HASTA EL FIN DEL MUNDO

I: PRÓLOGO

Casa en el Centro de Atenas

Año 2 antes del Nacimiento de Athena

Aioros y Saga tomaron un descanso en su entrenamiento, y tras mirarse entre ellos, se echaron a reír. El joven santo de Sagitario se acercó a una cubeta de agua y se refrescó un poco la cara y la nuca, mientras que su amigo se pasaba los dedos por los cabellos.

-Se hace tarde. Será mejor que te apresures a la ciudad- dijo Saga casualmente, intentando recuperar el aliento mientras se refrescaba también- ya sabes lo que el maestro Shion pidió de ti-

Aioros sonrió levemente, y asintió. Recordaba la conversación que había tenido con el Patriarca hacía unas horas, quien le había dicho que tenía que ir a la ciudad y traer de regreso a su hermano menor, quien comenzaría a entrenar con él para convertirse en el futuro santo de Leo. Al principio, Aioros abogó por su hermano, ya que no quería dejar solos a sus padres, pero el Patriarca insistió en que el destino de Aioria estaba en el Santuario.

El chico castaño se quitó los protectores con los que había estado entrenando, y tras despedirse de Saga, salió corriendo hacia el primer cuadro de la ciudad, a la casa de sus padres. Cuando Aioros estaba acercándose a su casa, pudo ver al pequeño Aioria jugando en la entrada. Los ojos de su hermanito se iluminaron al verlo, y corrió hacia él para abrazarlo.

-¡Aioros!- gritó Aioria mientras corría hacia su hermano mayor, chocaba con él, y lo abrazaba por la cintura- ¡Aioros!¡Viniste a vernos!-

Aioros sonrió, enternecido con su hermanito, y se puso en cuclillas para mirarlo a los ojos. El pequeño aprovechó que su hermano estaba en su nivel para abrazarlo con ganas.

-¿Cómo has estado, Aioria?- dijo el chico, dándole unas palmaditas en la espalda y separándose de él- ¿te has portado bien?¿has ayudado a mamá y papá?-

Aioria infló el pecho, orgulloso, y asintió con seguridad. Su hermano le revolvió el cabello y caminó junto a él hacia el interior de la casa para ver a sus padres. Ambos se volvieron hacia el recién llegado y, a pesar de que les daba gusto ver a su hijo mayor, ya se imaginaban a que había ido a casa ese día. Ambos tenían una sonrisa en sus labios, pero con una expresión sombría.

-Bienvenido, hijo- dijo su madre.

-Así que…- comenzó a decir su padre- ¿hoy es el día?-

-Me temo que sí, padre- dijo Aioros, un poco cabizbajo- lo lamento. El maestro Shion acaba de ver en el cielo que es el destino de Aioria ser un poderoso santo de Athena, y que él depende el éxito en las guerras que la diosa va a librar en el futuro-

La madre de Aioros bajó los ojos tristemente, y su padre se frotó la frente, apenado. Aioros sabía lo difícil que debía ser para ellos renunciar no a uno, sino a sus dos hijos, para que ambos entraran al servicio de Athena. Pero también sabía que no tenía opción.

-Papá, mamá…tienen mi palabra que cuidaré de él en el Santuario, y no dejaré que nada malo le pase mientras viva- añadió el chico.

Sus padres sonrieron tristemente. Sabía que sus hijos estaban destinados a ser grandes guerreros de la diosa, y que ninguno de los dos podía quedarse en casa. Y sabía que, de ese momento en delante, ya no podrían verlos tan seguido como querían. Aioria, mientras tanto, no se podía creer lo que su hermano mayor estaba diciendo.

-¿Voy a poder ir a vivir al Santuario contigo?- dijo Aioria con ojos enormes.

-Por supuesto, Aioria- dijo el chico, y se volvió a sus padres- si mamá y papá lo permiten, claro-

Aioria se volvió a sus padres.

-¿Mamá?¿Papá?- dijo el pequeño- por favor, quiero ser un guerrero grande, fuerte y poderoso, igual que Aioros. Por favor, ¿puedo ir?-

Aioros sonrió enternecido, y se volvió a sus padres. Éstos sonrieron también y asintieron, y tras abrazar y besar a cada uno de sus hijos, los dos se despidieron de ellos. Ambos hermanos dejaron la casa de sus padres, y se encaminaron juntos de regreso al Santuario.

