendo memoria de cuando Alexis era así de pequeña, se acercó a su carita y frente a frente se le quedó mirando con ternura.
Lo que ocurrió a continuación fue mágico. Vio como el bebé le devolvió la mirada, clavándole sus enormes ojos grisáceos frunciendo el ceño muy seriamente. Si el bebé hubiese podido hablar habría dicho algo así como:"¿Vas a ser el tipo que me facilita la vida o el que me complica la vida?"
Castle esbozó instantáneamente una amplia sonrisa con sus ojos brillantes por la emoción. No había que pensar mucho. No tenía ni idea de como había llegado esta criaturita a su habitación. Tampoco se acordaba de lo que había pasado las últimas horas. Ya lo averiguaría. Ahora sólo había una cosa que tenía clara.
Con sumo cuidado metió ambas manos debajo del bebé y lo sacó en brazos como si fuese una mercancía frágil. Por la cara que puso intuyó que no le había gustado que lo sacasen de su caja, así que cogió la mantita y lo envolvió acunándolo en sus brazos. Si no hubiese sido tan pequeño, Rick hubiese dicho que al sentirse que alguien lo cogía movió el bracito hacia el brazo que lo aguantaba y que cuando sintió el reloj de pulsera en la muñeca con su manita, se quedó tranquilo.
Su expresión se relajó y cerró brevemente los ojos, ladeando su cabecita. Castle tuvo que aguantar la emoción que le estaba haciendo brotar lágrimas de sus ojos, al contemplar el perfil del bebé: esa naricilla respingona, esos labios carnosos, esos ojos cerrados que parecían dibujados por el sutil trazo de un pincel y esas orejitas... Era todo igual que Kate.
Se acercó la cabecita hacia sus labios e inspiró el aroma. Le dio un besito en la sien. Sin separarse le dijo en un susurro "Soy papá, mi vida. Estás con tu papá."
Alexis Castle llamó a la puerta de la suite de su padre a las ocho de la mañana y esperó repasando la agenda de trabajo que tenían preparada para hoy. Ella se había empeñado en coger habitaciones separadas con la esperanza de que su padre se animara a seguir la fiesta en su habitación con alguna fan, sabía que era una batalla perdida después de lo de Beckett, pero ya no sabía cómo hacerlo reaccionar.
- ¿Quién es? - preguntó su padre con una voz inusualmente despierta desde el otro lado antes de abrir.
- Papá, soy yo. ¿Quien va a ser? - respondió ella extrañada. La puerta se abrió y su padre tiró de ella para que entrara rápidamente.
De todas las maneras de despertarse tras una noche de juerga en la historia de su padre, ninguna había incluido jamás un bebé con cara de pocos amigos.
- Antes de que digas nada, no preguntes, porque ni yo mismo sé la respuesta. - dijo él con nerviosismo.
Tras ponerle al día de su amnesia y de enseñarle la caja de cartón con la cazadora de Beckett en donde había encontrado al bebé, Alexis intentó aclarar sus ideas.
- Bueno, vale... ¡uf!... Eeeeh... ¿Qué es lo último que recuerdas de la fiesta?
- Recuerdo cuando te fuiste a hablar con no se quien y me quedé solo frente a la pista de baile... - dejó de hablar para acunar a su bebé, que le había cogido gusto a estar en sus brazos.
- ¿Y no recuerdas cómo volviste al hotel?
-Ni idea.
-Y te has despertado vestido...
-Sí, con el móvil y la cartera, aunque no llevaba los zapatos, que luego he visto colocados como me los dejaba Beckett.
Alexis hizo una mueca de preocupación.
-Papá, seguramente de han drogado, tendrías que ir a un hospital para que te hicieran unos análisis...
- ¡No!¡Estoy bien! -de hecho no me había despertado tan bien desde hace mucho tiempo- se le quedó mirando buscando su comprensión.
La joven suspiró resignada y miró la supuesta cazadora de Beckett, en donde había estado arropado el bebé. Tenía dos orificios de bala, eso era seguro, pues los bordes de los círculos estaban chamuscados. Por otra parte el forro interior se notaba que había sido limpiado de algún modo, aunque aún se apreciaba un cerco oscurecido de lo que indudablemente era restos de sangre. Si era falsa era una muy buena imitación.
- Y en cuanto al bebé... - Alexis lo miró y le sonrió con ternura a lo que la criatura le respondió con un ceño fruncido de desconfianza- ... el hecho de que lo hayan dejado en estas circunstancias no nos garantiza que sea de Beckett...
