¡YAHOI! Dos capítulos que subo en el mismo día y este resulta que es de una "nueva historia" (entre comillas xD).

Tengo que aclarar varios puntos:

1. La historia original no es mía, sino que Yakuza pertenece a Ivorosy, desde aquí le doy infinitas gracias por permitirme llevar a cabo este proyecto.

2. Esta historia sí es mía, es una continuación de Yakuza con los niños como protagonistas. Ivorosy me ha dado su permiso, por supuesto, sino jamás me habría atrevido a hacerlo. Siempre se ha de respetar el trabajo de los demás.

3. No es indispensable haber leído antes Yakuza para entender esta segunda parte, pero sí es altamente recomendable, puesto que se hacen referencias a la misma y puede que sea algo confuso si no se sabe de ciertos acontecimientos. Además es un fanfic precioso del que os vais a enamorar xD.

4. La muletilla de Boruto, el "dattebasa", lo he transformado en español en un "en serio", igual que el "dattebayo" de Naruto es un "de veras" (en español latino, en español de España lo tradujeron por un "vaya que sí" que me pone los pelos de punta). Quise hacerlo así aunque yo no soy muy partidaria de traducirlas porque en la historia original de Ivorosy sí aparece el "de veras", así que quise mantenerlo para ser fiel y que no perdiera su esencia.

Sin más, espero que os guste.

(¡No sabés lo ilusionada que estoy con este proyecto!)


I. El principio del final


Miraba ansioso la reacción de su madre, de pie ante él, con la bendita hoja de papel sujeta entre su pálida mano. Tan ensimismado estaba buscando en su rostro que no se dio cuenta de cómo la mano femenina arrugaba el lateral del folio blanco, impoluto en la parte de atrás pero cubierto de letras de tinta en la de delante.

Anhelaba, deseaba con todo su corazón que le dijera que sí. En sus catorce años de vida nunca, jamás de los jamases, había salido de Esashi, el pueblo en el que vivía junto a su madre y a su hermana pequeña. Ni siquiera una salida a la playa en verano. Nada. Por lo que cuando la profesora les dijo que se irían de viaje de fin de curso a Tokio su alegría no pudo ser más que evidente. Había corrido como alma que llevaba el diablo directo hacia la cafetería de la que su madre era dueña, agitando la carta donde ella sólo tenía que estampar su firma para dejarlo viajar junto con el resto de sus compañeros.

Claro que nunca se esperó la respuesta que ella le daría.

―No. ―Parpadeó, regresando al mundo real. El color se le fue de la cara y miró para su progenitora, quien al menos tuvo la decencia de parecer incómoda y avergonzada por haberle dado una negativa. Vio como dejaba la hoja encima de la barra y se volvía para proseguir con su trabajo.

Pero él no se iba a rendir tan fácilmente. No por nada siempre le andaban diciendo que se parecía a su viejo en cabezonería. Echaría mano de toda esa perseverancia que le correspondía por herencia, en serio.

―¡¿Por qué no?!―Agarró la carta y fue persiguiendo a su madre por toda la cafetería, mientras ella atendía a los clientes.

―Boruto…

―¡Solo es a Tokio! ¡Ni siquiera al extranjero! ¡Soy mayorcito y puedo cuidar de mí mismo, ya te lo he demostrado muchas veces quedándome con Himawari! ¡Todos los demás van a ir, en serio! ¡¿Quieres que tu hijo sea el único marginado?!

―Boruto… ―intentó interrumpir ella.

―¡Por favor, mamá! ¡Nunca he salido de este dichoso pueblo! Sé que te preocupas por mí y por Hima pero… ―adoptó un tono suave, intentando ahora tocarle la fibra sensible―… algún día deberás dejarme marchar. ―Quiso sonar maduro y responsable. Vio como el cuerpo de su madre se paraba y como convulsionaba en un largo suspiro. Cuando ella se giró, Boruto no vio más que férrea determinación en aquellos ojos perlados, tan exóticos como su dueña en medio de la humilde región de Hokkaidō.

