Your embrace

Capítulo 1

La voz de Hanabi puede llegar a ser desesperante. En especial cuando prácticamente acabas de caer dormida después de una interminable noche de insomnio. Es extremadamente chillona, como cualquier voz de niño pequeño, y penetra mis sentidos, entorpeciéndolos. Es fastidiosa, sobre todo, después de haber tenido una noche especialmente difícil. Aunque, bueno, no fue difícil del todo. Cuando al fin logré dormir (oh si, logré dormir después de unas horas), empecé a tener el sueño más dulce… que fue groseramente interrumpido por la voz chillona de Hanabi. Tal vez es por eso que me parece tan exasperante esa tonta voz de niña pequeña, hoy más que nunca.

Además, de cualquier manera ni si quiera tengo que despertar. No puede ser tan tarde. Normalmente, me despierta el despertador del celular, y como no ha sonado, no puede ser tarde.

¡Oh, sí que amo mi celular! Me ha costado siglos convencer a Hiashi, mi padre, de comprarlo pues no es un celular barato. Y no es que el dinero sea un problema, pero quizá si representa un problema para él gastarlo precisamente en .

Volviendo al celular, es un Sony Ericson 710. Un modelo precioso, con contador de pasos, mp3 y cámara de dos mega pixeles. Está un poco golpeado, porque puedo ser muy torpe y distraída y porque siempre se me está cayendo. Pero tiene 4 gigas de memoria (cortesía de Kiba tras mi cumpleaños, que ha sido hace 9 meses) y, bueno… solo diré que adoro mi celular. Es obvio que no puede ser tan tarde, o el celular ya hubiese sonado. Para despertarme, tengo como alarma la canción del opening de Sakura Card Captors, que ha sido mi anime favorito desde siempre. Lo más tierno es mi fondo de pantalla.

Fondo de pantalla que, curiosamente, también es cortesía de Kiba. Kiba es amigo de Naruto, el chico que me gusta, y me ha ayudado a tomarle una foto. La dichosa foto me ha costó pasarle la tarea de Matemáticas toda la semana, pero Naruto lo vale.

Uzumaki Naruto es el chico del que estoy perdidamente enamorada desde que iba en primaria. Alto, rubio y con unos ojos intensamente azules. Y por supuesto que es muy atractivo, pero no es eso lo que me encanta de él. Es también muy gracioso, divertido, siempre está sonriendo, es perseverante, seguro, extrovertido… Simplemente Naruto es todo lo que yo deseo ser. Siempre está rodeado de gente, y claro, de chicas. Aunque las chicas no lo siguen a él, si no a su mejor amigo, Uchiha Sasuke. Lo que no deja de ser un alivio.

Y el chico Uchiha, mejor amigo del Naruto, es también su polo opuesto en todos los sentidos. Callado, serio, moreno, ojos negros, sombrío. A todas las chicas les gusta el chico Uchiha, su 'aire de misterio' y la manera en que caen sus mechones negros sobre su rostro. A todas, a todas menos a mí.

Volviendo a Naruto, él y yo cursamos juntos la de Física III, lo cual la hace la más complicada de todas, al menos para mí. Especialmente ayer, cuando tras un nuevo examen que deje prácticamente en blanco, cuando salía del salón de clase, y enviaba un mensaje de texto a Shino, pasó Naruto distrayéndome lo suficiente como para que me distrajese y me detuviera. Entonces un chico me empujo y sin que fuese mi intención, mi celular cayó al piso.

El chico Uchiha aplastó con sus zapatos negros del uniforme la pantallita, despegándola por completo del teclado, y así, mi celular quedó deshecho. Pero Naruto se disculpó por Sasuke y prometió que me comprarían otro en reposición a éste. ¿No es dulce?

Naruto prometiendo reparar mi celular aplastado por el chico Uchiha….

—¡Fuck!

Maldije en voz alta, ganándome una mirada desaprobatoria de Hanabi, que durante todo mi largo ciclo de pensamiento estuvo aquí, mirándome como tonta.

¡Oh por Dios, ha de ser tardísimo!

Y es que yo nunca he sido el tipo de chica que se levanta temprano de propia cuenta. Si por mi fuera y no me despertase nada ni nadie, podría dormir por horas, aunque no lo necesite. Eso, y que por mi problema con el insomnio si necesito el sueño extra…

Es por esto que necesito un despertador, es por esto que tenía la alarma en el celular con mi tonada favorita… Porque a pesar de todo, el celular es una de las pocas cosas que sé que es imposible para mi perder, ya que no solo es mi despertador y mi ancla al mundo real, también es mi medio de comunicación permanente con Shino. Y el bastardo de Uchiha lo ha pisado.

