Disclaimer: Los personajes de Rurouni Kenshin les pertenecen a sus respectivos autores, editoriales y productoras. Es una historia destinada sólo al entretenimiento y sin fines de lucro.

Está basado en una historia de Marcos Bernstein, quien recopiló todas las obras de Jane Austen en una.

A continuación, quiénes son nuestras heroínas:

Kaoru Kamiya (Elizabeth Bennet)

Tomoe Kamiya (Jane Bennet)

Misao Kamiya (Catherine Morland)

Tokio Kamiya (Marianne Dashwood), no sé por qué, pero la imagino igual a Sango de Inuyasha.

Chizuru Kamiya (Lydia Bennet)

Megumi Katsura (Emma Woodhouse)

Uki Sagara, hermana de Sanosuke (Fanny Price)

Tae Sekihara (Anne Elliott), en la historia de Bernstein no aparece Anne, así que más adelante iré gestionando el modo de meterla.

Shura Myoujin (Lady Susan)

Los galanes se los dejo de tarea, aunque aviso que pueden cambiar y alguna pareja puede que no sea tan fiel a la historia de la autora original.

Hice lo posible por que los hechos históricos fueran lo más coincidentes posibles. Puede que haya manipulado un poco todo para que coincida con la historia.

Dudas, sugerencias y opiniones por favor en los reviews, se agradece. Espero que lo disfruten.


¡MEN!

Era una verdad generalmente admitida que un hombre soltero, poseedor de una gran fortuna, debe tomar esposa.

¡MEN!

Aunque los sentimientos y modos de ver de un hombre en estas condiciones sean poco conocidos cuando llega a un sitio por primera vez, dicha verdad está tan arraigada en las mentes de las familias que le circundan, que es considerado como una propiedad indiscutible de una u otra de sus hijas casaderas.

¡MEN!

Pero lejos de todo ese bullicio nupcial y de esas ideas se encontraba una joven entrenando sus katas del día en un paraje apartado. Su shinai atravesaba el aire como si quisiera hacerlo con esas ideas consideradas arcaicas por su dueña.

¡MEN!

Ella entrenaba aún furiosa, hace unos días el sensei Maekawa, amigo de toda la vida de su padre, la había despedido de su dojo como estudiante, alegando que podía ser presa fácil y objeto de burla de muchos de sus estudiantes masculinos.

¡MEN!

Pero ella sabía la verdadera razón. Pues ya comentaban por el pueblo sobre una alumna mujer en el dojo, y eso al sensei no le convenía a la hora de hacerse propaganda. Por más que gracias a ella (o culpa de ella), el número de estudiantes varones se incrementaba considerablemente. Aun así, no quería que su dojo fuera objeto de habladurías.

¡MEN!

Cuando era niña, en vez de interesarse en las muñecas y los bordados, prefería ir con su padre para verlo dar clases en su propio dojo o en otros del pueblo. Su papá, orgulloso, empezó a enseñarle los principios básicos del Kamiya Kasshin, técnica fundada por él, que promulgaba la espada que protege la vida.

¡MEN!

Pero un desafortunado hecho en la Rebelión de Satsuma inhabilitó a su padre para volver a empuñar una espada, por lo que con mucho pesar no pudo seguir enseñando y entrenando tanto a su hija como a sus estudiantes. Ni siquiera pudo conservar el dojo debido a los gastos, las deudas y la inactividad, y se vio obligado a venderlo y retirarse junto a su familia a una pequeña casa más apartada del pueblo, mientras incursionaba en el comercio y la agricultura, ya que contaba con unas pequeñas tierras. Con respecto a Kaoru, le pidió a su buen amigo Maekawa que cumpliera su pedido de entrenarla.

¡MEN!

Pero Maekawa no estaba seguro al principio de tener entre sus filas a una mujer, pero terminó aceptando creyendo que era un entusiasmo del momento, ya con el tiempo se interesaría en cosas de señoritas, como correspondía. De la misma opinión era su madre, que no soportaba verla con ropas de entrenamiento y sudando.

¡MEN!

Y ahora estaba allí, entrenando alejada del pueblo, como podía y perfeccionando lo aprendido, a falta de más conocimientos. Ella era Kaoru Kamiya, la segunda de las cinco hijas del matrimonio de Koshijiro y Sakura Kamiya.

¡MEN!

Con un último movimiento de su shinai, Kaoru dio por terminado el entrenamiento del día. Volvió donde la esperaba pacientemente su caballo y sacó de su bolso la merienda que compartió con él. Mientras comía, la chica miraba a su alrededor.

-Voy a salir de aquí, y voy a conocer el mundo entero. – le dijo a su caballo - O por lo menos una buena parte, pero de que lo hago, lo hago.

Y aunque fuera difícil de creer teniendo en cuenta la distancia, escuchó en su mente los ecos del llamado de su madre. Supo entonces que era hora de volver a casa.

Mientras, Sakura Kamiya corría desesperada a tocar la campana que había instalado en el portón de su casa para llamar a sus hijas.

-¡Niñas! – gritaba como loca. Tenía que darles una noticia sin precedentes - ¿Dónde se habrán metido, por Kami-sama? ¡NIÑAAAAAAAAAASSSSS!

Rato después, Kaoru aparecía cabalgando para reunirse con ella. Sakura gruñó, le indignaba que su hija montara a caballo como un hombre y vestida con esa hakama de entrenamiento. Se prometió que en cuanto casara a la joven, quemaría esas ropas.

-¡Por fin! ¡Sólo faltabas tú! – se contentó con decirle a su hija.

-¿Qué es eso tan urgente? – preguntó Kaoru mientras entraba a la casa. En ese mismo momento llegaba Megumi Katsura, una de las mejores amigas de Kaoru, nieta de otrora un gran daimyo que luego de la Restauración Meiji logró conservar sus tierras y fue nombrado con el título de danshaku (barón) por el Emperador. Venía a dar unas noticias, pero dudó en cuanto vio a toda la familia reunida en la sala.

-Creo que llegué en mal momento, ¿es una reunión de familia? – preguntó apenada.

-Todo lo contrario. – le dijo Kaoru alegremente - Mamá nos llamó para darnos una noticia, y tú como mi mejor amiga no puedes dejar de oírla.

La chica entonces se arrodilló junto con las otras jóvenes y miró a Sakura.

-Soy toda oídos, Sakura-san. – dijo expectante. Sospechaba de qué se trataba.

-Todo hombre soltero y de posición necesita de una esposa. – empezó Sakura Kamiya.

-Me parece muy sensato. – concordó Megumi.

-¡Megumi! – exclamó Kaoru - ¿Sensato? – miró a su madre - Aclaremos esto: necesita de una esposa, ¿todos los hombres o algunos?

-Todos, pero preferentemente los ricos. – contestó su madre, impaciente.

-Pues siendo su madre la mujer que yo conozco, debe de haber un rico en especial en su cabeza. – intervino por fin Koshijiro Kamiya, que ya sabía de qué se trataba la cosa pero prefirió hacerse el tonto.

-Pues yo sé de quién ella está hablando. – reveló Megumi. Estaba tan impaciente como Sakura por dar la noticia - Ésa era justamente una de las novedades que vine a contar. Vendrá a vivir a la ciudad de Hagi, Akira Kiyosato.

Sakura saltó de alegría.

-¡Es que de ese muchacho estaba hablando! – exclamó emocionada - Cuando decía que todo hombre solt…

-¡Mamá, por favor para de repetir eso! – la interrumpió Kaoru, secundada por las risas de sus hermanas - Que sólo piensas en casarnos con hombres de posición, todos los vecinos lo saben.

Su madre la miró como si la chica no entendiera nada de la vida.

-¿Pero qué madre no sueña con eso? – se explicó - ¡Con tener casadas a sus cinco hijas, repito, CINCO, y mucho más! ¡Trabajo y lucho por eso cada segundo de mi vida!

Kaoru rio.

-¿Entonces deberíamos estar agradecidas por tu lucha? – preguntó divertida.

-Deberían… - respondió Sakura - Contéstame, Kaoru-chan, ¿cómo la señorita se va a sustentar cuando el dinero de su padre se acabe y éste pase a mejor vida?

-Estás exagerando, Sakura… -empezó su marido.

-¿Quién está exagerando? – le discutió la otra.

Megumi supo que salía sobrando dentro de esa peculiar familia.

-Creo que llegué en mal momento, mejor volveré después para el otro asunto importante. – dijo mientras se levantaba para irse. Kaoru hizo lo mismo.

-Lo que hace la delicadeza de mi familia. – suspiró la kendoka - ¿Cuál es ese asunto, Megumi?

-Nada importante, sólo un BAILE. – respondió ella como si nada, sabiendo el efecto que causaría.

-¿Un BAILE? – bramó Sakura, en cualquier momento le daba algo de la alegría.