-¿Aioros?-

-¿Sí?-

-¿Quién va a ser mi maestro en el Santuario?- preguntó Aioria.

-Pues yo…- sonrió Aioros, haciendo que su hermanito sonriera de nuevo- pero no creas que la vas a tener tan fácil. Vas a tener que trabajar muy duro, para ser el mejor de los santos dorados-

-Lo prometo, Aioros- dijo el pequeño- ¡voy a trabajar muy duro!-

Aioros sonrió, y estuvo a punto de revolver los cabellos de su hermano menor, pero se contuvo. En vez de eso, le puso la mano en el hombro, y ambos hermanos caminaron hacia el Santuario de Athena.

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Kamagasaki, Osaka, Japón

Año 4 del nacimiento de Athena

La niña pelirroja se puso frente a su hermanito para cubrirlo con su cuerpo, frunciendo el entrecejo a manera de advertencia. Los dos hombres frente a ella se echaron a reír.

-No hemos venido a hacerles daño- dijo finalmente uno de los hombres que llevaban armaduras que brillaban como si no fueran de este mundo- hemos venido por el mocoso detrás de ti-

-¿Qué quieren con mi hermano?- dijo ella.

-No es tu asunto, niña- dijo el mismo hombre que había hablado, mientras que el otro se cruzaba de brazos con un gesto de desprecio, como si le diera asco estar ahí- entrégalo, y nadie resultará lastimado-

-¡No!- dijo la niña con firmeza- no voy a dejar que lastimen a mi hermanito-

-Dije que no hemos venido a hacerles daño- repitió el hombre- tu hermano menor está destinado a ser un poderoso guerrero del Cielo a pesar de ser un humano. Hazte a un lado, o nos lo llevaremos por la fuerza-

-Sobre mi cadáver- dijo la chica con firmeza.

-Bien, si así quieres…- dijo el hombre.

El desconocido que tenía los brazos cruzados encendió su cosmo, y una fuerza invisible lanzó a los dos niños disparados hacia atrás, hasta chocar contra la pared de una casucha detrás de ellos. El hombre que había hablado se acercó y levantó el brazo, pero el niño se levantó y se interpuso entre él y su hermana.

-No, no la lastimen- dijo el niño pelirrojo- déjenla en paz, iré con ustedes-

-Touma, no…-

-Adiós, Marin- dijo el niño, sonriendo levemente, mientras los dos desconocidos se volvían invisibles, y él comenzaba a elevarse en el cielo. Marín se puso de pie y comenzó a ponerse de puntillas para alcanzar a su hermano, pero todo fue en vano. Su hermano se elevó en el cielo, y se perdió entre las nubes.

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Santuario de Athena, Atenas, Grecia

Año 5 del Nacimiento de Athena

Aioria se revolvió el cabello mientras paseaba solo en el bosque del Santuario en un descanso de su entrenamiento. Suspiró frustrado. Ya habían pasado cinco años desde lo que había ocurrido con Aioros, su maestro y su hermano, y las cosas aún no mejoraban para él. Poco a poco fue aceptando que su hermano mayor lo engañó y traicionó a Athena, y una parte de él lo odiaba por lo que había hecho y lo mucho que había sufrido por su culpa.

Solo Shura y Milo parecían aún ser sus amigos.

Aioria gruñó levemente. Sí, seguramente Shura lo hacía porque se sentía culpable de haber sido finalmente quien terminó con su hermano. Y Milo… bueno, Milo nunca lo había culpado a él, y siempre había querido seguir siendo su amigo. Los otros dorados siempre lo habían mirado con sospecha.

Ahora que lo pensaba, era un poco extraño que Mu de Aries hubiera desaparecido casi desde que murió el maestro Shion. El santo de Géminis siempre estaba encerrado en su templo, sin hablar con nadie más. Y luego estaba…

Un ruido interrumpió sus pensamientos, un discreto crujir de una rama y de hojas secas siendo pisadas. Aioria parpadeó, y miró a su alrededor. No recordaba que nadie más lo siguiera a esa parte del bosque, sobre todo porque nadie nunca lo acompañaba.