No es que odie al chico Uchiha. Claro que es un bastardo maleducado y desconsiderado, pero jamás me ha hecho ningún desplante o grosería a mí. Lo de ayer fue un accidente, así que no hay razón por odiarlo. Y claro, puedo odiarlo por ser tan popular, por ser un Uchiha, por ser tan guapo, por ser tan seguro de sí mismo, tan arrogante. Puedo odiarlo por pasar todo su tiempo con el amor de mi vida, pero todas esas son razones estúpidas para odiar a una persona, así que en realidad no lo odio. Y aun así la palabra 'desagrado' me viene en mente.

Siete trece.

Siete trece y yo sigo en pijama. Abro la llave del agua caliente en la ducha, pero no tengo tiempo para esperar a que el agua se caliente, así que tengo que entrar mientras todavía está fría. Y sé que se va a calentar pronto, pero no por eso me dejan de dar escalofríos. En un récord de 5 minutos me las he ingeniado para enjabonar mi cuerpo, masajear mi cabello con shampoo y enjuagarme, saliendo a las siete dieciocho de la ducha. Sigue siendo tarde, así que bato un nuevo record de tiempo colocándome la minifalda beige del uniforme, la insípida blusa blanca y el suéter negro, con los calcetines, los zapatos y el perfume en menos de dos minutos. Superándome a mi misma tardo aun menos de un minuto en desenredar mi cabello y recogerlo en un chongo torpe. Sigue siendo tarde, así que tomo la mochila, introduzco mis libros en ella y salgo corriendo del cuarto antes de que se haga aun más tarde.

De esta manera logro salir de mi cuarto a la no tan buena hora de siete de la mañana con veintidós minutos. Recorro los largos e intrincados pasillos de la residencia Hyuuga asombrando a todos los miembros de la familia, y para ahorrar tiempo me deslizo por el barandal, solo para caer encima de mi padre.

—Hia… Hiashi-sama — logro tartamudear rápidamente, mientras me pongo en pie a toda prisa e inclino la cabeza, en señal de respeto.

Mi padre es un hombre alto y apuesto, de cabellos negros con vetas casi invisibles de gris, porte dominante y distante, y un hermoso rostro masculino adornado por sus grandes ojos blancos, rasgo característico de la familia.

—Vas tarde Hinata. Te he dicho ya varias veces que un Hyuuga nunca debe llegar tarde a ningún lugar— acotó con ese tono severo que me aterroriza—. Estas desaliñada, y ningún Hyuuga que se respete va nunca de la manera en que tú lo haces. Tartamudeas como si fueras idiota., y un Hyuuga siempre tiene que ser seguro de sí mismo. ¿Me explico, Hinata?

Yo lo miro con una mezcla de terror y prisa, procurando no verlo a los ojos, como siempre.

—H... H... Hai— tartamudeo de nuevo.

—Acabo de explicarte que un Hyuuga no tartamudea. Ni si quiera sé porque eres parte de esta familia— acota Hiashi con una mirada despectiva, como si no fuera de la familia, como si no fuera su hija, como lo hace siempre—. ¿Qué haces ahí parada como estúpida? Te acabo de decir que un Hyuuga nunca llega tarde. ¡Corre niña tonta!

Inclino la cabeza, asintiendo débilmente, sintiéndome más y más patética con cada palabra que sale de su boca. Para no mirarlo, salgo corriendo de la casa, porque no tengo deseo alguno de permanecer junto a él ni un segundo más. Siete veinticinco. Qué ironía, es también un nuevo récord. Jamás he recibido ningún regaño más corto de mi padre. Record en tiempo, pero no en veneno. Y aunque he recibido regaños más crueles y ofensivos que este, ese hecho no permite que éste sea menos hiriente que los otros.

La escuela está a diez cuadras de la residencia Hyuuga, y yo todavía no he salido de ella. Y es que la casa es enorme, por si sola ocupa una cuadra entera, aun si la mansión principal en si ocupa menos de la décima parte. Es una mansión simple, por contradictorias que suenen ambas palabras juntas, que conserva todos los estereotipos japoneses básicos, pero cuenta con todas las comodidades modernas. El resto no es más que jardín, pantanos artificiales, puentes, fuentes, bambú, bosque.