―No. ―Boruto se cabreó. Sus mejillas se encendieron con la ira más absoluta.

―¡Al menos dime el por qué! ¡No lo entiendo! ¡Tampoco dejaste ir a Hima el año pasado a la playa! ¡¿Es que pretendes tenernos encerrados por el resto de nuestras vidas?! ¡No es justo, mamá! ¡No lo es, en serio!

―Boruto, escú-

―¡No, no pienso escuchar que es por mi bien, en serio! ¡¿Por qué es por mi bien?! ¡Todo es por mi bien! ¡Papá no vive con nosotros por "nuestro bien"! ¡Nunca hemos ido a ver dónde pasa la mayor parte del año "por nuestro bien"! ¡No me quieres contar nada de tu familia "por nuestro bien! ¡Pues ya no quiero estar bien, en serio!―Los murmullos a su alrededor empezaron a ser notables. Vio cómo su madre suspiraba nuevamente y lo agarraba con suavidad pero con firmeza del codo, empujándolo hacia la salida. Antes de abandonar la cafetería le dio unas instrucciones a los dos empleados que tenía.

Guio a Boruto hasta el coche y lo obligó a meterse dentro; él todavía mantenía firmemente agarrada la dichosa carta que estaba provocando toda esa discusión. Condujo nerviosa hasta su casa y, cuando llegaron, Boruto salió del vehículo con un bufido, cerrando la puerta con más fuerza de la necesaria.

Lo odiaba. Odiaba que cada vez que quería tocar algo importante relacionado con salir de Esashi o con las vidas de sus padres su madre se encerraba en un mutismo digno del más duro voto de silencio. No lo entendía, así como no entendía, entre otras cosas, por qué él y su hermana llevaban el apellido materno y no el paterno.

No es que no fuera partidario de los derechos de las mujeres, pero normalmente, por tradición, el apellido que se le ponía a los hijos era el del padre y no el de la madre. Lo entendería si su madre, Hinata Hyūga, fuese madre soltera, pero no era el caso. Himawari y él tenían un padre, uno inútil que casi nunca iba a verlos y que se perdía cumpleaños y navidades por culpa de su estúpido trabajo, pero lo tenían.

Entró en su casa azotando la puerta. Hinata fue tras él, colocando bien los zapatos en el escalón de la entrada, donde Boruto los había dejado tirados de cualquier manera.

Lo siguió hasta la cocina, donde lo encontró con el ceño fruncido, aferrando con fuerza la puerta de la nevera, con la mandíbula apretada y sus ojos azules, tan azules como los del hombre al que amaba, fijos en las provisiones que el electrodoméstico guardaba en su interior.

―Boruto―intentó ella volver a hablar―. No es que no quiera dejarte ir, si por mi fuera irías a todas partes, créeme, mi amor, pero… no es tan fácil. ―Boruto bufó y la miró directamente, con sus ojos trasluciendo el más puro de los enfados.

―¡¿Por qué no es fácil?! ¡Solo es firmar el puto papel y-

―¡Contén esa lengua, jovencito!―lo increpó Hinata. Suavizó su expresión al ver la mirada dolida que él le lanzaba. Tenía que ser paciente con él, se dijo, Boruto no conocía las verdaderas razones por las que los mantenía a él y a su hermana, su hija pequeña, tan protegidos en aquel pueblo. Ahí no llegaban apenas noticias de las grandes ciudades, tampoco pasaba gente importante. Y era por eso precisamente que había escogido aquel sitio para vivir, en primer lugar―. Boruto, trata de entender, solo queremos protegerte-

―Esto es por el viejo ¿verdad? ¡Lo sabía, en serio! ¡Es por alguno de esos ridículos negocios suyos de los que nunca quiere hablar!―El corazón dentro del pecho de Hinata se paralizó durante dos segundos. Tuvo que tranquilizarse, diciéndose que seguramente su hijo había hablado por hablar.