El chico alzó las cejas y caminó hacia el sitio donde había escuchado los ruidos, sobre todo porque cada vez se escuchaban más fuertes ruidos, acompañados de suaves expresiones de dolor. Alguien estaba entrenando cerca de ahí. Aioria se acercó sigilosamente.

En un claro del bosque, a unos metros de donde había estado el joven santo de Leo, había una aprendiz de amazona entrenando, golpeando el grueso tronco de un árbol con sus puños cerrados. Era de mediana estatura, delgada y pelirroja. Por un momento, Aioria sintió un poco de simpatía por la pequeña amazona, sobre todo al ver que sus puños ya estaban muy raspados y con algunas gotas de sangre.

-Espera, espera- intervino el santo de Leo, deteniendo sus manos de sus muñecas para que no siguiera golpeando el tronco del árbol- te estás lastimando. ¿No prefieres practicar con algo más suave?-

-Mis rivales no son más suaves- respondió ella fríamente.

La chica retiró las manos para soltarse de Aioria, y se volvió nuevamente al árbol para seguir golpeándolo. Él no podía ver la expresión de la amazona, pero podía escuchar pequeños quejidos de dolor que trataba de ocultar. Preocupado por que una chica tan joven se estuviera lastimando, Aioria volvió a intentar detenerla, tomándola esta vez del antebrazo. Grave error. La chica se volvió hacia él, dejando escapar una expresión furiosa, y con un movimiento rápido lo tumbó al suelo.

-Ay, ay…- se quejó Aioria, tumbado en el suelo boca arriba- ¿qué fue eso?-

-No te atrevas a tocarme otra vez- siseó la chica, apretando los puños esta vez hacia él- no me importa que seas un santo dorado, no puedes tratarme así-

Aioria se incorporó sentado y se frotó la parte trasera de la cabeza. La miró. Al menos había logrado su cometido: la chica por fin había dejado de golpear el tronco del árbol. Sonrió levemente y se levantó.

-Discúlpame, no estaba intentando ser grosero- dijo Aioria mientras que se sacudía las hojas secas de su cuerpo- creo que empezamos mal. Me llamo Aioria, santo de Leo. ¿Cómo te llamas tú?-

La chica lo miró por unos segundos, hasta que por fin relajó las manos y las colocó sobre sus caderas. Aioria esperó pacientemente mientras la chica lo evaluaba con la mirada.

-Me llamo Marin- dijo la chica por fin, y se volvió de nuevo hacia el árbol, dándole la espalda.

-Marin- dijo Aioria- es un bonito nombre. Y un nombre fuerte, puede ser bonito y fuerte al mismo tiempo, como…- y se interrumpió, bajando la mirada un poco apenado. Marin, por su parte, se volvió de nuevo hacia él.

-Gracias- dijo ella, en un tono no tan severo como el que había tendido hasta ese momento.

Aioria la miró, apenado, y se rascó la nuca.

-¿Tú no…? Digo, no querrás entrenar un rato conmigo, ¿o sí?- dijo el santo de Leo casualmente.

Marin volvió a mirarlo en silencio, y Aioria supuso que estaba meditando sus alternativas.

-¿Es una orden?- dijo ella.

-No, para nada- dijo el santo de Leo, rascándose la cabeza- solo pensé que podía ser una buena idea. Y confieso que me pone un poco nervioso el hecho de que estés golpeando ese tronco y lastimando tus nudillos-

-¿Es en serio?- dijo Marin.

-Por supuesto, no me gusta ver a nadie lastimado, y…-

-No, no eso- dijo la chica- ¿en serio quieres entrenar conmigo?-

-Sí- dijo Aioria- ¿porqué es tan sorprendente?-

Marin se cruzó de brazos discretamente, aunque Aioria notó que en realidad se estaba abrazando.

-¿Sabes que soy extranjera?- dijo Marin.

Aioria parpadeó. Ah, así que era eso. Seguramente habían estado apartando a Marin, acosándola e intentando hacerla renunciar, solo por el hecho de no haber nacido en Grecia como la mayoría de los santos de Athena. Pero eso no tenía nada que ver con los cosmos de los santos: él sabía que muchos de los santos, incluso santos dorados, eran extranjeros.

Por su parte, Marin interpretó su silencio como si hubiera cambiado de opinión sobre ella y, cabizbaja, se volvió de nuevo hacia el árbol.

