Capitulo I. Sombras de media noche

Albus Severus Potter era un niño de once años de estatura baja y delgado, cabello negro azabache y revuelto; sus ojos verdes esmeraldas se abrieron ante un panorama desolador: se encontraba solo en un bosque, en el cual, nunca había estado en su vida. Se quedó quieto unos minutos mientras observaba a su alrededor. Recorrió con su mirada, algo confundido y aterrado, cada detalle: la tierra poblada de hierbas silvestres y árboles tan mustio que ya no se hallaba vestigio de vida. Solo las pobres hojas, ya en su último aliento, caían con algo de gracia por la brisa. Miro hacia el frente. Un sendero se encaminaba sobre sus pies descalzos y seguía su camino hasta perderse de vista por la niebla. A los costados del sendero, se encontraban los arboles raquíticos y decrépitos, con sus ramas pobladas de moho y musgo. Albus observo detenidamente los árboles. Los surcos de estos dibujaban el rostro de personas en el más horrible sufrimiento. Era tan impactante la semejanza que hasta le pareció grotesco y aterrador. Las ramitas que comenzaban desde el tronco eran los brazos esqueléticos de aquella gente con grandes abrigos de moho.

Aparto la mirada de aquel panorama en desgracia y se centró en el sendero que estaba al frente de él. Las cortinas de niebla eran espesas a lo lejos. Pero si era una salida de ese horrible lugar, era mejor comenzar a avanzar. Una brisa fría y silenciosa se escurrió entre los árboles, ayudándoles a moverse al son de ella. El silencio en ese bosque era inquietante. No se hallaba ni el más mínimo signo de vida. Ni un sonido. Solo el eco de la brisa que soplaba detrás de él y le erizaba los pelos detrás de la nuca.

Confundido y nervioso, sin poder evitar mirar hacia sus lados, inicia su caminata por el sendero descritos por los habitantes esqueléticos. Los ecos de sus pisadas resonaban aún más fuerte entre tanto silencio. Podía oír claramente que pisaba la hierba y el barro. Como se hundían sus pies en el helado suelo y se pegaban esta mezcla en sus plantas, quedándose entre sus dedos. Ya un poco más tranquilo, siguió caminando por el sendero. La niebla no le daba tregua. Las cortinas brumosas no se levantaban ni con el viento que comenzaba a silbar entre los habitantes desdichados que movían sus brazos raquíticos como una alabanza al caminante de aquel sendero. Una alabanza que no le gustaba recibir de ellos. Siguió andando por el camino señalado, con su túnica haciendo un leve "fru-fru". Caminaba y caminaba, pero el panorama seguía sin cambios. Sentía que los pies ya estaban totalmente cubiertos de esa pastosa mezcla de hierba y barro entre sus dedos y la planta de este. Cada vez se le hacía más difícil caminar entre el espeso y pegajoso barro. Tenía que ir con cuidado para no resbalarse y no golpearse en la cabeza.

De repente, unos segundos pasos se escucharon a lo lejos justo detrás de él. Albus se detuvo y agudizo el oído para escuchar mejor. Silencio absoluto. Tal vez era su imaginación. Siguió su camino, un poco nervioso. Un minuto más tarde, escucho nuevamente las lejanas pisadas. Volvió a detenerse y, esta vez, volteo para ver a sus espaldas. No había nadie. El velo de la niebla no dejaba ver a ningún extranjero que caminase por el mismo sendero en el que Albus se encontraba. Se quedó viendo por varios segundos antes de seguir avanzando y agudizo aún más el oído. Ningún sonido, ningún paso. Nada… aún. Asustado, continuo caminando, pero esta vez un poco más rápido aunque le costara caminar por el fango. De nuevo se escucharon los pasos del segundo caminante. Tuvo el leve impulso de parar y gritar "¡¿Quién anda ahí?!" pero no se atrevió. El susto le impedía frenara sus piernas. Su impulso de correr era más grande que cualquier otra cosa. Los pasos del extraño se agilizaban al ritmo de él. Podía oírlo. Era como si el corredor que se quedó atrás y que quería alcanzarlo para ganar, de alguna u otra forma, la carrera. Albus agrando más sus pasos y, sin que se diera cuenta, empezó a correr ante la gran dificultad de aquel fango que se pegaba más aun a sus pies. Casi pierde el equilibrio al resbalarse pero continúo. Podía oír a su propio corazón acelerar como una locomotora con el motor a punto de estallar. Se le apegaba la túnica que llevaba puesta a su cuerpo. De vez en cuando, miraba hacia atrás para poder ver a su perseguidor, pero no había nada. Ni a nadie. Sin embargo, su mente estaba sumergido en el miedo y en el pánico, solo quería salir de ahí para dejar atrás al extraño ya que tampoco quería saber quién era.

De un momento a otro, los pasos apresurados del segundo personaje se detuvieron en seco. No obstante, comenzó un ruido aún más perturbador. Era demasiado extraño… como un zumbido de algo volando… justo al lado de él. Giro la cabeza a la derecha y vio con asombro y terror que algo flotaba entre los arboles decrépitos. Algo de traje negro y… "flamas plateadas" que se agitaban contra el viento silbante. Cerró fuertemente los ojos y se dedicó a correr mucho más rápido que antes. El pecho le ardía y le sofocaban en sus pulmones. Apenas sentía las piernas. Quería salir de ahí. Abrió los ojos y vio hacia el frente… fue, entonces, cuando lo vio. Con una túnica negra y un báculo en su mano izquierda, un muchacho de cabello largo y plateado lo miraba fijamente con sus ojos negros y vacíos. Albus quiso parar, pero sus piernas no reaccionaban. El extraño levanto el báculo y una enceguecedora luz se emano de la punta de este. Su piel se reflejaba en la luz. Era demasiado pálida, como el marfil.

- Ya es hora – anuncio una voz que retumbaba el bosque – prepárate.

- ¿Qué? – se escapó de la boca de Albus, casi inaudible.

- Ya viene… ya viene… - le susurro otra voz silbante.

- ¡Espera! – grito Albus con todas sus fuerzas.