- ¡Pero mírale!¡Si es igualito que ella! - dijo acariciándole la barriguita lo que hizo que desfrunciera el ceño.
- Entonces... ¿Qué quieres decir? ¿Qué... ¿Qué está viva? - dijo con tristeza- Es imposible, papá.
Rick tragó saliva y miró a su hija con seriedad. Él pasó semanas en la UCI recuperándose de un neumotorax consecuencia del disparo que le perforó el pulmón derecho. No pudo despedirse de Kate como era debido, lo único que encontró cuando se recuperó fue una lápida junto a la de Johanna Beckett y un certificado de defunción. En cambio su hija había estado sufriendo todo ese tiempo, por la posibilidad e perder a su padre y por la trágica pérdida de Kate, quien sin pretender ser su madre se había ganado el amor de la chica siendo una especie de hermana mayor. Ahora veía en sus ojos concentrado todo su sufrimiento.
- Llámame loco, pero... Cuando he despertado esta mañana, antes de encontrarme al bebé, he sentido que... estaba viva.
La joven pelirroja miró a su padre y por primera vez en meses vio algo parecido a la felicidad y decidió que aunque fuese infundada, mejor era eso que nada. Le acarició un brazo y se acercó a él para darle un beso en la mejilla.
- Sea lo que sea, papá, cuenta conmigo. Averiguaremos qué es todo esto.
Ambos se miraron sonriendo y se giraron para mirar al bebé.
- ¿Y cómo se llama?
- No lo sé.
Alexis se extrañó.
- ¿No venía con nada más? ¿Sólo el bebé y ya está?
- Hija, que los bebé no vienen con un manual de instrucciones...
- Me refiero a que no te van a dejar subir a un avión con un bebé que no puedas demostrar que es tuyo, papá.
- Vaya. No lo había pensado. - dijo mirando con preocupación a la criatura.
- Quien quiera que te lo haya dejado aquí con la intención de que te hicieras cargo habría dejado al menos una nota ¿no crees?
- Pues no sé, miremos en la caja ¿no?
Alexis hizo el recuento de lo que había: Un biberón de plástico con tetina de goma que parecía nuevo, media docena de pañales, unos frascos tamaño viaje de loción y colonia para bebés, toallitas húmedas, un bote pequeño de leche en polvo para neonatos, un par de bodies y un par de baberos... y la cazadora de cuero.
- ¡La cazadora!- dijo Castle.
Alexis registró todos los bolsillos.
- No hay nada.
-Espera, mira en... toma cógelo. - le entregó al bebé. Ella lo acunó con todo el cuidado que pudo.
Castle buscó en el interior el forro y encontró una cremallera casi oculta que abrió con dificultad. Metió dos dedos en el diminuto bolsillo y tocó algo metálico. Sacó una llave pequeña, enganchada a un llavero barato, de esos que tienen un cartoncillo plastificado, que tenía una fecha escrita: treinta y uno de octubre del dos mil once.
- ¿Qué significa?- preguntó su hija animada.
- No tengo ni idea.- respondió él extrañado. Durante unos segundos intentó hacer memoria...
- ¡Ay, papá! El bebé está poniendo una cara rara...
- ¿Qué?- dijo Castle dejando la llave en una mesita y mirando a la criatura.
- Mira cómo pone la mirada perdida...- Alexis sonrió- ... se parece a ti, papá.
- ¿A que sí? - dijo él con una sonrisilla feliz.
En un instante la habitación se llenó con un tufo inconfundible, señal de que alguien necesitaba un cambio de pañal.
- ¡Uf!¡¿Pero cómo puede ser posible?! - dijo Alexis extendiendo los brazos todo lo que pudo para alejar al bebé de ella.
- Tranquila, trae... - dijo él quitándoselo de los brazos- ... yo me encargo del pañal y tú baja a recepción y pide que nos hiervan agua para un biberón.
Cuando Alexis volvió con una tetera con agua humeante se encontró a su padre algo desesperado acunando a una versión llorona y chillona del encantador bebé que había sido hasta ahora.
- Mira, ya está aquí la tata... - dijo al desconsolado bebé, que pasaba de todo- Ea, ea, ea... ¿Qué pasa? - dijo volviéndose hacia Alexis - ¿Por qué has tardado tanto?¿Has tenido que buscar un pozo?
- He pensado que pedir agua para un biberón para el escritor estrella resultaría sospechoso, porque quizás el bebé esté en peligro o algo así, así que he estado pensando y he pedido que hirvieran agua para ... prepararte un laxante.