Megumi sonrió, feliz de contribuir a la dicha de Sakura.

-¡Eso mismo! – confirmó - ¡Un BAILE! ¡Daré un baile de tipo occidental para todo el mundo en Hagi! E invité a todos los hombres aptos para el matrimonio que se encuentran en esta ciudad, incluyendo los que viven fuera de ella.


-¿Un baile? – preguntó con desconfianza un joven pelirrojo, cuya larga cabellera estaba atada a una cola alta, de ojos dorados y gesto adusto. A pesar de su estatura media, lucía imponente con su traje occidental; sus facciones era finas y de buen ver, aunque daba la impresión de nunca haber sonreído en su vida.

-Exactamente. – contestó su amigo. Era un joven alto y moreno, vestido de manera similar a su amigo, pero la diferencia más rotunda consistía en la simpatía y buen talante de éste. Era Akira Kiyosato - Un baile en la casa del barón de Hagi, organizado por Megumi Katsura.

El joven pelirrojo entrecerró los ojos, no muy convencido aún.

-Apenas llegaste a la ciudad, y ya estás provocando todo esto. – le advirtió - No te dejes engañar. No es a Akira Kiyosato a quien están invitando, es al hijo de la Reina del Arroz.

Akira rio, divertido con la desconfianza de su mejor amigo.

-No exageres, que también tengo otros atractivos. – dijo dando un giro sobre sus talones y mostrándose - Y si es por causa del dinero, tú eres más rico que yo. Causarás más sensación que yo. Es así, amigo, desde que el mundo es mundo.

-Por eso me mantengo discreto. – repuso el otro frunciendo el ceño.

Akira levantó las cejas y empezó a burlarse de él.

-No sabía que mi gran amigo Kenshin Himura, el legendario Hitokiri Battousai, era un gran romántico, a la espera de un gran amor.

-No soy romántico, pero tampoco quiero un casamiento por conveniencia. – le dijo Kenshin secamente.

-Si no eres romántico ni conveniente, es porque todavía tienes la cabeza en las fiestas de París. – dijo Akira alegremente.

El pelirrojo suspiró con desagrado.

-No soy muy dado a las fiestas, pero si hay algo que aprecio de Europa es que las mujeres no se la pasan queriendo complacer a los hombres, no como aquí al menos. – luego miró hacia la ventana y murmuró - Creo que aún no encontré una compañera…

Kiyosato lo miró con mucho aprecio.

-Sabes que estás invitado por mi madre y por Shura-san para quedarte con nosotros. Eso facilitará tu adaptación.

-Si vamos a trabajar juntos, no sería prudente decir no a una orden de Ikumatsu-dono. – dijo Kenshin, haciendo una mueca parecida a una sonrisa.

-Y de Shura-san…no podemos contrariar a esas dos. – dicho esto, Akira sirvió sake para los dos y agregó - Por mi negocio de arroz y tu ferrovía.

-Por nuestros negocios. – brindó Kenshin.


Mientras tanto, en el lujoso distrito de Kioizaka en Tokio, dos mujeres miraban duramente a un matrimonio de ancianos que estaban con aspecto alicaído a punto de firmar unos papeles en un opulento despacho.

-No es hora de dudas, si ya está con el cheque en la mano. – espetó una bella mujer de larga cabellera verdosa a los presentes - ¿O quiere desistir y volver a sus tierras abandonadas? Haga lo que quiera, la puerta está abierta.

Una mano se levantó para que ésta quedara callada. La propietaria era una mujer de belleza extraordinaria; descendiente y viuda de grandes señores feudales, su belleza y delicadeza era comparable al de las geishas. Salvo en la mirada, que estaba llena de amargura y desprecio.

-Basta, Shura. – le dijo gravemente - Es normal este momento de tristeza en que los señores tienen que vender su patrimonio.

-Era el sueño de mi vida, Kiyosato-san… - empezó a sollozar el anciano.

-Lo siento mucho, pero es mejor deshacerse de ese sueño fallido que dejar deudas a sus descendientes. – le contestó Ikumatsu Kiyosato.

-Nosotros conseguimos todo con nuestro sudor. – intervino la esposa del hombre - La señora recibió todo a manos llenas cuando su marido murió. Así es fácil hablar.

Ikumatsu le dirigió una mirada impasible.

-Entonces buena suerte. – deseó - Cuando su hacienda esté siendo subastada para pagar sus deudas, ¡yo estaré en primera fila! Y la voy a comprar por un precio menor del que vale.

El anciano se desesperó y le dijo:

-Disculpe a mi esposa, Kiyosato-san, está muy nerviosa. Voy a firmar…

Cuando sus invitados se fueron, Shura empezó a despotricar.

-¿Quiénes se piensan que son para ofender a Ikumatsu Kiyosato? Abusan de tu generosidad, sólo firmaron después de que les amenazaras.

Ikumatsu sonrió, una sonrisa que no irradiaban sus ojos.

-Creen que soy fría y calculadora, imagina si tuviera fuego en las venas como tú.

-¡Ya hubieras conquistado el mundo! – la aduló Shura - Pero deberíamos dar un paso más y conquistar las grandes arroceras de Hagi.

-Por eso formamos una buena dupla. – dijo Ikumatsu - Con tu ímpetu y mi estrategia lo tendremos todos. La recompensa por tu lealtad y dedicación no va a demorar.

El origen de la amistad y sociedad de las dos era un misterio. Pero Ikumatsu Kiyosato estaba segura de encontrar en Shura Myoujin a la ejecutante perfecta de sus planes. Confiaba plenamente en ella. Shura, sin embargo, no veía la hora en que su amiga la presentara en las altas esferas de la sociedad para poder aspirar a una mejor posición y cazar algún marido rico. En el fondo envidiaba y despreciaba la belleza y el estatus de Ikumatsu; en cuanto tuviera la oportunidad y lo calculara adecuadamente, se quedaría con la fortuna de su amiga. Pero para eso tendría que evitar que Akira se casara y provocar una disputa entre madre e hijo para que ésta lo desheredara. En el ámbito del matrimonio, tenía sus ojos puestos sobre Kenshin Himura y su infinita fortuna, que era diez veces mayor a la de la propia Ikumatsu.


-¡Quiero saber todo sobre Akira Kiyosato! – chilló Sakura - ¡Es perfecto para Tomoe-chan!

Estaban ella, Kaoru y Megumi tomando el té en casa de los Kamiya. El tema de conversación era, por supuesto, Akira Kiyosato.

-Tomoe-chan es tan recatada y tan dulce que es prácticamente imposible saber qué es lo que piensa. – dijo Kaoru.

-Incluso yo con mi vocación de casamentera y mi don de encontrar las parejas ideales, tengo problemas en dar con el ideal de Tomoe-chan. – añadió Megumi.

Sakura empezó a tirar flores a su hija mayor.

-Aparte de ustedes de dos, que son unas niñas muy bonitas, no existe joven más bella que Tomoe-chan ni en la ciudad ni en toda la región. Es mi joya, pero eso no quiere decir que no valore a mis otras hijas.

"Chizuru-chan es mi muñeca traviesa, dicharachera como ella sola. Nunca vi su soltura como ofrecimiento, son los muchachos los que van detrás de ella.

"La que me preocupa es Misao-chan. Si nos descuidamos será la última en casarse. Cuando agarra un libro está con la cabeza en las nubes. Si no tiene un libro en la mano, cae enferma, o las dos cosas. Con esos libros fantasiosos que lee, ahora cree que hubo un crimen en la mansión de los Shishio.

"Todo lo contrario es Tokio-chan, es un huracán con un estómago de hierro. Es una gran amante del romanticismo y de probar cosas nuevas.

"Y por último, ¿quién fue la que me sacó más canas verdes en esta vida? Tú, Kaoru-chan…

-Pues mi señora madre puede dejar de preocuparse por mí, que de mi vida me encargo yo.

-Eso es culpa de las libertades que te da tu padre, diciendo que eres inteligente y el hijo que nunca pudo tener. – dijo su madre disgustada.

-La HIJA que él nunca tuvo, la hija llena de ideas. – le corrigió su hija.


En la mansión Kiyosato en Tokio, Shura le hacía entrega a Ikumatsu de la correspondencia. Correspondencia que ella se encargó de leer antes, claro.

-¡Llegó un telegrama de Akira-kun! Imaginé que querías leerlo inmediatamente. – Ikumatsu empezó a leer el contenido del sobre - ¿Entonces, qué dice?

-Muy buenas noticias. – dijo su benefactora - Consiguieron para nuestra casa.

-¿Sólo eso? – insistió Shura.

-No, dice que la nieta del barón de Hagi los invitó a un baile dentro de un par de semanas.

Shura rio con malicia.

