Disclaimer: Bleach pertenece a Tite Kubo. La trama y los personajes originales son mios

Nota inicial: Como el resumen dice, esta es una continuación del fic "1. L'invasion des destinations". Es recomendable leerlo antes, debido a que si no le haces, este fic te pueda parecerte algo descabellado.


1. Vor antritt der fahrt

(Antes de iniciar el viaje)

"Al ir al ombligo de la luna, el sol negro y la luna blanca se encuentran con el hacha. Ésta es poderosa, y lamentablemente tiene a las desgracias de su lado. El sol negro declara al hacha como su enemigo, sin saber que ha cometido un error"

Lentizzio Nostárdamos

El clima no podía ser peor en la Sociedad de Almas. La fuerte lluvia obligaba a todos a permanecer en sus casas, seguros. Y a consecuencia de ello, las anegadas calles estaban vacías, salvo por uno que otro habitante despistado que el temporal había sorprendido, e incluso los comercios estaban cerrados, debido a que era bastante improbable que alguien saliera de sus casas a por algo.

Inclusive en el Seireitei, la lluvia estaba interrumpiendo la jornada de los segadores. Si bien eso no les impedía entrenar bajo techo, los mensajeros y los guardias estaban teniendo muchos problemas. Los primeros debían proteger bien los documentos del agua e intentar llegar a su destino sin caer en alguno de los charcos, cosa extremadamente difícil, aun con shumpo. Los segundos la pasaban peor, pues debían quedarse estáticos, y la inclemente tormenta los empapaba hasta los huesos.

Sin embargo, llover significa, más que un suceso climatológico, una etapa intermedia. Una etapa de transición en la que se limpia un poco el pasado para poder dejar terreno abierto al futuro, en la que corre el tiempo para darle la bienvenida a los sucesos que el destino tiene preparado. Aunque a veces cubran de oscuridad a la vida.


Tres semanas habían pasado desde que Ichigo Kurosaki y Sado Yasutora habían sido acusados y encerrados por asesinar a un segador del Doceavo Escuadrón. Chad parecía haberse tomado con calma su encierro, desde el día que le fue privada su libertad. Sin embargo, Ichigo era otra historia.

A lo largo de las tres semanas, Sado sólo había permanecido sentado e incluso había intercambiado pocas palabras con los guardias o con Hanatarou, cuando éste iba a checar la salud de ambos. Pero Ichigo, cuando se vio encerrado, intentó escapar, aunque no pudo hecer mucho sin Zangetsu, la cual fue recuperada después de su escape ante el capitán Rotunslav Desmodov y su tropa. Golpeó las paredes con todas sus fuerzas e intentó hacer poderosas ondas de presión espiritual, pero lo único que conseguía era agotarse y caer desmayado, pues el edificio no logró ceder ni un ápice.

Incluso hubo un intento de sacarlo, liderado por Kempachi Zaraki y algunos miembros de su Escuadrón. Pese a pasar a los guardias, nunca pudieron destruir la celda donde se encontraba el chico de pelo naranja, por lo que fueron aprehendidos por Soi Fong y su Escuadrón de Castigo. La sanción para Zaraki fue mínima pero bastante insoportable para él: no debía pelear por tres semanas, y el capitán estaba hecho un manojo de nervios.

Ahora, Ichigo estaba de pie y recargado en una de las paredes de su celda. Tenía los brazos cruzados y parecía calmado, excepto que en su habitual ceño fruncido todavía podía verse un dejo de intranquilidad, el cual fue acentuándose a medida que unos pasos resonaban por el pasillo de las celdas hasta detenerse donde estaba él. Además de que el constante repiquetear del agua no lo ayudaba a tener paciencia en ese instante.

― Vaya, es la primera vez que no te veo desmayado, Ichigo ―saludó Rukia, cruzándose de brazos y sonriéndole burlona―. Hola Sado, ¿cómo estás?

― Hola Rukia ―respondió Chad, sentado en su celda―. Estoy bien.

― Hola enana ―saludó Ichigo, sin mirarla―, ¿qué te trae por aquí? ―preguntó.

― Sólo quería ver cómo te encontrabas ―respondió Rukia. El joven de pelo naranja soltó un bufido de incredulidad―. Es en serio, idiota.

― ¿Ah, sí? ―cuestionó Ichigo con sorna.

― Sí ―contestó Rukia, algo cortante―. Cada vez que venía estabas tirado en el suelo, con Hanatarou curándote.

Ichigo se acercó a la celda: ― ¿Venías a verme? ―preguntó, ocultando bien su sorpresa.

― Claro ―contestó la segadora―. Desde que llegamos del Mundo de los Vivos vi que el encuentro con aquel hombre te afectó ―agregó con un deje de preocupación―. Pero como te dije ―normalizó su tono―, siempre que venía estabas desmayado, ¿qué acaso intentabas escapar, tarado? ―inquirió, sonriendo y alzando una ceja.

