One-shoot romántico ambientado en la película Titanic, con Sanji como protagonista y Nami como pareja.
Disclaimer: One Piece y sus personajes le pertenecen a Eiichiro Oda, al igual que la película ''Titanic'' pertenece a James Cameron.
Aviso: Este fic participa en el Reto Cineastas del foro de Grand Line.
ESCENA 1: LA TABERNA
El barco mas grande del mundo, el Titanic, estaba a punto de zarpar comenzando su viaje a América. Dos jóvenes muchachos jugaban al poker en una taberna. Sus contrincantes, que habían apostado unos pasajes en aquel magnífico barco, estaban nerviosos. Era la última ronda, quien ganara se lo llevaba todo. Un muchacho de pelo rubio y con un cigarro y otro moreno con el pelo desordenado y un sombrero de paja eran los que se jugaban su futuro. Sus nombres eran Sanji y Luffy.
- Sanji, estás loco, has apostado todo lo que teníamos.
- Cuando no tienes nada, no tienes nada que perder.
Sanji, Luffy y dos jóvenes rusos mantuvieron las miradas antes de jugar.
- Muchachos, la vida de alguien está a punto de cambiar para siempre- dijo el joven rubio.
Luffy miraba sus cartas intentando entender el juego.
- Sanji, ¿Qué tengo? - le preguntó enseñándole sus cartas.
- No tienes nada. Y no me enseñes tus cartas, se supone que tienes que aprender a jugar algún día. ¿Sven? ¿Olaf?- preguntó mientras le daba una calada a su pitillo.
Uno de los muchachos rusos le enseñó dos parejas, lo cual complicaba la situación.
Sanji cogió una carta y miró su mano. Su cara se mantuvo con una expresión calmada, aunque una ligera sonrisa apareció en sus labios.
- ¡Tengo un full, amigos! – dijo mientras les enseñaba a sus contrincantes las cartas.
- ¿Sanji eso es que nos vamos?
- ¡Si, nos vamos, Luffy! América nos espera.
El hombre ruso cogió a Sanji por la camisa y le amenazó con su puño, sin embargo fue su amigo, el que había apostado los billetes, quien recibió el golpe.
- Eso si llegan a tiempo, caballeros.- dijo un hombre que observaba el juego en la taberna. - El barco zarpa en 5 minutos.
Los dos amigos cogieron los papeles, el dinero y las cartas y se marcharon corriendo a coger el barco. La pasarela se estaba retirando cuando llegaron. Antes de entrar un marine con mala leche les vetó el paso.
- ¿Señores, han pasado por la cola de la inspección?
Sanji le pegó una patada en la cabeza y Luffy un puñetazo en la barriga. No estaban para aguantar esas tonterías en aquellos momentos. Así fue como entraron en el Titanic.
ESCENA 2: LA MUCHACHA PELIRROJA
Sanji descansaba en la proa del barco. A su lado Luffy y un compañero de viaje, Usopp, hablaban distendidamente. Entonces fue cuando ella apareció. Estaba tomando el aire en la clase alta del barco, con un bello vestido blanco y verde, un montón de joyas y la mirada perdida, parecía estar triste. Su melena pelirroja, recogida en una recatada coleta, ondeaba al viento y sus manos agarraban las barras del barco en busca de algo que la ayudara a mantenerse en pie. Todo ello hizo que el corazón de Sanji empezará a latir de manera desmesurada y le causó una hemorragia nasal.
- Oye Sanji, ¿Qué te pasa? - preguntó su amigo preocupado.
- Ah olvídala chico.- dijo Usopp dándose cuenta de su intención – Tienes tantas posibilidades de acercarte a ella como que un ángel se te aparezca y te toque con su gracia. Aunque eso me pasó a mi, el gran capitán Usopp, una vez cuando...
Y aquello era lo que parecía, un auténtico ángel caído del cielo, que con aquella tristeza en su mirada y aquella piel blanca y tersa, había bajado con la única intención de embellecer el mundo. Sanji apenas pestañeaba, muy atento a todo cuanto veía en ella. La mujer lo miró, de soslayo, un momento, y volvió a posar su mirada en el horizonte. Parecía un tanto incómoda al notar la mirada de Sanji, pero tampoco le dio gran importancia. Su triste expresión no cambió ni un ápice. Entonces apareció un joven en traje que la agarró por el brazo. Comenzó a hablar con ella, pero se mostraba reacia, y por ello, se marchó. Sanji no pudo olvidar aquella visión en mucho tiempo.