-¡Si supiera que las haciendas de su familia son nuestro blanco! – dijo alegremente - ¿Pero no será hora de que una de nosotras fuera para allá a controlar los pasos de Akira-kun? ¡Él es tan ingenuo!

Kaede, sirvienta de Ikumatsu y confidente de Shura, entraba en ese momento a servir el té.

-¿Pero por qué la prisa? – preguntó Ikumatsu tomando su taza.

-¡Por causa del baile! – justificó Shura - No hay nada que hacer en una ciudad de interior. Es en los bailes que las jovencitas buscan hombres solteros.

-¿Y?

-Akira-kun es un buen muchacho, aunque algo ingenuo y fácilmente impresionable, y no queremos que alguna interesada ponga las garras en él, ¿no?

-O en Himura-san… - le dijo Kaede al oído antes de retirarse.


Las dos amigas estaban pasando un momento en el río. Kaoru metida hasta las pantorrillas jugando con el agua, y Megumi observándola desde la orilla con cuidado de no ensuciar su kimono nuevo. En ese cuadro faltaba Tae Sekihara, la tercera de las amigas, que hacía tiempo se había ido a vivir a Kioto y rara vez enviaba correspondencia. La extrañaban muchísimo, pero confiaban volver a verla algún día.

-¡Ay, Tanuki-chan, tu mamá es un personaje! – rio Megumi.

-¡Personaje para ti que no tienes que vivir con ella todos los días!

-¡Mira quién habla! – le dijo su amiga - ¡Como si fueras la persona más fácil del mundo!

-¡También tú! – rio Kaoru mientras le tiraba agua.

-Sabes que quiero tu bien, y ya va siendo hora de que te preocupes por el asunto. – dijo Megumi - Ya no eres una niña, y estás en edad en pensar en casarte.

Oh, no.

-Pero nunca dije que no quiero encontrar un amor y casarme. – le dijo Kaoru - ¡Es una de las cosas que quiero en la vida!

-¿Una de las cosas? – se sorprendió Megumi - ¿No es LA cosa?

-¡No es LA prioridad! – contestó Kaoru - ¿Por qué tengo que organizar mi vida en función a la de mi marido? Creo que tengo el derecho de vivir mis propias experiencias, ¿no crees?

Megumi a veces no tendía a su amiga. Pero sentía mucha curiosidad por ella y por lo que pensaba.

-¿Y qué experiencias tan importantes son esas? – preguntó - ¿Qué esperas de la vida?

-¡Todo!

-¿Cómo que todo?

-¡Todo lo que la vida tiene para ofrecer! – contestó Kaoru - Quiero salir de aquí, conocer lugares lindos, o no tan lindos pero interesantes, y espero conocer gente. ¡Lo quiero todo!

-Tanta esperanza puede acabar en una gran decepción. Nadie lo tiene todo, Kaoru.

-¿Pero acaso no es para tener esperanzas en todo que uno vive?

-¿Y cómo pretendes pagar todas esas aventuras tan locas que están pasando por tu cabeza?

-Voy a recuperar el dojo de mi familia y la gloria del Kamiya Kasshin. – respondió Kaoru con ojos decididos, luego miró a su amiga - Pero ya que estamos en el tema, ¿por qué no hablamos de ti? Te la pasas queriendo casar a los otros pero sigues soltera. ¿Qué pretendes hacer con tu vida, Megumi Katsura?

-Sabes muy bien que no tengo tiempo para pensar en esas cosas. – le contestó ella con indiferencia - Ya te dije que no quiero precipitarme, podría tener un marido que no quiero.

Pero Kaoru no se la iba a dejar fácil. Iba a decir lo que pensaba de ella.

-¿Sabes qué es lo que creo? En el fondo la señorita Megumi es una farsa. Se la pasa hablando de casamiento, pero se muere de miedo del amor. – dijo dejando a Megumi con la boca abierta.


-¿Farsa? ¡Imagina eso, Aoshi-san! ¿Yo, una farsa?

Ya en su mansión, Megumi empezó a desahogarse con Aoshi Shinomori, viejo amigo y socio de la familia. Aoshi Shinomori era un hombre tan rico como Akira Kiyosato, pero el hecho de ir y venir constantemente de la ciudad al campo había mermado las esperanzas de las jóvenes casamenteras de la región. Eso, sumado a su carácter que poco ayudaba, siendo un hombre parco y de pocas palabras, trato frío y afectado, y poco dado a fiestas. En ese sentido estaban igualados con Kenshin Himura.

-Creo que Kaoru-san fue dura contigo. – dijo después de escucharla - Te la pasas preocupándote por los demás.

-Nadie, ni siquiera mi mejor amiga me entiende mejor que tú. Gracias.

-Pero en relación a tus dotes de casamentera, Megumi, a veces te preocupa más emparejar a las personas teniendo en cuenta el nivel social en vez de combinar las personalidades afines. Acuérdate de lo sucedido con Tae-san.

Eso fue un golpe bajo para Megumi. No le hacía gracia que le recordaran eso.

-¡No me digas que ahora te pones del lado de Kaoru! – le reclamó - Sabes que el amor es importante, pero no lo es todo.

Aoshi la miró con cariño. Después de todo se conocían desde niños.

-De lo único que tengo certeza es de que el hombre perfecto para ti aparecerá cuando menos te lo esperes. – dijo antes de despedirse y volver a su retirada mansión.

Megumi quedó todo el día pensando en sus palabras.


Kaoru en tanto, planeaba hacer compras en el mercado del pueblo. Tenía un plan con respecto al baile dado por Megumi, y reía sola pensando en las caras que pondrían los presentes al ver su sorpresa. Se dirigió entonces a una tienda de ropa occidental para caballeros para buscar un pantalón.

Misma tienda a la que entró Kenshin Himura en ese preciso instante.

Habían ingresado por entradas opuestas y se creían los únicos clientes del lugar. Preguntaron a dos encargados sobre el pantalón que buscaban y ellos casualmente les señalaron el mismo colgado en un armario que los separaba, por lo que no se vieron.

-Me quedo con él. – dijeron al unísono.

Al notar un forcejeo del otro lado del armario, ambos se vieron por primera vez. Y ambos empezaron el tire y afloje enojados.

-Es mío. – dijo Kaoru.

-Disculpe, pero me quedo con el pantalón. – le contestó Kenshin - La señorita cometió un error tomando cosas de hombres.

-Es para mi padre. – cargó la otra.

-Pero a su padre le gustaría seguramente un pantalón menos anticuado que este. – atacó Kenshin.

-Creo que sí le gustaría un pantalón anticuado como este. – contraatacó Kaoru.

-¡Es para mí que lo quiero!

-¡Para mí también!

-¡Su padre no está aquí!

-¡Pero yo sí estoy!

-¡LO VI PRIMERO!

-¡ES MÍO!

-¡ES MÍO!

-¡ES MÍO!

-¡MÍO!

-¡MÍO!

El sonido de un rasguido y los dos terminaron de espaldas al suelo con la mitad del pantalón en una mano. Se levantaron y se miraron desafiantes.

Instantes después, Kenshin se dio cuenta de las formas que debía guardar frente a una dama. Lamentó haberse comportado de ese modo.

-Perdón, no me contuve. – le dijo con fría urbanidad - A fin de cuentas la señorita es una dama.

Kaoru lo miró como si él le hubiera dado una bofetada. Kenshin no se esperó eso.

-A ver si entendí: el señor se disculpa por no contenerse no por estar equivocado, pero sí porque soy mujer.

Kenshin entornó sus ojos dorados. Se había disculpado y la muy maleducada cuestionaba su proceder.

-Sí…por educación. – explicó fríamente - Me descontrolé. Mi educación sugiere que la trate con la gentileza que una mujer merece.

-¡Mou! ¿O sea que por ser mujer merezco su pena y conmiseración? – preguntó Kaoru ofendida.

-¡Estoy tratando de retractarme! - volvió a explotar Kenshin al ver que la otra seguía sin aceptar sus protocolarias disculpas.

Kaoru tampoco se iba a quedar atrás en la competencia de ver quién tenía la razón.

-Y no me importa. – le espetó la chica - Si fuera para reconocer su error y su grosería, hasta aceptaría. Pero si es por ser mujer, su piedad porque soy mujer, ¡no acepto!

-¡Pues está en su derecho! – exclamó el otro con sus ojos dorados dando destellos. Los empleados del lugar estaban muertos de miedo con él, pero Kaoru no se inmutaba - Esto sólo pone en evidencia su falta de delicadeza.

-¡Falta de delicadeza! – rugió Kaoru - ¡Falta de delicadeza la suya que rompió un pantalón!

-No hay mucho por hacer con ese pantalón destruido por su falta de compostura. – dijo Kenshin con desprecio.

