Capitulo uno.
Sacramento amanecía como otro día cualquiera. El sol empezaba a asomarse por el horizonte mientras que muchas familias seguían disfrutando de su sueño o, en el peor de los casos, sufriendo con una pesadilla. Pero había una "familia" en especial. Una que, cada mañana se reunía en las oficinas del CBI.
El primero en llegar fue Patrick, o mejor dicho, él ya estaba allí. Como de costumbre, pasó la noche en el ático del edificio descansando sobre su cama y observando un punto indefinido en el techo. La última noticia que había recibido de John el Rojo le había dejado sin aliento. "¿Cómo es posible que sepa los 7 nombres de la lista?" se preguntaba una y otra vez. Era astuto, manipulador y había sido capaz de salir de cualquier aprieto, pero John el Rojo le superaba con creces. Siempre que pensaba que iban un paso por delante, el asesino en serie daba la vuelta a la tortilla y les ponía a ellos en la peor situación. Pero aquellas últimas palabras… "Hasta que me atrapes, o yo te atrape a ti" Estaba seguro de que no le haría daño físico. John el Rojo disfrutaba viéndole sufrir psicológicamente. Disfrutaba volverle loco, ir siempre adelantado y observarle perder la cabeza intentando buscar alguna pista nueva. Pero jamás le haría daño físico. Ese "O yo te atrape a ti" tenía un segundo significado. Se refería a atraparlo mentalmente, igual que hizo cuando asesinó a su mujer y a su hija. Y sabía de sobra a por quién iría para volver a hacerle sufrir de aquella manera.
Casi como si le estuviera leyendo la mente, aquellos ojos verdes que no se pudo sacar de la cabeza desde el primer día que los vio, cruzaron la gran puerta de acero. Se quedó en el borde, esperando a que el hombre le diera permiso para entrar.
- Lisbon, sabes que puedes entrar sin permiso. No te quedes en la puerta – Dijo aún con los ojos cerrados, al notar su presencia.
La conocía desde hace casi 5 años. No le hacía falta verla para saber que era ella la que acababa de entrar. Su olor estaba grabado en su cerebro. Aquel ligero toque a canela que tanto le encantaba.
Desde que su mujer y su hija murieron y se propuso llevar a cabo su venganza, se prometió a sí mismo que no volvería a enamorarse. Que no dejaría que nadie se acercara mucho a él para que no acabara mal. Pero aquella mujer, era especial. Si, especial. Era la única en la que confiaba plenamente. Era la única por la que pondría su mano al fuego sin temor a quemarse. Y el equipo del CBI dónde él estaba… Le habían dejado entrar poco a poco, hasta ocupar un gran lugar en aquella pequeña familia. Y a su vez, ellos se habían ido abriendo un hueco poco a poco en su corazón. Pero sobre todo ella.
¡Dios! John el Rojo sí que tenía que ser un médium. Le costaba sangre, sudor y lágrimas evitar que sus sentimientos hacia ella se le notasen. Y parecía que funcionaba bien. Pero de alguna forma u otra, él lo había descubierto y a ella no dudaría en torturarla y hacerla dios sabe cuántas cosas hasta, al final, matarla para hacerle sufrir de nuevo. No. No iba a permitir que eso ocurriera de nuevo. No dejaría que John el Rojo volviera a llevarse de su vida la única razón por la que seguía en pie.
- Jane – Se limitó a decir ella con voz entrecortada. Este, al escuchar la forma con la que Teresa había pronunciado su nombre, se levantó como un resorte de la cama y se acercó a ella.
- ¿Qué pasa?
- Es él. Ha vuelto.
Reunidos en la pequeña cocina de las oficinas del CBI se encontraba todo el equipo. Van Pelt, Rigsby y Cho observaban la escena, intentando evitar hacer algún comentario desafortunado.
- No pienso dejar que una comisaría de Nueva York se una a nosotros en la investigación de John el Rojo. Él es mío – Decía Jane al borde de la desesperación.
Unos minutos antes, Lisbon les había informado de lo ocurrido. John el Rojo había matado a otra mujer. Solo que esta vez en la costa este del país. Bertram había tenido una reunión con ella y la había obligado a ir a la otra punta del país para ayudar al equipo que se encargaba del caso de Nueva York. A ella y a todo su equipo, incluido Jane.