Entonces, Albus se encontraba en su cama acostado, en la habitación de los chicos de la torre de Griffindor. Su cuerpo estaba tan empapado de sudor que su pijama y las sabanas se le habían pegado en el cuerpo. Su corazón latía a mil por hora y le dolía el pecho al respirar. El brazo derecho estaba extendido hacia el techo de la habitación como si quisiera alcanzarlo. Ni siquiera sabía en qué momento fue que levanto el brazo y ni por qué. Su cabeza empezó a dolerle como nunca antes le había dolido. Era un tambor que se golpeaba constantemente. Dejo caer su brazo al costado de la cama. Era tan real ese sueño que acababa de tener. Demasiado real. El bosque oscuro y horripilante, la niebla espesa, el fango… y ese personaje extraño que había aparecido al final de su sueño… más bien de su pesadilla. Ya no recordaba la cara de aquel personaje. Lo único que recordaba de él era largo cabello de plateado y el báculo de su mano izquierda. Su pecho le dolía mucho. Intento calmarse diciéndose a sí mismo que no era real, que todo era producto de un mal sueño… solo un mal sueño.

Miro el reloj que reposaba sobre la mesita de noche. Eran las dos de la mañana. Había dormido apenas cuatro horas. Atribuyo su pesadilla a la gran cantidad de comida que había cenado en esa noche. En el tren no se había atrevido comer nada por temor a vomitarlo de solo los nervios de la selección. Después de que lo habían elegido en Gryffindor, se deshizo el nudo que había en su estómago y dio un gran paso a un apetito feroz. Devoró cada tipo de comida que había en las bandejas cercanas a su plato. Juro a si mismo que nunca más volvería a comer como un condenado mientras el agotamiento se apoderaba de él. Sus parpados le pesaban poco a poco por el cansancio mental y nuevamente se sumergió en un profundo sueño.

...

A la mañana siguiente, Albus ya había olvidado el mal sueño y, vestido con su túnica, ordenaba sus cosas para su primer día de clases en Hogwarts.

Buenos días – le saludo un chico de cabellos rubio, ojos azules, de tez pálida y era más alto que Albus. Era Michael Turner, compañero que había conocido en el Hogwarts Express que aun andaba en pijama.

- Buenos días, Michael – le saludo Albus y miro el rostro del chico, inspeccionándolo cada centímetro de su cara - ¿Ya te sientes mejor?

- Mucho mejor – le contesto Michael con una gran sonrisa – solo era un pequeño mareo que tuve ayer. Siempre me pasa cuando viajo en medio de transporte.

"Un pequeño mareo"… si así lo llamaba, no quería saber cómo se veía cuando realmente estuviera enfermo de gravedad. En el tren, el pobre chico se asemejaba un muerto en vida. Su piel estaba al borde del torno verde grisáceo y se tapaba la boca cerrando los ojos para no vomitar. Aunque su método no le funciono por mucho tiempo. Casi le vomita encima a otro chico que estaba sentado a su lado. Albus y Rose, su prima, se apresuraron en abrir la ventanilla del vagón para que no ocurriera nada desagradable. "Tuvimos suerte" pensó el muchacho mientras colocaba el último libro en su mochila y coloco su mochila a su espalda.

- Te espero en la sala común – le dijo a Michael al dirigirse a la puerta del dormitorio.

- Ok – le contesto mientras se quitaba el pijama perezosamente para ponerse su ropa.

Albus cruzo la puerta, bajo las escaleras y cuando estaba en el quinto escalón miro hacia donde estaban los sillones. Alguien estaba leyendo un libro. Observo con más cuidado quien era y se congelo con solo saberlo. Era un chico que también había conocido en el tren, pero a diferencia de Michael, este no era demasiado amistoso. Corrección. "Nada" amistoso. Sus facciones pálidas resaltaban esos ojos negros y penetrantes con su cabello del mismo color que le llegaba hasta los hombros. El nombre de ese chico era Antonie Smith.

Bajo el resto de la escalera con cuidado para no llamar la atención de Antonie. No quería que se diera cuenta que siquiera estaba ahí. No después de lo que había pasado en el tren. En ese momento, Antonie estaba de muy mal humor y comenzó a descargar su rabia en Michael. "Mantén tu boca cerrada si tienes nauseas, no quiero que me tires tus porquería encima" recordó Albus la frase que había dicho Antonie al notar que cada vez que Michael intentaba no hacer ahorcadas. Su prima no soporto el mal trato que recibía Michael de parte de Antonie y fue en su defensa. Ambos discutieron, gritaron y se lanzaron miradas fulminantes mutuamente. Rencor mutuo le llamaba Albus. Aunque también le tenía un resentimiento a Michael por casi convertirlo en una bolsa de vómito, pero no estaba seguro… de lo que estaba seguro es que también lo odiaba a él. Más que a su prima, se podría decir. Para su mala suerte, cuando habían llegado al lago y estaban en fila para subir los botes, Albus tropezó con algo y accidentalmente empujo a Antonie en el momento en que estaba abordando uno de los botes. El pequeño accidente causo un efecto domino que nunca se pensó que iba a pasar: Antonie cayó a la orilla del lago donde se encontraba a unos centímetros del tentáculo del legendario calamar gigante que tanto había oído hablar de su hermano mayor. En consecuencia, Antonie había despertado al calamar lo que no le agrado, ya que el tentáculo se puso a perseguirlo mientras el huía por su vida. Muchos se rieron de la escena hasta las lágrimas, excepto Albus que miraba con estupefacción lo que había provocado. Hagrid, el guardabosque del colegio, tuvo que golpear el tentáculo con la lámpara para que dejara de perseguir al muchacho y se sumergiera de nuevo en las profundidades de sus dominios. Cuando llegaron al castillo para ser seleccionados, muchos alumnos se burlaron de él al saber que fue perseguido por la criatura habitante del lago. Y eso no hacía sentir mejor a Albus…

Estaba por bajar el último escalón sin ser visto por Antonie cuando este gira la cabeza para espantar una mosca y se da cuenta de la presencia de Albus. Otra vez, su mala suerte le hacía compañía.

- Buenos días – saludo con timidez

Antonie lo miro con el más profundo rencor y, en vez de devolverle el saludo, con una voz fría y cortante dijo:

- ¿Qué quieres?

- Eh… bueno, yo… - balbuceo con una voz casi inaudible. El carácter de Antonie era demasiado aterrador. Pero aun así, se sentía culpable de lo que había pasado y prefirió tragarse su miedo. – yo lamento… lamento lo que paso en el lago… no fue mi intención… fue un pequeño accidente…

"Pequeño accidente"… una mala elección de palabras, pensó Albus ya que en cuanto termino de decir esa pequeña frase, Antonie cerro el libro que tenía en la mano sin siquiera mira en la página que había quedado y lo dejo en el sillón. Estaba furioso.

- ¿Pequeño? – repitió impaciente y rabioso sin dejar de que sus ojos penetrantes se apartaran de un Albus ya muy nervioso – Me tiraste prácticamente a un calamar gigante que casi me mata y me lleva al fondo del lago. ¡Todos se burlaron de mí!

