Disclaimer: Nada me pertenece. De ser así, JK no sería tan rica y Ron estaría todo el día atado a la pata de mi cama. Además, la canción de toda la historia es "Heroes", de Mika. Yo no gano nada copiándola, excepto, quizás, engancharos a él.
Nota inicial: Total y enteramente dedicado a Kaochi y TBlackRose. Espero que ellas sepan porqué. Gracias por abrirme un mundo con los gemelos. Gracias por ser, vosotras mismas, un buen ejemplo de ellos.
No está beteado, así que puede haber fallos. Mi beta (Kao) anda muy ocupada y no quería tenerla hasta las mil aquí leyendo esto. Así que los fallos van a mi cuenta, gracias.
Este fic participa en el reto "Solsticio de invierno" del foro La Noble y Ancestral Casa de los Black. Mis palabras son "bolas" y "muñeco de nieve". Aquí, bolas.
La promesa irrompible
"24 de diciembre de 1979"
The kids in the hundreds tomorrow
Will march through the door
They're fighting someone else's war
They'll have so many stories to tell
In exchange for a hero's farewell
Todo estaba preparado. Todo. Molly iba de un lado a otro, mirando si el pavo estaba suficientemente cocinado, o si a los cabeza huecas de los gemelos les había dado por hacer alguna de las suyas. La voz altiva de Percy, aun a tan tierna edad, intentaba sin éxito dirigir a unos Charlie y Bill poco interesados en cantar villancicos mágicos. Y Arthur… bueno, su marido seguramente estuviese terminando de empaquetar los regalos para los críos. No tenía ni idea de lo que había comprado este año, porque ella había estado demasiado ocupada con los preparativos para la llegada del nuevo inquilino de la casa: estaba embarazada de seis meses y su prominente barriga le daba más problemas de los que podía acaparar. Incluso siendo Molly Weasley, la que había criado, de momento, a cinco de los niños más ruidosos y berreantes del mundo mágico.
Cuando llamaron a la puerta, el sonido del timbre inundó toda la casa. Estaba metida hasta los codos en la salsa de mostaza para acompañar los platos y tuvo que echar mano del pequeño Charlie para que abriese. No alcanzaba ni siquiera la varita. Seguramente fuesen los señores Lovegood, que vivían al otro lado de la colina, deseando una feliz nochebuena, como todos los años.
—¡Por las barbas de Merlín, Mols, pareces un planeta! —exclamó una voz.
—Exactamente, solo te faltan los satélites rondando tu atmósfera —agregó otra persona.
Escuchó un chasquido y, al momento, unas lucecitas brillantes empezaron a rodearla. Con una mueca de hastío sacó las manos de la salsa, se limpió con un trapo y cogió la varita al tiempo que los dos invitados huían hacia el salón. Un Carpe Retractum los atrajo de nuevo a ella. O, deberíamos decir, sus orejas a las manos regordetas de la matriarca.
Se las retorció un poquito y luego les despeinó, mientras Gideon y Fabian se quejaban de que era una pesada y que les había costado mucho tiempo peinarse para la ocasión. Puso los ojos en blanco y los brazos en jarra y les miró, como cuando regañaba a sus pequeños.
—No seas quejicas, Gi, Fab. Parece que los críos seáis vosotros. Coged ahora mismo los cubiertos y empezad a poner la mesa. Ya que llegáis pronto por una vez en vuestra vida, al menos sed de utilidad.
Durante un instante, solo se escuchó la risotada que soltaron al unísono los gemelos Prewett mientras iban a la cocina. Molly sonrió, secretamente deleitada de tener un año más a sus hermanos, y empezó a recoger con la varita los juguetes de sus hijos ignorando sus lamentaciones y sus protestas. Era la hora de la cena y se tenían que lavar detrás de las orejas, como siempre les decía, para que el brujo de Avalon les pudiese dejar los regalos a media noche.
—Bueno, bueno, ¿cuándo nacerá? —comentó Fabian, colocando las copas delante de cada silla. Las mesas, montadas una encima de otra, parecían inestables. A pesar de lo cual, todos sabían que no se caerían en ningún momento. A lo lejos se escuchaba a Percy quejándose de que Fred y George, que tan solo contaban con un año y medio, le estaban molestando en el baño.
—Alrededor de marzo —contestó Molly orgullosa, encendiendo dos velas en el centro de la mesa. Una por su padre, otra por su madre, ambos fallecidos.
—¿Y quién va a ser el padrino? ¿Y la madrina? ¿Habéis pensado en ello?
Gideon siempre era como una metralleta de esas muggles. Siempre disparaba todas las preguntas rápidamente, tal y como actuaba. Era el hiperactivo de los gemelos, el que siempre tenía las mejores ideas, el creativo, mientras que Fabian se encontraba más relajado y ejercía de conciencia de su propio hermano.
Molly sonrió y les miró de hito en hito, como quien guarda una excelente sorpresa para el final.