Desde la entrada de la mansión hasta la salida de la residencia Hyuuga hay un pequeño camino, trazado con piedras de río, y es el camino que sigo, aun corriendo, para alcanzar la salida. Ahí, saludo a un miembro de las ramas secundarias, aunque no muy afectuosamente, sabiendo perfectamente que lo más probable es que no reciba un saludo de regreso…

Ser un Hyuuga, en teoría, supone un privilegio absoluto. Pero aun entre los Hyuuga, hay en cada generación un miembro mucho más importante que los demás. El primogénito de la rama principal es siempre esperado con ansiedad generación tras generación, y ésta generación, la primogénita soy yo. 'Privilegiada aun entre los priviligiados'. Y solo por ello, desde el mismísimo día de mi nacimiento se supone que debí ser colmada de bendiciones, de regalos, de dones y dotes especiales, inteligencia superior.

Y aun así… ¿De qué sirven todos los privilegios que se supone me rodean si parece que nada de lo que hago o intento es jamás suficiente? Oh si. Ser un Hyuuga no es solo un privilegio, es también una responsabilidad enorme.

Y la lista de lo que un Hyuuga puede ser o no ser es interminable.

Exitoso.

Seguro de si mismo.

Creativo.

Emprendedor.

Valiente.

Fuerte.

Confiable.

Impecable.

Y de todas, las virtudes, de todos los dones, yo se me poseedora de absolutamente ninguna de todas ellas. Más que exitosa y segura de mi misma soy una chica tímida, insegura, débil, torpe, distraída, perezosa, tonta, introvertida, insignificante.

Insignificante y la heredera Hyuuga. Dos conceptos que no encajan muy bien entre sí. Una vergüenza para la familia. Mi padre parece no ser capaz de dejar de recordarme que hasta Hanabi, mi hermana cinco años menor que yo, es más capaz para los negocios que yo, más aguda en sus respuestas, más segura de sí misma, más capaz, más inteligente, más divertida, más especial… Hanabi es todo lo que Hiashi quiere, todo lo que yo nunca seré.

La idea, aunque no es precisamente nueva, sigue abriendo la misma herida de siempre, y en un gesto estúpido, agito la cabeza, cerrando los ojos, intentando asustar el pensamiento. Tropiezo con algo, y algo podría ser cualquier cosa, una piedra, una grieta, el pie de algún descuidado transeúnte. Aunque tal vez no el pie de ningún transeúnte. Por que la calle está totalmente vacía. De cualquier modo tropecé con algo y aunque puse mis manos para disminuir el golpe todo lo que logré fue desollarme también las manos, como las rodillas y un poco las piernas. Además, si intento ponerme de pie, el dolor en mi tobillo es el equivalente a mil agujas concentradas en pincharlo.

—¡Demonios! — maldigo por segunda vez en el día.

No soy una experta en cuestiones de salud, ni en huesos dislocados, pero sé que ya no hay manera de continuar mi loca carrera hasta la escuela. Me rompí el pie, o quizás solo desguincé. No se cual de las dos, solo sé que no me voy a poder poner de pie para ir a la escuela, y sé que no podré volver a casa, o si quiera llegar a la escuela tiempo. Siete veintisiete. No hay manera de llegar a tiempo.

Tirada en el piso, no puedo hacer otra cosa más que ver mi reloj…. Observar como el segundero se mueve de manera circular a través de la pantalla y pasan los minutos, con la desesperación adueñándose más y más de mi. Ya son las siete veintiocho y no hay manera de que pueda recorrer las 10 cuadras restantes, ni si quiera con el pie normal, antes de que suene el timbre y se cierren las puertas a las 7:30. En el instituto "Hiruzen Sarutobi" pueden ponerse realmente imposibles con los horarios, la puntualidad y ese tipo de cosas. Aunque, supongo que si llegara con un pie desguinzado, sin duda dejarían que entrara, aunque fuera con un retardo. Pero no hay manera de que yo recorra 10 cuadras en esta condición.

Ni si quiera gateando.

El dolor es agudo y constante, pero supongo que después de un tiempo me acostumbraré, ya he empezado a hacerlo. Puedo acostumbrarme al dolor pero no por eso voy a ser capaz de pie, y la calle está imposiblemente vacía. No hay ni un alma en toda la cuadra, aunque quizá si una que otra cucaracha, pero no creo que las cucarachas tengan alma, además de encontrarlas francamente asquerosas.