- Lo siento, tropecé con algo… - se excusaba Albus, pero Antonie lo interrumpió.

- Sí, claro… no nací ayer, Potter.

Antonie tomo su libro que había dejado en el sillón y lo guardo en su mochila que estaba en el suelo. Se lo llevo a su espalda y con una actitud amenazante se acercó a Albus.

- No creas que no sé qué estaban planeando tú y esa lo que sucedió ayer… tú y esa estúpida chica-ardilla.

- ¿Disculpa?

Una niña pecosa de pelo castaño había aparecido a la mitad de la escalera. Sus ojos eran azules y sus incisivos un poco más grandes que lo normal. Era Rose Weasley, la prima de Albus, quien no estaba muy contenta de escuchar aquel sobrenombre.

- ¿A quién le dices "chica-ardilla"? – pregunto enfadada

- Pues a ti, a quien más – le contesto desafiante Antonie – me voy, no pienso llegar tarde por perder el tiempo con ustedes.

- ¡Eres un…! – le grito Rose cuando este se dirigió a la salida de la sala común

- Tranquilízate – le aconsejo su primo antes de que completara la palabrota.

Ambos vieron como Antonie cruzaba el retrato de la dama Gorda y se perdía de vista. Era obvio que no perdonaría a Albus tan fácilmente por lo que había pasado en el lago. Ni hoy, ni mañana y tal vez nunca.

Rose bajo hasta donde estaba Albus y luego apareció Michael detrás de ellos bajando de dos en dos los escalones de la escalera.

- Hola, Rose – saludo Michael pero esta no le hizo caso. Miro confundido a los dos - ¿Qué pasa?

- Ese estúpido Smith – seguía hablando para si la chica - ¡¿Cómo pudieron ponerlo en Gryffindor?! ¡Si se nota a leguas que es un Slytherin!

- Antonie la insulto de nuevo – le explico Albus a Michael por lo bajo de las quejas de su prima.

- Y tú, ¿qué hacías hablando con ese? – le pregunto exasperada a Albus.

- ¿Eh?... bueno quise disculparme con él por lo de ayer en el lago… - le contesto con timidez.

- Ni tenías qué… se lo merecía – le dijo Rose mientras caminaban hacia el retrato.

Los tres se dirigieron al gran comedor por los grandes pasillos del colegio. Michael y Albus intentaron dejar de lado el tema de Antonie para que Rose estuviera de un mejor humor comentando lo bueno que sería el primer día en Hogwarts. Llegaron al gran comedor y lo primero que escucharon fueron los bullicios de las conversaciones retumbando en las paredes de piedra con gran fuerza. Chicos y chicas de todas las casas hablaban de sus últimos días de vacaciones con una gran añoranza y otros como un recuerdo que nunca iban a olvidar. Muchos reían y lanzaban bromas a sus compañeros que aun querían estar en la comodidad de su cama y seguir con Morfeo para que dieran un poco más de arena mágica de sus sueños. Otros planeaban como subir sus calificaciones prometiéndose a sí mismos en testimonio de sus amigos que rendirían más y no se pondrían a los pies de la holgazanería, entre risas porque quizás no fuese la primera vez que hacían aquel juramento.

Albus, Rose y Michael se sentaron en la mesa de Gryffindor y, por arte de magia, aparecieron tres platos de tocinos con huevos fritos y un zumo de calabaza con panecillos.

- ¡Estupendo! – exclamo Michael con un gran júbilo – ¡me muero de hambre!

Albus y Rose les hizo gracia la actitud de su amigo. En la cena no había comido ni una sola cosa. El pobre estaba aún del tono grisáceo verdoso y con nauseas. Madame Pomfrey tuvo que llevárselo a la enfermería por lo que Albus no lo vio hasta que fue la hora de dormir.

- Solo evita atragantarte con la comida – bromeo Rose al ver que Michael ya estaba al ataque sobre los alimentos.

- Muy bien – le contesto y empezó a devorar su desayuno.

Albus tomaba su zumo de calabaza cuando alguien lo tomo por detrás inmovilizándolo y dándole coscorrones mientras una voz conocida le decía riéndose:

- Felicidades hermanito, ya eres un Griffindor.

- ¡Arg! ¡James! ¡¿Quieres parar?! - exclamo molesto Albus liberándose de la llave que le había hecho su hermano.

Un muchacho de alta estatura, cabellos negro azabache y más ordenado que el de Albus; ojos castaños y tez morena sonreía de manera burlona hacia su hermano menor. James Potter era el nombre del chico. Y como siempre, hacia jugarretas a Albus por diversión.

- Oh, vamos – le dijo entre risas – solo te estoy felicitando

- Hay otras maneras de felicitar, James. – le espeto Albus limpiando el zumo que se le derramo en la túnica – Se más normal.

James ignoro a su hermano menor hablándole a Rose y a Michael me manera cordial, ya casi teatral.

- Felicidades a ustedes también, Rose y… ¿disculpa cómo te llamas? – dirigiéndose a Michael.

- Michael Turner – se presentó el chico rubio.

- Un placer – dijo con una voz actuada y haciendo una gran reverencia. Las personas alrededor veían la escena montada por James, riéndose por lo bajo.

- James, no seas payaso – le dijo Rose apoyando su cara en su mano.

- Si fuera uno, ya saldrías corriendo, querida prima – le respondió acomodándose la túnica dedicándole un sonrisa burlona. Rose se sonrojo un poco mientras Michael tenía la duda de lo que era un payaso. – bueno, ya cumplí mi misión aquí. Nos vemos, pequeño hermano.

Los tres vieron a James alejarse de donde estaban sentados y reunirse con otros tres chicos que se reían probablemente de algo que les había dicho el chico.

- Que simpático – comento Michael mientras se llevaba a la boca el último panecillo.

- Es todo un caso – le contesto Albus que estaba tratando de ordenarse el cabello que James le había desordenado, pero era una batalla perdida. Al igual que su padre, su cabello era difícil de domar.

Albus, Rose y Michael, al terminar de desayunar, se dirigieron a la primera clase que les tocaba. Fue una mañana tranquila y así se mantuvo todo el día. En encantamientos, el profesor Fliwint, un profesor de estatura mucho menor que la de sus alumnos y de una barba blanca que le llegaba hasta la cintura, les enseño como usar la varita de manera correcta para realizar los conjuros futuros. Tuvo que pararse en una pila de libros en la silla de su escritorio para poder mostrarle a toda la clase para mostrar el movimiento de muñeca con la varita.