—Quien se lo merezca, por supuesto. —Los gemelos se miraron entre sí para después observarla a ella—. No permitiré que el pequeño Ronald tenga como padrino a un perdedor. Así pues, podéis jugároslo como queráis, pero solo uno de vosotros ostentará ese importante cargo.
—Bueno —comenzó Fabian—, seguro que tienes más hijos. Este se lo cedo a Gi.
—Oh, no, no, no. En absoluto —su gemelo casi parecía ofendido—. ¡Esto es un juego y aquí va a ganar el mejor! —Molly alzó las cejas.
—¿Y cómo piensas jugarlo? Si tocas mi comida o lanzas a alguno de mis hijos, perder la patronalidad del bebé será lo mejor que te ocurra —le advirtió, muy seria. Gideon buscó alrededor, hasta señalar un abeto desnudo que tenían en un rincón. Lo cierto es que Arthur lo había llevado para que los niños lo decorasen, pero en cuanto habían encontrado gnomos en el jardín y tenían un divertimento mucho más placentero, se olvidaron de las bolas y los espumillones que sus padres habían comprado en el mercadillo del pueblo.
—Vamos a decorarlo mientras cenáis. Cada uno una mitad. El que mejor lo haga, será el padrino. —Molly y Fabian se miraron y el chico se encogió de hombros y asintió, muy dispuesto.
—Adelante.
A la mujer no le gustaba que nadie se perdiese sus cenas. No por nada se pegaba horas y horas en la cocina, perfeccionando la recetas de su madre, su abuela y sus antepasados. Los platos de los Prewett eran conocidos en el mundo entero por su sabor y ella solo quería continuar con la herencia. Además, desde que su madre había fallecido, hacía ya tres años, le gustaba pensar que las cenas que ocasionalmente preparaba para Fabian y Gideon les hacían rememorar los buenos momentos en casa, todos juntos. Y, aun más, en Navidad.
Pero cuando a los gemelos se les metía algo entre ceja y ceja, era imposible hacerles cambiar de opinión, así que apartó una generosa cantidad de pavo y salsa de mostaza y sirvió platos para el resto de su familia. Los niños, más que comer, se dedicaron a jugar con la mostaza y las oportunidades que les brindaba el pudin de canela del postre, ignorando las regañinas de su madre. Tan solo Percy se comportaba adecuadamente, porque hasta Fred y George, a los que Arthur y ella intentaban dar de cenar, estaban más animados por el hecho de pintarse la cara de amarillo con la salsa que en probar bocado.
Tras poco más de una hora, el matrimonio se dio por vencido justo en el momento en el que unos gemelos pelirrojos, casi copias exactas de los que se negaban a dar una cena de Navidad tranquila en la mesa, hacían acto de presencia por la puerta de la sala de estar. Con una reverencia, invitaron a la familia a ver su obra maestra.
Charlie y Bill pasaron por debajo de la mesa, corriendo como los críos que eran y esperando ver los regalos del brujo de Avalon antes incluso de medianoche. Sus bufidos desilusionados no se pasaron por alto, por lo que Percy, Fred y George se fueron directos a la zona de juegos, sin pararse a examinar el magnífico abeto que sus tíos habían adornado.
Molly notó cómo se le quedaba la boca abierta y se le escapaba una carcajada mientras Arthur la abrazaba por detrás. El árbol estaba perfectamente decorado en tonos fríos, con las bolas blancas y el espumillón plateado alrededor del mismo y una pequeña estrella que parecía hecha con alambre improvisado, en lo alto. Las dos mitades eran exactamente iguales, como sus hermanos. Les dio un pequeño empujón en el hombro a cada uno.
—Tramposos.
—Tampoco es como si Fabian no pudiese pasar por una mujer, ¿verdad? —bromeó Gideon, mirando su reloj mágico—. Deberíamos irnos —anunció a su hermano—. Ya es casi la hora.
—Espera, ¿no os quedáis a la cena? ¿No vais a comer nada? ¿Siquiera tomar el postre? —Molly se empezó a poner nerviosa. Desde que sus hermanos habían entrado en la Órden del Fénix, contaba los momentos en que se veían y los guardaba como auténticos tesoros. Y, además… Era Navidad.
—Lo siento, Mols. Tenemos una misión —Fabian se inclinó para darle un beso en la mejilla y un abrazo a Arthur—. Pero te prometo que mañana por la mañana estamos aquí para abrir nuestros regalos y, ¿cuándo he roto yo una promesa? —Molly se dio por vencida con un suspiro.
—Tened cuidado.
Arthur y ella les acompañaron a la puerta, junto con el eco de las risas de sus hijos, que seguían en el salón. Cuando las siluetas de los gemelos desaparecieron en medio de la tormenta de nieve, Molly apoyó la cabeza sobre el pecho de su marido, un poco más tranquila. Fabian tenía razón, ¿cuándo había roto él una promesa?
Nota de autora:
Me he inventado lo del brujo de Avalon, sí, pero no me pegaba Papá Noel. Puede que un día escriba esa leyenda, porque mientras escribía, se me ocurría lo que podría haber pasado para que se convirtiese en una tradición. Vamos a por el siguiente capítulo.