El joven de pelo naranja desvió la mirada, como hacía cada vez que cometía un error estúpido: ― Eh, no ―contestó, dándole una fugaz mirada de reojo a Rukia―. Sólo tenía… ―se detuvo un momento― bajas en mi presión espiritual.

― Sí, ajá claro ―comentó sarcásticamente la joven, pero cambió a su tono serio―. Bueno, en otros temas, también vine a decirte algo.

― ¿Es acerca del juicio contra Chad y yo, verdad? ―preguntó el chico.

Rukia arqueó la ceja derecha: ― ¿Cómo lo sabes? ―inquirió.

Ichigo soltó un suspiro: ― Es que todo el maldito tiempo se la pasan hablando de eso ―respondió algo fastidiado. Pues con su arresto, una oleada de rumores se había extendido por toda la Sociedad de Almas, llegando inclusive hasta los rincones más apartados del Rukongai―. No saben otro tema ―dio un ligero cabezazo a la celda.

― No te negaré que es acerca del juicio ―dijo Rukia―. El asunto es que el capitán Hitsugaya está organizando tu defensa.

El joven alzó la ceja izquierda, incrédulo: ― ¿Defensa? ―repitió interrogante― ¿A caso se pude tener defensa en un juicio de la Cámara de los 46?

― Este es un caso especial, Ichigo ―comentó Rukia, sin perder la paciencia―. Se trata de Chad y de ti, idiota. Sabes que a ambos se les tiene en alta categoría y estima por lo sucedido en el pasado ―hizo un ademán con su mano derecha―. Además, voy a estar en la defensa.

Ichigo rió muy bajo: ― ¿Tú? ―la señaló― ¿En mi defensa?

Esta vez Rukia no se pudo contener por los mordaces comentarios del joven, así que le propinó un puñetazo a través de las rejas: ― Mira Ichigo ―dijo, algo exaltada―. Todos estamos de acuerdo en que la Cámara de los 46 sancionará a ti y a Chad, y ellos no escuchan a los acusados. Por lo tanto ―le dirigió una fría mirada―, no tienen con qué defenderse, así que esperemos que nuestra palabra sea suficiente, aunque…

― Espera ―la interrumpió Ichigo, sobándose la nariz―, ¿qué quieres decir con que no escuchan al acusado? ¡Eso es ilegal!

Rukia apretó su puño derecho, debido a la interrupción: ― Así pasó con el juicio hacia Urahara y los vizards, recuerda que ellos son los que aplican las leyes aquí ―le aclaró―. Bueno como te decía no tienen con qué defenderse, aunque el capitán Hitsugaya dijo que ya tiene listo algo para demostrar que son inocentes.

― ¿Y qué fue lo que dijo? ―preguntó el joven de pelo naranja de manera alentadora.

La pelinegra se encogió de hombros: ― No lo sé ―respondió―. Sólo que ayer que fui a entregarle unos papeles me contó que ya tenía todo planeado.

― Ah, bueno ―dijo Ichigo, y tamborileó los dedos contra las rejas―. Y, ¿cómo está Uryu? ¿Orihime? ¿Y los demás? ―inquirió precipitadamente.

Rukia alzó su mano derecha, como señal de alto: ― Tranquilo, no seas desesperado ―respondió y tomó un poco de aire―. Uryu se encuentra bien. Le tuvieron que poner hierro, pero tardaron dos semanas en cerrar su herida, ya que cada vez que usaban un Kido curativo explotaba y Uryu quedaba más dañado, así que la cosieron ―pausó un poco―. Orihime está bien, aunque los del Cuarto Escuadrón le tuvieron que dar un calmante, pues tuvo pesadillas durante cuatro días y se despertaba bastante asustada y con mal aspecto ―volvió a detenerse―, y pues los demás están bien.

― ¿Y tú qué tal? ―cuestionó Ichigo, dedicándole una extraña y minúscula sonrisa.

― Hasta que preguntas como me fue Ichigo ―dijo con su odioso tono meloso, para luego volver al normal―. Pues bien, con las responsabilidades de ser teniente, un poco ajetreada, pero de ahí en fuera todo normal. Aunque unos novatos casi me hacen perder la paciencia ―le sonrió burlona al chico―, son casi tan necios como tú.

Ichigo frunció el ceño y le iba a reclamar, pero unos pasos resonaron a lo lejos. Era Hanatarou, empapado y abrazando una pequeña mochila, como si trajera algo muy valioso, y un guardia.

― Buenas tardes Ichigo ―saludó, haciendo una leve reverencia―. Buenas tardes teniente Kuchiki.

― Hola Hanatarou ―le respondió Ichigo, haciendo un ademán con la mano derecha.

― Hola oficial Yamada ―saludó Rukia, inclinándose un poco.

Hanatarou bajó la mochila: ― ¡Qué mal día! ―se quejó, abriendo su mochila y agachándose― Con esta lluvia no se puede andar ni con shumpo. Además ―sacó unos paquetes de gasas y unas botellitas color ámbar― con el capitán Zaraki frecuentemente en mi Escuadrón, las cosas están muy tensas.