Luego, en la clase de Herbología, el profesor Longvotton, un hombre que tenía varias cicatrices en su cara y manos, les mostraba las distintas plantas del invernadero mientras decía para qué era cada una de ellas. Una casi le come la mano al intentar tocarla por lo que el profesor tuvo que usar unas pinzas para mostrarla. Para trabajar, empezaron con una muy pequeña y particularmente apestosa y que secretaba una baba pegajosa. A Albus, en repetidas ocasiones, se le había pegado esa baba al guante de protección. El olor asqueroso a huevos podridos mezclado con calcetines sucios de su hermano no se le quitaba de la nariz a pesar de que había terminado la clase.

Luego les toco transformaciones con los de Slytherin, pero había un problema… la profesora aun no llegaba.

- Hasta cuándo vamos a esperar aquí afuera – reclamo un chico de Gryffindor moreno y de pelo rizado y negro.

- Ya se tardó, ¿no creen? – comento una chica pelirroja a otra chicas de su grupo.

- ¿Cuánto llevamos esperando? – pregunto Albus a su prima ya aburrido.

- Media hora – le contesto mirando su reloj de mano.

De repente, un estruendo se sintió adentro del aula semejante al de una explosión. Todos los alumnos quedaron paralizados, hasta los que estaban dormitando tranquilamente sentados en el suelo empedrado se despertaron dando un respingo. Todos se preguntaron qué fue lo de antes. Entonces, vino un segundo estruendo muchos más fuerte que el anterior. Fue tanto el impacto que abrió de par en par, de forma muy violenta, la puerta del salón chocando contra la pared y dejando salir un humo violeta. Todos los que estaban cerca de la entrada al salón se alejaron lo más pronto posible de ella para mayor seguridad. Fue entonces cuando, entre el humo salió una señorita de largo cabello rubio, tez blanca aunque algo oscurecida por el humo y de túnica color purpura. Poseía una mirada perdida en aquellos ojos grises y su sombrero puntiagudo tenía una pequeña flama azul en la punta como una vela. Todos, impactados y en estado de shock, veían con los ojos bien abiertos a la persona que acababa de aparecer.

- Oh, siento la demora - se excusó la señorita de forma serena – estaba haciendo los últimos arreglos para clase de hoy.

Entonces, todos comprendieron que aquella persona era la profesora de transformaciones. Albus había escuchado de ella en una de las historias que contaba James al regresar de su primer año en el colegio. Decía que la profesora de esta asignatura era la más rara que había visto en su vida y algunos decían que estaba loca por usar ese ridículo sombrero de punta con esa flama azul o porque una vez la vieron buscando criaturas que no existían por los pasillos de Hogwarts. Cuando lo había escuchado de James pensó que era unos de sus inventos, pero ahora que la veía con sus propios ojos, ya no eran simples invenciones.

La profesora los quedo viendo a los alumnos aun con el rostro tranquilo y les ordeno que entraran. Aun sorprendidos del acontecimiento reciente, entraron con cuidado al aula. Tanto las paredes como los muebles del salón estaban cubiertas de un polvo gris y de algo gelatinoso de color purpura que de seguro era producto de la explosión. Con un movimiento de varita, la profesora limpio el salón y lo dejo reluciente. También arreglo la puerta que se había trizado con el impacto contra la pared al agitar su varita. Todos los estudiantes se dirigieron a los asientos mientras comentaban por lo bajo de la profesora entre ellos: ¿Qué era lo que estaba haciendo? ¿Algún tipo de experimento? Nadie se atrevía a preguntarle… de por sí ya era demasiado extraño su forma de comportarse. Sin mencionar que era bastante extraño su sombrero con esa flama azul en la punta como una lámpara. La señorita camino hasta su escritorio aun con la mirada perdida y con su voz tranquila se presentó:

- Mi nombre es Luna Lovegood – dijo agitando la varita para que se abrieran las cortinas de las ventanas – y seré su profesora de Transformaciones. Ahora verán, las transformaciones no es algo sencillo. Se necesita práctica y concentración…

Nuevamente, agito la varita arriba de su cabeza convirtiendo ese sombrero puntiagudo con la flama azul en un mono capuchino que chillaba y se movía de un lado a otro de su cabeza, revolviéndole la cabellera rubia. Volvió a mover su varita y el mono capuchino ya era de nuevo el sombrero de antes. Todos miraron con asombro lo que acababa de hacer queriendo comenzar la clase en ese mismo instante. Iniciaron con una caja de botones que tenían que convertirse en escarabajos para el final de la clase. Sin embargo, muchos vieron que la profesora había tenido la razón al decir que no era fácil. Muchos solo lograron que aparecieran las antenas al botón o las patitas. Solo Rose fue capaz de convertir una caja entera de botones en pequeños escarabajos que revoloteaban a su alrededor y que luego volvían a su caja para reposar de su vuelo.

Albus miraba con orgullo a su prima, después de todo era muy inteligente y hábil con la magia. Antes de venir a Hogwarts, siempre la veía pegada a los libros cuando iban a visitar a sus abuelos en el verano. Su tío Ron decía que había sacado el cerebro de su tía Hermione. Entonces, se dio cuenta que no era el único que la miraba: Antonie la observaba rabioso murmurando para sí cosas que Albus suponían que podrían ser. Pero más gente que contemplaba a su prima. Scorpius Malfoy, un chico rubio y ojos grises, con cara puntiaguda y tez blanca de Slytherin, miraba con frialdad a su prima. Y de paso, también lo observaba a él. Sus ojos grises se detuvieron en Albus, inspeccionándolo de arriba abajo como si estuviera analizando a su enemigo. Fue, entonces, cuando el timbre de receso sonó indicando que había terminado la clase. Scorpius dejo de observar a Albus, agarro sus cosas y se fue lo más rápido posible hacia la salida. Albus, aun sin comprender al chico de Slytherin, guardo todas sus cosas y espero a su prima con Michael en la salida del salón mientras ella conversaba con la profesora. Estaba muy complacida por el rendimiento de Rose.

Y así, transcurrieron los días hasta que llego el viernes de la primera semana de clase. Albus, Rose y Michael estaban en el Gran comedor almorzando mientras Rose veía el horario que le habían pasado. Habían salido de la clase de Historia de la Magia, una de clases más tediosas en la que Albus tuvo que estar. Aunque fuese interesante que el profesor Binns fuera un fantasma de un anciano que alguna vez se levantó un día dejando su cuerpo atrás así como así, la voz del hombre no era de las más vigorosas. Tuvo que hacer un esfuerzo sobrehumano para no quedarse dormido mientras Michael estaba a cabezazos, como la mayoría, y accidentalmente derramo toda la tinta sobre su pergamino. Rose era la única que estaba totalmente despierta en esa clase. Su primo aún se preguntaba como lo hizo.