-No lo sabía, Marin- dijo Aioria por fin- ¿de dónde eres?-

-Japón- dijo Marin, volviéndose de nuevo hacia él, sorprendida de que un griego, encima de todo un santo dorado, siguiera charlando con ella. Se puso las manos en la espalda, y pateó nerviosamente una pequeña piedra.

-Pues entonces… bienvenida al Santuario, Marin- dijo el santo de Leo, sonriéndole, y a Marin le pareció que el sol brillaba a través de su sonrisa. Después de ello, el santo dorado se puso en guardia- ¿estás lista?-

Marin sonrió bajo su máscara y se volvió a él. Asintió, y se preparó para pelear.

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Coliseo, Santuario de Athena

Año 8 del Nacimiento de Athena

Aioria sonrió, ladeando su cabeza y cruzándose de brazos. Realmente estaba orgulloso de su querida amiga. Hacía un año que Marin había ganado la armadura de Aguila, venciendo a una de sus compañeras llamada Anika, y ahora estaba en la arena del Coliseo, cruzando los brazos orgullosamente y esperando a que se le asignara un aprendiz, junto a otra amazona llamada Shaina y otros santos más. Suspiró. Había escuchado que Camus también había recibido un aprendiz, pero éste había sido enviado a Siberia, y el santo de Acuario tendría que alcanzarlo.

El santo de Leo se encogió de hombros. No le habían asignado un aprendiz a él. No, por supuesto que jamás lo harían. ¿Al hermano menor del traidor Aioros? Jamás. Suspiró. No era como que necesitara uno de todos modos, le daba más tiempo de entrenar por sí mismo.

Gigars, el sirviente del Patriarca, se disculpó por la ausencia del mismo y tras sacar una larga lista, comenzó a leer los nombres de los aspirantes a santos de bronce.

-Casios, nuevo aprendiz de Shaina de Ofiuco- leyó el hombre.

Aioria alzó las cejas al ver al enorme aprendiz de Shaina, y reprimió una risita. Ese monstruo parecía dispuesto a triturar a todos sus rivales.

-Seiya, nuevo aprendiz de Marin de Aguila- dijo finalmente Gigars.

Aioria puso atención. Vio que un niño japonés, bajito y algo tímido, se acercó dudoso a la amazona, y ésta solamente se puso las manos en las caderas y asintió. Era imposible leer su expresión con la máscara que llevaba puesta, pero su expresión corporal era un poco cálida, a pesar de que estaba intentando ser ruda. Hubo un momento en el que el pequeño Seiya hizo una expresión de tristeza, y el santo de Leo vio que la chica le puso una mano en el hombro de manera un poco maternal. Aioria sonrió. No podía quitarle los ojos de encima.

Y pensar que nunca había visto su rostro.

Milo, quien estaba de pie en la línea de los santos dorados, no pudo evitar notar la sonrisa de Aioria ni ver a quien estaba mirando mientras sonreía. Pobre león dorado, no se la iba a acabar.

Tan pronto como se terminó la ceremonia, Aioria se quedó atrás, y siguió a Marin y a su nuevo aprendiz con la mirada. Vio a Seiya tallándose los ojos y extender sus brazos para abrazar a la chica por la cintura. Marin le puso las manos en los hombros para tranquilizarlo, y le dio unas palmadas en la cabeza. El santo de Leo la siguió por la mirada hasta que ambos desaparecieron hacia las casas de los santos de plata.

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Casa de Marin, Santuario de Athena

Meses más tarde

Una vez que se dio cuenta de que su maestra entró al baño a darse una ducha, Seiya se escapó por la ventana de la pequeña casa, y corrió hacia la salida del Santuario. Marín había sido una excelente maestra esos primeros días, estricta pero comprensiva, pero no podía seguir ahí. No podía seguir haciéndolo. Ese día, se había encontrado con Casios, entrenando con Shaina, y cayó en cuenta la enormidad de lo que estaba a punto de pasar. Su rival lo iba a hacer papilla. Y seguían burlándose de él por ser japonés.

-¡Seiya!- escuchó el grito de Marín. Seiya se detuvo, volviéndose hacia ella para decirle que estaba harto, que ya quería irse de regreso a casa y buscar a su hermana mayor, cuando de pronto…

¡ZAPE!