ESCENA 3: EL ACCIDENTE
'' Que bella era aquella muchacha'' pensaba Sanji mientras le daba una calada a su pitillo observando la noche estrellada en la proa del barco. Acostado en un banco de madera, escuchó unos pasos que rápidamente se dirigían hacia el. Y entonces la volvió a ver. El ángel pelirrojo pasó a su lado y siguió corriendo hacia la proa. Se paró a unos pasos de la barandilla y siguió andando lentamente hacia ella, mirando el mar. Se cogió del mástil y subió ambos pies a la barandilla. Cruzó con sus tacones rojos la barra metálica, desoyendo cualquier advertencia de seguridad, y se dio la vuelta para acabar mirando al mar, encaramada sobre un pequeño pedazo de madera que sobresalía y agarrada únicamente con sus manos a una débil barandilla.
Sanji vio sus intenciones y se levantó. No podía permitir que aquella bella señorita se tirara por la borda. Se acercó a ella muy lentamente.
- No lo haga – dijo decidido a cambiarla de opinión.
- Apártese – respondió Nami – no se acerque mas.
Sanji, desoyendo sus consejos, se acercó a ella.
- Deme la mano – dijo mientras se la tendía - Le ayudaré a volver a cubierta.
- ¡No, hablo en serio! ¡Quédese donde está! Voy a soltarme.
De nuevo Sanji se acercó y tiró su pitillo al mar sin dejar de mirarla a los ojos. Cambió de táctica, viendo que no era capaz de persuadirla.
- No lo hará.
- ¿Que no lo haré?¿Quiere verlo? Además, ¿A usted que te importa?. Váyase de aquí.
- No puedo – dijo mientras se quitaba el abrigo – si se suelta voy a tener que saltar para ayudarla.
- No diga tonterías. Se mataría.
- Se nadar – dijo mientras se desataba los zapatos.
- La caída le mataría. Además el agua de este océano es muy fría. Un par de grados bajo cero.
- Yo nací en el North Blue, y solía ir a pescar en el hielo con Zeff, mi maestro. Un día la capa de hielo se rompió. Cuando el agua está tan fría como la de ahí abajo te golpea igual que mil cuchillos clavándose por todo el cuerpo. No puedes respirar, no puedes pensar. Únicamente sientes dolor.
Nami miró a su acompañante, y después al mar. Jamás había nadado en agua fría, así que si sobrevivía a la caída, aquello le iba a doler realmente.
- Por eso no me hace ninguna gracia tener que saltar a por usted. Pero como ya he dicho – dijo Sanji mientras se quitaba la chaqueta – no tengo elección. Aunque tengo la esperanza de que vuelva a pasar por encima de la barandilla y me evite el baño.
- Está loco – afirmó ella.
- Eso es lo que dicen todos pero, con el debido respeto señorita, no soy yo quien está dispuesto a tirarse del barco.
Nami miró a su rubio compañero con cierto miedo. ¿De verdad estaría dispuesto a tirarse si ella lo hacía? Sanji, quien ya estaba a su lado, le ofreció su mano para volver a cubierta. Ella, que aún estaba algo asustada, la cogió y se dio la vuelta, dispuesta a subir la barandilla.
- Soy Sanji – dijo el joven mirándola a los ojos.
- Nami – respondió ella conmovida.
Subió su pie al segundo escalón, pero allí se tropezó con la tela de su vestido. Súbitamente se resbaló y cayó, pero por suerte Sanji la tenía agarrada. Un grito agudo salió de la garganta de la pelirroja mientras quedaba suspendida de la mano del joven.
- ¡Cálmese! ¡La tengo agarrada!
Nami consiguió agarrar con la otra mano la barandilla, pero aún caía por el peso de su cuerpo. Ahora que por fin iba a terminar en el mar no era lo que deseaba. Se aferró al brazo de Sanji, que tiraba con todas sus fuerzas de ella. La muchacha gritó de nuevo, estaba muerta de miedo.
- ¡Ayúdeme! - volvió a gritar ella.
- Escúcheme, la tengo sujeta y no la soltaré. Sujétese fuerte e intente subir.