- ¿Qué nos toca ahora? – pregunto Albus mientras cortaba un pedazo de pollo.

- Defensas Contra las Artes Oscuras – anuncio Rose – y con Slytherin… solo espero que Mirna no empiece otra vez…

- ¿Mirna Rockbell? – pregunto Michael con su boca llena de puré de papas - ¿te refieres a la chica de Slytherin que se burló de ti en pociones?

- Aja… gracias por recordármelo – le dijo con sarcasmo la chica.

- Oh, vamos – le respondió el chico rubio – de seguro ya olvido el incidente…

Albus se sintió incomodo por el tema de conversación, después de todo se sentía responsable de que Mirna llamara a Rose "mapache sabelotodo". Fue a mitad de semana, en la clase de pociones cuando el profesor Slughorn, un anciano, gordo y con un bigote pequeño que lo asemejaba más a una morsa vieja, les hizo hacer una poción desvanecedora. Albus no sabía ni cómo ni cuándo había hecho un desastre en su caldero. Estaba seguro que había seguido bien las instrucciones del profesor. Entro en pánico cuando empezó a burbujear de manera peligrosa. Le pidió ayuda a Rose para poder arreglar el gran caos en su caldero. Le puso otros ingredientes para ver si dejaba de burbujear y humear, no obstante, no fue de gran ayuda. Más bien lo empeoro. El caldero salpicaba hacia todas las direcciones y el humo cambiaba de colores desde el rojo al verde, del verde al amarillo, de amarillo al azul y así sucesivamente. Tuvieron que llamar al profesor y cuando él se acercó, el caldero estallo y salpico violentamente todo el contenido hacia todas las direcciones. Toda el aula era el mayor desastre que se pudo haber visto en esa semana. Todos tuvieron que salir rápidamente del lugar. Rose se había empapado de la poción junto con Albus y el profesor. Les comenzó a salir pelo en donde se había salpicado con la sustancia. Albus tuvo suerte, solo le había llegado en la mano y en su túnica; al profesor se le había transformado el sombrero a un gorro peludo pero la mayor afectada fue su prima. Le había llegado en lleno en la cara y le comenzó a salir pelos cortos en ese mismo lugar y sus sujetadores de cabellos le hacían semejante a un animal de la pradera. Albus y Rose tuvieron que ir a la enfermería entre las burlas y risas de los de Slytherin. Se quedaron toda la noche ahí hasta que se les pasara el efecto de la poción.

- Aun no me explico cómo Al hizo esa monstruosidad de poción – comento Michael.

- Lo siento – dijo sintiéndose abochornado al recordar esa situación – no fue mi intención…

- Lo sé, Al – le interrumpió Rose – lo sé. Ya me lo dijiste y ya acepte tus disculpas.

- Y también el profesor Slughorn – agrego despreocupado Michael.

Los tres terminaron de almorzar y se fueron directo al salón de su siguiente clase. Entre los pasillos, estudiantes iban y venían. Los fantasmas del castillo deambulaban conversando entre ellos atravesando paredes y uno que otro alumno sin querer. Incluso se podía ver a Peaves, el polstergeist, volando sobre las cabezas de cada persona de los corredores derrumbando las armaduras a propósito mientras Filch, el celador del colegio, gritaba mil y un maldiciones persiguiendo a Peaves junto con su gata, la Señora Norris, siguiéndole como su fiel guardaespaldas. Una que otra mirada furtiva les lanzaba el celador a los estudiantes que se reían de la situación. Albus no pudo evitar dejar escapar una risa al ver la escena entre el polstergeist y Filch cuando este primero le había agarrado uno de sus palos de escoba y se había puesto jugar golf con las cabezas de las armaduras mientras el celador se hartó y comenzó a tirarle los útiles de limpieza sin siquiera achuntarle. Filch se dio cuenta de que Albus se estaba riéndose y le envió una mirada fulminante.

- Evita meterte con Filch – le recomendó su prima al llegar a la puerta del salón.

- No hice nada – se defendió Albus.

Al llegar, se encontraron con tres compañeros de la misma casa: Bruce Harper, un chico de cabello negro (al igual que sus ojos) y rizado con piel oscura; Kenta Okumura era de ojos pequeños, cabello castaño y liso que tenía un particular mechos en la nuca además era delgado y moreno. Y el tercero era Antonie. Los tres esperaban afuera del aula hasta que empezara la clase. Bruce y Kenta saludaron a los tres recién llegados mientras que Antonie los ignoro por completo.

- ¿Ya te sientes mejor, Rose? – le pregunto Bruce.

- Si, gracias – le contesto Rose.

Antonie dejó escapar una risita mientras miraba hacia el techo. Rose frunció el ceño durante un momento pero no dijo nada. Albus supuso que se estaba conteniendo. Después de todo, estaba a la entrada del aula y había la posibilidad de que el profesor estuviese hay adentro.

- Vaya, vaya - dijo una voz que venia del pasillo – miren a quien tenemos aquí… al chico con cabeza de calamar.

Cuatro chicos de Slytherin se aproximaban a la entrada del salón, lo que no le gustó nada a Antonie por lo que observaba Albus. Este se puso de pie y se puso a la defensiva dejando de lado su mochila. El rostro del muchacho se tornó frio ante la presencia de los recién llegados: Scorpius Malfoy, Vincent Blair y los gemelos Eastman, Bob y Gerald. Vincent era un chico alto, delgado y su rostro se asemejaba al de una rata; Bob y Gerald eran enormemente corpulentos para su edad, con ojos pequeños y de orejas enormes como las de un troll; el rostro afilado de Malfoy dibujaba una sonrisa burlona ante Antonie. Albus supuso que ya se habían conocido personalmente por la manera en que lo trataba y no era de los mejores tratos.

- ¿No deberías estar en el lago? – pregunto Blair a Antonie

- De seguro tiene miedo de volver allá – insinuó Malfoy – ¿no viste como corría el muy cobarde?

- Si, lo recuerdo – comento unos de los gemelos Eastman- gritaba como un bebe asustado… de seguro se hizo en los pantalones.

Hubo una risa general entre el grupo de Malfoy. Muchos curiosos que andaban cerca se detuvieron a escuchar lo que estaba pasando. Albus observaba como Antonie se le coloraban las mejillas y los miraba con rabia.