―Boruto, sabes que papá y yo te queremos y sólo…

―¡Si me quieres firma el papel!―Chantaje emocional. Su pequeño tornillo debía de estar verdaderamente desesperado para recurrir a un truco tan sucio como ese―. Mamá, por favor, por favor. ―Hinata respiró hondo, tomando valor para terminar de romperle el corazón a su primogénito.

―Boruto, la respuesta es no. ―Los orbes azulados del adolescente brillaron con algo muy parecido a las lágrimas, pero antes de que Hinata hiciera algún movimiento para tratar de consolarlo, éste se escabulló como una tromba en dirección a su cuarto.

―¡TE ODIO, EN SERIO!―Aquellas palabras, dichas mientras Boruto cerraba con un sonoro portazo la puerta de su habitación, resquebrajaron la frágil determinación que Hinata había podido reunir para negarle a su hijo el ir a la excursión. Miró para la hoja que había dejado encima de la encimera de la cocina y la tomó, con dedos temblorosos.

Releyó de nuevo la información: los alumnos de segundo de secundaria irían de excursión por una semana a Tokio, en calidad de viaje cultural. Era una oportunidad única ya que raramente el Ministerio de Educación concedía fondos para salidas de ese tipo a escuelas tan remotas y pequeñas como esta. La salida sería el domingo para poder aprovechar allí los siete días siguientes al máximo. La vuelta el siguiente domingo, llegada por la tarde noche a Esashi.

No era mucho tiempo, tan solo siete días. Pero en siete días podían pasar muchas cosas, se dijo Hinata. Aunque en algo Boruto tenía razón: algún día tendría que dejarle marchar, dejarlo ser libre y parar de sobreprotegerlo tanto, a él y a Himawari. La pregunta era ¿estaba ella dispuesta a eso? ¿A dejar ir a sus retoños? La sola idea la angustiaba y la dejaba temblando de preocupación.

Pero más la angustiaba y la agobiaba el pensar que tal vez Boruto la odiase. Ya arrastraba suficiente culpa por sus acciones pasadas como para añadir más carga a su dañada conciencia.

Miró para su mano, aquella en la que se podía apreciar un pequeño muñón en uno de sus extremos, donde antaño había reposado junto a sus compañeros un fino y delicado dedo meñique. Un ligero escalofrío la recorrió al recordar las razones de su falta, pero también sonrió al rememorar cómo esa misma vieja herida era besada con suma ternura cada vez que tenía la dicha y el privilegio de estar con la persona que ella más amaba en el mundo, aparte de sus hijos.

Pensar en él le dio el valor necesario para hacer lo que llevaba un rato rondando por su cabeza. Seguramente se arrepentiría después, pero ya sería demasiado tarde como para retractarse. Solo sería esa vez. Solo esa. Boruto tenía derecho a disfrutar de una adolescencia normal, como la que ella y su padre no tuvieron la oportunidad de disfrutar. Y ello pasaba por dejarlo ir a la dichosa excursión. Pero antes necesitaba hacer una llamada para asegurarse de que todo marchara bien.

Sacó su móvil del bolsillo de la falda y marcó un número, rogando porque le cogiera a la primera porque puede que después no tuviera el valor para volver a llamarlo. Aunque no sabía de qué se preocupaba, siempre cogía el teléfono si veía que era ella o los niños quienes llamaban. Además, aquel número era el suyo privado y personal, y solo lo poseían un puñado de personas.

Al tercer tono contestaron al fin.

¿Hinata?―Oír su voz hizo que el corazón de la Hyūga diera un vuelco y, como siempre, le entraron unas enormes ganas de llorar al saberse separada de él por la distancia y el peso de sus decisiones―. ¿Qué ocurre? ¿Estás bien? ¡¿Los niños están bien?!

―Todo está bien, Naruto. Estamos bien. ―El suspiro que escuchó al otro lado de la línea la hizo sonreír levemente―. Yo… verás, Boruto ha traído una carta hoy, del colegio.

¿Una carta? ¿Qué ha hecho ahora? ¡Ese niño va a matarme a disgustos, de veras!―Hinata rio suavemente.