-Ay, ay- se quejó Seiya.

-¿A donde crees que vas?- le dijo Marin en un tono severo- ¿porqué te escapas del entrenamiento?-

-¿No escuchaste lo que dijeron Shaina y Casios?- dijo Seiya, intentando ocultar su tono herido- dijeron que no estoy calificado para ser un santo de Athena, porque soy japonés. ¿Es cierto eso?-

Marin alzó las cejas bajo su máscara. ¿Qué rayos hacía Shaina metiéndose en sus asuntos? Ya se las arreglaría con su compañera mas tarde. Primero arreglar las cosas con Seiya. Ahora, ¿qué rayos le iba a decir? No era como que un japonés no estuviera calificado: finalmente, ella era también japonesa, y era santo de plata, habiendo vencido a una chica griega. Aunque la verdad era que la mayoría de los aprendices griegos finalmente ganaban las armaduras.

-Seiya…-comenzó a decir Marin.

Los ojos del chiquillo se llenaron de lágrimas, y le dio la espalda para echarse a correr de nuevo, pero un hombre detuvo su loca carrera. Al principio, Seiya se asustó de alguien que hubiera bloqueado su camino, y que hubiera visto y escuchado como le hablaba a Marín, pero se relajó al ver de quien se trataba.

Aioria de Leo.

Ya había visto antes al santo de Leo, quien al parecer era un gran amigo de su maestra, y siempre parecía estar cerca de ella de una forma u otra. Siempre tenía una sonrisa amable, a pesar de que los otros santos y aprendices decían que Seiya era un poco impertinente.

-Espera, Seiya- le dijo Aioria- ser japonés no tiene nada que ver con ser un santo de Athena. Lo importante es tu cosmo y tu entrenamiento. No deberías preocuparte por las tonterías que dicen los demás-

-Pero… pero dijeron…-

-No importa lo que hayan dicho- dijo Aioria, levantando la mirada para ver a Marin y acentuó su sonrisa- tu maestra es el claro ejemplo de que eso no es cierto-

Seiya se volvió a Marin, como si no hubiera caído en cuenta hasta ese momento de que su maestra era su compatriota. Finalmente asintió, y miró alternadamente a Aioria y a Marin. Había algo extraño entre ellos.

Aioria, por su parte, apretó levemente su mano. Había querido tomar la mano de Marin y besarla, pero se contuvo. Sacudió la cabeza y, tras despedirse de ambos, Aioria regresó a su propio templo.

-Vamos, Seiya, regresemos- dijo Marin finalmente, esta vez usando un tono más severo- vamos a continuar. Doscientas vueltas al Santuario-

Seiya se rascó la cabeza, pero siguió sonriendo, y siguió a su maestra de regreso a los terrenos de entrenamiento del Santuario.

Los días pasaron, y Marin no podía evitar notar que Aioria la estaba siguiendo. De repente aparecía cuando lo necesitaba, de repente le regalaba una manzana a Seiya, algunas veces le llevaba un vaso con agua mientras la chica miraba entrenar a su aprendiz.

Marin miró a Aioria en una ocasión. El santo de Leo era una linda persona, a pesar de las circunstancias en su infancia, cuando su hermano fue etiquetado como traidor y todo el peso de la vergüenza cayó sobre él. Se encontró a sí misma mirándolo con una sonrisa mientras se alejaba.

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Palacio de Valhalla, Asgard

Año 13 del Nacimiento de Athena

Después de la guerra santa contra Hades

Hilda suspiró largamente mientras se frotaba la frente. Estaba aliviada de haber terminado con todo ese asunto de ser la representante de Odín, y por fin se podría retirar. Otra persona que estaba muy feliz por ello era Freya, pues aquello significaba que su hermana mayor no estaría en constante peligro.

La que no estaba muy contenta era Lyfia.

-Por favor, Hilda, por favor- dijo Lyfia, haciendo enormes ojos y parpadeando repetidamente.

-Lyfia, mi hermana ya te dijo que…- comenzó a decir Freya.

-Por favor…- repitió Lyfia.