- Buena chica... pero podrías haberte ahorrado mencionar a mi colon. A fin de cuentas puede que con estos berridos haya despertado ya a todo el hotel. En fin, prepárale el biberón a tu hermanita ¿quieres?
- ¿Hermanita?
- Es una nena. Es una de las cosas que se averiguan cuando cambias un pañal.
Alexis se puso a ello mientras Castle intentaba entretener a la criatura sin éxito alguno. Hurgó entre las cosas de la niña y chasqueó la lengua con desaprobación.
- No hay ni un triste sonajero... ¡típico de tu madre! - le dijo a la llorona bebé-... Igual que tu ropita, blanca y amarilla ¿ Es que tiene algo en contra del rosita? Por poco y te empiezo a llamar Cosmo, y podría haber sido un trauma... Si al menos hubiésemos hablado de nombres de bebés sabría como te llamas, chiquitina.
Su otra hija se acercó agitando el biberón.
- Ahora mismo voto por llamarla 'sirena de policía' y... no te ofendas papá pero llora igual que tú. - dijo ofreciéndole el biberón.
-Ya me he dado cuenta. Ha sacado lo 'mejorcito' de mí. Anda, échame un poco de leche en la mano a ver si no quema...- dijo alzando el brazo.
Cuando Castle cogió el biberón y lo sostuvo delante de la carita de la niña esta se calló expectante y en cuanto lo inclinó, abrió la boquita y empezó a succionar como si le fuese la vida en ello. Definitivamente la pequeña estaba acostumbrada a biberones, lo cual le tranquilizó muchísimo al escritor.
-¡Uf!¡Gracias a Dios!- dijo aliviada Alexis- Creía que me iban a estallar los oídos.
Castle ya no dijo nada, sólo sonreía y miraba a su pequeña con la misma ternura y amor con que los llorosos ojos grisáceos de la niña le estaban mirando a él. Llámalo flechazo o como quieras, pero lo mismo le pasó con Beckett: cuando se empezaron a mirar a los ojos ya no pudieron dejar de mirarse.
Alexis contemplaba la escena en silencio y ternura. Entonces se acordó de la llave que habían encontrado en la cazadora de Beckett antes de la pequeña mostruita hiciese de las suyas. La chica se quedó mirando la fecha que había en el llavero y entonces algo vino a su cabeza.
-¡Yo sé qué pasó en esta fecha, papá!
-¿Qué?¿Cómo? - dijo él levantando la cabeza como si se hubiese olvidado de su presencia.
La falta de atención paterna hizo que la nena gruñera, así que rápidamente volvió a mirarla y sonreirle.
-También ha sacado tu ego, papá. - dijo Alexis guasona.
-¡Qué peligro! - dijo Castle resignado.
Sólo cuando hubo terminado su biberón y eructado encaramada al hombro de su padre, dejó de reclamar ser el centro de atención. Eso sí, se negó a volver a la caja de cartón, así que Castle la siguió acunando en su regazo con la esperanza de que se quedara dormida pronto.
Alexis habló en voz bajita:
- ¿No te acuerdas papá? Treinta y uno de octubre de hace seis años... El día que rompí con Ashley.
- Perdona, hija, pero no creo que tenga relación con...
- ¡Papá! Rompí con Ashley porque nunca estaba cuando lo necesitaba y ese día realmente lo necesitaba, porque tú y la abuela estuvisteis retenidos en ese banco...
A Castle se le iluminó la cara y continuó la frase de su hija:
- ...el banco en el que robaron el contenido de una caja de seguridad.
- ¡Exacto!
- Entonces esa llave puede ser...- ambos dijeron sincronizadamente- ...¡de una caja de seguridad!
- Pero ¿De qué banco, papá?
- Uf, no sé...¡Quizás sea del mismo banco de Nueva York!
- Pero papá, estamos en Los Ángeles ¿Cómo te iba a dejar una pista a kilómetros de distancia?
- Cierto, quizás sea de una sucursal aquí en Los Ángeles.
- ¡Buscaré en internet!
Miró a su hija mayor manejar su tablet y volvió la mirada hacia su hija pequeña que, lejos de dormirse, parecía que había atendido a toda la conversación.
- A que te gusta teorizar con papi, ¿eh?- le dijo juguetón.
- No hay sucursales del "NewAmerican Bank and Trust" en L.A., papá- informó pensativa Alexis.
- Vaya... pero tiene que ser de un banco cercano, no tiene sentido... ¿cuál es el más cercano al hotel?
- Déjame ver...- Alexis frunció el ceño- ... es curioso... El más cercano es el "Pacific Western" y aparece en las noticias porque anoche entraron a robar... aunque por lo visto no se llevaron nada.