―No ha hecho nada, no esta vez. Te lo aseguro―añadió al intuir que Naruto no estaría nada convencido.

¿De verdad? Entonces… ―Hinata se mordió el labio inferior, buscando la mejor manera de abordar el asunto que la había hecho llamarlo. No quería recurrir a esto, pero era la única forma de que lo dejara ir definitivamente a la dichosa excursión y de que ella quedara tranquila.

―Van a ir de excursión de fin de curso. ―Casi pudo ver la expresión confundida que tendría Naruto en estos momentos. Pero no le dijo nada, tan solo se limitó a esperar que ella ese explicase―. A Tokio. ―Se mordió de nuevo el labio inferior, esperando su reacción. Sabía que Naruto no era tan reacio como ella en lo relativo a dejar ir a los niños a donde ellos quisieran. Todavía recordaba la última gran discusión que habían tenido al respecto, unos meses atrás, en una de sus visitas, porque Hinata no dejó ir a Himawari de excursión a la playa con el resto de sus compañeros.

¡Puedo protegerla si eso es lo que te preocupa! ¡Sabes que puedo! ¡Tengo gente que daría la vida por ella si fuera necesario, de veras! ¡Sabes que es así!

Ya veo… ―Silencio―. Hinata…

―Quiero que lo vigiles. ―Oyó un sonido sordo al otro lado del teléfono. Algo que se había caído―. V-voy a dejarlo ir―le costó Dios y ayuda pronunciar esas palabras―, pero necesito tu palabra de que no le va a pasar nada. De que puedes mantenerlo vigilado y protegido. ―Escuchó como Naruto contenía la respiración.

¿Estás segura?―Cerró los ojos, con fuerza. No, no lo estaba, su instinto de madre protectora le decía que encerrara a Boruto con llave en aquella casa y no lo dejara salir nunca. Pero esa no era la solución. Boruto debía aprender a desenvolverse en el mundo, y no lo lograría quedándose en Esashi.

Su mente lo sabía y era consciente de eso, pero no así su corazón.

―Sí. ―La voz le salió temblorosa, pero la firmeza era palpable. Debía ser fuerte y confiar, confiar en Boruto, confiar en Naruto y confiar en que las cosas saldrían bien.

Siete días. Solo eran siete malditos días. Una semana.

Llamaré a Sasuke. ―Tragó saliva, aferrándose fuertemente al borde de la encimera de la cocina. Sabía que no podría dejar a su hijo en mejores manos que en las de su padre, Naruto haría todo lo necesario para mantenerlo a salvo. Tenía que confiar en él, como siempre había hecho―. ¿Hinata?

―¿Sí?

Te amo. ―Aquello terminó por desarmarla. Una solitaria lágrima se deslizó por su mejilla y se apresuró a limpiarla. No sabía cómo, pero Naruto siempre acertaba a decir las palabras correctas en el momento correcto. Al menos con ella siempre era así.

―Yo también te amo. ―Así pusieron fin a la conversación.

Hinata colgó el móvil, se quedó mirando para la pantalla durante unos minutos, con una mirada cargada de nostalgia y anhelo. Luego volvió a guardar el aparato en el bolsillo y, agarrando la bendita hoja de la autorización, se encaminó hacia el cuarto de su hijo, de donde salía una estridente música. Hinata sabía que eso era una forma de decir que no quería ser molestado, pero eso no la detuvo.

Abrió la puerta, encontrándose a Boruto tirado sobre su cama, con las manos detrás de la cabeza y un rictus de fastidio cruzándole el rostro. Cerró con delicadeza y fue hacia él, sentándose en el borde de la colcha. Boruto la miró un momento antes de desviar de nuevo la vista al techo, dispuesto a hacerle la ley de hielo a su progenitora.

Hinata suspiró, colocando las manos sobre su regazo para acto seguido mirarlo. Tomó aire, mirándolo fijamente.

―Tú ganas. Vas a ir. ―Automáticamente, la música se detuvo y Boruto saltó de la cama como un resorte, incrédulo ante las palabras de su madre―. Sí, me has oído bien. Te dejo ir. ―Una lenta y amplia sonrisa se formó en la cara del adolescente.

