¡Hola! se que he estado ausente, pero les traigo una pequeña historia que hice para un curso de herramientas literarias que estuve tomando durante estos meses. Sin querer, se convirtió en un oneshot de Hamilton. Lo escribí mientras escuchaba "Stay Alive (reprise)" e "It's quiet uptown" ambas del segundo acto de la obra. Fue bastante divertido hacer esta tarea y que terminara relacionada con A. Ham.

(Ah y una cosa más, el tiempo que puse es bastante relativo ya que no puse el año en que sucedió la muerte de Philip o los años que corrían con exactitud xD así que por favor espero lo comprendan.)

A todos los que han hecho que mis fics crezcan: muchas gracias. No saben lo feliz que me hace ver tantas leídas. Los dejo con esta historia :) les mando un abrazo enorme y un beso.


No lo hagas

Corría la época de 1800 y Eliza se encontraba en el estudio de su esposo terminando algunas cartas para su padre y sus hermanas. Se revolvía inquieta en la silla de terciopelo rojo cuando llamaron con fuerza a la puerta y dejó caer la costosa pluma con la que escribía. Mientras ésta caía fuera del escritorio de caoba, un joven Phillip yacía en el suelo, apretando su costado con fuerza, tratando de parar la sangre que salía a borbotones de su cuerpo. La pesada pluma se ladeó hacia adelante, los médicos tardaban, la herida del muchacho se infectaría en cuestión de minutos. Las primeras gotas de tinta comenzaron a correr fuera de la fina punta de la pluma, las lágrimas de Eliza se derramaban en un viejo hospital cerca de Nueva Jersey. Ella se aferraba a la mano de su esposo. El tiempo estaba en su contra, no le dejaban ver a su hijo. Mientras tanto, su pluma dio unas ligeras vueltas, la rapidez con la que ella se había levantado del escritorio y dejado todo estaba haciendo efecto. Cuando el médico les explicaba que Philip estaba muy débil, fue como si el corazón de ambos padres fuese lanzado al otro lado del mundo. Al mismo tiempo, la pluma seguía su trayectoria rebotando en la silla cercana a la chimenea, acercándose peligrosamente a las llamas. El joven les sonrió a sus padres débilmente. Un húmedo vendaje le cubría el costado, su rostro risueño y la energía de sus diecinueve años apenas se reflejaba en su rostro. Eliza se acercó desesperadamente a su hijo. Le envolvió las manos con las suyas recordando las lecciones de piano con él e irónicamente, la pluma que yacía en su silenciosa casa rebotó en la rejilla de la chimenea y siguió su trayectoria hasta descansar en las teclas del piano. Se balanceó una y otra vez, debatiéndose entre caer o no sobre el hermoso suelo de mármol. El chico vivía una lucha similar, quería vivir, hablar con sus padres, jugar con sus hermanos, pero la vida se le estaba agotando. Su madre le susurraba palabras dulces, trataba de salvar lo poco que quedaba de la vida de su hijo. Pero en el momento justo en que la pluma con la que Eliza escribía esa misma mañana cayó al piso haciéndose añicos y derramando toda la tinta que llevaba dentro, los ojos de su hijo amado se perdieron y despidió a sus padres con un silencio sepulcral.