Descargo de responsabilidad: Akatsuki no Yona pertenece a la maravillosa Kusanagi Mizuho.
NOTA: esto es por culpa de AngelesPG :)
ENTRE TUS BRAZOS
En estos momentos Yona odiaba a su marido.
Odiaba a Hak porque él no era Soo-Won…
Días antes de cumplir los dieciséis años su padre le dijo que jamás podría casarse con su primo. Su corazón roto no tenía forma de saber que su padre había tomado tal decisión pensando solo en ella. Yona no entendía de política ni de asuntos de palacio. Y mucho menos de intrigas. Para el rey Il, Soo-Won no era lo bastante fuerte para soportar los peligros de pertenecer a la casa real. Hak sí.
Cuando él faltase, Yona quedaría sola y desprotegida. A merced de conjuras y traiciones, sin aliados y sin una tribu fuerte que la respaldase. Él ya había pagado el precio del poder con la muerte de su querida esposa y no quería sufrimientos tales para su hija. Es por eso por lo que había decidido casarla con la Bestia del Trueno. Él sería capaz de soportar el peso del trono y de proteger a Yona. Sí, debe ser Hak… Porque la dinastía necesitaba de manos vigorosas y corazones audaces. El reino se estaba cayendo a pedazos y esa sería la triste herencia que le legaría a su hija.
Seis semanas después de su cumpleaños se celebraron los esponsales.
Aunque nadie que lo viera lo pensaría, Hak estaba inquieto. Contempla ansioso la figura que atraviesa con paso altivo el atrio del templo, en un respetuoso pasillo abierto por los asistentes. Yona, ataviada con el tradicional kimono rojo nupcial y el pesado tocado ceremonial, del que pendían dijes de oro y gemas adornando su cabello, parecía más que nunca un dragón en llamas. Él ya la había visto enojada. Demonios, la mitad de las veces había sido él quien la había hecho enojar. Pero los ojos de Yona ardían ahora con puro fuego. Porque le odiaba. Oh, sí. Y sabía la razón. Le odiaba porque él no era Soo-Won. La tarde en que el viejo Mundok le llevó a rastras ante el rey y la princesa para comunicarles su futuro enlace, él abrió los ojos como platos y se negó. Yona empezó a gritarle a su padre. Mundok empezó a gritarle a él. Al final, la voz suave del rey Il los había llamado al orden y se acató su voluntad. A regañadientes. Ninguno quería casarse con el otro.
Hak no sabía por qué su corazón saltaba en su pecho mientras la figura de fuego se acercaba al altar. Él no la amaba. La quería, eso sí. Yona era lo más parecido a una hermana que tenía. Haría cualquier cosa por ella, también. Menos consentirla. Y sabe el cielo que Yona es bastante consentida y un punto malcriada. ¿Por qué había accedido? Podía haberse negado con más fuerza. Podía haberse encerrado en Fuuga y hacerse el loco respecto al mandato real. Podía incluso haberse escapado a las montañas. Pero no… Ahora está aquí, de pie, revestido de fastidiosas sedas con los colores de su tribu, esperando a atar su destino al de Yona.
Ambos habían sido debidamente aleccionados. Se esperaba de ellos que cumpliesen con las obligaciones debidas y se comportaran como marido y mujer.
Ella le odiaba. Él no la amaba. Pero ahora estaban atados por el sagrado lazo del matrimonio y se esperaba que ella manchara esa noche las sábanas de su lecho común. Acordaron soportarse por el tiempo que durasen las celebraciones mientras los ojos de palacio estuviesen pendientes de ellos.
Los festejos duraron tres días. Tres días en los que se supone que la pareja apenas abandonaría sus habitaciones salvo para los festines en su honor.
Y tres noches en que la pareja cumplió con sus obligaciones maritales.
La primera noche fue horrible. O más bien vergonzosa.
Yona no tenía idea de nada, y Hak poca más. Uno diría que una figura nacional, el joven líder de su tribu, tendría más experiencia en estos menesteres. Pero lo cierto es que Hak prefería pasar sus noches jugando a los dados y bebiendo que en camas ajenas. Oh, sabía coquetear, claro que sí. Sabía hacer que las rodillas de una mujer se derritieran y más de una boca bien dispuesta había probado. Pero… No sabría expresarlo con palabras, pero sentía que ir más allá no era lo correcto.
De resultas de la inexperiencia de ambos, su primera noche juntos fue desastrosa.
Besos torpes, caricias desmañadas, y la mirada de fuego de Yona —porque Hak no era él—.
Dolió. Yona se sintió romper en dos cuando la prueba de su doncellez fue deshecha. Y a él le mató hacerle daño y ser la causa de las lágrimas furiosas que ella se negaba a derramar.
Él salió de ella y se levantó a buscarle una toalla húmeda. No se dijeron nada. No se miraron.
Eso sí, la mancha roja en el lecho quedó como testimonio para ser verificado a la mañana siguiente.
La segunda noche fue incómoda. Él terminó demasiado pronto y ella se sentía ¿incompleta?
Insatisfecha… Sí, eso es. Insatisfecha.
La tercera y última noche estuvo bien. Los besos ya no eran tan torpes ni las caricias tan desmañadas. Sus alientos se mezclaban, las lenguas se enredaban, y las manos recorrían el cuerpo del otro como buscando aquello que les faltaba. Yona sentía cómo su cuerpo empezaba a arder bajo las manos de Hak. Como si él fuera el fuego que la mataba y que necesitaba para seguir viva. A Hak le costó toda su voluntad no dejarse morir de placer cuando se enterraba en ella. Porque quería borrar el recuerdo penoso de sus dos primeras noches y dejar su marca en ella. Quería que Yona tocara el cielo aunque solo fuera una vez. Aunque mañana le siguiera odiando. Porque Hak no era él.
Y sí…, esa última noche juntos, enredados y extenuados, los dos alcanzaron el cielo.
Él cumplió su promesa. No volvió a tocarla después.
Apenas se veían durante el día. Él tenía sus obligaciones con la guardia del castillo y Yona las propias de una princesa. Es decir, clases de caligrafía, danza y música, y horas enteras delante del espejo, intentando someter el rebelde cabello y satisfacer su vanidad.
Cuando la noche llegaba se saludaban casi como dos extraños que compartieran el mismo lecho. Les llevó un tiempo volver a tratarse con normalidad. Yona no podía seguir odiándolo eternamente porque Hak no tenía la culpa de haberse visto atrapado igual que ella. Pero odiaba la idea de tener que estar atada a él en un matrimonio que nunca quiso.
Porque él no era Soo-Won…
Se le había enseñado toda su vida que algún día se casaría y que debería obedecer a su esposo. Y ahora estaba desposada con un hombre que no le reclamaba nada. Que no le exigía nada y que soportaba sus silencios enfurruñados por su destino. Hak, por los dioses. Su casi hermano… No, Hak no era responsable. No podía seguir cargando las espaldas de Hak con su frustración y su disgusto. El culpable era su padre…
Los días fueron pasando y con la decisión de Yona de 'perdonarle', poco a poco todo volvió a ser como antes… La tarde en que Hak se burló de ella sin piedad y Yona le tiró a la cabeza lo que encontró a mano, los dos supieron que aquello que había sido roto por la decisión de sus mayores había sido restaurado. No del todo… Pero casi. Salvo que al final del día dormían bajo las mismas sábanas, espalda con espalda.
Hasta que algo más de cinco semanas después de sus esponsales, en la noche del solsticio de verano, el día más largo del año, los suelos de palacio se tiñeron en sangre.