Intento levantarme, solo para encontrarme con que cada movimiento, por leve que sea, parece multiplicar el dolor en mi tobillo por mil, por un millón, yo que sé. Y ahora mis temores empiezan a ir más allá de poder ir o no a la escuela. Hasta que aparezca alguien en la calle, lo que dudo pase pronto, estaré estancada en la baqueta. No me puedo mover, no hay nadie cerca, la pierna me duele muchísimo (si, no solo el pie, me duele TODA la pierna), y no tengo celular.

Maldito Uchiha. Aunque no sé de que podría echarle a él la culpa, si, después de todo, aunque tuviera celular, ¿Qué haría con el? ¿Llamar a mi padre? De ninguna manera. Desde muy pequeña le he tenido pavor a mi padre. Digamos que nunca ha sido un hombre exactamente amoroso, y tras la muerte de mi madre, yo no he sido nada más que un estorbo para sus grandes planes de magnificencia. He sido siempre tan tonta e insignificante que nunca nadie me toma en serio. Mi papá tiene una opinión más elevada de Hanabi, mi hermana 5 años menor que yo, que de mí.

O si, Hanabi es la hija P-E-R-F-E-C-T-A para un hombre tan lleno de sí mismo y tan arrogante como mi padre. Ella misma no es nada más que una niña mimada, aunque tiene un IQ elevadísimo, de 146 o algo por el estilo. Yo misma no puedo decir nada del mío, he sido siempre tan "mediocre" en la escuela que mi padre ni si quiera se molestó en dejarme hacer mi propio examen. Hanabi no es solo inteligente, también es fuerte, ágil, rápida, espabilada, extrovertida, tierna y dulce. Hanabi no es solo la hija perfecta, es también la hermana perfecta. Es dulce, tierna, confiable… aun si a veces no puedo evitar pensar que me trata con deferencia.

Aunque claro, la manera en que Hanabi me trata es el paraíso comparado con otros miembros de la familia, como mi primo, Neji. Hubo un tiempo que fuimos amigos y luego, jamás he entendido porque, pero, Neji decidió odiarme. Tal vez sea porque piensa que el debe ser el heredero. Después de todo, mi padre y él eran hermanos gemelos, y su padre, Hizashi, nació solo 5 minutos después que el mío. Aunque diría que cinco minutos no es una gran diferencia, en la vida de Hizashi fue una determinante. Mi padre, Hiashi, se convirtió en el heredero, él más poderoso, y mi tío, como a todos los miembros de la familia secundaria le fue impuesta "la marca" a la edad de 9 años.

Claro, esto se me hace una razón pobre pero suficiente para odiarme, pero tampoco es como si YO tuviese la culpa.

La marca es de todas las cosas de la familia, la más estúpida e irritante. No es más que un tatuaje en la frente, pero lo importante no es lo que es, sino lo que significa. Todos los miembros de las ramas secundarias son mis sirvientes. La marca los señala como mis inferiores, y a mi marcar a miembros de la familia como si fuesen ganado me parece un gesto tan barbárico y racista que da nauseas. Los Hyuuga somos unos nazis en pequeño, y los miembros de las ramas secundarias, tal como los judíos, están marcados desde antes del nacimiento. La única persona de la familia que no tiene la marca, exceptuándome a mí y a mi padre, es Hanabi. Aunque debería tenerla, supongo que mi padre no se la ha impuesto esperando que algún día ella tome mi lugar.

¡Demonios, los Hyuuga somos tan parecidos a los nazis que incluso la marca parece una suástica!

La falta de marca en mi cabeza, de cualquier modo, no me hace superior a ellos, porque soy débil. Todo el mundo en la familia lo sabe, y ninguno de ellos se molesta en demostrarme lo contrario. Sé que soy débil, y tonta, y torpe. Y distraída. Ni si quiera soy bonita. Soy más bien un pedacito de insignificancia. Soy tan insignificante que ni si quiera mi familia me quiere. Digo, ¿Cuan patético es eso?

Mi padre, más que ningún otro en la familia se toma el tiempo y la molestia en hacerme saber lo insignificante que soy todo el tiempo. Solo pensar en lo cruel que llega a ser me hace llorar.

Se que hay gente que sufre más, que tiene penas más importantes en que pensar que solo una tonta y arrogante familia… Pero no importa cuán relativamente pequeñas puedan parecer mis penas, duelen demasiado.

— ¡Fuck! — maldigo por tercera vez en la mañana.

Se siente bien gritar un poco, pero no por eso dejé de llorar.