― ¿Kempachi en tu Escuadrón? ―preguntó el joven de pelo naranja, incrédulo― ¿Haciendo qué?

El joven pelinegro sacó unas tijeras y paquetes de suturas: ― Pues con el castigo que le impusieron por sacarte de aquí, va a ver a la capitana por algunos calmantes ―le recordó―. Además, la capitana le aconsejó ir con el psicólogo que tenemos.

Rukia miró a Hanatarou, escéptica: ― ¿Tienen psicólogo? ―cuestionó.

El oficial asintió: ― Así es ―respondió, y sacó algunas pinzas, un líquido azul y una bandeja en forma de frijol―. Es muy bueno, pero a la vez es algo… ―pausó un poco, buscando la palabra correcta― cruel en sus métodos. Y lo más extraño es que dice que te conoce, Ichigo ―se irguió con sus cosas y movió muy levemente la cabeza en forma afirmativa hacia el guardia

El guardia abrió la celda de Ichigo, permitiéndole a Hanatarou pasar. Al mismo tiempo, el hombre de pelo naranja y la mujer pelinegra intercambiaban miradas, cómo si se preguntaran quien era el psicólogo del Cuarto Escuadrón.


Sin duda, una de las funciones más tediosas para los segadores era la de ser portero. Nada más vigilando una entrada hacia un escuadrón, una mansión noble o el seikaimon. No había nada de acción, y se tenía que soportar todos los aconteceres del clima, desde el frío invernal, el fuerte sol de mediodía y, como ahora, la lluvia.

Y así, pese a las anteriores circunstancias, había segadores cumpliendo ese trabajo. Aunque, más que nada, eran impuestos como castigo por no cumplir correctamente su trabajo en sus respectivos Escuadrones. Eso les pasó a Haku Takamasa y Akiro Yoshimoto, al no poder desempeñarse efectivamente, por tercera vez consecutiva, en las rutinas del capitán Kuchiki.

Ambos se encontraban de guardia en el seikaimon principal, empapados totalmente y armados sólo con sus zampakutos.

― Eres un idiota, Haku ―se quejó Akiro, tiritando. Era un joven con apariencia de veinteañero, de un metro y setenta centímetros, delgado, de tez un poco tostada y de cabello ondulado, un poco largo y de color chocolate oscuro― ¿Teníamos que ir a esa fiesta del Décimo Escuadrón hace dos días?

― Pues la verdad sí ―le respondió el otro, temblando. Haku era otro muchacho aparentando los ventitantos, algo más alto con un metro y setenta y ocho centímetros, flaco, de tez más blanca y el pelo corto, lacio y negro―. Acuérdate, estábamos muy estresados por la maldita semana. Kuchiki nos obligó a entrenar hasta el anochecer.

Akiro levantó un dedo índice: ― Bueno, tienes razón ―razonó―. Estos días el capitán nos ha hecho trabajar demasiado. No me extraña que haya habido tantos castigados, pero ¿por qué tenías que decirle "maldito lamebotas" al teniente? ―preguntó, algo enojado

Haku chasqueó la lengua: ― Si ya sabes como es Abarai ―respondió burlón―. Además, ¿por qué me defendiste, eh? ―cuestionó, encogiéndose de hombros.

El joven de pelo chocolate estaba a punto de reclamarle, pero un sonido enorme, retumbante y sordo le indicó que el seikaimon estaba abriéndose. La puerta no se abrió en su totalidad, sino hasta una abertura lo suficientemente grande para que pasara una persona.

Primero pasó una mariposa infernal, después la capitana del Escuadrón de Castigo, Soi Fong. Iba entrando bastante despacio, pues se notaba que cojeaba de su pierna derecha. Su uniforme estaba desgarrado del abdomen y las piernas, además de que tenía enormes moretones en éstas últimas. En el pecho se podía notar varios cortes, algunos todavía sangrando. Su cara mostraba manchas de sangre, además de su pelo, que lucía viscoso debido al líquido carmesí. Dio unos cuantos pasos hacia la tormenta, ignorando a Akiro y a Haku

A pesar de su deplorable aspecto, los dos segadores pudieron notar que Soi Fong cargaba una caja grande y cúbica, de cincuenta centímetros por lado. Y sin esperar órdenes, ambos jóvenes se situaron al lado de la capitana.

Pero Soi Fong les dirigió una severa mirada: ― Déjenme, yo puedo sola. No necesito ayuda ―dijo.

― Pero capitana ―reclamó Haku―, está herida…

La mujer levantó su dedo índice derecho, amenazante: ― Tú…―pero no pudo continuar, debido a que cayó inconsciente en el lodo, arrojando la caja delante de ella.

Bajo la fuerte lluvia, Akiro y Kaku se miraron, intentando comprender que rayos pasaba.

― ¿Y si la llevamos al Cuarto Escuadrón? ―sugirió Akiro, señalándola.

― Amigo, me has leído la mente ―lo apoyó Haku.