- Te crees muy valiente con tu pila de imbéciles – le dijo a Malfoy lívido de rabia – pero si estuvieras solo no tendrías las agallas ni para atreverte a enfrentarme.

- ¿Para qué voy a enfrentar a alguien que le tiene miedo a una criatura que apenas se mueve de ese lago? – le pregunto con ironía Malfoy.

- ¡Yo no le tengo miedo a ese estúpido calamar! – vocifero Antonie aún más rojo de lo que estaba antes.

- Eso dices tú, pero la mayoría aquí presente vio como corrías despavorido y gritabas "quítenmelo de encima, por favor" – decía Malfoy conteniendo la risa.

- Maldito bastardo de… - dijo aún más furioso yendo hacia Malfoy a golpearlo.

Entonces, Antonie estaba a punto de propinarle un puñetazo en la cara a Malfoy cuando Blair hizo un movimiento rápido y se puso a espaldas del chico de piel centrina agarrándole los brazos por detrás. Lo levanto unos centímetros del suelo y lo coloco a la altura de uno de los gemelos que apretaba sus nudillos para poder golpearlo. Albus, Bruce, Kenta y Michael intentaron intervenir. Sin embargo, el otro gemelo se interpuso en su camino de modo amenazador.

- ¡Suéltenlo! – exigió Rose para la sorpresa de muchos que se acercó al grupo de Malfoy.

- ¿O que, Weasley? – le miro burlón Malfoy.

Un chillido se escuchó de parte del chico cara de rata. Antonie le había pegado una patada en las canillas para liberarse cuando uno de los gemelos le iba a propinarle el golpe. Como un gato, se escabullo entre ellos y, aprovechando la oportunidad, se dirigió hacia Malfoy que lo había pillado desprevenido. Lo tomo del cuello de la túnica y estaba preparado para hacerlo pagar con su puño.

- Ejem… - carraspeo una persona que estaba detrás del grupo de Malfoy.

Todos miraron para ver quién era y se quedaron congelados al verlo. Un hombre de cabellos trenzado, largo y negro; ojos cafés, tez blanca y alto que llevaba puesto una túnica plateada tenían una mirada seria y de desaprobación.

- Tengo entendido que las peleas entre los estudiantes están prohibidos, ¿no es así? – dijo el hombre con una voz ronca. Luego, se dirigió a los curiosos que estaban escuchando – los que no sean de este grupo, vayan a sus clases respectivas ahora mismo. De lo contrario, les bajo cinco puntos por estar fuera de ella.

Entonces, todos los curiosos que escuchaban la discusión se fueron inmediatamente del lugar. No quería tener problemas con el profesor. El hombre miro nuevamente a los alumnos involucrados, sobre todo a Malfoy y a Antonie donde este segundo seguía en la posición de darle el puñetazo.

- Señor Smith – dirigiéndose a Antonie – suelte al señor Malfoy, si no es mucha molestia.

Antonie tuvo que obedecer y soltó a Malfoy. Aún estaba echando humo por las narices por lo furioso que estaba. Luego, el profesor se dirigió al grupo de Albus que habían tratado de inmovilizar al otro gemelo.

- Ustedes, sepárense

- Pero ellos empezaron – explico Bruce al separarse del grandulón.

- Es cierto, profesor – refuto Rose

- Silencio – le contesto el profesor de manera cortante.

Todos se enmudecieron al escuchar esa voz ronca en tono de mando. Aunque los veía sin mayor alteración, Albus pudo distinguir en su voz que se le había agregado una pisca de molestia.

- Que no se repita – les advirtió a los dos grupos, sobre todo a Antonie y a Scorpius – o los tendré que castigarlos… a todos, sin importar quien haya empezado. ¿Quedo claro?

- Si – respondieron todos los involucrados al mismo tiempo.

- Bien – suspiro el profesor.

Albus vio que los demás de la clase ya habían llegado sin que él se diera cuenta. Al parecer, la mayoría se había quedado viendo la discusión. El profesor abrió la puerta del salón y todos entraron sin decir ninguna palabra. Antonie y Malfoy fueron los últimos en entrar con el profesor. Entonces, cuando él estaba arreglando sus cosas en el banco y en el instante que ellos estaban entrando, vio algo extraño en la mirada del profesor. Por un momento creyó que miraba a Antonie con cierto interés… una mirada fría y calculadora se destello por unos segundo en esos ojos cafés. Parpadeo unas cuantas veces si no le estaba engañando sus ojos sacudiendo la cabeza. Tal vez era la imaginación quien se apoderaba de su mente después de aquella situación tensa.

Todos se sentaron mientras agitaba su varita para mover las cortinas. Albus, Rose y Michael se sentaron juntos mientras que Antonie se sentó lo más alejado posible del grupo de Malfoy, quienes se habían sentado adelante del salón. Cuando ya todos se habían ubicado en sus puestos respectivos, el profesor comenzó a hablar.

- Bueno, como ya sabrán, soy su profesor de Defensas Contra las Artes Oscuras – se presentó – mi nombre es Antioch Banner. Espero que nuestra convivencia sea grata y productiva.

Mientras hablaba sobre la materia, Albus vio al grupo de Malfoy que se estaba mandando mensajes y se miraban entre ellos con complicidad, sin que el profesor se diera cuenta. "Estarán tramando la revancha" pensó el chico cuando su prima, quien estaba sentado junto a él, le dio un golpecito en el brazo para que pusiera atención a la clase. Era obvio que no quería que se metiera en problemas de nuevo ahora por estar pendiente de otro asunto que no era la clase. El profesor estaba hablando de algunos hechizos básicos cuando dejo de lado el asunto de Malfoy y sus matones. No tuvo más remedio que poner atención y comenzar a tomar apuntes.

…..

La tarde paso rápidamente sin que se dieran cuenta. Ya todos estaban en la sala común: algunos disfrutando el momento entre los amigos, pero otros estaban haciendo los deberes ya que les habían dado una cantidad descomunal. Era lo que Albus estaba haciendo obligado por su prima quien tenía un gran sentido de responsabilidad, lo que tampoco pudo eludir Michael.

- Por favor, Rose – le suplico Albus dejando la pluma a un lado de su ensayo de Defensas Contra las Artes Oscuras – es viernes… por lo menos déjanos descansar un poco. Ya se me acalambro la mano.

- Es mejor hacerlo ahora que tenemos tiempo – le respondió Rose mientras buscaba un libro en su mochila rosa.

