Sentimientos

I. Amor

A lo largo de mi vida me he preguntado en muchas ocasiones qué es el amor. La gente lo describe como un sentimiento complicado que tanto puede nacer súbitamente como crearse a partir del paso del tiempo en una relación. Algunos hablan de su crueldad, y otros únicamente de la dicha que nos ofrece cuando llega a cada fibra de nuestro cuerpo e inunda el alma. Si a mí me pidieran que describiera el amor, tras las diversas relaciones que he tenido con el género femenino, no encontraría forma de hacerlo. Pero cuando pienso en dicho sentimiento, casi inevitablemente, mi mente evoca una noche de mi vida, un momento determinado y efímero que a pesar del alcohol, las drogas y el tiempo trascurrido permanece en mi memoria con la misma claridad que al rememorarlo la mañana siguiente.

Noche fría y negra, como pocas antes había visto, las pocas estrellas que paseaban entre las muchas nubes apenas brillaban, pero la luna, en su cuarto menguante estaba majestuosa, gobernando en el cielo e iluminando la tierra. Aunque en Michigan no acostumbra a hacer mucho frío, en pleno mes de enero y a las doce de la noche en un parque del campus de la universidad, la temperatura es suficientemente baja como para llevar un jersey de cuello alto y una gruesa cazadora que me permitían soportarlo.

En mi colegio mayor no estaba permitido fumar, por lo que era habitual en mí salir a estas horas a fumar un canuto con mi compañero de habitación, pero el tío había ligado y yo tendría que tardar un poco más en volver si no quería pasarme la noche escuchándoles. Traté de mirarlo por la parte positiva, así tenía más porro para mí.

Recostando la espalda en mi árbol de siempre, sentado sobre la hierba, aún ligeramente húmeda por el riego nocturno, y con las piernas flexionadas de manera que estuvieran lo más cerca de mi cuerpo tratando de evitar el frío, disfrutaba calada a calada, sintiendo el sabor de la marihuana en mi lengua y su suave paseo hasta mis pulmones. La apreciación de mis pupilas gustativas intensificaba su aroma que estaba presente a partes iguales con el perfume que emanaban la hierba y la tierra mojada. Cuando terminé de fumármelo deje caer con delicadeza mi cabeza hacia atrás sobre el tronco acorchado del sauce, un lento y pensado parpadeo, oscuridad, silencio, todo se intensificaba y me sentía por momentos más feliz.

Al volver a abrir los ojos e incorporarme ligeramente la vi. No es que la buscara, sólo que a esas horas no paseaba mucha gente por el campus, y menos en martes. Sin prisa y con calma, parecía más que se deslizara por el camino marcado por el suelo firme que que estuviera andando hacia un lugar concreto. Las manos en los bolsillos de la chaqueta, una rojez especialmente llamativa en su nariz, sus mejillas dulcemente sonrosadas y la forma en que se mecía su larga melena rizada color azabache que se perdía en la oscuridad, con la cadencia marcada por sus sinuosas caderas, me dejaron perplejo el mismo tiempo en que puedes lanzar un deseo al ver una estrella fugaz mientras surca el cielo, sin darme cuenta, ya casi estaba delante de mí.

La observé unos minutos más hasta que finalmente se detuvo y decidió sentarse en un banco de metal verde a unos cuantos metros de mi posición, al ver que no volvía a retomar el paseo me decidí por darle un pequeño susto y reírme un poco. Las estudiantes de primero siempre son las más ingenuas, nunca me habían atraído, pero esta era diferente; las contadas ocasiones en que habíamos coincidido me había caído muy mal, era irritante y contestona, conseguía responder a mis referencias hacia sus atributos sin sonrojarse lo más mínimo, como si fuera algo habitual, y en la fiesta de Nochevieja la vi coqueteando descaradamente con uno de mis colegas, lo cual me molestó más todavía porque entre las de primero siempre era yo quien arrasaba, una vez crecían comenzaban a despreciar mis encantos, no entiendo el por qué. Pero lo que más me irritaba de ella era que a veces, sin ni siquiera darme cuenta, me descubría a mí mismo reconstruyendo su imagen en mi mente, cada vez con más frecuencia.

Tan sigilosamente como me fue posible e intentando no dejar escapar alguna risa tonta, me acerqué por detrás hasta donde ella estaba sentada. Tenía las llaves en mi mano y se las clavé en la espalda en un movimiento brusco diciendo al mismo tiempo con una voz fingida y grave: "Dame todo lo que llevas."