Con un poco de fuerza de Sanji y tratando de levantar sus piernas en el aire, Nami consiguió finalmente llegar al pequeño pedazo de madera y subir por la barandilla. Sanji, que tiraba de ella la con todas sus fuerzas, consiguió subirla al barco agarrándola por la cintura. Por ello ambos acabaron tirados en el suelo mientras unos marineros aparecían corriendo a su lado para pillarlos en una situación un tanto incómoda. Sanji estaba tirado sin chaqueta encima de Nami mientras ella, despeinada y con el bajo del vestido un poco roto, estaba tratando de controlar su respiración.
- ¡Apártese de ella y no se mueva de ahí! - gritó un marine con el pelo violeta.
- ¡Llamad a la policía del barco! - gritó otro.
Un hombre con traje negro, recatado y elegante apareció pronto. Era Absalom, el prometido de Nami, que comenzó a gritar y empujar a Sanji, quien estaba siendo esposado. La pelirroja intervino.
- Cállate, Abs – dijo ella dándole un golpe en la cabeza. - Fue un accidente. He sido estúpida. Ya sabes que me encanta la meteorología y quería ver el estado del mar para deducir como proseguiría la marcha del Titanic esta noche. Me acerqué demasiado y resbalé. Hubiera caído por la borda, pero por suerte Sanji estaba cerca.
Sanji la miró extrañado, pero no dijo nada. Decidió guardar su secreto.
- ¿Fue así como sucedió?– preguntó el comandante Garp.
- Si – respondió Sanji – Fue mas o menos así.
Cada cual se dirigió a su habitación en busca de refugio tras aquella movida noche, sin embargo mientras Nami y Absalom se iban, Garp propuso una pequeña propina para el joven héroe. Absalom se paró y lo miró.
- Bastará con uno de veinte – le dijo a su criado.
- ¿Ese es el precio por mi vida? - dijo Nami muy indignada.
Finalmente Absalom decidió invitar a Sanji a cenar la noche siguiente, para que pudiera contar a sus compañeros y amigos la hazaña que había vivido.
ESCENA 4: EL TRAJE
Se miró de nuevo ante el espejo. Jamás se había visto tan elegante. Una persona como el, de recursos limitados, nunca había tenido la oportunidad de vestir con aquellos ropajes. El traje, de terciopelo negro y muy suave, le iba perfectamente. Junto a la camisa blanca y la corbata negra, hasta parecía un hombre rico y poderoso. Un escalofrío recorrió su espalda. Por alguna razón se sintió cómodo con aquella ropa. Estaba guapo y elegante, asombroso. Todos sus movimientos parecían mas refinados. Incluso podía decirse que era como una extensión de su cuerpo. Lola, una señora muy simpática y algo regordeta, le había prestado el traje de su hijo, que le sentaba como un guante. Salió de la habitación para encontrarse con Nami en las escaleras. Era su primera cena de gala en toda su vida, tendría que comportarse como es debido. Aunque, claro, aquel no era su mundo.
ESCENA 5: ESTOY VOLANDO
Sanji estaba de nuevo en aquel maravilloso lugar: la proa del barco. La sensación de libertad era única, y debería sentirse afortunado de estar en el barco más lujoso del mundo contemplando un anaranjado atardecer, pero no podía dejar de pensar en Nami y en su futuro desgastado por un grupo de gente que la absorbía y no la dejaba ser feliz. Entonces ella apareció, llamándolo por su nombre. La magia de sus palabras rompió el silencio. Su nombre sonaba mucho mas bonito pronunciado por sus labios. Ahora podría enseñarle esa libertad que sentía todos los días, ayudarla a salir de ese mundo extraño que no la dejaba ser quien realmente era. Le pidió que cerrara los ojos, para sentir de verdad todo lo que el había sentido.
- Sujétate a la barandilla. Mantén los ojos cerrados, no mires.
- No los abro – contestó ella.
- Ahora súbete a la barandilla. - dijo el joven mientras la sujetaba desde atrás para ayudarla. - Sujétate. No te sueltes y mantén los ojos cerrados.
Ella se rió mientras el se acercaba poco a poco.
- ¿Confías en mi?
- Confío en ti.
Sanji agarró las manos a Nami y comenzó a estirarlas, hasta que sus brazos estuvieron completamente extendidos.
- Eso es. Abre los ojos.
Nami, con cierto miedo, los abrió. Se sorprendió al ver el mar, inmenso y azul mientras el viento soplaba en su cara, haciéndola sentir ligera, como un pájaro. Por primera vez en su vida se sentía completamente libre y feliz, acompañada de Sanji, nada podía ir mal en aquel lugar mientras el estuviera a su lado, sujetándola.