- ¡Nos dio plazo de una semana! – exclamo Albus.

- Y eso que la envió hoy – dijo por lo bajo Michael echado sobre el libro de Historia de la Magia.

- Hay mucho por hacer – murmuraba la chica sin hacer caso a lo que decían Albus y Michael.

No tenía caso. Su prima no lo escucharía aunque le regalara libros y muñecos de felpa que tanto le gusta. Su sentido de responsabilidad era muy fuerte ante el soborno. "Ni hablar, tendré que seguir" pensó resignado con su mano aun acalambrada. Miro hacia el techo unos minutos para descansar la vista de su trabajo. Era un poco frustrante hacer los deberes después de visitar a Hagrid esa tarde. El guardabosques era un hombre enorme, con cabellos y barbas gris enmarañados; sus manos eran tan grandes como los cubos de basuras que usan los muggles y su enorme abrigo de piel de topo lo hacía ver más corpulento de lo que ya era; a pesar de ser a primera vista un hombre temible, Hagrid era muy manso.

Esa tarde, Hagrid los había invitado a su cabaña a tomar el té y de tener noticias de cómo le había ido en su primera semana. Entonces, cuando estaban los tres cerca de la cabaña se encontraron con la sorpresa de que en un rincón de malezas y arbustos, cerca del bosque prohibido, estaba Antonie sentado leyendo un libro de hechizos. Este se dio cuenta de la presencia del trio y por un momento se quedaron intercambiando miradas de sorpresas. Albus esperaba que el estuviera en cualquier otro lugar menos en un rincón tan alejado de la gente. Hubo un silencio en el lugar que estaban ellos. Albus vio la cara de su prima: estaba… ¿incomoda? Era la primera vez en esa semana que veía a Antonie sin que le sacara de sus cabales. Sin enojo ni molestia. Y ahora que lo pensaba, era la primera vez en la semana que defendía a Antonie. Sin embargo, Antonie no estaba tan feliz de verlos. Es más, el chico se veía molesto ante la presencia del trio.

- Hola – saludo Michael para romper el hielo.

- ¿Qué hacen aquí? – pregunto de manera cortante el muchacho.

- Vamos a visitar a un amigo… - se atrevió decir Albus – a Hagrid.

Hubo un momento en que Antonie los quedo viendo, analizando si decían la verdad o no.

- ¿Y por qué estás aquí? – pregunto Albus algo temeroso pero a la vez curioso.

- Eso, Potter, no les incumbe – le contesto acercando más su nariz hacia la página del libro que estaba leyendo.

- ¿Planeas vengarte de Malfoy? – dijo de repente Rose.

Por un momento, Antonie bajo el libro para ver a Rose con una mirada fría.

- Tu libro es de un nivel más avanzado al que se supone que debe ser – dijo Rose indicando el libro que tenía en sus manos – además, es de hechizos de combate…

- Y eso ¿Qué, sabelotodo? – escupió Antonie – ¿Por qué te interesa?

Rose no pudo evitar sonrojarse, Albus tuvo la impresión de que de un momento a otro le gritaría, pero se contuvo nuevamente. La chica bufo y le dijo de manera despectiva:

- Solo espero que no nos quiten punto por tus tontas redencillas con Malfoy.

Luego, Rose camino en dirección a la cabaña de Hagrid a paso firme, dando signo de que Albus y Michael la siguieran para no hacerla enojar. Aunque Albus no pudo evitar mirar atrás y ver al chico que seguía leyendo el libro de hechizos. Por algunas razón, pensó Albus, Rose esperaba que le agradeciera a ella, a él y a Michael por haberlo defendido de Malfoy y sus matones que tenía por amigos. "Demasiado orgulloso para hacerlo", se dijo a sí mismo mientras se apresuraba a seguir a su amigo y prima.

Cuando llegaron a la cabaña, Hagrid los estaba esperando con dentro con cuatro tazas de té caliente y un gran plato que contenía uno de esos dulces que acostumbraba a hacer. Rose y Albus ya estaban acostumbrados a los pasteles "rompe – muelas" de Hagrid desde muy pequeños, pero Michael tuvo dificultades al tragar y casi se ahoga. La tarde con Hagrid fue muy agradable. Los chicos conversaban con él sobre su primera semana de clases, mientras ellos le ayudaban a arreglar un poco el desastre que había dejado su perro viejo Fang al pasar por la cocina.

- Este perro está cada vez más torpe – farfullo Hagrid mientras recogía la vajilla rota.

- A mí, sigue pareciéndome tierno – comentaba Rose mientras consolaba al animal de los reproches de Hagrid.

- Pues, a veces, es un dolor de cabeza – se quejó el semi-gigante mientras veía por la ventana de la cocina – ¿Todavía esta ese niño por ahí?

Los tres chicos no tuvieron para que preguntar de quien se trataba. Sabía que era Antonie. Albus miro a su prima, quien estaba un poco tensa. Solo Michael se atrevió de hablarle del tema.

- ¿Desde cuándo está ahí? – le pregunto el chico haciéndose el desentendido.

- Creo que desde que ustedes llegaron – menciono Hagrid al sentarse en uno de los sillones – el problema es que será la quinta vez que deberé echarlo cuando comience a anochecer. Ese muchacho ronda muy seguido por aquí… hasta tengo el presentimiento de que quiere entrar al Bosque Prohibido.

Albus y Michael se miraron sin decir ninguna palabra. Luego, miraron a Rose quien seguía acariciando a Fang en su regazo. La muchacha frunció totalmente el ceño. Solo escucharon salir de su boca un murmullo casi inaudible que mencionaba una frase: "es un idiota". Después de despedirse de Hagrid, los tres caminaron por el mismo sendero. El sol se ocultaba detrás del castillo, indicándoles que debían darse prisa en volver a la sala común. Sin embargo, al pasar por los arbustos en donde se encontraba Antonie, vieron que el muchacho de piel centrina aún seguía pegado al libro, sin importarle la hora que fuese. Indignada, Rose se acercó a grandes zancadas, seguido por su primo y su amigo, quienes acordaron en secreto detener cualquier signo de pelea entre ellos.

- ¡Oye, zopenco! – vocifero la chica – ¡ya es hora de volver!

- ¡¿Y quién eres tú para darme ordenes?! – grito Antonie poniéndose de pie de un salto, dejando caer el libro al césped.

- Escúchame, idiota – espeto la muchacha – por mí, te dejaría aquí para no verte la cara pero no permitiré que todo mi esfuerzo de esta semana para ganar puntos en las clases se vayan al cuerno por un imbécil que rompe las reglas y que no hace el esfuerzo de ganarse alguno de ellos.