Ambos se acercaron a Soi Fong. El pelinegro la cargó, mientras que el otro tomó la caja. Y desaparecieron con shumpo rumbo al Cuarto Escuadrón.


Una de las desventajas de tener una oficina al aire libre eran los días lluviosos, y más molesto era que la lluvia fuera fuerte. Esto había orillado a Yamamoto a casi pegar su escritorio a un costado de la puerta de entrada, donde el agua no podía alcanzarlo. Pero esto hacía que se redujera el espacio, quedando bastante incómodo el comandante.

Sin embargo, la carencia de lugar no impedía que Yamamoto siguiera conectando los cabos que empezó a unir hace tres semanas. El arresto de Ichigo, la llegada de las hermanas Mikoba, el cruel comportamiento de los humanos hacia ellos mismos, la muerte del segador del Doceavo Escuadrón y la desaparición de Urahara.

Todo esto parecía para Yamamoto un rompecabezas bastante confuso. Puesto que, como en el juego, algunas piezas parecían coincidir por el color del fondo, pero por más que quiera uno unirlas no se puede. Algo semejante pasa con las ideas, y a semejanza de las piezas, cuando no se unen puede llegar a ser bastante irritante.

Y para colmar la paciencia del comandante, alguien llamó a la puerta

― Pase ―dijo Yamamoto, ocultando el enfado.

La puerta se abrió y el oficial Otawara ingresó: ― Buenas tardes comandante ―saludó, haciendo una pequeña reverencia―, aquí le traigo un mensaje de la capitana Fong ―sacó de entre sus ropas un papel.

― ¿Fong? ―preguntó extrañado Yamamoto, pues no esperaba tener resultados

Otawara se encogió de hombros: ― Sí ―aseguró―, ella le quería dar el mensaje en persona, pero ahora se encuentra en el Cuarto Escuadrón. Al parecer llegó muy herida

Yamamoto negó con la cabeza. Él había sido el responsable de enviar a Soi Fong al Mundo de los Vivos, debido a la desaparición del segador encargado de Karakura hace unas dos semanas.

― Además, el mensaje venía con esto ―agregó Otawara, y salió por un momento de la oficina. No tardó más de cinco segundos y regresó con una caja mediana, arrugada debido a la tormenta. La colocó en el escritorio de Yamamoto y le tendió el papel al comandante.

Yamamoto leyó el papel, el cual decía:

"Déjanos, viejo. Ya te has metido con nosotros y nunca nos vas a poder ganar. Ve la caja, ¿los recuerdas? A uno lo matamos por defendernos de ti, al otro simplemente para recordarte que aun seguimos aquí"

El comandante repitió varias veces el mensaje, pero logró entender su contenido. No había duda que el mensaje se agregaba a los acontecimientos que habían tenido lugar semanas atrás. Sin decir ni leer más, abrió el paquete. Otawara, preso de la curiosidad, se asomó un poco, pero retrocedió al instante, tropezándose.

Para su sorpresa, dentro de la caja había dos cabezas. Una la reconoció inmediatamente, ya que era la del segador encargado de Karakura. Y la otra, tardó unos cuantos segundos pero logró hace memoria, pues era la de un antiguo elemento del Sexto Escuadrón.

Desde el interior de la caja, Soujun Kuchiki le dirigía una mirada vacía. Hace mucho que no sabía nada de él, hasta que lo mandó a una misión al Mundo de los Vivos, de la cual nunca volvió. Si bien en la Mansión Kuchiki tenía su tumba, sólo era simbólica, puesto que un féretro relleno de pétalos de cerezo y plumas de grulla ocupa su lugar.

― Comandante, ¿qué significa esto? ―preguntó Otawara, algo asustado.

― Significa ―comenzó Yamamoto, cerrando la caja―, que Karakura ya no es segura para los mortales ni los espíritus ―se levantó de su asiento―. Convoca a los capitanes y tenientes, tengo que decirles algo ―y salió de su oficina.

― Si señor ―dijo Otawara, aproximándose a la caja y, aguantándose las náuseas, cerrándola. Luego salió de la oficina con ella, esperando poder deshacerse pronto de su contenido.


― Hanatarou, espera, no…¡AHHH!

― Ichigo si sigues así no voy a poder continuar ―le reprendió Hanatarou―. Así que estate quieto ¿si?

― De acuerdo, pero ve más despacio ―pidió el joven de pelo naranja.

Rukia no podía contener la risa. Resultaba bastante cómico que Ichigo, el legendario segador, no podía soportar el ardor de un antiséptico cuando en las batallas aguantaba cuchilladas y golpes peores. Aunque Hanatarou tampoco ayudaba, pues frotaba enérgicamente el paño con antiséptico en las heridas, pues, como pasó con Uryu, el Kidoh curativo era inservible. Por lo pronto, la joven ya tenía un motivo para burlarse de él.