- ¡Estoy volando, Sanji!
- Yo también me siento como en el cielo – contestó el rubio mientras sus manos trepaban por la cintura de mano hasta apretar sus tulgentes pechos.
Nami respondió con un enorme golpe en su cabeza, que le dejo marca en forma de chichón, mientras el joven intentaba retener la hemorragia nasal causada por el momento.
- ¡Te has cargado la magia! Se supone que estamos en un crucero ¿Dónde está el romanticismo?
- Oh Nami-swan, tienes razón. Soy un caballero, y jamás debería haber tocado tus... - Sanji se pudo rojo y volvió a sangrar por la nariz imaginándose el momento que acababa de vivir.
- De verdad que a veces creo que eres imposible.
- Te doy mi promesa de que no lo volveré a hacer. A menos que tu me lo pidas, mellorine – dijo cantando.
Nami volvió a colocarse en la barandilla del barco, con los brazos extendidos. Mientras el muchacho cantaba una bella canción que había aprendido de su maestro, Nami solo podía pensar en la libertad que le habían arrebatado, pero que por fin volvía a sentir. Sanji la agarraba por la cintura desde atrás, delicadamente, protegiendo su pequeño cuerpo. Cruzaron una tierna mirada y se besaron. Aquel beso tierno le enseñó a Nami a qué sabía la libertad. Eran almas libres que volaban hacia un futuro incierto, pero eran felices, y no necesitaban nada ni nadie mas. Se amaban. Ninguno se imaginaba que era el último atardecer que vivirían juntos.
ESCENA 6: EL RETRATO
Nami estaba recostada sobre un sofá, completamente desnuda, excepto por el colgante que Absalom le había regalado. Su cuerpo era escultural, tanto que Sanji no pudo contener sus emociones. Manchó el dibujo con su hemorragia nasal, así que fue a buscar otro.
- Sanji, dibújame como a una de tus chicas francesas.
- No soy francés, soy del North Blue. Y tampoco es que mi talento sea el dibujo, se me da mejor la cocina. Si quieres te preparo algo, pero tu no te muevas – dijo el rubio babeando.
- Que poco romántico, de verdad. ¿Tanto te cuesta sacar el lápiz y dibujarme? Me estoy desnudando por ti, no se si lo sabes. Quiero un puto cuadro, por favor.
- Está bien, yo por mi Nami-swaan me hago pintor – dijo el rubio cantando de alegría.
Fue un trabajo exhaustivo, muy cansado, debido a que Sanji se desangró unas tres o cuatro veces. Sin embargo al final el retrato, a pesar de no ser el de un experto, había quedado bonito.
- Son 600 dólares.
- ¿Qué? - preguntó confuso Sanji
- Es mi tarifa como modelo.
- Pero si eres rica. No necesitas ese dinero. Ademas, yo solo tengo 5 dolares.
- El resto me lo pagas a plazos – respondió ella mientras se los quitaba de las manos. Sanji la agarró por la cintura mientras observaban su obra maestra. Había conseguido plasmar el erotismo del momento, la belleza de la desnudez, y nada hacía mas feliz a Nami en aquel momento. Se besaron.
ESCENA 7: EL TABLÓN EN EL MAR
Nami y Sanji nadaron hacia arriba mientras el barco se hundía en el mar. Miles de personas a su alrededor hacían lo mismo. Personas de todo tipo, gente pobre, gente rica, con salvavidas y silbatos, nadaban a su alrededor en busca de algo o de alguien que pudiera ayudarles a escapar de aquella agua congelada. La pareja encontró un tablón en medio del mar. Parecía una puerta de madera, posiblemente de algún armario.
- Sube aquí.- dijo Sanji.
Ambos se encaramaron para subir al tablón, pero no pudo soportar el peso de los dos y se dio la vuelta, cayendo de nuevo al mar. Sanji ayudó a Nami a subir a la tabla de madera mientras el se quedaba en el mar. Estaba acostumbrado al frío, pero aquello era otro nivel. Sin embargo la presencia de Nami hacía que su cuerpo se encendiera por dentro.
- Los botes volverán a por nosotros. – aseguró el rubio mientras le cogía de la mano – Aguanta un poco mas.
- Vete a por un tablón para ti, Sanji.
- No voy a dejarte sola.
- Pero sino vas morirás de hipotermia.
- He dicho que no pienso dejarte sola, es mi deber como caballero - dijo, dando la discusión por zanjada.