Hilda la evaluó con la mirada. No, la verdad no quería quedarse en el palacio de Valhalla, ya tenía bastantes malos recuerdos al respecto, entre lo que pasó con el anillo del Nibelungo y luego pasar meses encerrada en su propia habitación por Andreas, y su hermana en prisión. Pero no podía negar que tenía que estaba preocupada por Lyfia, sabía lo difícil que era su trabajo, y a pesar de que Frodi y Sigmund estarían intentando ayudarla a reconstruir Asgard y reclutar a nuevos guerreros, iba a necesitar ayuda.

Demonios. No podía decirle que no.

-Está bien- dijo Hilda finalmente- pero con condiciones-

-Lo que quieras- dijo Lyfia.

Hilda se cruzó de brazos, apunto de enumerar las condiciones que quería. Entre ellas, que ella y su hermana no fueran molestadas, que se les dieran nuevas habitaciones, además de otras. Mientras seguían charlando, Frodi y Sigmund entraron a la sala con una expresión sorprendida.

-¡Tenemos noticias, señoritas!- dijo Frodi con una enorme sonrisa- ¡el eclipse de Hades terminó! ¡Athena y los santos de bronce regresaron a la tierra!-

Las tres chicas se miraron y sonrieron aliviadas.

-No solo eso- dijo Sigmund- los santos de bronce nos informaron que la señorita Athena planea revivir a los santos de oro y plata que murieron durante las batallas pasadas-

A Lyfia le brillaron los ojos. Eso significaba que Aioria, Mu y los otros revivirían, ésta vez no solo por unos días, sino permanentemente. ¡Aioria volvería! Se llevó las manos a la boca. Frodi no pudo evitar notar esto, y sacudió la cabeza, cabizbajo y un poco triste. Lyfia no notó aquello, pero no pasó desapercibido para Hilda, quien no dijo nada. Realmente esperaba que nada malo surgiera de ello.

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Campamento en los Andes, Chile

Al mismo tiempo

Julieta suspiró largamente mientras se preparaba para volver a subir a la montaña. Estiró los adoloridos brazos y se puso en cuclillas para calentar antes de volver a hacer el recorrido. Respiró hondo. Siendo originaria de Punta Arenas, el frío de la montaña no la molestaba para nada, pero después de un par de meses del pesado entrenamiento habían comenzado a tener sus estragos. Todos sus músculos estaban dolidos, y ya se había dado un par de buenos golpes.

Ni todos los años de medicina y de cirugía la prepararon para esto.

-¿Tan pronto te fatigaste, Julieta?- dijo una de las chicas, dándole una palmada en la espalda, haciendo que por poco perdiera el equilibrio y cayera de boca, para después volverse a sus otros compañeros- ¿ven? Les dije que los profesionales se cansaban muy rápido-

A pesar de las palabras severas de la chica, ésta le sonrió a Julieta y le guiñó el ojo.

-A ver si piensa lo mismo cuando esté herida y solo nosotros seamos los únicos médicos disponibles- dijo uno de los compañeros de Julieta.

-Ya, ya, no le hagas caso- dijo Julieta, intentando calmar los ánimos- Barbara solo está bromeando con nosotros-

La chica rubia llamada Barbara se echó a reír, y se volvió a sus camaradas. El compañero de Julieta iba a responderle, pero el capitán alzó la voz.

-Bien, continuaremos con el curso de montaña- dijo el capitán- irán por parejas. Creo que lo mejor será que vaya un medico acompañado de un oficial…-

-Típico- dijo Barbara en voz baja, mientras que el capitán continuaba asignando las parejas para el siguiente ejercicio.

Y finalmente, cuando el capitán terminó de asignar los puestos, Julieta quedó junto a Bárbara.

-Bueno, hagámoslo- dijo la chica, echándose su mochila a la espalda. Julieta se encogió de hombros y la imitó, caminando detrás de ella.

Mientras Julieta seguía a la otra chica por la senda a la que las habían enviado, bajó la mirada para observar nerviosamente el arma que habían puesto en sus manos. Suspiró y levantó la vista. Su compañera se llamaba Barbara Steiner, chilena de orígenes alemanes, y como tal era una chica con una piel impresionantemente blanca, ojos azules y cabellos muy rubios, casi blancos. A diferencia de Julieta, Bárbara se camuflaba perfectamente en la nieve.