― Vaya Ichigo ―dijo burlona Rukia, intentando no reírse―. Quien diría que fueras tan nenita a la hora de curarte

Ichigo le dirigió una mirada desafiante: ― Mira enana ―dijo, apuntándole con su índice izquierdo―, si estás aquí sólo para burlarte te puedes ir mucho a… ―pero se corto, ya que apretó los dientes al sentir ese maldito paño mojado.

Rukia no pudo resistir y se echó a reír: ― Te ves… ―río más fuerte― ay, no… ―se apoyó en la pared, agarrándose el estómago― ve tu cara, es tan… ―y al no poder contener más las carcajadas, se tiró al piso con ambas manos llevadas al abdomen.

El joven de pelo naranja la observó algo resentido, pero no pudo evitar dirigirle una pequeña sonrisa, sin que ella se diera cuenta. Hace mucho que no veía a Rukia reírse de esa manera, aunque ahora fuera a costa suya. Quizá desde que él tenía quince años, desde que ella pisó por primera vez Karakura.

Pero las risas de la pelinegra pronto se vieron cortadas de golpe cuando una mariposa infernal fue acercándose hacia ella. Rukia se puso de pie ágilmente y le tendió su mano derecha al insecto. Ichigo observó todos estos movimientos con demasiada atención, que ni siquiera se percató que Hanatarou había comenzado a suturar sus heridas.

― Bueno Ichigo ―dijo Rukia, después de que la mariposa se fuera― me tengo que ir. Hay reunión de capitanes y tenientes. Nos vemos. Adiós Chad, adiós Hanatarou ―se despidió.

— Adiós ―le respondió Sado.

― Nos vemos, teniente Kuchiki ―dijo Hantarou, sin perder la concentración en las heridas de Ichigo.

― Adiós, Rukia ―se despidió el joven de pelo naranja. E inmediatamente se preguntó de para qué los había mandado llamar Yamamoto― ¡Hanatarou, ten cuidado maldita sea! ―pero se vio interrumpido, pues el joven sanador había clavado un poco más profundo la aguja de la sutura.


― Vámonos, Matsumoto ―ordenó Toushiro Hitsugaya a su teniente, quien, en un raro giro del destino, se encontraba haciendo el papeleo―. El comandante nos solicita.

― Pero capitán, ¿y el asunto del capitán extranjero? ―preguntó Matsumoto.

― Por el momento, no hay que preocuparnos. Ya tengo todo listo ―respondió Toushiro, y avanzó hacia la puerta―. Además, él dijo que lo iba a platicar con Kurosaki, pero hay algo que me preocupa de ese hombre ―añadió un poco sombrío.

― ¿Y qué cosa es, capitán? ―cuestionó la teniente, curiosa por el tono de voz de Hitsugaya.

Toushiro la miró: ― Dijo que si Kurosaki no aceptaba, los humanos están condenados a la extinción ―contestó de manera seria y salió de la oficina.

Matsumoto se quedó algo perpleja. Esas palabras eran algo inquietantes, sobre todo la parte de la extinción. No quería pensar en un mundo totalmente destruido, a ella le gustaban todas las cosas humanas que había experimentado. Aunque, todo lo que pudo hacer en el momento fue seguir a su capitán.


― Lamento el retraso ―se disculpó Ukitake, al entrar en compañía de Rukia al salón de las juntas del Primer Escuadrón, donde todos los capitanes y tenientes, a excepción de Soi Fong, ya se encontraban reunidos―. Tuve un ataque de mi enfermedad, y bueno…ya conocen el resto ―tomó su lugar, con la pelinegra a su derecha

― Muy bien, ya que todos estamos aquí ―comenzó Yamamoto―, los llamé para comunicarles que las salidas al Mundo de los Vivos están canceladas hasta nuevo aviso. Ni siquiera para guiar a las almas.

― Pero, ¿cuál es el motivo? ―preguntó Komamura―. Si los segadores no van, las almas no estarán en equilibrio.

Yamamoto respiró un poco: ― Los yokais han invadido Karakura ―respondió―. Han atacado a la capitana Soi Fong, dejándola moribunda. Mataron al segador encargado y…

― Pero los yokais sólo son simples monstruos ―interrumpió Mayuri―. Nada más asustan a los humanos, no le…

El comandante dio un golpe con su bastón en el piso: ― Silencio, capitán Kurotsuchi ―ordenó―. Puedo decirle que los yokais son bestias sanguinarias, iguales o peor que los Huecos. Sobre todo los aoandaones, los onis(1) y las kuchisakeonas(2) ―pausó un poco―. Hubo un intento de someterlos, pero fue en vano. Si bien muchas de esas criaturas murieron, a nosotros también nos costó debido a la pérdida de miembros importantes del Seireitei. Y ahora…

― Si son peores que los Huecos ―lo atajó Kempachi―, ¿por qué no vamos a despedazarlos al Mundo de los Vivos? ―preguntó con un deje de emoción bélica.