Teresa sabía que él se iba a negar. Que se pondría furioso al saber la noticia y que perdería la cordura. Pero tenía que contárselo. Bueno, tenía que contárselo a todo el equipo. Pero quien más la preocupaba era él. Sabía que el resto no pondrían ninguna pega. A nadie le gustaba trabajar con otros equipos. Cada uno tenía su manera de trabajar y tener que fusionarse solo traía problemas, pero eran gajes de su oficio y quisieran o no tendrían que aceptarlos. Pero Jane, él era otro tema muy distinto. Sabía que no tendría que convencerle mucho para aceptar. Pero que otro equipo llevara el caso de John el Rojo, otro equipo muy lejos de él, eso le irritaba de tal manera que en más de una ocasión perdería los nervios. Ella lo sabía bien, y se aseguró de estar con él en todo momento desde que llegaran a Nueva York.
- Créeme que no es por gusto mío. Por lo visto, la capitana de esa comisaría busco información sobre John el Rojo y supo que nosotros estuvimos llevando el caso. Quiere ayuda con esto Jane, y no puedo negarme. Además, ¿No quieres pillarle? Quizá este sea el momento.
-¿El momento? – Bufó el rubio – No me vengas con esas Lisbon. John el Rojo no comete fallos.
- Y entonces, ¿Por qué ha atacado en Nueva York y no aquí? – Siguió insistiendo ella – Quizá se pensaba que allí no le reconocerían y no se molestó en ocultar algunas pruebas.
Tras esas palabras se hizo el silencio. Nadie decía nada. Lisbon esperaba haberle hecho entrar en razón, mientras que los otros tres integrantes del grupo seguían callados sin saber muy bien que decir. Así pasaron varios minutos hasta que Jane recogió su taza de té y se marchó del lugar. Teresa suspiró. Miró al resto de su equipo.
- ¿Puedo contar con vosotros? – Les preguntó.
- Pues claro – Respondió de inmediato la pelirroja. Cho se limitó a asentir con la cabeza y Rigsby la contesto algo parecido a Van Pelt.
- De acuerdo, el avión sale mañana por la mañana a las seis. Por favor sed puntuales. Yo intentaré convencer a Jane. El resto de día tomároslo libre. Hacer las maletas, relajaros. Lo que queráis. Nos vemos allí – Dijo mientras ponía rumbo al ático. Estaba seguro de que su asesor estaría allí.
Se paró frente a la puerta. Respiró hondo y se armó de valor para cruzar. Cuando entró, el panorama que se encontró no era el que se esperaba. Jane estaba guardando un par de trajes de tres piezas en una pequeña mochila. Se adentró en la habitación y se acercó a él, quedando un poco apartada. Pasaron varios minutos en silencio mientras que Lisbon le observaba sin quitarle el ojo de encima. Cuando el rubio de rizos terminó de meter sus cosas en la mochila, se giró para quedarse de frente.
- Siento mi comportamiento de antes. Entiendo tu punto de vista, y le respeto Lisbon. Pero me gustaría que tú entendieses el mío. Sabes lo que significa John el Rojo para mí y … - Pero ella le interrumpió.
- Y no soportas que nadie más aparte de ti trate el caso. Jane te conozco. A mí tampoco me gusta tener que trabajar en otra comisaría y mucho menos lejos de aquí. Pero ese es mi trabajo. Y el tuyo también al ser asesor. No tienes por qué irte del CBI solo porque tengamos que compartir un caso… - Esta vez fue ella quien se vio interrumpida, pero no por palabras, sino por la carcajada de su compañero.
-¿De verdad pensabas que me marchaba del CBI? – Preguntó incrédulo Jane. – Me voy, si. Pero con vosotros. A Nueva York.
En ese instante, Lisbon sintió liberarse de un gran peso. Cuando entró al ático y vio a Jane guardando sus cosas en esa mochila notó como se derrumbaba por dentro. Aunque al principio no le soportaba, con el paso de tiempo ese hombre la había demostrado que, después de ese corazón destruido por todo el dolor que había pasado, todavía había una pequeña parte dispuesta a cambiar. Dispuesta a olvidar lo ocurrido muchos años atrás y volver a empezar. Y ella lo único que deseaba era poder empezar de cero con él.
- Idiota – Fue lo único que apuntó a decir y se marchó del lugar. Justó cuando cruzó la puerta para irse, volvió atrás y se asomó – El avión sale a las seis – Y tras oír la confirmación de su compañero se fue con una gran sonrisa en su cara.
Tal y como acordaron, a las seis de la mañana, los cinco compañeros ya estaban en el avión dispuestos a adentrarse en un nuevo estado. Teresa se había pasado la noche en vela, pensando en cómo iban a ocurrir las cosas en los siguientes días. Miles de ideas y teorías se pasaban por su cabeza provocándola un insomnio que la duró toda la noche lo que hizo que se durmiera en el asiento pocos minutos después de que el avión despegara. Jane iba sentado con Lisbon en la zona derecha mientras que los otros tres estaban sentados juntos en los asientos del medio.