-Pero soy mujer, como usted dice. – dijo poniéndole cara de burla, que enfureció aún más a Kenshin - ¡Y como mujer voy a coser este pantalón! – miró al encargado y éste dio un respingo - ¡Me lo llevo! – volvió a mirar a Kenshin, al que le salía humo por los oídos - ¡Y espero no cruzarme con usted en el baile!

-¡Su deseo también es mi deseo! – exclamó él, en un intento de ser quien dijera la última palabra.

Y fue así. Después de pagar por la malograda prenda, Kaoru se limitó a mirarlo con odio y se marchó. Mirada de odio que Kenshin devolvió.

Qué tipo insoportable, pensó Kaoru.

Qué mujer insoportable, pensó Kenshin.


Kenshin Himura llegó hecho un torbellino a la casona que compartía con Akira. Era tal su estado de furia que a su amigo le dio un escalofrío.

-Calma, amigo. – trató de tranquilizarlo - Nunca te vi así.

De manera súbita Kenshin lo miró a los ojos y Akira dio un salto del susto al ver esos ojos casi como los de un demonio.

-¡PEOR! – rugió Himura - ¡Yo nunca me vi así! ¿Cómo pude perder la razón de esa manera?

-Eres de las personas más educadas que conozco. – dijo Akira algo confundido.

Kenshin le explicó lo del incidente del pantalón y de la manera vil en que había sido tratado.

-Esa joven tiene algo que me hizo perder el control. – dijo con amargura - Nunca estuve equivocado, yo tenía razón. ¡Pero actué mal! ¡Pedí disculpas y no las aceptó!

-¿Qué te dijo? – se interesó Akira.

-Dijo que no debería aceptar disculpas por ser mujer, pero sí por tener razón.

-¿Era bella por lo menos? – preguntó su amigo con una sonrisa en el rostro.

-¡Una conflictiva! – bramó Kenshin - De esas de las que nos tenemos que alejar. – al ver que su amigo lo seguía mirando interrogante debido a su pregunta sin respuesta, contestó dándole el gusto - Bellísima.

Akira casi salta de la alegría dando aplausos. Al fin alguien rompía las barreras de Kenshin Himura. No era posible que una sola persona en un solo día hiciera perder el control y al mismo tiempo provocara admiración en el frío hombre. Era cosa para festejar.


-¡Tenías que ver su arrogancia! – se quejó Kaoru a su hermana Tomoe - ¡Me trataba como si fuera una muñequita frágil!

-¿Pero qué provocó su falta de caballerismo?

-Nada…deja, es cosa mía… - contestó Kaoru, sin ganas de explicar qué hacía en una tienda de hombres.

-¿Pero quién era? – insistió Tomoe.

-No sé quién era y no quiero saber. – contestó Kaoru indignada - Sólo sé que era de afuera.

-Entonces puede que sea el muchacho del que Megumi habló. – supuso su hermana.

Kaoru la miró divertida.

-¿Estás interesada, señorita Tomoe? – se burló.

-¡No! Es porque Megumi-chan habló bien de él. Sería una pena que tuviese ese temperamento difícil.

Kaoru puso mala cara.

-¿Temperamento difícil? – preguntó con ironía - ¡Mou, Tomoe-chan! Era un grosero…


Días después las Kamiya fueron al pueblo a hacer las compras correspondientes al baile. Justo en ese momento, la gente se arremolinaba en la calle principal para ver llegar al regimiento de la región, con el Coronel Hajime Saito a la cabeza. Las damas se acercaron a contemplar la marcha, y todos los ojos de los que allí marchaban se posaron en Chizuru, que no podía más de la alegría de asistir a un baile y encima tener en el pueblo a todo un regimiento. Sólo un hombre no la miraba, y ese era el mismo Hajime Saito. En cambio, miraba como hipnotizado a la joven al lado de Chizuru, de cabellera castaña atada a una cola de caballo y ataviada en un kimono rosa. Tokio Kamiya.

En ese instante hacía su aparición Kenshin Himura quien vio a Sakura Kamiya atravesar la calle seguida de sus hijas. Identificó fácilmente a Kaoru, quien estaba conversando con una de sus hermanas con una gran sonrisa en el rostro. En la parte del torso tenía puesto un kimono viejo, y en la parte de abajo un hakama también viejo y estropeado. Su cabellera negra estaba atada a una larga y alta cola de caballo con una cinta rosada. Todo eso le daba un aire entre infantil y andrógino.

Recordando esos ojos azules mirándolo con enojo y energía, Kenshin se encontró a sí mismo ruborizándose. Se reprochó tal actitud.

-Nada de confusión, Himura…nada de confusión. – se dijo mientras se encaminaba a la obra ferroviaria que llevaba adelante.

En tiempos del Shogunato, la familia Himura era una de las más poderosas y cercanas a la familia Tokugawa, una de las pocas familias tozama daimyo que tenían una relación cordial con el Shogunato. La familia Himura se caracterizaba por tener grandes extensiones de tierras, bravos samuráis bajo su mando y una fortuna que parecía no tener fin, aparte de ilustrísimos miembros, tanto guerreros como intelectuales. Con la llegada del Bakumatsu, debido al sankin kotai (sistema de control político del Shogunato a los daimyo, aunque los Himura tenían un permiso excepcional y dicho control no les afectaba), así como la mala situación económica que se cernía y las extravagancias del Shogun, Hiko Himura del dominio de Kaga junto con otros señores feudales actuaron en su contra apoyando al Emperador. Asimismo, la familia Himura le era muy cara también al Emperador, quien era consciente del gran aliado que podría ser, ya que sus samuráis armaban por sí solos un gran ejército que sería crucial para un bando o el otro. Así que llegó a un acuerdo con Hiko Himura para que éste peleara por los imperialistas y así después pudiera conservar su título y sus propiedades. Su hijo mayor, Kenshin, a pesar de las protestas del padre, se reclutó en las filas de Kogoro Katsura (con quien se reencontraría años más tarde en esta historia), y ejerció de asesino de los 14 a los 19 bajo el nombre y la fama de Hitokiri Battousai hasta el fin del Shogunato (eso explicaría mucho su carácter frío y metódico). Después de la Restauración Meiji, en 1868, los oligarcas, como parte de su reforma occidentalizada, fusionaron la kuge (antigua nobleza) con los antiguos daimyo (señores feudales) en una clase aristocrática distinta y superior a otras clases asignadas. Esa fusión dio lugar a la nobleza kazoku, de la cual formaba parte Hiko Himura, nombrado koshaku (marqués), debido a sus ingresos de arroz, que consistían en más de 150.000 koku (1 koku de arroz equivale a 150 kg).

Ahora, diez años después de los acontecimientos, Hiko Himura se preguntaba qué hubiera sido de su familia si el Shogunato hubiese ganado la guerra. Seguramente hubieran sido ejecutados por traidores, debido en gran parte por su condición de tozama daimyo (considerado una amenaza para el Shogun). Sin duda había jugado muy bien sus fichas en ese momento.

Kenshin Himura, en cambio, con la llegada de la nueva era decidió cambiar las katanas por los libros y partió a Francia a estudiar ingeniería. Había visto en Occidente las maravillas tecnológicas de estas ciencias y decidió llevarlas al Japón, con las cuales su padre y el gobierno se interesaron y decidieron invertir en nuevas redes de ferrocarriles que conectara la mayor parte de las ciudades y pueblos del país entre sí.

Y toda esa visión de modernidad lo llevó al alejado pueblo de Hagi, donde el padre de Kogoro Katsura era barón y conocería a una molesta joven de ojos azules.

Al llegar a la zona de construcción, el ingeniero no fue recibido con una buena noticia.

-¡Señor! ¡Un accidente en las vías!

Kenshin fue corriendo hasta el lugar de accidente, acompañado por algunos empleados. Había un hombre inconsciente con un enorme madero encima de sus piernas.

-¿Qué pasó? – bramó Kenshin - ¡Déjenme pasar! ¡Ayúdenme a levantar la madera! ¡Con cuidado!

-Ya mandé a llamar a un médico pero no tenemos nada en caso de tener que trasladarlo. – dijo su asistente.

-Pero está sangrando mucho… ¿Mi carruaje llegó?

El asistente lo miró como si se hubiese vuelto loco.

-Llegó, pero…hay mucha sangre y es un carruaje muy caro el suyo…

Kenshin lo miró con furia en sus ojos dorados.

-¡Estamos hablando de la vida de un hombre! – rugió - ¡Me lo llevo! ¡Ayúdenme a levantarlo!

Lo llevó a la carrera al hospital del pueblo y pasó la noche allí, pendiente en todo momento por la salud de su empleado. Gracias a los cielos, el hombre sobrevivió y volvería a caminar después de un tiempo de recuperación. Recuperación que por supuesto Kenshin estaba dispuesto a solventar.