- Si dice que no se llevaron nada, ¿cómo saben que entraron a robar?
- Aquí dice que en la cámara de seguridad encontraron un jarrón con un ramo de lirios blancos, pero que nadie del banco lo había puesto ahí. Miraron las grabaciones de las cámaras de seguridad y no había nada, y tampoco las cerraduras habían sido forzadas. Como obra de un fantasma, papá.
- Has dicho ¿lirios blancos?
Con sólo pronunciar esas palabras Castle sintió un pinchazo en la cabeza, seguido de una imagen confusa de una tela oscura con unas delicadas flores blancas que caía al suelo ondeando como una bandera.
- Papá, ¿estás bien? Te has puesto blanco.- preguntó Alexis preocupada.
- ¿Eh? - dijo Castle saliendo de su ensimismamiento - ¡Es ese!
- ¿El qué?
- Ese es el banco, ¿donde está? - preguntó vehemente pero con la voz bajita.
- A unos cinco minutos de aquí...
Castle miró a su bebé, que inexplicablemente estaba conciliando el sueño oyéndolos hablar de robos de bancos. A falta de un sitio mejor, la dejó recostada en el centro de la cama de la suite, envueltita en la mantita de elefantes y, dejando a Alexis a su cuidado, él se dirigió rápidamente al banco.
Con su habitual encanto no le costó nada engatusar a la cajera de mediana edad con una historia de cómo había olvidado la caja de seguridad que había alquilado. La mujer, colorada al reconocer al famoso escritor, tecleó en el ordenador y enseguida confirmó que Richard Castle tenía la caja de seguridad 4747.
Con una sonrisa se dirigió hacia el pasillo, acompañado por un empleado que se disculpó ante el desorden que había y le explicó que hasta hace poco había estado la policía buscando pistas y huellas en los interiores del banco. Esperó pacientemente a que el empleado abriese la portezuela y sacase la caja de seguridad. Castle sintió su corazón latir cada vez más fuerte y rápido mientas se dirigían a una salita donde podría examinar el contenido de la caja en privado, tal y como marcaba el protocolo en estos casos.
Ya a solas, sentado en la austeridad de una salita que sólo tenía una mesa, un par de sillas y una iluminación con fluorescentes de luz fría, que más parecía una sala de interrogatorios de la comisaría que una habitación de un banco, contempló la caja de metal enfrente de él, respiró hondo y con un ligero temblor en sus dedos abrió la tapa...
Un sobre marrón tamaño folio ocupaba el fondo de la caja. Lo cogió y lo sostuvo en sus manos comprobando que en su interior había documentos . Echó un vistazo y sintió vértigo al ver la cabecera de una partida de nacimiento. "Ok, la hora de la verdad, no te pongas a llorar o algo así" se dijo a sí mismo. Bajó la mirada emocionado y nervioso leyó: First name: Elisabeth, Middle name: Beckett, Last name: Castle.
Parpadeó y respiró hondo para serenarse y, tapándose la boca con la mano leyó el nombre del progenitor: Richard Edgar Castle. Siguió leyendo y vio el nombre de la progenitora: Svetlana -sin apellido-. Ahogó un grito y cerró los ojos emocionado, dejando escapar una lagrimita. Volvió a guardar los papeles en el sobre para no mancharlos y entre ellos encontró una cuartilla escrita a mano doblada por la mitad, dejando sólo intuir las letras fuertemente marcadas por la cara interna del papel.
Reconoció la escritura al instante, después de verla durante tantos años en la pizarra de homicidios le era tan familiar como cualquier otra cosa de Kate. Sin embargo no quiso leerla ahí, en la frialdad de esa sala, así que la dejó como estaba y la metió en el sobre con los demás documentos.
Se quedó quieto y callado unos minutos para serenarse antes de salir de la sala, puesto que no quería llamar la atención, y un montón de preguntas empezaron a brotar de su mente ¿Por qué fingir tu propia muerte? ¿Por qué hacer pasar a él y a su padre, Jim, las dos personas más importantes en la vida de Kate, por todo esto? Por no hablar de lo que habían sufrido Alexis, Martha y todos sus amigos y compañeros de trabajo... No dudaba que tenía que haber una buena razón, pero sintió una punzada en su cicatriz al pensar el annus horribilis que había sido todo lo de Locksat, por no hablar del este último año sin ella...