Patrick se permitió la libertad de observarla unos minutos mientras dormía plácidamente. Era tan preciosa, tan especial, tan única… Agitó un poco su cabeza intentando borrar esos pensamientos. Enseguida volvió John el Rojo a su mente y su semblante cambió por completo. No iban de vacaciones. Iban a investigar un caso. Un caso de John el Rojo. Tenía la sospecha de que el asesino en serie se tramaba algo. Empezó a pensar, a elucubrar en su mente como cada vez que lo hacía cuando John el Rojo estaba de por medio. Pero algo le hizo salir de sus pensamientos. Lisbon se había apoyado en su hombro. Giró con delicadeza la cabeza para observarla mejor. Tal y como se imaginaba ella seguía dormida y con algún movimiento del avión la cabeza acabó sobre su hombro. Se acomodó él también en el asiento intentando no despertarla y una vez que estuvo a gusto cayó en los brazos de Morfeo.
Lisbon se despertó al sentir como Jane se revolvía en el asiento. Abrió despacio los ojos y cuando se dio cuenta que tenía su cabeza apoyada en su hombro se quedó en shock. Se imaginaba que se estaba moviendo para intentar despertarla y así que ella apartara la cabeza, pero cuando se fue a levantar y disculparse por aquello, se percató de que Jane se había quedado quieto. Y no la había apartado. Simplemente se había dormido al igual que lo estaba ella unos minutos atrás. Sonrió y, casi sin poder evitarlo, volvió a dormirse bajo la comodidad que el brazo de su compañero le ofrecía.
- Jane – Varios segundos en silencio – Jane – Esta vez notó como le movían ligeramente – Jane despierta, ya estamos llegando – Van Pelt intentaba despertarle. Tanto él como Lisbon se habían dormido durante todo el viaje y ninguno de los dos parecían espabilarse. Como la joven pelirroja era la que más cercana estaba a ellos, fue quien empezó a llamar a Jane y al ver que este no le respondía decidió moverle un poco. Patrick al oír su nombre abrió los ojos poco a poco y cuando se desperezó empezó a llamar a Lisbon. Cuando esta también se hubo despertado, sus mejillas empezaron a sonrojarse al ver a Jane mirándola. Sin quitarla el ojo de encima. Ella seguía apoyada en su hombro pero él no hizo ningún amago de quitarla. Cuando Lisbon se apartó de él miró hacia la ventana para evitar que su compañero la viera roja como un tomate. Odiaba que sus mejillas se coloraran tan rápidamente y más aún si lo hacían por culpa de Jane.
La voz de la azafata avisando de que se tenían que poner los cinturones para el aterrizaje llamó su atención y mientras se le abrochaba empezó a pensar que haría a partir de ahora.
Tenían muchas pistas sobre John el Rojo. Demasiadas para no encontrarle todavía. Pero debería contárselas al equipo al que se unirían en Nueva York y ni ella ni Van Pelt, ni Rigsby, ni Cho estaban contentos con eso. Y ya no hablemos de Jane. En este momento, se apostaría lo que fuese a que, cada cosa nueva que encontrara se lo guardaría para él. Y aquello le torturaría poco a poco hasta llegar a un punto en el que perdería la poca cordura que le quedaba. ¿tanto le costaba confiar en ella? Siempre que la había necesitado, ella había estado allí a su lado. Para cualquier cosa. Pero en cuanto entraba John el Rojo, se cerraba en banda. Aquello la frustraba de tal manera, que más de una vez pensó en mandar a la mierda el caso y que se encargara él solito. Pero al final acababa recapacitando y quedándose a su lado.
- Lisbon…¿Puedo pedirte un favor? – Soltó Jane de repente. Teresa dio un pequeño saltito. Estaba tan ensimismada en sus pensamientos que no se esperaba que la llamara.
- Claro, dime – Dijo, cediendo como hacía siempre
- Si de verdad el caso se trata de John el Rojo, necesito que me cuentes a mí primero cualquier cosa que averigües y luego ya decido yo si contárselo al resto o no – Se quedó incrédula. ¿Cómo podía pedirla algo así? Se estaba jugando su trabajo si hacía eso. Bueno, ya se le había jugado más de una vez por Jane y todavía seguía pensando en cómo no estaba dirigiendo tráfico por la cantidad de broncas que la habían echado pero hacerlo fuera de su estado era un tema muy distinto. Allí ella no tenía el poder. Lo tenía el equipo al que se unirían. Se quedó unos minutos pensando, durante los cuales, el rubio no había perdido el contacto visual con ella. Lisbon sabía que Jane no se rendiría asique pensó como usar eso a su favor.