-Deja de pensar en tonterías- dijo Barbara severamente, al verla tan callada- en la montaña, tienes que estar alerta-

Julieta esbozó una sonrisa torcida.

-Ya, puedes dejar ese acto- dijo Julieta con una expresión astuta- no creo que seas tan mala, en el fondo eres una buena persona-

Barbara parpadeó, y sonrió. Pensaba que Julieta era otra chica llorona como tantas que había conocido y que habían fallado en el camino de convertirse en miembros del ejército, pero le cayó bien, al ver que al menos parecía tan ruda como ella.

-¿Cómo están esos músculos?- dijo Barbara, cambiando el tema- vamos, apuesto a que nosotras dos les podemos ganar a todos esos perdedores-

-Vamos- sonrió Julieta.

Ambas se apresuraron, siguiendo su camino mucho más rápido de lo que habían planeado, pero cuando estuvieron a punto de llegar al siguiente punto de encuentro, ambas se detuvieron de golpe al escuchar un terrible ruido, parecido un grito, o un chillido. Ninguna de las dos estuvo segura.

-¿Qué fue…?- comenzó a decir la chica morena.

-Vamos a investigar- dijo Barbara, empuñando su arma.

Julieta no estaba muy segura de que debieran hacer eso, pero decidió que lo más sabio sería no separarse de su compañera, y ambas se acercaron a una formación cavernosa en la montaña, de donde parecía haber surgido el grito. Mientras ambas se estaban acercando, Julieta sintió un empujón y cayó al suelo, a la nieve.

-Aaaarggg… Barbara, ¿qué rayos?- dijo Julieta, al ver que su compañera se tumbaba al suelo junto a ella.

-Baja la voz. No sabemos que está pasando- siseó la otra chica- no te muevas-

Las dos chicas miraron fijamente la cueva, mientras que Barbara se levantaba y comenzaba a caminar hacia el sitio de donde había salido ese chillido, seguido de Julieta, ambas con sus armas preparadas. Pero no eran necesarias. Al llegar a la cueva, les esperaba un horrendo espectáculo. Parecía que una familia, al menos cinco adultos, se habían perdido en la montaña, habían decidido tomar refugio en esa cueva, pero nadie había llegado a ayudarlos.

-Oh, por…- comenzó a decir Bárbara, mientras que Julieta la hacía a un lado y se apresuraba hacia esas personas. Era demasiado tarde, ninguno tenía pulso, todos estaban muertos, y seguramente desde hacía un par de días. Entonces, ¿de donde había llegado el sonido?

De nuevo, el chillido llenó la cueva, y las dos chicas dieron un respingo. Julieta buscó entre los cuerpos, y encontró la fuente del ruido. Era un bebé de un par de días, que seguramente había nacido ahí mismo, de alguna de esas personas. Estaba envuelto en varias capas de ropa, como si todos los adultos se hubieran quitado prendas de vestir para cubrirlo.

-¡Un bebé!- dijo Bárbara, mientras que Julieta se quitaba la mochila y buscaba entre sus cosas- hay un bebé, está todavía vivo-

-No tengo nada para ayudarlo- dijo Julieta, volviéndose a Barbara y desabrochándose su chamarra- tenemos que regresar lo más rápido posible al pueblo más cercano, conseguirle algo de comer. Es un milagro que esté vivo-

-¿Qué haces?- dijo Barbara, alarmada al ver que la chica se estaba quitando su ropa.

-¿Tu qué crees?- dijo Julieta, sacando unas vendas de su mochila y pasándoselas a su compañera- ayúdame a vendarla contra mi pecho, para mantenerla caliente mientras bajamos-

Barbara estaba asustada, pero finalmente hizo lo que Julieta le decía. Una vez que el bebé estuvo seguro, la ayudó a ponerse su chamarra de nuevo, y ambas sacaron los esquíes.

-Avisaré por radio lo que pasó- dijo Barbara- vamos, te acompañaré-

Julieta sonrió levemente, y se puso la mano sobre el pecho, sintiendo al pequeño moverse bajo sus ropas. Estaba aliviada de que, al menos, pusiera salvar a uno de ellos. Las dos chicas descendieron la montaña a toda prisa para llevar al recién nacido al hospital más cercano.

Ese día, Julieta Castillo y Barbara Steiner se volvieron mejores amigas.

