¡Hola! Soy Cherry y éste es mi primer fic. Es el primer capítulo; espero subir el segundo pronto. ¡Que disfruten!
Disclaimer: Los personajes de Gekkan Shoujo Nozaki-kun no me pertenecen.
Advertencias: Contenido sexual explícito.
Hori caminaba por el pasillo de la secundaria perdido en sus pensamientos.
Los últimos días, Kashima había estado actuando extraño: no le dirigía la palabra, no lo perseguía por todos lados ni proponía salir juntos —en plan amigos, eso estaba más que claro—, y a veces, hasta se escondía de él. Había consultado con Chiyo acerca del asunto, con Nozaki y hasta con Wakamatsu, pero ninguno sabía nada. Hori comenzaba a temer las cosas más terribles: que hubiese problemas con él de los que no se hubiese enterado, que se supiera algo de él que rechazaba o, peor aún, que estuviese enamorada de alguien y no se sintiera capaz de contárselo ni ocultárselo si conversaban, por eso lo evitaba. Trató de averiguar utilizando a Sakura como intermediaria qué le pasaba, pero la pelirroja nunca conseguía más información de la que ya tenía.
Inclusive su desempeño en el club se veía afectado: estaba muy distraída y se confundía en las escenas, y en varias ocasiones se excusaba con alguna tontería y se retiraba antes de que terminara la hora, fingía que sus padres la llamaban para que fuera a casa temprano o decía que tenía que estudiar mucho, y a veces ni siquiera se presentaba. Sus fans cuchicheaban todo el tiempo acerca de su inusual comportamiento, y obviamente siempre acudían al mismo Hori para saber qué sucedía, pero él nunca sabía qué contestarles.
El asunto le provocaba insomnio, y cuando estaba cansado los problemas se agrandaban como un globo siendo inflado. Una noche, tuvo la certeza de que Kashima se había metido en el peligroso terreno de las drogas, y había prestado especial atención a cualquier cambio que se produjera en su aspecto; sin embargo, la chica siempre se veía saludable y radiante. Quizás no tanto como de costumbre, pero no era nada por lo que alarmarse.
Las horas del club ya habían terminado y todo el mundo se había ido, a excepción de él, que se había quedado ordenando los disfraces y materiales varios de teatro. Kashima no había siquiera asomado la cabeza para verificar que todo anduviese bien. Hori había decidido que, costase lo que costase, iba a atrapar a su compañera de cabello azul y hacerle unas cuantas preguntas.
De repente, oyó algo inidentificable, así que se detuvo y aguzó el oído. Nada. Sólo silencio.
Iba a reanudar la marcha cuando lo escuchó de nuevo. Algo similar a un jadeo, como si hubiesen golpeado a alguien. Giró la cabeza en busca del ruido y rápidamente localizó su origen: el baño de chicas.
Eso fue un dilema. Si entraba, quedaría como un pervertido, los profesores le castigarían y lo enviarían al psicólogo escolar, las chicas se apartarían de su camino y harían muecas de asco, y aunque los varones lo felicitarían y alabarían por su «valentía», no muy tarde lo mirarían con algo de desprecio porque la moral así lo decía. Por otro lado, si había chicas peleándose, probablemente podría evitar que alguna saliera lastimada. De un modo u otro, no podía mostrarse indiferente, así que avanzó hasta el baño y se fijó que no hubiese moros en la costa, antes de abrir la puerta y entrar.
Al menos frente a los lavamanos, no había nadie. Un gemido ahogado llamó su atención; soltó su bolsa y se agachó, para fijarse cubículo por cubículo, por el espacio que había entre sus puertas y el suelo, cuál de ellos estaba ocupado. No veía piernas por ningún lado, así que apoyó el oído en cada puerta tratando de adivinar cuál era el ocupado, y no tardó en dar con él.
Sólo podía escuchar gemidos y jadeos suaves, como si la persona intentase que nadie la oyera. Seguramente estaba llorando. Dio dos golpecitos a la puerta e instantáneamente el baño quedó en completo silencio.
—Oye, ¿te encuentras bien? —preguntó rezando para que no reconocieran su voz, por si a la chica se le ocurría perseguirlo y pegarle y llamarle asqueroso y pervertido. Por un momento, nadie le contestó, pero luego una voz rota inquirió:
—¿H-Hori? —oh, mierda. Sabía su nombre—. ¿Hori-senpai? —Ahora reconoció la voz de su compañera-rival-amiga, a pesar de que hablaba casi con dificultad. Empezó a costarle respirar.
—Kashima, ¿estás bien? ¿Te lastimaste? —trató de abrir la puerta, pero no lo consiguió. La chica de cabello azul seguro estaba haciendo fuerza del otro lado, si no le había puesto traba. No obtuvo respuesta—. Kashima, si no me contestas ahora mismo, voy a entrar —amenazó. Kashima soltó un gritito y enseguida balbuceó cosas acerca de que no abriera, que esperara un momento, pero Hori, frustrado con tanto misterio, dejó de lado su sentido común y empujó la puerta.
Jamás habría esperado ver aquéllo.
