Disclaimer: Journey no es mío.
Advertencias: Spoilers del juego.
Palabras: 442
Beta: Yin Riench
Miró a su animado compañero y sintió como si estuviera mirándose a un espejo, solamente que, en lugar de reflejar su imagen, proyectaba lo que alguna vez había sido. Lleno de energía, impaciente por aprender, listo para comenzar a recorrer el camino que la "estrella" les había indicado. Tan curioso como ignorante de lo que les deparaba el destino. Lo envidiaba.
Pero no, ahora a él le tocaba vestir el blanco, no el carmesí. Eso ya había quedado atrás y atrás iba a quedarse, por mucho que deseara lo contrario.
Su acompañante tironeó de su bata, animándolo a avanzar. Él lo miró unos instantes, asintió con pesadumbre y de esta misma forma dio el primer paso. A decir verdad, todo lo que tenía ganas de hacer era tomar a su camarada de la mano e irse lejos, lo más lejos que pudieran de aquella montaña y borrarla para siempre de su memoria.
Eso era imposible y lo sabía. Saber era lo que más dolía.
—Aprende, aprende todo lo que puedas. Todo el conocimiento te será útil. Ya lo verás.
Las palabras de su anterior compañero y maestro resonaban en su cabeza, como un eco que no se apagaría nunca. Al principio no había entendido muy bien por qué, no obstante, una vez hubo nacido por segunda vez todo cobró sentido. Lo había estado preparando para la vuelta al desierto.
Su maestro, al igual que él ahora, había vestido la bata blanca de los ancestros, pura y brillante. Éste había sido una persona de movimientos calmos y palabras pausadas y amables, pero severas cuando no había tiempo para calmas y pausas. ¿Debía él comportarse así ahora?
Aquélla no era la única pregunta que se hacía. ¿Por qué renacían? Si nacían dos veces, ¿habrían nacido antes en el pasado? ¿Serían reencarnaciones de aquellos que habían destruido su propia civilización? ¿Acaso éste era un castigo de los ancestros? ¿O tal vez una enseñanza que debían impartir para que los errores no volvieran a cometerse?
Su compañero de rojo interrumpió sus pensamientos para preguntarle por qué aminoraba la marcha. Preguntó también si se encontraba bien. El nuevo maestro dijo que sí y pidió disculpas por haberse distraído tanto. Recibió una respuesta alegre y ánimos para seguir adelante. Y así lo hizo.
Lo envidió una vez más. Su propia inocencia e ignorancia lo habían hecho un ser tan vivo y alegre como el color que ya no vestía, mientras que la sabiduría y el conocer qué deparaba el destino solamente le dejaba un gusto amargo en la boca.
Volvió a pensar en los ancestros y se preguntó si era por eso que tenían una mirada tan triste.
¡Gracias por leer!