Llegó a la obra al día siguiente, cansado y con las ropas manchadas de sangre del operario. Quería darles la buena noticia al resto de los empleados y darles el día libre ya que se acercaba el fin de semana y la obra iba muy adelantada. Se introdujo a la carpa donde estaba su escritorio y se dispuso a hacer las anotaciones del día y escribir una carta a su padre comunicándole el asunto. Su asistente lo recibió aliviado.

-Qué bueno que usted está bien, Himura-san…

Kenshin le dirigió una mirada fría.

-El muchacho sobrevivió. Gracias por preguntar.

-Sí, claro…es que usted salió como loco y quedé preocupado…

Kenshin explotó.

-¿Era la vida de una persona y te quedas preocupado por mí? – espetó.

-Los accidentes ocurren.

-No quiero escucharte hablar ni una sola palabra más. – suspiró, cerró su carpeta y se fue del lugar. Necesitaba darse un baño y descansar.


La dueña del almacén envolvía unos cigarrillos importados para el Coronel Hajime Saito.

-Directo de la capital. – le dijo - ¿Y el señor? ¿Va al baile? Un hombre guapo como usted no debería estar fuera de esos eventos, Coronel Saito.

-Se nos invitó a todo el regimiento. – respondió el hombre con indiferencia y encendiendo un cigarrillo - Y gracias por las palabras.

En ese momento entraban en el local Kaoru y Tokio Kamiya a buscar un pedido para su madre. A Saito casi se le cae el cigarrillo. La dueña del local se dio cuenta del ensimismamiento del hombre con las jóvenes, así que cuando las chicas se marcharon, le dijo al oído:

-¡Ah, dos de las bellas hijas de los Kamiya! ¡Son cinco, y todas solteras! – Saito no pudo evitar levantar las cejas con interés ante tal información.

Kaoru y Tokio volvieron a la tienda de vestidos donde estaban su madre y sus otras hermanas. Era el segundo día de compras y a Kaoru todo ese alboroto la estaba agotando.

-¡Kaoru-chan! ¿Todavía no elegiste tu vestido? – preguntó Sakura, tomándola por sorpresa.

-No hace falta mamá, ya tengo mi ropa. – contestó ella sonriente ante la cara de confusión de su madre.


En Tokio, Shura se probaba el vestido ideal para mostrarse superior a las damas del pueblo ese y para arrancar suspiros de Kenshin. Ella estaba segura de que era cuestión de tiempo para que el joven ingeniero cayera a sus pies.

-Kaede, tienes razón. – dijo mirándose al espejo - Este vestido me queda perfecto.

-Aunque debería dejar los hombros al descubierto. – sugirió Kaede.

Shura la miró consternada.

-¿Acaso Ken-san está detrás de una esposa o de una meretriz?

-Creo que no está buscando ni la una ni la otra. – contestó Kaede como si nada.

-¡Ken-san es un hombre discreto! – exclamó Shura con la mirada radiante al hablar de quien consideraba su hombre - Nada dado a exageraciones ni confusiones. Él es un hombre fino y elegante, y le corresponde estar al lado de una mujer fina y elegante. Y esa es la impresión que voy a dar en el baile. – luego agregó aún más radiante - Ese hombre tiene dinero como nunca se vio antes. Dinero que ni siquiera Ikumatsu Kiyosato sueña.


El día antes del baile, Kaoru se vio arrastrada por Misao a una de sus expediciones. Luego de leer una historia sobre crímenes y fantasmas, Misao estaba segura de que en la mansión de los Shishio había sucedido algo similar.

-¿Sigues pensando en ese supuesto crimen en la mansión Shishio? – preguntó Kaoru con aire distraído.

Misao puso a andar su mente cual Sherlock Holmes.

-Nadie encontró el cadáver de Yumi-san, la esposa de Shishio-san. – dijo - Quién sabe si quedaron evidencias del crimen. ¿Nunca te fijaste en Makoto Shishio? Siempre taciturno y sombrío. No habla con nadie, ni siquiera con papá que le cae bien a todo el mundo. Y nunca se volvió a casar.

-¿Nunca se volvió a casar? – se escandalizó Kaoru en tono de burla - ¡Es muy extraño! ¡Muy extraño!

Pero Misao no le hizo caso y siguió con sus cavilaciones.

-Y uno de sus hijos se fue de la casa.

-Ese joven se fue a Europa, Misao-chan.

-¡Para que no revele nada! – exclamó Misao - Aparte nadie va a esa casa, nadie visita esa casa.

Se quedaron toda la mañana vigilando los alrededores de la casa en busca de algo sospechoso. Hasta que vieron a una joven llegar a la mansión en un carruaje y siendo recibida por la joven ama de llaves, a quien las hermanas conocían, y por Soujiro Shishio, hijo del propietario de la mansión. Misao se acercó cada vez más a la casa, dejando a su aburrida hermana atrás. Al cabo de unos minutos, la joven invitada salió a los gritos y corriendo de la casa; Misao apenas tuvo tiempo de esconderse antes de que Soujiro Shishio saliera a intentar alcanzar a la joven que huía. Un rato después, cuando todo se calmó, Kaoru y Misao decidieron regresar a casa.

Kaoru no estaba ni un poco preocupada por el tema. Lo atribuía a que el joven Shishio era médico y atendía en su casa, y sin duda esa joven era una paciente que se asustó con los instrumentos médicos del joven doctor. Pero Misao no lo veía así. Estaba segura de dos cosas: en esa casa se cocinaba algo raro, y Soujiro Shishio la había visto.


Y llegó el tan esperado día del baile. Vestidos, guantes, chales y hasta diademas revoloteaban dentro de la casa vistiendo a sus dueñas y haciéndolas lucir como princesas occidentales. Quien estaba más feliz con todo esto era Sakura Kamiya, quien también se veía hermosa en su atuendo, haciendo evocar a su marido las épocas en que eran jóvenes y atractivos. Cumplimentó a su esposa bastante embobado, y ella, feliz, se dispuso a reunir a sus hijas para marchar a la mansión Katsura. Pero faltaba alguien.

-¡Kaoru-chan! – llamó - ¡KAORU-CHAN! – entró a la habitación de su hija y la encontró en el futón - ¿Qué te sucede? ¿Todavía no te preparaste?

-¿No ves que la niña está enferma, Sakura? – repuso Koshijiro, molesto.

-¿Justo hoy? – se escandalizó la madre - ¡Ah, no!

-Tengo fiebre, mira. – dijo Kaoru, fingiendo toser y alcanzándole el termómetro que segundos antes había calentado con el fuego de una vela.

Sakura no podía creer lo que veía y se preocupó.

-¡Treinta y nueve! Alguien va a tener que quedarse contigo.

-No hace falta, mamá, no hace falta. – la tranquilizó Kaoru, insistiendo en que estaría bien sin ellos. Una vez que consiguió que su familia se fuera, empezó a poner en marcha su plan. Se vistió y fue a buscar a su caballo.


Llegaron a la mansión de los Katsura, preparada y decorada para la ocasión. ¡Cuánta opulencia, cuánto lujo! Pensaba Sakura. ¡Como en las cortes europeas! Hasta había un hombre en la entrada del salón principal que los anunciaría como en esos bailes occidentales. Y así lo hizo.

-¡La familia Kamiya! ¡Koshijiro-san! ¡Sakura-san! ¡Y las señoritas Tomoe-san, Misao-san, Tokio-san y Chizuru-san!

En ese momento, Megumi Katsura se interrumpió en su conversación con Aoshi Shinomori y Hajime Saito.

-Mis amigas llegaron. – dijo, luego le dirigió una mirada pícara a Saito - Como le prometí, más tarde le presentaré a Tokio-san.

Saito la miró con sus ojos dorados llenos de indiferencia y frialdad, pero por dentro el pobre hombre bullía. Necesitaba urgente salir a fumar un rato.

-No hace falta, Megumi-san. – dijo al fin - No estoy seguro de ser un buen conversador, la señorita se aburrirá conmigo.

-Usted es un hombre interesante. – lo elogió Megumi.

-Muchas gracias.

Megumi se reunió con la familia Kamiya para darles la bienvenida.

-¡Sean bienvenidos! ¿Dónde está Kaoru?

-¡No vino! – respondió Sakura, aún consternada - Tiene una fiebre de 39.

-La fiesta sin ella no será lo mismo. – dijo Megumi tristemente.


Mientras tanto, un lujoso carruaje se dirigía a la mansión Katsura.

-¡Ustedes están divinos con esos trajes! – exclamó Shura, mirando fijamente a Kenshin. Había llegado esa misma mañana alegando que la casona recién adquirida necesitaba un toque femenino, para sorpresa de Akira y disgusto de Kenshin.

-Usted está muy linda, Shura-san. – cumplimentó el joven Kiyosato.

-Claro. – concordó Kenshin con aire indiferente y sin mirarla - Shura-dono siempre elegante.