A su alrededor la gente gritaba pidiendo ayuda, en busca de los botes. Había demasiadas personas, y ambos lo sabían, pero querían pensar que algunos se salvarían, que en verdad los botes volverían a por aquellas personas que aguantaran mas. Al poco tiempo, los gritos disminuyeron. La gente perdió las fuerzas para gritar, y muchos murieron. Nami y Sanji permanecían juntos, temblando de frío en el mar.
- Te quiero, Sanji – dijo ella sollozando y temblando. Cada vez tenía menos esperanza.
El la miró a los ojos, sin soltarle la mano.
- No hagas eso. No te despidas de mi. Aún no, ¿Me has entendido? Escucha Nami, vas a salir de esta. Seguirás adelante. Vas a casarte y tendrás hijos. Morirás siendo una viejecita adorable, calentita en tu cama. No aquí, no esta noche. No de este modo, ¿Me has entendido?
Aquellas palabras infundieron a Nami toda la esperanza que necesitaba. Pudo soñar con su vida junto a el, una vida larga y feliz, llena de buenos momentos y libertad. Se casarían, tendrían hijos, nietos. El era la persona con la que quería pasar el resto de su vida.
- Ganar el pasaje, Nami, es lo mejor que me ha ocurrido jamás. Me ha llevado a ti. Debes prometerme que sobrevivirás. Que... no te... rendirás nunca. Prométemelo ahora Nami. Y no... no rompas nunca esa promesa. - dijo Sanji temblando entrecortado por el frío.
- Lo prometo.
El la besó en sus manos para infundir todas las fuerzas necesarias, aunque apenas sentía ya sus labios, que estaban morados debido al frío del mar. Nami se acostó mirando las estrellas y comenzó a cantar aquella bella canción que había escuchado de los labios de su amado por primera vez. Tras un tiempo una leve luz iluminó su cara y pudo notar el calor a lo lejos. Nami se giró, como despertándose de un sueño, para observar aquello que producía la luz. A su alrededor no se escuchaba un solo ruido. La gente, que estaba en silencio, había perdido todas las fuerzas. Giró su cara y volvió a ver aquella luz. ¡Era un bote! ¡Habían venido a por ellos! Pudo escuchar como desde lejos les gritaban, en busca de vida.
- Sanji – susurró – Sanji.
Movió la mano para llamar su atención y lo miró a los ojos, que estaban cerrados.
- Sanji, es un bote. Sanji. - dijo mientras movía su brazo. No había ninguna respuesta. Nami comenzó a ponerse nerviosa. Lo llamó intentando despertarle de su ensueño, y su voz comenzó a quebrarse. No podía aceptarlo. No entraba en su mente la idea de que el hombre que la había salvado tantas veces, y de tantas maneras distintas, no hubiese podido sobrevivir.
- Sanji, es un bote – dijo ella llorando. Sin embargo Nami sabía que el bote llegaba muy tarde para el. Se apoyó en sus manos mientras lloraba. El bote se marchaba, ella dejaba de notar la luz. Miró a los ojos de Sanji, que descansaban cerrados. Pensó que jamás había conocido a una persona igual, y que el había cambiado su vida por completo. La rabia invadió su cuerpo. El le había mostrado un mundo nuevo y ahora jamás volvería a ser la misma. Por un momento quiso dejarlo todo, abandonar. Ya no tenía un solo motivo por el que seguir adelante. Sería muy fácil e indoloro quedarse allí, esperando a que la muerte llegara para llevarla, y quizás volver a verle en otro mundo. Pero no pudo hacerlo. Recordó la promesa que le había hecho antes de morir.
- Vuelvan – susurró. - Vuelvan.
Nadie la escuchó. Entonces vio a su lado al hombre que tenía el silbato. Sabía lo que tenía que hacer. Cogió las manos de Sanji y las desenganchó del tablón.
- Nunca me rendiré. Te lo prometo – le dijo. Besó sus frías manos y lo dejó hundirse mientras ella contemplaba por última vez la belleza de su rostro, llorando.
Pero debía ser fuerte. Se tiró al mar y se dirigió hacia el cadáver de aquel hombre que tenía el silbato. Se lo arrancó y comenzó a hacerlo sonar. La luz volvió hacia donde ella estaba. La habían visto y se dirigían hacia ella. Finalmente se podría salvar. Cumpliría la promesa que le había hecho a Sanji.