Miró al vacío y volvió a sacar los papeles del sobre con intriga y leyó la fecha de nacimiento: 14 de febrero de 2017. Echó cuentas... Lo cierto es que los últimos meses que había compartido con Beckett habían sido muy activos sexualmente, por decirlo de una manera fina. Y hasta donde él sabía, Kate tomaba anticonceptivos con un rigor y puntualidad digna del cambio de guardia en el palacio de Buckingham. Sin embargo la pequeña debía haber sido concebida apenas unos días antes de... volvió a sentir un pinchazo en la cicatriz. Dejó de dar vueltas a la cabeza, era hora de retomar su vida, ahora con más razón.
Cuando aquella noche, antes de coger el vuelo de vuelta que Alexis se había encargado de adelantar, el escritor se quedó mirando hipnotizado cómo dormía su pequeña, se sintió feliz de poder ponerle un nombre en sus pensamientos.
"Dulces sueños, Elisabeth"
Se le antojaba un nombre demasiado largo para un bebé. Era bonito, clásico, desprendía fuerza y ternura a la vez, y pensó que a la abuela de la nena se le llenaría la boca al pronunciar todas las sílabas, como cuando pronunciaba Katherine o Richard. Pero a él le pareció que tan delicada criatura necesitaba algo más llevadero durante su infancia: Beth, Ellie, Lisa, Lizz... Acarició su tripita envuelta en la mantita de elefantes y rozó su carita con los dedos, tomando conciencia de que tal obra de arte era en parte suya, su piel era suave y aterciopelada, como una frágil y bella flor. Como los lirios que habían dejado en el banco. Lirios.
"Dulces sueños... Lily" (*)
(*) Nota de la autora: Lily es Lirio en inglés.
Cuando Richard Castle embarcó en el avión sujetando el capazo recién comprado, con su pequeña dormidita, no pudo reprimir una sonrisa al notar como todas las azafatas empezaban a derretirse ante la presencia del bebé. El escritor recordó cómo lo mismo le pasaba con Alexis y gracias a ello había flirteado lo inimaginable.
Su hija-editora entró detrás de él sujetando un oso de peluche enorme que él se había empeñado en comprar y con el que ella había bromeando diciendo que tendrían que comprar un billete de avión extra sólo para el juguete. Cuando se sentaron en sus asientos de primera clase, las féminas empezaron a revolotear en torno a la dulce niña.
- ¡Qué mona! ¿Cuánto tiempo tiene? - preguntó la azafata número uno.
- Dos meses - dijo el orgulloso papá poniéndole ojitos a la azafata número uno.
- ¿Cómo se llama? - preguntó la azafata número dos.
- Lily - dijo él con una sonrisa de orgulloso papá a la azafata número dos.
A Alexis nadie le hizo el más mínimo caso mientras observaba la escena abrazada al oso en medio del pasillo. Con tanto alboroto la pequeña se despertó y echó una mirada seria a todas y cada una de las azafatas que le estaban haciendo monerías. A los diez segundos empezó a hacer pucheros y, diez segundos después, espantó con sus agudos lloros a todo el séquito. Sólo cuando se fueron y su padre la sacó del capazo para cogerla en brazos dejó de llorar.
- No me preguntes cómo, pero estoy seguro de que tu madre te ha enseñado a hacer eso- dijo él mirando con decepción cómo todas las azafatas se habían espantado, no quedando ni una cerca.
- Te lo tienes bien merecido, papá. - dijo la pelirroja acomodándose en el asiento de atrás con el oso gigante.
Llevaban ya un par de horas de vuelo hacia Nueva York cuando Rick sacó del bolsillo de su americana un sobre con una nota manuscrita que desdobló, cerciorándose antes de que nadie le miraba, y contempló ensimismado como había echo varias veces las frases que había escritas:
"Tenías razón. Fue como un rayo que atravesó mi corazón y todo mi cuerpo de arriba a abajo. Una vez te hice una promesa: que la criaríamos juntos, pero no la voy a poder cumplir. Tendrás muchas preguntas. Es la misma respuesta para todas: lo hice por ella. No pido que me perdones, sólo pido que la ames. Con que sea una cuarta parte de lo que yo os amo, será suficiente. XXX"
Cerró la cuartilla y se la guardó, aguantándose la emoción como cada vez que había leído la nota, miró a su pequeña dormidita en el capazo y pensó que no se había equivocado con Beckett, es decir, que era una de esas madres que haría por un hijo cualquier cosa, como él mismo haría... sólo que definitivamente le hubiese gustado que eso no hubiese implicado desaparecer de la vida de su familia, como había tenido que hacer Kate.
FIN DE ABRIL 2017
