La reina dorada
Disclaimer: todo pertenece a George R. R. Martin.
En respuesta al desafío de Lucy para el foro Alas Negras, Palabras Negras.
Primera parte:
1
–Lady Joanna acaba de dar a luz a dos bebés, mi señor, un niño y una niña.
Tywin Lannister asintió satisfecho. En su cabeza podía ver claramente el futuro de sus hijos. El niño sería el próximo señor de Roca Casterli. La niña sería la próxima reina de los Siete Reinos. Él sería astutto y valeroso, como un verdadero Lannister. Ella sería hermosa, tan hermosa como su madre. Sería la dama perfecta, la futura esposa del príncipe Rhaegar.
Entró en la habitación en la que se encontraban Joanna y los recién nacidos con una sonrisa dibujada en sus labios. Joanna parecía estar muy cansada aunque no por ello lucía menos bella. Al primero que divisó fue al niño. Tenía el cabello rubio y mamaba con fuerza del pecho de su madre. "Es fuerte" pensó lord Tywin con un brillo de orgullo en su mirada.
Se acercó más a la cama y solo entonces pudo ver a la niña. Su rostro se contrajo en una mueca de horror. La niña era pequeña, más pequeña de lo normal en un bebé, pero eso no era lo peor: su cuerpo era deforme, tenía las piernas arqueadas y cuando abrió los ojos, lord Tywin pudo comprobar que eran dispares. Miró a Joanna sin saber qué decir. Ella sonrió.
–Están vivos y sanos, eso es lo único que debe importarnos –Dijo mirando a su esposo con determinación.
2
En efecto, lady Joanna siempre demostró amor por sus dos hijos, sin hacer ninguna distinción entre ellos. Lord Tywin intentaba mostrarse al menos agradable con Cersei, su esposa nunca le hubiera permitido lo contrario, pero era obvia la predilección que sentía por Jaime.
Cersei lo notaba, notaba la mirada de orgullo de su padre cuando observaba a su hermano practicar con la espada en el patio de armas. A ella nunca le había dedicado una mirada así. Daba igual lo bien que bordara o lo rápido que hubiera aprendido a leer, para su padre todo aquello quedaba opacado por un solo hecho: Cersei era enana y por lo tanto no importaba lo bien que supiera coser o lo educada y refinada que fuera. Ningún señor querría casarse con ella.
Cersei se refugiaba en su madre, que le hablaba con cariño y siempre le decía lo buena que era. Lady Joanna y ella tenían una relación muy estrecha y Cersei fue la primera persona, junto con su hermano Jaime, en enterarse de que su madre estaba de nuevo embarazada.
Desde ese día, Cersei comenzó a acudir diariamente al septo a rezar por su nuevo hermanito. Su madre y los sirvientes consideraban algo muy loable el que se preocupara tanto por él o ella. Solo Jaime, su mejor amigo y mayor confidente, sabía la verdadera razón de sus rezos. Cersei rezaba porque su nuevo hermanito resultara ser una hermanita. Quería que su padre tuviera una hija, una niña hermosa como siempre había querido para casarla con un poderoso señor y formar una alianza. Así, teniendo a alguien que cumpliera su objetivo, tal vez vería que Cersei tenía otras cualidades y tal vez, solo tal vez, el desprecio y la decepción dejarían de asomar a los ojos de lord Tywin cada vez que la mirara para recordarle sin palabras que no era una verdadera Lannister porque no tenía nada que aportar a su casa.
No obstante, los dioses no la escucharon. El bebé resultó ser un niño, un bebé rubio de ojos esmeralda llamado Tyrion. Un bebé fuerte y sano que se llevó con su nacimiento la vida de lady Joanna.
3
Cersei odió a esa criatura desde el primer momento en que la vio. No solo no era la niña que ella necesitaba sino que además, él había sido el responsable de la muerte de la persona a la que ella más quería.
–Tú mataste a mi madre –Susurró la primera vez que los dejaron a solas mientras retorcía su miembro de niño hasta hacerlo llorar.
–Tú mataste a mi madre –Repitió en mil y una ocasiones experimentando en esa frase, en todas las lágrimas que logró causar en Tyrion cuando el niño fue capaz de comprender su significado, un intenso placer que solo se vio truncado cuando su hermano fue lo bastante mayor para devolvérsela:
–Y tú no te pareces a ella, enana.
Y es que el poco afecto que su padre tenía por ese niño que le había arrebatado a su esposa lejos de unirla más a su hermano solo consiguió hacer que su odio se volcara en él aún más porque él tampoco era querido, porque no podía mirarla por encima del hombro y por haberse llevado a una de las pocas personas que la quería tal y como era. Odiaba a Tyrion porque era más fácil e infinitamente menos doloroso que odiarse a sí misma.
4
Había pasado muy poco tiempo desde la muerte de su madre cuando llegaron los Martell. La princesa de Dorne buscaba un compromiso para alguno de sus hijos y Cersei vio en esta circunstancia su oportunidad. Debía casarse con el príncipe Oberin. Solo así ganaría el respeto de su padre.
Se entregó en cuerpo y alma a la tarea de conquistar al príncipe con todas las armas que una niña de nueve años puede tener y al principio resultó. Al principio Oberin Martell pareció dispuesto a comprometerse con ella. Hasta que una tarde lo encontró discutiendo con la princesa Elia. Él no paraba de reír y Cersei pronto supo la razón: el príncipe Oberin se reía de ella.
Cersei no supo que le dolía más: si la risa de él o la mirada de compasión en los ojos de la princesa Elia al reprender a su hermano por su comportamiento. Salió de allí sin que ninguno de los dos la hubiera visto con lágrimas en los ojos y el corazón lleno de furia. Ella era una Lannister, no necesitaba el amor de un estúpido príncipe ni la compasión de una insulsa princesa. Ese día se hizo una promesa: nunca volvería a recibir una mirada de compasión.