Kashima se había abierto de piernas, que ahora estaban dobladas lo más cerca que podía de su cuerpo, la falda levantada y sus shorts y bragas por los tobillos. Tenía una mano apoyada en los muslos interiores, cerca de su… Hori tragó saliva, haciéndose una idea de por qué ella no quería que entrase y por qué estaba tan sonrojada. Se había llevado una mano a los labios y parecía a punto de echarse a llorar.
—Te dije que esperaras un poco… —casi lloriqueó, muerta de vergüenza. Él no pudo articular respuesta; sólo podía tener los ojos clavados en la intimidad de su amiga, rosada y húmeda, ahora algo rojiza por la intensa fricción hacía unos segundos. Un hilo de su lubricante natural se deslizaba desde ella hasta la tapa del váter, sobre el cual Kashima estaba sentada. La imaginación de Hori se puso a trabajar y le regaló la visión de una Kashima toda roja, temblorosa y deseosa por igual, introduciéndose los dedos por su apetecible vagina y acariciándose los pechos apenas presentes, tironeándose de los pezones, gimiendo y gritando su nombre. La boca se le hizo agua.
—¿Ya terminaste? —preguntó con un tono serio, sin apartar la vista de aquel lugar tan privado que Kashima, a pesar de lo embarazoso de la situación, se había olvidado de ocultar. Ella lo contempló confundida, pero negó con la cabeza.
—N-no… pero estaba por hacerlo —dijo en un hilo de voz, avergonzada de sí misma. Hori asintió y se relamió los labios, acariciando una idea que se le antojaba estupenda en ese momento.
Soltó el bolso en el que llevaba útiles y material del club e, ignorando su alrededor y el peligro de que alguien los viera —aunque fuese poco probable—, se puso de rodillas hasta tener la vagina de Kashima frente a él. Ella ahogó una exclamación de sorpresa cuando le apartó más las piernas, para poder tener un mejor acceso a ella.
—Te puedo ayudar —dijo él con la voz casi ronca por la excitación. A Kashima se le erizó toda la piel al darse cuenta de lo que tenía en mente su senpai.
—N-no es necesa… ¡A-ah! —Hori había pasado la punta de la lengua por su intimidad, enviándole corrientes eléctricas por todo el cuerpo. Era un maldito, tenía tanto poder sobre ella… con tan sólo eso podría hacerla correrse como nunca en su vida, no sería igual a cuando se tocaba en su cama desesperadamente, fantaseando con que era él quien la penetraba sin piedad, haciéndola gemir y dejando escapar jadeos roncos, arrebatándole su virginidad sin pensárselo dos veces. En muchas ocasiones había deseado contar con un dildo para sentirse más cerca de aquellas fantasías.
Ahora Hori mismo estaba lamiendo con delicadeza sus labios, limpiándolos y mojándolos aún más, hasta que se animó a introducir la punta de la lengua, arrancándole un grito de placer a la chica, que se arqueó y echó la cabeza atrás, pasándose una mano por el cabello que se le pegaba a la piel, y con la otra tomando la cabeza de su senpai. Sus dedos no sabían qué hacer, tironeaban de sus mechones desordenados, masajeaban el cuero cabelludo, hacían cualquier cosa para incentivarlo a meterle la lengua un poco más. Y Hori así lo hizo, penetrándola, moviendo su húmedo músculo de arriba abajo, haciendo círculos con él, utilizando con sumo cuidado sus dientes para mordisquear apenas sus labios, deleitándose con los gemidos y caricias de su kouhai. Recorrió con sus manos aquellas hermosas piernas largas, suaves y blancas, sintiéndose más caliente con cada segundo que pasaba; pero esta vez le tocaría a Kashima. Ya habría tiempo después para ocuparse de sí mismo.
—H-Hori… ¡H-Hori! —Kashima lloriqueó y le tironeó del pelo, echándose hacia adelante, cuando él alcanzó su clítoris. Hori dedicó toda su atención a esa parte, provocando que a ella le azotaran espasmos de placer con cada lamida, hasta que sintió una oleada de calor por todo el cuerpo y gritó el nombre de su senpai a la vez que se venía como nunca había hecho, dejándola jadeante y agotada, débil, con el cuerpo igual que una marioneta sin dueño. Hori se ocupó de limpiarla, notando que sorprendentemente, su amiga tenía muy buen sabor, y cuando consideró que su trabajo ya estaba hecho se levantó, limpiándose los labios con la lengua.
—Kashima. —La llamó, sacudiéndola apenas del hombro—. Kashima, tienes que vestirte. —Ella seguía cabizbaja y roja hasta las orejas. Hori suspiró y, tomándola de la barbilla, le obligó a levantar la vista, dejando al descubierto sus ojos verdes vidriosos.
—P-perdón, Hori-senpai… —tartamudeó, conteniendo las ganas de echarse a llorar. Hori la había encontrado masturbándose, y se había sentido con el deber de ayudarla, como se esperaba de un senpai. Era la peor kouhai del mundo… Hori negó con la cabeza.
—No tienes por qué disculparte. Vamos. —Comenzó a subirle la ropa interior, aprovechando para tocar de nuevo esas piernas que lo estaban volviendo loco. Kashima se secó los ojos con el dorso de la mano y también puso manos a la obra, pensando que a pesar de que ella era la peor kouhai del mundo, tenía al mejor senpai del mundo.