El grito de ella y el salto que lo acompañó fue tan espectacular que no pude reprimir más la carcajada, al tiempo que ella se giraba y me dio una sonora y dolorosa bofetada con la furia retratada en sus ojos.

Cuddy¿Te aburres mucho o es sólo que tu coeficiente intelectual no llega a igualar al de un mono?- dijo visiblemente enojada.

House: Sólo estaba poniéndote a prueba. Nunca sabes cuando puede ocurrir de verdad.- dije en un intento de, falsa, buena voluntad. No deberías pasear sola a estas horas, hay muchos peligros acechando por ahí fuera.-continué, con un divertido tono paternal.

Cuddy: Tú no deberías salir nunca así nos ahorrarías a los demás el soportarte.-zanjó, y comenzó a andar, en unos segundos me coloqué a su altura.

House: Vamos Cuddles! Déjame que te proteja.- le dije poniendo morritos.

Cuddy: Prefiero a Frankestein de guardaespaldas.

House: Me ofende tu concepto sobre mí.- dije en un fingido tono de ofensa.

Fueron unos segundos, pero lo cambió todo. Un leve movimiento de cabeza, un giro suave para mirarme acompañado por su espesa melena, mientras sus rosados labios iban curvándose poco a poco hasta dejar entrever casi inapreciablemente sus dientes. Una sonrisa, su sonrisa. Era la primera vez que me la regalaba, y así me hipnotizó.

¿Cómo un simple gesto como ese puede conseguir mover tantos sentimientos dentro de una persona? De pronto, deseaba protegerla, cuidarla y, sobretodo, hacerla sonreír, poder volver a verla en infinitas ocasiones con el rostro resplandeciente regalándome con la silueta de sus labios tan bello espectáculo. Creo que de ese modo se representa el amor en todos los seres humanos como un anhelo de felicidad hacia la otra persona, y aquella noche deseaba hacerla feliz.

Tras unos minutos paseando con la única conversación entre los grillos que se mantenían en vela noche tras noche, la informé de que la acompañaría a su apartamento, a lo que no opuso resistencia. Me extrañó que no me respondiera mal o que no se negara en rotundo llamándome presuntuoso, chulo o alguna de las perlas que acostumbraba a regalarme. Por lo que la observé en silencio, parecía abatida y sus ojos tenían un brillo distinto al habitual, sus pasos eran inseguros y torpes y la cabeza gacha terminaba por delatar que su estado de ánimo no era bueno. Me detuve, apoyando los codos en una barandilla que separaba una fuente de piedra vieja y mohosa de la pequeña plaza que se formaba en medio del parque. La escarcha recorría la superficie de la fuente, que en esos momentos no funcionaba, y daba la impresión de que las ninfas desnudas que la ornamentaban pedían a gritos un abrigo para aguantar el frío.

Ella continuó paseando sola hasta que reaccionó al notar mi ausencia. No era un simple cotilleo, me preocupaba, y eso también me trastornaba, decidí hablar antes de que se girara y nuestras miradas chocaran.

House: Has estado llorando.-afirmé.

Cuddy: A veces pasa…- respondió todavía sin girarse, por lo que decidí acercarme a ella.

House¿por qué?- continúe aproximándome

Cuddy: No es fácil estar lejos de casa, saber todo lo que esperan de ti, un lugar nuevo, donde no tienes amigos de verdad. He dejado mucho atrás… familia, amigos, novio…- dijo entrecortando las palabras cuando sentía las lagrimas impetuosas y la amargura como un nudo en la garganta apretando más y más mientras confesaba.

Terminé por situarme detrás de ella, un poco decepcionado. Una ráfaga de viento movió su cabello y lanzo su peculiar e intimo perfume directamente hasta mí. Tuve el impulso de estrecharla entre mis brazos, ofreciéndole mi cuerpo como cobijo para sus penas y mis besos como una cura para sus heridas, pero en lugar de eso, en lugar de quedar en ridículo, decidí dar un par de pasos y adelantarme a ella, golpeé mi pecho contra su espalda y dije: Esperaba más de ti. Sólo eres una niña de papá que extraña su hogar y las comodidades de sus papis. Ya es hora de que aprendas a defenderte solita.