Yamamoto negó con la cabeza: ― Los yokais no sólo usan la fuerza bruta ―respondió―. Muchos usan acertijos y otros pueden hacer que tus propias pesadillas te maten ―los capitanes y tenientes se dirigieron discretas miradas―. Bueno, como iba diciendo, ahora ha pasado algo bastante malo: los yokais se han unido ―pausó un poco―. Uno de ellos ha logrado unificarlos contra nosotros, según lo que nos ha informado la capitana del Escuadrón de Castigo.

― Entonces ―tomó la palabra Ukitake―, ¿hay riesgo de una nueva invasión? ―cuestionó.

Los murmullos entre capitanes y tenientes aparecieron, pero una vez más el comandante golpeó su bastón: ― No lo creo, capitán Ukitake ―contestó, algo duro―. Los yokais no han sido capaces de hacer un seikaimon, por lo tanto estamos seguros de momento en este lugar. Aunque también debo decirles que no contaremos con la presencia de algunos de nosotros ni con la de Ichigo Kurosaki.

Hubo más murmullos, más audibles. Si bien ellos se habían vuelto más fuertes desde la invasión del Vandenreich, todavía esperaban contar con Ichigo Kurosaki

― El capitán legionario Bernardo Garicia solicitó la presencia de Ichigo Kurosaki y algunos capitanes y tenientes ―cortó Yamamoto autoritario―. Hace tres semanas me lo pidió, pero debido al juicio de Kurosaki, tuvo que esperar aquí.

― ¿Capitán legionario? ―intervino Mayuri―. Pero eso no lo había escuchado, no debe de…

― Sí, un capitán legionario ―retomó la palabra Yamamoto―. Las Legiones de Apoyo se crearon para los Lugares de Almas que estaban teniendo problemas con la región del Mundo de los Vivos que se encargan de cuidar.

― ¿Y para qué requiere la presencia de Kurosaki ese capitán legionario? ―preguntó Kyoraku.

― El capitán Garicia ha descubierto algo muy importante en el Mundo de los Vivos, más peligroso que Sosuke Aizen ―respondió Yamamoto―. Me informó que lleva cien años sin poderlo controlar, y piensa venir aquí a Japón.

― Pero si llega a venir a Japón, ¿es probable que se alíe con los yokais? ―opinó Ukitake.

Yamamoto bufó: ― No lo sé ―admitió―, aunque no se descarta la probabilidad. Por lo tanto quiero que apoyen a Garicia en destruir lo que le ha llevado cien años eliminar ―ordenó― ¿Alguna duda?

Todos guardaron silencio, en señal de que habían acatado las instrucciones.

― Muy bien pueden retirarse ―dijo el comandante―. Los capitanes y tenientes que no sean llamados para ayudar al capitán legionario entrenen duro para la invasión de los yokais.

Uno a uno, los capitanes y tenientes fueron saliendo, murmurando entre sí. Zaraki estaba alegando que dejaría en ridículo al capitán legionario cuando venciera a la amenaza que no pudo matar en cien años. Aunque todos tenían una cosa común en la cabeza: si era más peligroso que Aizen, entonces estarían en un problema muy serio.

El comandante, solitario, se quedó un rato estático, reflexionando. La paz es muy frágil, y ahora tenía en puerta la amenaza de otra invasión, una llena de criaturas de pesadilla que darían una tremenda pelea llevándose seguramente la victoria. Además, estaba la amenaza que describió el capitán García. Si esa cosa llegara a aliarse con los yokais, los japoneses estarían condenados.

"Sólo espero que el capitán extranjero no empeore la situación" pensó Yamamoto, encaminándose a la salida de la sala.


― ¡Au! ―se quejó Ichigo― Ten más cuidado Ha...¡Au!

― Sólo aguanta un poco ―le aconsejó Hanatarou, y prosiguió a suturar una de las múltiples y horribles heridas provocadas por Rotunslav Desmodov.

Ichigo apretó un poco los dientes: ― Toma bien los bordes de la herida ―dijo, observando al joven trabajar―. Recuerda que debes ir suturando el tejido cerca de los bordes, no lejos de ellos

― Pero los bordes están necróticos, Ichigo ―puntualizó Hanatarou.

El joven vio que el galeno tenía razón. La espada de ese hombre parecía tener algo que deshacía la carne y la piel. Pero lo misterioso era que el Kidoh curativo no servía con esas heridas, sólo métodos convencionales.

Por lo tanto, sea lo que fuere aquel hombre, parecía que su arma tampoco era normal.

Hanatarou siguió trabajando hasta que ambos jóvenes oyeron unos pasos. Eran bastante lentos, como si la persona que los diera fuera observando a su alrededor o estuviera herida. Poco a poco comenzaron a hacerse más fuertes, hasta que, en el pasillo, apareció un hombre alto, delgado, pelinegro y de tez tigreña. Vestía como un capitán segador, y también portaba su zampakuto.

― Hola, buenas tardes ―saludó el hombre al guardia que estaba frente a la celda del joven de pelo naranja―, ¿me podría decir en dónde se encuentra Ichigo Kurosaki encerrado, por favor? ―preguntó amablemente.

El guardia señaló al interior de la celda: ― Ese de pelo naranja ―respondió algo brusco― es Ichigo Kurosaki.