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Templo de Leo

Año 17 del nacimiento de Athena

Tan pronto como se terminó la boda de Mu y Lydia, Aioria regresó a su templo, acompañado de Kostas. Marin se había despedido de él más o menos temprano, argumentando que tenía trabajo en el recinto de las amazonas, y que el hecho de que Lena estuviera en cama, intentado recuperarse de sus continuos vómitos en su embarazo, no ayudaba mucho a la causa de su chica.

Aioria se rascó la cabeza. ¡Extrañaba a Marin! No era como que se hubiera ido a otra parte, pero la chica estaba tan ocupada que casi no podía verla. Suspiró.

-¿Maestro?- dijo de pronto Kostas, sacándolo de sus pensamientos.

Aioria lo miró con una sonrisa. Ah, había olvidado al pequeño y lo mucho que se parecía a Saga, excepto por sus ojos grises.

-¿Qué sucede, enano?- dijo Aioria.

-Ahora que tu hermana también se casó- dijo Kostas- ¿no piensas casarte tú con Marin?-

Ah, la inocencia de los niños. Aioria se puso de todos colores al escuchar la pregunta de Kostas.

-Creo que comiste muchos chocolates en esta fiesta, pequeño, ¿no te duele la panza?- dijo Aioria, cambiando el tema, aunque aún estaba tartamudeando. Kostas sacudió la cabeza- anda a dormir, esperemos que no te duela la panza durante la noche-

Kostas asintió y, tras despedirse de su maestro, subió a la habitación de aprendices a dormir. Una vez que se quedó solo, Aioria comenzó a rascarse la nuca repetidamente. Sus dos hermanos se habían casado, sobre todo el hecho de que su hermana pequeña lo hubiera hecho antes que él daría mucho de que hablar, sobre todo para Milo, quien ya había comenzado a insinuarlo.

Marin. La amaba. Se había enamorado de ella desde el momento en que la conoció, aquella vez que la había encontrado entrenando en el bosque del Santuario. Pero no era necesario casarse para demostrarle que la amaba. Ahí estaban Kanon y Satu, ambos ya eran una familia hecha y derecha, y jamás habían planteado casarse.

Sacudió la cabeza mientras se quitaba el traje con el que había asistido a la boda y se cambiaba por unos pantalones cortos y una playera blanca. Suspiró largamente.

Quizá… quizá podría ir a buscarla, pedirle que pasara la noche con él, pero prontos sacudió la cabeza. No valía la pena molestarla, ya le había dicho antes que estaba ocupada. Pero en la noche no tenía que hacer, y quizá podría… no, mejor no la importunaba, seguramente tenía cosas más importantes que hacer.

Una vez que se puso su ropa de dormir, Aioria se tumbó en la cama y se puso las manos en la nuca mientras miraba el techo, y suspiró. Ya charlaría con ella.

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Recinto de las Amazonas

Al mismo tiempo

Marin suspiró. Por fin había terminado de revisar que todo estuviera en orden en el recinto de las amazonas, que todas las aprendices hubieran regresado a sus habitaciones. Edith había sido la última, quien llegó acompañada de Christoffer. Una vez que revisó que las guardias estuvieran en sus puestos, la pelirroja se dirigió a su habitación y se quitó la máscara. Una parte de ella deseaba que Lena ya regresara a ayudarlas. ¡Extrañaba a Aioria!

Sonrió levemente. Quizá… quizá podría ir con Aioria, pasar la noche con él. No era tan malo, solo quería su compañía, realmente extrañaba mucho pasar tiempo con él. Quizá podría ir a visitarlo y…

Sacudió la cabeza. No, seguramente estaría ocupado cuidando a Kostas, asegurándose que se fuera a dormir, si es que no estaba dormido ya. Suspiró. Ya lo vería al otro día.

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CONTINUARÁ…

¡Hola a todos! Pues por fin terminé de escribir esta historia. La verdad estoy muy contenta cono ella, sobre todo con los últimos capítulos, así que espero que a ustedes les guste también. Esta historia se lleva a cabo en el mes de diciembre, unos meses después de los eventos del último fic. Espero que les esté gustando. Y tengan paciencia, y no quieran matar a ninguno de los personajes…

Muchas gracias a todos por seguir leyendo. ¡Un abrazo a todos!

Abby L.