Era una noche nublada, sin mucho que ofrecer en el antiguo Forks.
Las calles estaban bañadas por la espesa niebla, las luces titilaban como pequeñas luciérnagas que se perdían en una oscuridad casi atrapante, y solo los sueños de una joven brillaban en su plenitud a esas horas.
Isabella Swan de dieciséis años nunca tenía noches comunes. Con sus pequeño perro mirándola desde un sucio sillón ella vivía en un mundo de fantasías en lo que lo central de sus cuentos era la libertad, esa que ella tanto anhelaba.
Si bien se dejaron atrás las épocas donde podrían suceder los cuentos de hadas este era muy parecido a uno.
-Nunca saldremos de aquí, ¿no, Tomy?-Preguntaba a su cachorro, el quien deseaba el mundo exterior tanto como ella.
Isabella vivía con su padre y su madrastra, la que tenía dos horribles hijas que solo vivían para arruinarle la vida: Jessica y Lauren Stanley. La pobre chica era sometida a los trabajos mas sucios de la casa y no es que estos fueran muy lindos, cocinar, limpiar, arreglar, ordenar ¡todo debía hacerlo ella!
Su padre nunca podía atenderla, siempre estaba trabajando para su futuro... o eso el creía porque cada vez que en el banco el fondo monetario familiar aumentaba, casualmente Gladys, su madrastra, se le daba que las ropas de sus hermanastras estaban pasadas de moda.
"Sitansolonohubieraaparecidoesaviejaarpía" pensaba ella. No culpaba a su padre en su decisión, el solo quería una figura materna desde que Renee partió al otro mundo. Como su madre, Isabella era una joven muy soñadora, cada noche era una historia diferente. Hoy rondaba en su cabeza la idea loca de que un apuesto chico se enfrentaba a su madrastra y la llevaba a ella y a Tomy con el para siempre...
Y con ese sueño se quedó dormida.