― Gracias ―dijo Bernardo, y se acercó a la celda―. Disculpa, ¿Ichigo?

El joven de pelo naranja lo miró: ― Sí soy yo, ¿le puedo ayudar en algo? ―preguntó educadamente.

El guardia abrió la celda, permitiendo pasar a Bernardo: ― Soy Bernardo García López, capitán de la Legión de Apoyo del Mictlán ―se presentó y se inclinó un poco―. Vaya, si que te apalearon un poco ―comentó, paseando sus ojos marrón oscuro por las múltiples laceraciones del joven segador.

Ichigo miró sus heridas: ― No es nada, ya sabe son…

― Y al parecer controlaron tu alma ―lo interrumpió el pelinegro, con una pose pensativa.

Ichigo abrió los ojos de golpe: ― ¿Cómo es que lo sabe? ―preguntó, aunque esa no fue la única duda que surgió en su cabeza.

El capitán llevó sus manos hacia atrás: ― Porque llevo muchos años combatiendo contra el ser que te hizo eso ―respondió, señalando las heridas―. Sé que te estarás preguntando de dónde provengo y por qué no me has visto antes. Puedo verlo en tu cara, no te asustes no leo la mente ―aclaró, ante la expresión de incertidumbre de Ichigo―. Sin embargó, responderé esas dudas más tarde ―comenzó a pasearse por su derecha―. Tengo entendido que estás aquí porque mataste a un segador.

― Si ―afirmó el joven, haciendo una mueca de dolor debido a que Hanatarou no interrumpió su trabajo.

― Muy bien y qué también vas a tener un juicio ―continuó Bernardo, sin dejar de caminar. Ichigo asintió―. Aun cuando has ayudado a la Sociedad de Almas en varias situaciones difíciles.

― Disculpe, pero ¿cómo sabe que he ayudado mucho a la Sociedad de Almas? ―cuestionó Ichigo, intrigado debido a lo que estaba diciendo el hombre.

El capitán soltó una carcajada: ― Ay, amigo, tú eres una leyenda entre los psicopompos ―dijo, encogiéndose de hombros―. Así que, ayudaste a la Sociedad de Almas y ahora ésta te encarceló ―el chico volvió a asentir―. Y supongo que no puedes demostrar que controlaron tu alma ―el joven negó―. Bueno, Ichigo, yo te puedo ayudar a demostrar que eres inocente.

Ichigo hizo otra mueca, producto de Hanatarou: ― ¿Y cómo me puede hacer eso? ―cuestionó.

Bernardo se detuvo: ― Tengo mis métodos ―respondió―. Pero a cambio ―levantó su índice derecho―, yo requeriré de tu ayuda, además de la de tus amigos.

― ¿Y para qué requiere de mi ayuda? ―preguntó Ichigo, mirando seriamente al capitán― ¿Y la de ellos?

Bernardo sonrió: ― Verás Kurosaki ―respondió, dirigiéndole una intrigante mirada al joven de pelo naranja―, ¿crees en los monstruos? ―cuestionó seriamente.

Ichigo arqueó la ceja izquierda: ― ¿Eh?

― ¿Tú crees en los monstruos? ―repitió el capitán.

El joven se rascó la nuca: ― Bueno, los Huecos son como monstruos, ¿no? ―respondió.

El capitán siguió sonriendo, ante la respuesta de Ichigo: ― Bueno, al menos piensas que existen ―pausó un poco―. Porque tú, Ichigo Kurosaki, y tus compañeros me van a ayudar con un problema… ―pausó otra vez y abrió mucho sus ojos― de proporciones monstruosas.


La fresca noche cubría la calle principal de una colonia pobre. Por el arroyo, escasos automóviles hacían su recorrido, procurando acelerar para estar el menor tiempo posible allí. En las aceras, cubiertas parcialmente por basura y hierbajos, se encontraba un hombre caminando.

Al pasar por una lámpara de la calle, se podía apreciar que no tenía más de veinticinco años. Era de estatura media, un metro y sesenta centímetros, algo robusto, piel morena, pelo bastante oscuro y corto. Vestía con unos jeans azules y una playera sin cuello verde. El individuo llevaba abrazado un objeto pequeño, que a la luz de la lámpara se pudo apreciar que era el estéreo de un automóvil.

Ese pequeño aparato electrónico lo podía sacar de unos cuantos apuros económicos, sin embargo no lo había obtenido de la mejor manera. El estéreo era robado, y el tipo que lo traía sólo se dedicaba a los asaltos. Un delincuente cualquiera, creyéndose incapaz de no ser bueno en algo que no sea el hurto.

El hombre siguió caminando hasta llegar a un gran muro de color blanco y zaguán verde oscuro. Lo que había llamado hogar durante unos diez años. Pasó el zaguán y quedó ante una construcción habitacional en forma de "U" cuadrada, con diez metros por lado, de cuatro pisos y con un patio bastante estrecho, el cual estaba decorado con macetas de barro, plástico y lata, jaulas con periquitos y canarios y algunas figuras de cerámica y resina, como ranas sosteniendo paraguas o letreros dando la bienvenida.

