Miró por la ventana de la sala de espera. Sintió el pánico que siempre, cada vez que se acercaba a una ventana de un piso superior al 30 le ocurría. Era un mal 'New Yorker', llevaba toda su vida en esa ciudad, en la ciudad de los rascacielos, la ciudad que le daba vida y al mismo tiempo, cada vez que subía a una azotea, se la quitaba un poquito más. Lo disimulaba. Lo controlaba, ya que debía mantener una reputación.

Reputación que poco a poco estaba echando a perder. Ya no sabía quien era. Se había perdido.

¿Era a caso todavía el afamado escritor de Best sellers? No. Él ya no escribía. Era incapaz.

¿Era Richard Castle el mujeriego? De vez en cuando si. Pasó por varias etapas en su vida sentimental.

Había sido soltero con derechos, casado, divorciado, divorciado con derechos, recasado, vuelta a empezar con el divorcio, de nuevo divorciado con derechos, amigo, amante, amigo con derechos, inseparable, novio y casi prometido, pero actualmente, ni las princesas de saldo le aguantaban una palabra…una mísera y jodida palabra en un bar de mala muerte.

¿Seguía siendo el investigador civil que ayudaba a la policía? No. Hacía tiempo que no jugaba a ser poli. Que no la seguía a ella.

Hacía tiempo que había perdido todo, hasta la dignidad y ese era el motivo por el que ya ni siquiera tenía una reputación que mantener; que salvar.

Miró su mano. Tembló considerablemente. No supo si por abstinencia o si por el enorme vacío que sentía en su interior, provocado por sus miedos. Él no podía ser un miedica que temía a las alturas…o más bien a unas alturas considerables. Trataba de auto convencerse. Temer a una altura de 200 metros. Era absolutamente normal.

Intentaba mantener la calma. Controlar dentro del descontrol que actualmente era su vida, pero era incapaz: ese control era cosa del pasado, cada vez le era más difícil no sentirse abatido por el más mínimo incidente.

Se había convertido en una costumbre, una fea costumbre en la que cada vez que se veía superado por cualquier cosa, sus manos empezaban a sudar como en ese momento, ya fuera por estar en una azotea, por una pesadilla o por algún mal recuerdo.

Fregó sus manos nerviosamente sintiendo como el pánico se apoderaba de él, estaba de pie frente al gran ventanal, con las mejores vistas de toda la ciudad y mientras todos adoraban aquellas vistas él… él simplemente intentaba contemplarlas controlando las ganas de salir corriendo y terminar con todo.

Se encontraba en uno de los edificios más altos de Manhattan. Ajeno al mundo que le rodeaba tan sólo podía observar como la gente, diminuta a sus pies, seguía adelante con sus vidas. Él simplemente era incapaz de avanzar, de dar un paso. La ciudad se consumía en continuo movimiento como siempre.

Él mismo se consumía, lenta y dolorosamente.

-Señor Castle-Rick se giró al escuchar la voz de la secretaria detrás de él, intentando llamar su atención- La doctora le espera.

Castle asintió forzando una sonrisa, había olvidado la última vez que sonrió con sinceridad. Se alejó del ventanal adentrándose en el pasillo por el que la muchacha de pelo cobrizo que cada semana le sonreía al llegar le indicaba.

Leyó el cartel que rezaba en la puerta: Dra. Cooper y al mismo tiempo que cogía aire, sus nudillos golpeaban con suavidad en la madera, pidiendo permiso.

-Adelante.

Castle avanzó en la consulta de la mejor psicóloga de la ciudad, o eso le habían querido vender. Él no era fan de los psicoanalistas.

-¿Cómo lo llevas, Rick? Siéntate-la doctora, rubia, de sonrisa amable y ojos claros le indicó que se sentara en el sillón frente a ella.

Ella misma tomó asiento mientras se colocaba las gafas y agarraba la libreta donde tomaba apuntes de todas sus sesiones.

Castle se quitó el abrigo y la bufanda. A fuera hacía bastante más frío de lo normal para tratarse de otoño.

Lo dejó todo en el reposa brazos y como un ritual, flexionó su pierna colocándola sobre la otra y dio un leve vistazo por el despacho, en busca de un punto fijo en el que entretenerse.