-Y usted siempre gentil. – contestó Shura con los ojos brillantes - Escuché que salvó a un operario usted solo. ¡Es un héroe!

-La gente exagera. Muchos ayudaron, yo sólo lo llevé al hospital.

-Tantas molestias por un operario. – se quejó Shura.

Por fin Kenshin se volteó a verla como ella quería, pero no de la manera que ella quería. Sus ojos dorados irradiaban frialdad e indignación.

-¿No debería? – inquirió - Operario o no era la vida de una persona en juego, Shura-dono.

Shura se apuró en arreglar el embrollo en el que ella sola se metió.

-No quise decir eso, usted sabe que me preocupo por todos los seres humanos indistintamente. Pero usted yendo a toda velocidad en el carruaje, pudo haberle sucedido algo.

-Pero no sucedió. – Kenshin volvió a su actitud indiferente, como si todo le aburriera.

-¡Ya casi llegamos! – exclamó Shura - Vamos a ver lo que esos agricultores nos prepararon. – Akira y Kenshin se miraron en silencio.

Al rato, fueron anunciados.

-¡La señora Shura Myoujin! ¡El señor Akira Kiyosato! ¡El señor Kenshin Himura!

Era el momento más incómodo para los tres, con todo el pueblo mirándolos con curiosidad.

-Parece que está la ciudad entera. – le susurró Akira a su amigo - ¿Será que la joven de la pelea está aquí?

-Espero que no. – contestó Kenshin, haciendo una mueca de disgusto.

La bella y etérea Megumi Katsura hizo su aparición con su vestido blanco al estilo de la Emperatriz Sissi para darles la bienvenida.

-¡Sean muy bienvenidos!

Akira se inclinó y se dispuso a hacer las presentaciones.

-Gracias por invitarnos a la fiesta, Megumi-san. Ella es Shura Myoujin, amiga y socia de mi madre; y él es Kenshin Himura, un gran amigo mío.

Los presentados se inclinaron cortésmente. Megumi los imitó.

-Un placer. – dijo - Por favor, acompáñenme. Quiero presentarles a unas grandes amigas. – los llevó hasta la familia Kamiya - Tomoe, Misao, Tokio y Chizuru de la familia Kamiya. Y ellos son sus padres, Sakura-san y Koshijiro-san.

Sendas inclinaciones de rigor.

-¡Infelizmente Kaoru no pudo venir! – graznó Sakura - ¡Le agarró fiebre de repente!

Shura levantó las cejas, divertida.

-¡Cinco hijas! – se burló - ¡El tiempo libre de la gente de interior!

-Debe ser tan encantadora como sus otras hijas. – se apresuró en decir Akira, antes de que la señora Kamiya tuviera tiempo de ofenderse. Misao se disculpó y salió a tomar aire fresco en el patio; pero no sabía que Soujiro Shishio la estaba siguiendo.

Akira iba a seguir haciendo comentarios amenos, cuando fue interrumpido por un anuncio.

-¡La señorita Kaoru Kamiya!

Todos voltearon los ojos hacia la anunciada. Para encontrarse con una sonriente Kaoru vestida de frac y pantalones. Como un hombre.

-¡Mi hija! – chilló Sakura antes de desmayarse en brazos de Kenshin, quien no podía creer lo que veían sus ojos.

-La joven del otro día… - susurró atónito.


Mientras tanto, en el patio, Misao se enfrentaba a Soujiro quien la abordó súbitamente. La chica estaba segura de que al haber sido testigo de un intento de asesinato y ser vista por el médico homicida, éste se iba a encargar de que no abriera la boca.

-¿Qué es lo que quiere usted conmigo? - inquirió asustada.

Soujiro la miró perplejo.

-¿Yo? Conversar. – dijo preocupado - ¿Está todo bien?

En ese momento escucharon el escándalo proveniente del interior de la mansión. Misao aprovechó para zafarse de su victimario.

-Mejor regreso al salón. – se inclinó apurada - Con permiso.

Pasado el estupor general, Megumi apartó a Kaoru a un rincón mientras la orquesta retomaba su labor y las parejas seguían bailando y comentando la novedad.

-¡Kaoru! ¿Qué broma es esta? – le reprochó su amiga.

-Sólo quería divertirme un poco. – rio Kaoru - Sólo quería causar un pequeño escándalo, pero parece que causé una conmoción. – vio a su madre recuperándose de la impresión.

-¿Pretendes ser un hombre ahora? – le preguntó Megumi.

-No. – respondió Kaoru - Quería demostrar que si los hombres pueden usar pantalones, nosotras también podemos.

Megumi puso cara de asco.

-¿Usar pantalones? ¡Debe ser incómodo!

-No te enojes conmigo, por favor. – le pidió Kaoru inocentemente.

Megumi abrazó a su mejor amiga. Qué loca era, pero de la misma manera era la persona más dulce y preocupada por los demás que conocía.

-No puedo enojarme contigo, Tanuki-chan. – le dijo cariñosamente antes de llevarla para presentarla a los flamantes vecinos - Ellos son Akira Kiyosato, Shura Myoujin y…

-Kenshin Himura. – se apuró Kenshin en presentarse. Se había quedado anonadado ante tal arrojo y determinación. Y ante sus ojos azules, aunque no lo admitiera.

-Ella es Kaoru Kamiya. – la presentó Megumi.

-Ya nos conocemos. – le dijo Kenshin sin apartar los ojos de Kaoru, que lo miraba desafiante.

Megumi quedó entre sorprendida y contrariada. En el fondo no le gustaba que las personas se conocieran antes de que ella los presentase. Era su deber como casamentera y socialité ser la llave para las relaciones.

-¡Qué bueno! – exclamó - ¿Pero cómo?

-Intentamos comprar este pantalón, juntos. – explicó Kaoru, que con la mirada aún desafiaba a Kenshin.

-Y ella ganó la disputa, como todos pueden ver. – dijo éste - El pantalón se ve muy justo en usted.

-Y se hubiera visto corto en el señor.

A Shura no le estaba gustando quedar fuera de la conversación, menos aún si esa conversación tenía que ver con su Ken-san, y mucho menos aún si había una marimacho metida en la ecuación. Sabía que por ser distinta a las demás mujeres, Kenshin no tardaría en interesarse por ella, y eso no lo iba a permitir. Así que intervino, para adular a Kenshin, y para embarrar la imagen de Kaoru ante todos.

-No estoy de acuerdo. – dijo - Cualquier cosa le quedaría bien a Himura-san. Los pantalones fueron hechos para los caballeros, aunque le quedan muy bien a usted. – luego la miró burlona - Sería un muchacho apuesto.

Pero Kaoru no iba a caer en su juego. Lejos de ofenderse, agradeció lo dicho y sutilmente le devolvió la cortesía.

-Gracias. – dijo mirando el vestido de su interlocutora - Es una pena que las mujeres ganemos cuerpo y volumen con la edad.

Y una vez más, Akira sintió que tenía que salir a salvar la situación.

-La conversación está muy animada, pero me gustaría bailar. – se dirigió a Tomoe, quien estaba al lado de su madre - ¿La dama acepta?

-¡Claro que acepto! – chilló emocionada Sakura.

-Le acaba de pedir el baile a la niña, Sakura. – le aclaró Koshijiro con una gran gota en la cabeza.

-¡Claro que ella acepta!

Shura no perdió el tiempo y se dirigió a Kenshin.

-A mí también me gustaría, Himura-san… - empezó a decir seductoramente.

Kenshin la miró como si fuera un ser de otro mundo.

-¿Bailar? Shura-dono, disculpe, no soy muy dado a bailar…

-¿Le negarías eso a una amiga? – insistió ella.

Kenshin suspiro fastidiado.

-No le negaría nada. – dijo secamente y la sacó a bailar. Pero durante toda la pieza tuvo sus dorados ojos fijos en Kaoru, quien bailaba animadamente con Megumi.

Soujiro Shishio literalmente nadó entre las parejas de baile para llegar adonde estaba Misao.

-Disculpe, creo que la abordé de una manera muy brusca… - intentó excusarse.

Misao se ruborizó y empezó a acercarse a la chimenea para tener a mano algún atizador.

-¡Claro que sí! – exclamó - ¿Acaso me está siguiendo?

Soujiro la miró aún más perplejo que antes.

-¿Yo? Estaba hablando de lo sucedido en el jardín…

-Y ahora mismo me abordó de la misma manera. ¿Es así como acecha a sus víctimas?

El joven doctor no entendía nada.

-¿Víctimas?

Misao salió corriendo de allí y arrastró a Kaoru, quien había terminado de bailar, a un rincón.

-¡Ese Soujiro Shishio! – le contó alarmada - ¡Me vio rondando la casa y ahora me quiere matar!