- ¿Qué yo… que…? – pudo gesticular el chico de la rabia que sentía en ese momento. La vena de la cien se le marcaba bastante hasta el punto de querer explotar.

- Rose, creo que ya es suficiente. Vámonos – le sugirió Albus en voz baja.

Sin embargo, su prima no lo escucho. Y como había presentido Albus, Antonie no se quedaría de brazos cruzados mientras Rose le ofendía de tal manera.

- Te crees mucho, ¿eh, Weasley? – bramo el muchacho de piel centrina – pero te apuesto que puedo ganar más punto que tú en una semana.

- Hmp, ¿eso crees? – le burló Rose – en esta semana he ganado treinta puntos para la casa. ¡Supera eso!

Antonie la quedo mirando fijamente de manera muy desafiante. Entonces, tomo sus cosas y se abrió entre ellos. Cuando estaba a unos metros lejos de ellos, grito enfurecido y a todo pulmón:

- ¡PUES, YO GANARE EL DOBLE!

Desde ese momento, Rose lo tomo como una declaración de guerra y decidió no dejarse ganar por aquel muchacho de piel centrina. Sin embargo, Albus y Michael aun no comprendían por qué ellos dos tenían que incluirse en el desafío. Menos que los obligase a hacer los deberes ese viernes. Albus se formulaba la interrogante de donde habría sacado lo tozuda y orgullosa su prima.

El reloj de la mesita de noche marcaba doce menos diez minutos. Albus se dejó caer sobre la cama. Se sentía lo bastante cansado y su cabeza añoraba algo de paz mental. La luz de alguna varita se hacía notar en el fondo de la habitación, pero a Albus poco le importo. Sabía que era Antonie leyendo algún libro o haciendo los deberes, ya que lo había visto subir con una torre de libros cuando entraron a la sala común. Giro la cabeza hacia la cama de Michael. El muchacho se colocaba el pijama con dificultad mientras se acomodaba entre las sabanas.

- Buenas noches – le deseo Michael a Albus con un gran bostezo.

- Igual – le respondió al sacarse la túnica y tirarla al piso.

Albus se puso con rapidez el pijama y se introdujo en la cama. Se quitó los lentes, dejándolos sobre la mesita de noche. Agotado y rendido al cansancio, cerró los ojos al fin y su mente logro la tan deseada serenidad que había rogado en toda la tarde hasta el punto de caer en el mundo de los sueños. Albus no supo cuánto había logrado descansar pero hubo un momento en que sus oídos escuchaban una voz suave y cantarina que venía de la oscuridad de su cabeza:

Ven, ven a mí, joya preciada.

Despierta de tu largo sueño.

Ven a mi regazo, donde podré tenerte siempre.

Aquella oda hizo que su curiosidad despertara en él. Se preguntaba quien estaría recitándola. Poco a poco abrió los ojos para ver al dueño de la voz. Sus ojos miopes no servían en la oscuridad en la que se encontraba el cuarto. Con pereza, tanteo en la mesa de noche en busca de sus lentes. Se los coloco con cuidado. Miro a todos sus compañeros con los cuales compartía el cuarto. Bruce, Kenta, Michael y Antonie estaban dormidos. Nadie estaba despierto, solo él. El muchacho pensó que había sido otro sueño descabellado que había maquinado su mente cansada. Cuando estaba dispuesto a dormirse de nuevo, escucha de nuevo esa oda y esa voz susurrante:

"Ven a mí, joya querida.

Muéstrame tu poder y muéstrame donde te puedo tener.

Muéstrame tu corazón y te mostrare el mío"

Los pelos de la nuca se le erizaron y sus ojos iban de un lugar a otro, en busca del dueño de aquella voz susurrante. Pero el desconocido aun no lo podía divisar, pues la oscuridad hacía del cuarto un buen escondite para cualquier visitante. Entonces, la luz de la luna apareció por las ventanas del cuarto tras hacer a un lado a las nubes de esa noche. Todo era más nítido y pudo ver con mayor claridad. No obstante, hubiera preferido quedarse en la ignorancia. Al ver en el rincón de la habitación sombras de criaturas descomunales y aterradoras. Cada musculo de su cuerpo se quedó rígido como una tabla. Sus ojos estaban abiertos de par en par. Y lo peor, sabía que el muchacho los estaba mirando, pues estos le devolvían la mirada, dedicándole una sonrisa de oreja a oreja. Una sonrisa de las más macabras que había contemplado en su corta vida. Las sombras de las criaturas desconocidas comenzaron a acercarse hacia él. Tenía el corazón en la garganta. Su cuerpo seguía paralizado por el miedo. Se sentía la presa entre tanto depredador. Solo estaban a unos centímetros del chico. Un poco más y los cazadores tendría a la presa indefensa. Entonces, Albus grito. Grito tan fuerte que hizo que Michael, quien estaba en la cama vecina, diera un salto y cayera al piso. Bruce encendió la luz del cuarto de manera inmediata y Kenta movía la cabeza de un lado a otro con su rostro somnoliento, sin entender bien lo que estaba sucediendo. Bruce también se acercó al muchacho de ojos verde, al igual que Kenta y Michael. Trataron de calmarlo y que se detuviera de gritar. Pataleaba y se cubría con las sabanas como si fuese un niño pequeño. Tuvieron que hacer mucho esfuerzo para dejarlo sentado en su cama sin patalear y quitarle las sabanas de encima

- ¿Qué paso? – pregunto Michael a Albus.

Albus aún no podía hablar. Después de haber gritado, su voz se escondió en lo más recóndito de la garganta. Su corazón aun latía desesperadamente y temblaba como un condenado. Sus músculos aún no le respondían como debían y sus ojos aún seguían clavados en el rincón de la habitación. Michael tuvo que darle unos golpecitos en la cara para que reaccionase y pudiese explicar todo el escándalo.

- ¿Qué paso? – reitero la pregunta el muchacho rubio.

Despacio, Albus alzo uno de sus brazos y con el dedo índice apunto hacia el rincón de la habitación.

- Ha… había algo ahí – dijo con un hilo de voz – unas sombras… criaturas…

Michael, Kenta y Bruce miraron en esa dirección. Sin embargo, no había nada a excepción de una cama en la que Antonie dormía. Los tres muchachos se quedaron viendo entre sí, sin saber que responderle a Albus, mientras este último seguía temblando. Lo que hubiese sido, se aseguró de irse sin que sus anfitriones se dieran cuenta en esa noche de luna menguante.