Estuvieron más de un minuto en silencio. La doctora le observaba con calma. No quería alterarlo. Había aprendido a soportar sus silencios, sus tiempos de adaptación, sus incesantes negativas y sus comentarios fuera de tono, no por nada llevaba siendo su paciente durante más de un año, intermitentemente.

-¿Rick?

Castle volvió al mundo real. Regresó a esa consulta. Miró a la doctora y asintió.

-¿Hay algo nuevo que deba saber?

Castle negó lentamente. Mentía. Ella lo sabía. No quería forzarlo y le dejó su espacio.

-¿Estas en problemas?

Castle apretó sus labios, cabizbajo, pero no soltó ni una palabra. Negó sin siquiera mirar a su interlocutora.

-Como llevas…

La mirada que le dedicó en ese momento el escritor hizo que la frase quedara sin terminar, en el aire. La doctora le sostuvo la mirada unos segundos y vio un brillo en los ojos de él. Aun era demasiado pronto para tocar ese tema.

Escribió sus anotaciones correspondientes y volvió a mirarle.

-Entonces… ¿La otra terapia? ¿Cómo va?

Castle se aclaró la garganta. La tenía seca. Le parecía como si hiciera días que no hablaba con nadie.

-¿Te refieres a reunirme con otras personas patéticas como yo, durante dos horas para hablar de nuestras adicciones? Lo llevo bien-hizo una pausa-Estoy limpio.

La doctora apuntó un par de cosas. No estaba segura de aquello tras los últimos acontecimientos.

-Tengo mi chapita-Castle sacó una chapita donde mostraba el número 6, en consecuencia de los seis meses que llevaba desintoxicado.

-Y ahora… ¿Por qué no hablamos de lo que realmente te ha hecho regresar a mi consulta? –Castle la miró duramente-Señor Castle, si está aquí es por algo, lleva siendo mi paciente durante un año- La doctora supo que era el momento de apretarle- Le empiezo a conocer…

Suspiró. Que ella cambiara de nuevo el tono con el que le trataba le indicaba que su paciencia estaba agotándose. Ese día no tenía terapia, el había acudido por voluntad propia. Por necesidad. Por fantasmas del pasado.

-No es por lo que cree.

-Creo que tiene que ver.

Castle se encogió de hombros y finalmente asintió. Se esforzó por no derramar ni una sola lágrima. Sus puños se cerraron apretando con fuerza sobre el reposa-brazos del cómodo sillón.

-No es importante.

-Creo que si no fuera importante no estarías aquí…-La doctora sonrió-Sé que éste no es tu lugar favorito en el mundo.

Castle asintió. Recordó la sesión en la que le hizo hablar sobre eso. Aquella mujer sabía más de él que él mismo. Siempre se había negado a ir a psicólogo, siempre había pensado que eran una panda de charlatanes pero el hecho de que le habían obligado a acudir a terapia una vez por semana y a rehabilitación le habían hecho darse cuenta que estaba completamente equivocado, que aquello podía ayudarle.

-Tú cita conmigo no es hasta el viernes que viene… ¿Por qué has venido?

-La he visto-fue escueto, pero ella comprendió al momento del motivo de su visita, de por que se encontraba así en aquél momento y por que estaba allí.

-¿La has visto…?

-En la doce… ella… estaba allí….Kate…-su voz se quebró-.

Pudo ver el infinito desastre en el que se había convertido de nuevo la vida del escritor tras haber intentado avanzar. Los fantasmas del pasado volvían a estar presentes para complicarle de nuevo su futuro.

La doctora se inclinó y acarició la mano de él dándole apoyo, saltándose todo protocolo.

-Castle, creo… que si quieres avanzar, si quieres hablar de ella, primero debemos hondar en el principio de todo, sé que ella es importante, que el motivo que te trajo aquí la primera vez fue Kate…-pocas veces nombraban su nombre en terapia- pero… estabas bien, y…te he visto caer de nuevo… no estás limpio del todo…-vio su mano temblar-. ¿Sigues con terrores nocturnos?

Castle asintió.

-¿Has escrito algo?

-Nada-murmuró.

La dra. Coopper tomó nota de ello y apretó la mano de él mirándole de nuevo.

-¿Estas listo para hablar de la muerte de tu hija?

Castle asintió con los ojos llorosos.

Continuará…