-¿Cómo que te quiere matar? Misao-chan, lo único que sucedió es que estabas espiando por la casa y saliste corriendo cuando una chica salió gritando de allí. El resto está todo en tu cabeza. ¿Por qué no te das cuenta de lo que él quiere?

-¡Porque estoy con miedo! – gimió su hermana.

-Yo creo que él te encuentra atrayente.

Misao se quedó mirando fijamente a Kaoru. Se esperaba que su hermana le dijera cualquier cosa, menos eso.

-¿Atrayente? – preguntó con las mejillas arreboladas.

-Sí.

-¿Yo?

-Sí. – contestó Kaoru y a continuación hizo una reverencia e imitó la voz de un hombre - Y ya que esta noche soy medio hombre, permítame decirle que la encuentro muy atrayente y que estoy viendo en usted a una potencial candidata a esposa.

Las dos hermanas reían alegremente mientras Soujiro, oculto, las miraba.


Quien también miraba llegar su oportunidad era Megumi, que se moría por presentar a Tokio con Saito, después de escuchar por boca de la dueña del almacén local del interés del ex Shinsengumi por la voluntariosa Tokio. Cuando los presentó, decidió ir a ocultarse por ahí para espiarlos.

-Tokio-san, el Coronel Saito. – los presentó - ¡Me retiro, tengo que ver algunas cosas!

Ambos se miraron en silencio. Saito prendió un cigarrillo.

-¿La señorita está disfrutando de la fiesta? – preguntó con esfuerzo.

-Sí, me gusta mucho. – respondió Tokio con aire distraído - Un poco normal.

-¿Normal? – se extrañó el coronel.

-No hay mucha emoción. – explicó ella.

-La llegada de su hermana fue impactante.

A continuación, silencio incómodo. Tokio se aburría y Saito no paraba de fumar.

-¿Y el señor? – preguntó la chica de repente - ¿También disfruta de la fiesta?

-Sí, aunque no es el tipo de lugar y situación en donde esté más cómodo. – un tropezón delató a Megumi, a quien vieron - Pero veo que la señorita prefiere reunirse con su amiga. – agregó Saito, captando el deseo de su interlocutora.

-Fue un placer, Coronel. – se inclinó ella y se fue, dejando al hombre fumando y lamentándose en silencio.


Después de regañar a Chizuru por andar paseando con distintos soldados en el oscuro patio, Kaoru y Tomoe decidieron tirarse juntas un momento en unos enormes sillones que las mantenían ocultas a todos mientras degustaban unos postres. Y allí, ocultas, escucharon una conversación entre Akira Kiyosato y Kenshin Himura.

-¡Qué encantadora es Tomoe-san! – clamaba Akira - ¡La más dulce, gentil y sabe bailar! ¿Qué hay de ti, amigo? Solamente bailaste con Shura-san.

Kenshin gruñó con fastidio.

-Sólo bailé con Shura-dono porque somos amigos.

Akira seguía deshaciéndose en elogios .

-Esta es la ciudad con más jóvenes bellas por metro cuadrado que vi en mi vida.

-Estabas bailando con la única joven bella de la ciudad. – le dijo Kenshin. Tomoe se ruborizó violentamente y Kaoru reía en silencio.

-¡Es la criatura más bella que he visto en mi vida! – exclamó Akira, provocando que la pobre Tomoe hiperventilara - ¿Pero qué hay de su hermana?

Las dos se mantuvieron atentas a esa parte. Por suerte para Kenshin, Kaoru no pudo ver cómo se sonrojaba.

-¿Su hermana? – preguntó bruscamente - ¿La que vino disfrazada?

-¿En el fondo no te interesaste en ella?

Kenshin recuperó la compostura y dijo en un tono lleno de burla y de desprecio:

-Es tolerable, pero no es lo suficientemente bonita para tentarme.

Ofendida, Tomoe estaba dispuesta a levantarse y a encarar a ese hombre por la afrenta a su hermana, pero Kaoru la detuvo.

-¡Mou! – siseó con autoridad - ¡Quédate aquí! ¡A mí tampoco me interesa ese hombre! ¡Es snob y arrogante!

Mientras Kaoru y Tomoe se tragaban su enojo, Aoshi se acercó a Megumi para felicitarla por su exitosa fiesta.

-¡Tu fiesta fue un éxito! – la cumplimentó - ¡Felicidades!

-¡Gracias! – dijo ella - Pero no fue tan exitosa, no bailaste en toda la noche.

-A ti tampoco te vi bailar, Megumi. ¿Vamos?

Pero Megumi negó con su abanico.

-No necesitas hacer caridad con tu amiga. – le dijo - Tú también eres de los solteros más codiciados. – observó mirándolo fijamente.

-No tengo mejor compañía que la tuya en estos momentos. – le respondió él, sospechando por dónde iban los tiros.

-Pero somos amigos. – le dijo, y a continuación le señaló a una persona - Y por lo que veo, Sayo Amakusa puede ser una compañera agradable para ti.

-Sayo-san es una compañía muy agradable, pero creo que estás confundiendo las cosas.

-Claro que no. ¡Sayo-san, querida! – llamó Megumi - Aoshi-san se siente avergonzado, pero adoraría invitarla a bailar.

Una bella joven de cabellos castaños y ojos verdes con un vestido del mismo color, se reunió con ellos.

-Me sentiría honrada. – dijo tímidamente.

Aoshi se sintió descolocado.

-Claro…vamos. – dijo al fin, mirando de mal humor a Megumi mientras avanzaba a la pista de baile con su pareja.

Y Megumi, feliz, veía un matrimonio en puerta gracias a ella.


Una vez que terminó la fiesta y todos regresaron a sus casas, en la residencia Kamiya, las dos hermanas mayores conversaban entre ellas antes de dormir. El tema, Kenshin Himura.

-Tal vez Himura-san no quiso decir lo que dijo. – justificó Tomoe. Aunque al principio se enojó, pensándolo mejor, tal vez el caballero se expresó mal. Sí, tenía que ser eso.

-No, Tomoe-chan. – contestó Kaoru - Él fue muy claro. ¡Pero a mí no me interesa, es un grosero!

-¿Estás segura, Kaoru-chan? Te conozco. – preguntó Tomoe, perspicaz.

Kaoru se mostró decidida. Estaba herida en su orgullo, pero no iba a dejar que eso le afectase y mucho menos iba a demostrarlo.

-Por lo poco que lo conozco, puedo decirte que no puede haber en el universo dos personas más diferentes que nosotros dos. Además, a mí no me importa tanto el casamiento como a ustedes.

-¿Y qué puede ser más importante que el casamiento? – preguntó Tomoe, confundida.

-Conocer cosas nuevas, saber lo que quiero para mi vida. – le dijo Kaoru - Todavía estoy esperando, pero estoy segura de que cuando llegue el amor de mi vida, será AVASALLADOR. – gritó esto último antes de lanzarse sobre su hermana para hacerle cosquillas - ¿Por qué no hablamos de Akira-san? – le preguntó después de un rato de risas.

Tomoe se levantó del futón, ruborizada a más no poder y caminando de aquí para allá nerviosa.

-¿Akira-san? ¡Ayyy, Kaoru-chan! – exclamó - ¡Él es todo lo que un hombre necesita ser! Educado, es alegre, es guapo, es…

-¡Y como diría mamá! – la interrumpió Kaoru - ¡Tiene dinero!

-Sabes que esas cosas no me interesan. Pero me sacó a bailar muchas veces, y cuando no bailaba con él me esperaba. No me esperaba eso, y él no tenía por qué hacerlo.

-¿Y si no va a esperar por ti por quién más? ¡Ésa es la gran diferencia entre nosotras! ¡Tu modestia! Lo hacía porque quería bailar la mayoría de las veces, si no toda la noche, con la chica más guapa del salón.

-¿De veras lo crees? – preguntó Tomoe apenada.

-Sí. Pero tú ya te interesaste antes por jóvenes más estúpidos. ¡Eres muy buena! Por ejemplo, jamás te escuché hablar mal de nadie.

-No tengo por qué hablar mal de nadie, sólo digo lo que pienso.

-¡Exactamente! – dijo Kaoru - Tú ves el lado bueno de la gente, pero los demás no. Sólo ven los defectos.

-Tal vez soy una boba.

-No, no eres una boba. – le dijo su hermana con cariño - Eres buena. Esa Shura, por ejemplo, ¿qué piensas de ella?

Tomoe hizo un gran esfuerzo para decir algo que no sea hiriente.

-Creo que es muy elegante. – dijo al fin.

-¿Pero? – insistió su hermana.

-Se la veía un poco preocupada con Himura-san. – agregó ella.

-¿Preocupada? ¡Esa mujer es una cobra! – exclamó Kaoru para escándalo de Tomoe.


-Pienso en lo absurdo de esta situación. Yo, un lobo de Mibu, con espíritu de lucha, físicamente preparado para el combate, a la hora de hablar con una joven como Tokio Kamiya, parezco un bebé desprotegido.