- Esta bien – Patrick sonrió – Siempre y cuando tu hagas lo mismo conmigo – La sonrisa se le borró de la cara. – Cualquier cosa que encuentres sobre John el Rojo me lo dirás – Jane, por primera vez en aquella conversación, desvió la vista pensado que decir. No quería meterla en esto. No quiso meterla desde un principio pero ella era tan testaruda que se negó en rotundo abandonar el caso - ¿Trató? – Volvió a insistir ella, levantando su mano.
- Trato – Respondió él. Si accedía a hacer lo que Lisbon le pedía, estaría informado de todo lo que ocurría y si las cosas se ponían feas, se encargaría de alguna forma en dejarla de lado respecto a la investigación. Quería mantenerla a salvo.
El viaje se les había hecho bastante corto. Jane y Lisbon se le pasaron dormidos mientras que los otros tres charlaron animadamente durante todo el trayecto. Nada más bajar del avión y empezar a recorrer las calles de la ciudad en el coche que les había ofrecido la comisaría donde trabajarían, Lisbon empezó a recordar viejos tiempos. Había hecho la academia aquí, en Nueva York. Mantuvo relación con muchas personas pero solo hubo una con la que todavía mantenía contacto. Una que había pasado por algo parecido a ella en su vida: la muerte de un familiar cercano, y eso las juntó todavía más. Se habían tratado como hermanas. Pero todo cambió cuando, al salir de la academia, ella se fue a California, dónde había vivido desde pequeña y su amiga se quedó en Nueva York. De aquello hacían ya más de diez años. Hasta incluso llegarían a quince, no estaba muy segura. Llevaban sin verse desde entonces. Pero, cada cierto tiempo se llaman por teléfono y se contaban todo tipo de cosas. Desde los últimos casos que habían resuelto hasta lo enamoradas que estaban ambas de sus respectivos compañeros. Si, en definitiva, aprovecharía que estaba aquí para quedar con ella.
El coche se paró frente a un gran edificio con banderas colgadas en la entrada. Estas, se ondeaban con el viento y daban al edificio un aire más sofisticado.
Se bajaron del vehículo y se quedaron observando el lugar. No era muy diferente a Sacramento. Si, había más gente pero la diferencia no era muy grande. El conductor del coche les informó que llevaría sus pertenencias al hotel que les había ofrecido la comisaría 12th mientras estuvieran allí y arrancó para, pocos segundos después, perderse entre la multitud de coches que circulaban a esa hora por las calles.
"Comisaría 12th" pensó Lisbon. Miró la entrada del edificio, y efectivamente, era la 12th. La mujer tenía un extraño presentimiento. Le sonaba demasiado aquel número. Le resultaba familiar pero no daba con el por qué. Decidió dejarlo estar al ver como sus cuatro compañeros traspasaban las puertas.
Mientras tanto, en esa misma comisaría, dos mujeres mantenían una fuerte conversación.
- Capitán, con el mismísimo respeto. No entiendo por qué un equipo de Sacramento tiene que venir a ayudarnos con el caso – Una de ellas expresaba su punto de vista ante su superior.
- Inspectora, no voy a permitir que venga aquí y me diga lo que tengo o no que hacer. Hablé con sus superiores y estuvieron de acuerdo en mandar a los integrantes de esa comisaría para aportar su punto de vista y sus conocimientos. Así que, ahora, hágame el favor de salir ahí fuera y, junto a sus compañeros, recibir amablemente al equipo que estará a punto de entrar por esas puertas.
No hicieron falta más palabras. La inspectora entendió enseguida que nada haría cambiar de opinión a su superior. Salió del despacho y les informó a los cuatro hombres que la esperaban sobre lo ocurrido. Ninguno de ellos estuvo alegre con la respuesta de su capitana pero no tuvieron más remedio que aceptar y esperar sin ninguna ilusión la llegada del nuevo equipo.
Cuando las puertas del ascensor empezaron a abrirse, se oyó un suspiro que provenía de la única mujer que se encontraba allí. Pero rápidamente lo cambio por una mirada de sorpresa.
Imposible. Era la única palabra que se pasaba por su cabeza. No, no podía ser ella. No podía ser la única persona con la que había compartido su duro pasado durante aquellos años en la academia. No podía ser la mujer que pasó por lo mismo que ella y que la ayudó en cada momento que la necesitó. Simplemente no podía ser ella.
Por su parte, Lisbon repetía exactamente la misma expresión que la mujer. Misma cara de sorpresa. Mismos pensamientos. Mismo asombro.
- ¡¿Tess?! – Apuntó a decir la mujer que esperaba impaciente juntos a sus cuatro compañeros.
- ¡¿Kate?! – Gritó Lisbon mientras ambas echaban a correr para fundirse en un gran abrazo.