El hombre cruzó el patio rápidamente, rumbo a su casa. Pero algo hizo que se inquietara. A esa hora de la noche, sus vecinos tenían a todo volumen la maldita música, otros estaban afuera platicando, con una cerveza en la mano, y algunos pocos estaban regando las plantas, lavando la ropa o atendiendo a las aves. Y en ese momento, pese a estar todas las luces encendidas, no había rastro de ninguna persona.

Pero no debía pensar en eso, quizá sus vecinos salieron a alguna reunión. Subió las escaleras, y en el camino buscó sus llaves. Llegó a su casa, la cual, al igual que las otras tenía las luces prendidas. Sin embargo, estaba en silencio, cosa que ya no le gustó.

Llegó a la puerta, dejó el radio en el piso y comenzó a buscar precipitadamente la llave de la entrada. La encontró y la introdujo rápidamente en la cerradura, para abrir la puerta con desesperación.

Al azotar la puerta se le heló la sangre. Su familia estaba prácticamente destrozada. Su mujer, bajita y delgada, acostada en el sillón, había sido decapitada, su cabeza estaba a los pies del mueble, con los ojos bastante abiertos. En las paredes pintadas de verde pistache vio enormes manchas de sangre. Y a los pies de las manchas había deformes y numerosos pedazos de carne y vísceras, pero pudo reconocer una mano y una playera. Eran de su hijo y de su hija.

El hombre comenzó a híper ventilar e inmediatamente se dirigió a las habitaciones, ya que en una de ellas dormía su nene de apenas cinco meses de vida. Precipitadamente, y casi patinando, entró a la recámara, sólo para llevarse las manos a la cara y llorar de manera desconsolada.

En su cuna blanca, con cobertores azul pastel, su hijito había sido partido. Su cabeza y extremidades estaban separadas, al igual que su pequeño torso fue cortado a la mitad.

Un fuerte ruido sacó al hombre de su llanto, pues inmediatamente que lo escuchó se fue la luz. Seguramente el transformador se había descompuesto. Intentando controlar su respiración el hombre se pudo lentamente de pie y se asomó a la ventana.

Todo el edificio estaba en penumbras, salvo por la tenue luz de la media luna. Al parecer, nadie estaba afuera, ya que normalmente al descomponerse el transformador todos los vecinos salen al patio. El hombre sollozó, ya que seguramente sus vecinos habían corrido la misma suerte que sus familias.

El hombre maldijo al gobierno, único culpable, según él, de que estuviera sucediendo esto. Rápidamente se dirigió a su cuarto, donde tenía escondida un arma, usada para defenderse de rivales y efectuar mejor los asaltos.

Pero al estar buscando el arma, el hombre oyó otro ruido. Eran pasos. Lentos, profundos, como si alguien pesado estuviera moviéndose. Y lo peor es que eran en su casa.

El miedo comenzó a apoderarse del hombre, los pasos continuaban. Afortunadamente encontró el arma, una semiautomática y salió de su alcoba, apuntándola. No había nadie en el pasillo, pero pudo notar una enorme sombra moverse al cuarto de su bebé. Y a continuación, el ruido del vidrio al romperse.

Tomando una buena bocanada de aire y valor, el hombre volvió a dirigirse a la habitación de su hijito. Entró, apuntando el arma. Pero no vio nada, se fue acercando a la cuna, donde seguía su destrozado vástago. Se acercó a la ventana, y miró a través del hueco. No había nadie, pero el hombre sentía una presencia en la habitación.

Sin que el hombre se percatara, a la pálida luz de la luna, una mano salió de las sombras. Era enorme, de cincuenta centímetros de abertura, de forma humanoide, pues estaba cubierta de finas escamas negras, como las de una lagartija, y los dedos terminaban en grandes y filosas garras de diez centímetros.

La mano atrapó con brusquedad al hombre por la cabeza y apretó su agarre. Unos sonidos sordos se oyeron, señal de que le había fracturado huesos del cráneo. Después jaló al hombre a las sombras, para jamás dejarlo salir.


Nota del autor:

*Hola. Como ven, aquí está la continuación, espero que les haya gustado el inicio. Como siempre, les pido mucha paciencia, pues ahora me tengo que entretener con trámites burocráticos y esas cosas de la escuela.

*Las críticas bien planteadas y sugerencias son bienvenidas.

Glosario

(1) Oni: Monstruo del floklor japonés. Un ser grande y brutal, semejante a los ogros y los trolls de la mitología escandinava.

(2) Kuchisakeona: Monstruo del folklor japonés. Su nombre verdadero es Kuchisake-onna. Un ser con forma de mujer, que ronda en las noches cubierta con un cubrebocas, pues su boca está mutilada y armada con unas tijeras. Hace preguntas a los hombres que se encuentran con ella, terminando casi siempre con la vida de los pobres incautos.

Gracias por leer.