1. La harina me habla

Espero que los monstruos ya no me sigan. Que todo se haya acabado. Y no fue fácil que se acabara.

Todo empezó el día en el que acompañé a mi padre al mercado, como suelo hacer. Mi padre es un hombre grande ya. Se crió en una granja en el sur, en Brasil. Siempre me cuenta como adoraba recoger bananas y café de la plantación de mi abuelo por la mañana y nadar y bailar en la playa con sus amigos por la tarde. Mi madre… nunca la conocí. Mi padre me contó que la conoció allá, en Brasil. "Fue cosa de una noche" me había dicho. Un día, abrió la puerta de su casa y encontró una cesta tejida con lo que él identificó como paja de trigo. Allí estaba yo. Me diagnosticaron Trastornos de Atención a los 5 años, Dislexia a los 7 y Depresión a los 10. A mi padre se le iba el sueldo en medicamentos, psicólogos y psiquiatras. Yo lo quería mucho y no me gustaba ser una carga para él. No tenía amigos, todos me evitaban.

El día que empezó todo, fuimos al mercado, como hacíamos todas las semanas, para abastecernos. Teníamos una rutina muy graciosa. Él se encargaba de los pescados, las carnes y los lácteos. A mi me tocaban las frutas, las verduras y las proteínas como el pan, las pastas y el arroz. Mientras él compraba mejillones, yo buscaba harina 0000. Se acercaba mi cumpleaños N° 14 y quería una torta. Lo bueno del mercado es que las especias, frutos secos y otras cosas están al aire libre. Nada de bolsas. Todo está a la intemperie. Sólo debes agarrar lo que quieras, colocarlo en una bolsa plástica, pesarlo y pagarlo. Me acerqué al puesto, estaba por agarrar una pala y sacar harina de la cesta de más abajo cuando pasó.

-Mmm, yo no agarraría esa, está pasada- dijo una voz- Pruébame a mí, estoy fresca, me han traído hoy.

La que hablaba… ¿era la canasta de harina a mi izquierda? Estaba volviendome loco, pero hice lo que ordenaba. Llené una bolsa con 500 g de harina y fui a buscar a mi papá. Terminadas las compras volvimos a casa. En el camino estaba aterrado. ¿Era mi imaginación o me había hablado una canasta de harina?

-Papá- lo llamé mientras armabamos la mesa- ¿podemos hablar?

-Claro, hijo, ¿qué pasa?- me preguntó preocupado.

-Nada, solo que, mientras hacía las compras, me pareció que… la harina me hablaba.

Entonces recordé. Varias veces me había pasado. Un verano, habíamos ido a acampar a las montañas porque, de nuevo, no teníamos dinero para viajar gracias a mis tratamientos. Pescamos, asamos malvaviscos y nos divertimos. Una noche, fui a caminar sólo y me perdí. Estaba triste, solo y tenía frío. De repente escuché unas voces. Unas voces que me daban direcciones. Pero no había nadie. Sólo yo y los campos de moras. Otra vez, habíamos viajado a Brasil. Mi abuelo nos había pagado el pasaje. Yo estaba recostado en una hamaca, bajo las palmeras. A mis oídos llegaron unos chistes graciosisimos. De nuevo estaba sólo yo y los cocos.

-No es nada, Guido- dijo mi padre.

-¿Son los efectos de las pastillas?-pregunté- Ya me ha pasado otras veces que me hablen los alimentos.

No pudo argumentar nada. En ese momento se oyó un golpe en la puerta, uno muy fuerte.