Hajime Saito seguía con sus lamentaciones al día siguiente, mientras desayunaba en la mansión de Aoshi Shinomori, gran amigo suyo. Todavía se reprochaba el no saber comportarse delante de la dama de su admiración.

-No se trata de timidez o cobardía. – trataba de explicarle Aoshi - Se trata simplemente del gran respeto que se le tiene a las damas, y uno ante eso no sabe cómo proceder.

-Al final nuestra honra solitaria nos terminará perjudicando.

-Es verdad que somos más grandes que ellas, pero no por eso vamos a comportarnos como chiquillos desesperados. Como por ejemplo, anoche Megumi prácticamente me tiró a los brazos de Sayo Amakusa, como si necesitara bailar con ella para enamorarme.

-Ya sabes cómo es ella, pero aun así creo que es tiempo de que te sinceres. – le aconsejó Saito, que conocía los sentimientos de su amigo por la chica Katsura.

Aoshi Shinomori reflexionó un rato.

-Más tarde tengo una reunión con el barón, tal vez pueda juntar coraje. – dijo, deseando ser en ese momento lo suficientemente valiente para declararse.

Más tarde, se encaminó a la mansión Katsura, donde fue recibido por el barón Gensai Katsura y su hijo, Kogoro Katsura, quienes habían llegado esa misma mañana de Tokio.

-¡Buenos días! – saludó Aoshi - ¡Qué lástima que no pudieron disfrutar del baile brindado por Megumi!

-Infelizmente el barón necesitó hacerse más exámenes y nos quedamos un día más en Tokio. – explicó Kogoro.

-¡Pero el barón parece tener una salud de hierro!

-Lo que pasa es que los doctores me dieron unos meses más de vida. – explicó el viejo barón de 90 años - Pero la única certeza que tengo es que Kami-sama sabrá qué hacer en su debido momento.

De repente, Megumi entra a la habitación con el rostro preocupado.

-¿Puedo saber qué certeza es esa de la que están hablando? – preguntó.

-Nada que vaya a interesarte, hija mía. – le dijo su padre, en un intento de que no pregunte más.

-¿Y por qué no?

-Es una certeza muy importante para tu familia en materia de los negocios que tu padre y tu abuelo cerraron en Tokio y que tratarán conmigo. – mintió Aoshi.

-¡Ahhh! – se alivió la joven - Discúlpenme, no quería interrumpir su reunión. Con permiso.

-¡Megumi! No olvides nuestra caminata. – le recordó Aoshi, nervioso por primera vez en su vida.

-No la olvidaré. – respondió ella con una sonrisa antes de retirarse. El barón miró a su hijo con una cara de pocos amigos.

-¡Kogoro, hubieras dejado que Megumi-chan supiera la verdad! – le reclamó - ¡Tarde o temprano se enterará y cuanto antes lo sepa mejor!

-Sabes cómo es Megumi-chan. – repuso su hijo - Desde que su madre murió, no hace otra cosa más que cuidar de ti y de mí. Así que debemos prepararla con tiempo. Aoshi-san gracias por evitar que mi padre cometiera una locura.

-¿Acaso no puedo elegir el modo en que me voy a morir? – chilló el viejo.

-¡Barón!


Mientras, en la casa de la familia Kamiya, Sakura canturreaba feliz mientras su marido leía la correspondencia.

-¿Contaste la veces en que el joven Akira Kiyosato sacó a Tomoe-chan a bailar? – le preguntó ella.

-No te puedo decir que tenía cosas más importantes que hacer porque no las tenía, pero no conté. – le contestó él sin apartar la vista de sus cartas.

-¿No quieres saber qué cosa vi también anoche? – siguió insistiendo su mujer.

-Tú eres la que me lo quiere contar.

-Vi a nuestra Misao-chan con Soujiro Shishio.

Por fin su marido apartó la vista de los papeles para mirarla preocupado.

-No sé si eso es bueno. – dijo - Siempre está con cara de idiota, no me gusta para nuestra Misao-chan.

-¡Pero tiene dinero y posesiones! – se impacientó Sakura.

-Ésos sólo son complementos.

Sakura iba a abrir la boca para contestarle, pero golpearon la puerta de madera, signo de que tenían una visita. Al abrir la puerta, la señora Kamiya se encontró con un muchachito que le tendía una carta.

-Carta para la señorita Tomoe Kamiya, de parte de la señora Shura Myoujin. – dijo él.

Sakura le arrebató la carta y le cerró la puerta en las narices. Leyó la carta de su hija y casi le da un síncope. Pero en vez de eso, corrió por el engawa como una desquiciada hacia la habitación de su hija mayor.

-¡TOMOE-CHAN! – gritó, haciendo que ésta, que estaba bordando, casi se pinchara el dedo del susto - Recibiste una invitación de nada más y nada menos que de Shura Myoujin para pasar el día en la mansión donde están viviendo. – Tomoe abrió los ojos sorprendida - ¡Ay, ese Akira Kiyosato ya se está muriendo de pasión por ti! ¿Qué estás esperando? ¡Prepárate!

En ese momento escucharon un fuerte trueno y Tomoe fue a inspeccionar el cielo.

-Pero mamá, parece que va a llover mucho…¿puedo llamar a un carruaje? – pidió.

Pero Sakura Kamiya tenía otra idea para su hija. Ni las dotes casamenteras de Megumi Katsura podían contra la obstinación de la señora a la hora de buscar asegurarles pretendientes a sus hijas.

-¡No! Vas a ir a pie.

-¿Por qué?

-¡No me discutas! – le ordenó su madre arrastrándola hasta el armario - ¡Ve a vestirte!


Rato después de la partida de Tomoe, Kaoru llegaba a su casa empapada hasta los huesos de su caminata matinal.

-¡Mou! – exclamó tiritando - ¡Qué lluvia! ¡Casi morí ahogada en la calle!

-Y creo que eso es lo que va a pasar con Tomoe-chan. – le dijo su padre mientras tomaba el té.

-¿Cómo?

-Tu madre la mandó a pie hasta la casa de Kiyosato, sabiendo que llovería.

-¡Mamá! – la llamó enojada su hija.

Pero Sakura apareció detrás de ella con una sonrisa de satisfacción.

-¡Exactamente! – dijo feliz - Tendrá que pasar todo el día allá y como la lluvia no permitirá que nadie la busque o la lleve, tendrá que pasar la noche allí.

Pero Kaoru ya se estaba enojando.

-¡¿Mamá estás loca?! – le reclamó.

Su madre se limitó a mirarla con indiferencia.

-No entiendo por qué te alteras, ella ya está crecida para cuidarse. – le explicó - Es una joven educada y con principios.

Su hija no quiso oír más. Terminó de secarse y se dispuso a ir a buscar a su hermana.

-¡Pues yo me voy a buscarla ahora! – anunció antes de internarse nuevamente bajo la lluvia.

Su madre trató de detenerla.

-¡NO KAORU-CHAN! ¡KAORU-CHAN!

-Ésa es mi hija. – murmuró Koshijiro, sonriente mientras terminaba su té.


Al cabo de poco más de media hora, la lluvia amainó y Megumi y Aoshi pudieron salir a dar su paseo por los alrededores. Megumi seguía intranquila por la conversación de los caballeros, y así se lo hizo saber a Aoshi.

-Aoshi-san, ¿sucedió algo que no quieren decirme? Siento que me tratan como si fuera todavía una niña.

-No pasó nada. – le respondió él - Ellos te tratan como lo que eres, la persona que más aman. – vio entonces su oportunidad y empezó - Hablando de amor…

-Dime.

-A veces, Megumi, las personas tienen sentimientos; a veces esos sentimientos son muy profundos. Y tal vez por timidez o pena o miedo…

-¿Miedo? – se extrañó ella.

-Sí, miedo de perder al objeto de su afecto. Algunas personas optan por callar, por no declarar, por no revelar ese amor.

-Aoshi-san, ¿hasta dónde quieres llegar? – preguntó directamente Megumi.

-Megumi…


La caminata más el sol radiante que salió luego del aguacero terminaron de secar por completo el simple kimono que vestía Kaoru. Se estaba acercando a la casona Kiyosato, se alegró de saber que pronto sacaría a su hermana de allí.

Kenshin había salido un momento para dar instrucciones a un mensajero que iba a la obra ferroviaria. Estaba por entrar nuevamente a la mansión cuando vio una silueta acercándose al lugar, por lo que decidió esperar al posible visitante para recibirlo. Grande fue su sorpresa cuando ante él llegó Kaoru Kamiya.

Ambos se sonrojaron furiosamente cuando se vieron, e inmediatamente se miraron con el ceño fruncido.

-¿Usted aquí? – dijo Kenshin - No pensé que fuésemos a vernos de nuevo.