―¡Gracias, mamá! ¡Gracias, gracias, en serio!―Se le lanzó encima, abrazándola y besándola repetidamente en la mejilla. Hinata rio, dándole palmaditas en los brazos que la rodeaban, encantada con la felicidad de su hijo. Tal vez sí había tomado la decisión correcta.

―Pero tendrás que cumplir algunas condiciones. ―Boruto dejó de prodigarle muestras de afecto y se apartó de ella, con el ceño fruncido. Se sentó a su lado en la cama y la instó a hablar―. Tendrás que hacer caso a tus maestros, nada de irte tú solo por ahí a buscar aventuras. ¿De acuerdo? Esto es muy importante, Boruto: jamás de los jamases vayas solo a ningún sitio, siempre debe haber alguien contigo ¿me has oído?―Boruto asintió, ahora confuso por la vehemencia con la que su madre había dicho aquello―. Prométemelo.

―Mamá…

―Promételo o no te dejo ir. ―La alarma tiñó la expresión de su hijo.

―Te lo prometo―contestó atropelladamente y con el corazón en la garganta, rogando porque ella no cambiase de opinión. Hinata asintió, satisfecha. Entonces agarró un bolígrafo de entre los que Boruto tenía desperdigados por su escritorio y firmó la carta, autorizando así a su hijo a ir la semana siguiente de viaje a Tokio.

Tuvo la sensación de estar firmando una sentencia de muerte, pero enseguida hizo a un lado ese sentimiento. No podía ser tan pesimista, se dijo, Naruto le había dado su palabra, se lo había prometido y ella confiaba en sus promesas. Siempre las cumplía.

Se levantó y ayudó a su hijo a preparar el equipaje necesario para aquel viaje. Vio con una sonrisa como Boruto guardaba la carta con su firma cuidadosamente en el bolsillo exterior de su mochila, como si fuera el más grande de los tesoros.

Cuando tuvieron más o menos lista la maleta que el chico llevaría en su periplo, Hinata lo tomó del hombro y lo hizo girarse para que la mirara. Con un gesto serio metió la mano en el bolsillo en el que guardaba el móvil y se lo tendió. Boruto miró para el aparato con los ojos abiertos como platos.

―Mamá…

―Hay dos números en marcación rápida. Están sin identificar pero son de gente de confianza. Si por algún casual tienes algún problema, alguna emergencia… llama. Te ayudarán. ―Tomó la mano de su hijo y depositó el teléfono en su palma. Boruto lo tomó, vacilante.

―¿De quién son esos números?

―De personas que conozco y en las que confío. Por favor, si estás en un apuro, llámales. ―Boruto no entendía nada pero asintió, dejando más tranquila a Hinata―. Iré a hacer la cena. Tu hermana no tardará en llegar. ―Boruto vio la espalda de su madre desaparecer por el pasillo, dejándolo con la sensación de que la mujer ocultaba algo, algo que tenía que ver con él.

Sacudió la cabeza y pronto se olvidó del tema, cuando miró para su mochila, en cuyo interior reposaba la carta con la tan preciada firma de su madre.

Iba a viajar, por primera vez en su vida iba a salir de aquel pueblo. Y nada menos que a Tokio. No podía esperar a que llegara el lunes.


Al fin llegó el tan ansiado día de la partida.

―¡Tienes que traerme muchos recuerdos, hermano! ¡Muchos, muuuuuuuchos!―Boruto rio y le revolvió el pelo a Himawari. Su hermana llevaba desde ayer por la noche excitada ante la idea de que él fuera a irse de viaje ¡y nada más y nada menos que a la capital! La pequeña estaba más que feliz por su hermano mayor.

―Te traeré muchos dulces, prometido. ―Himawari sonrió ampliamente ante la idea.

―¡Boruto! ¡Tenemos que salir ya o llegaremos tarde!

―¡Voy!―Tomó la maleta, se colgó una pequeña mochila al hombro y salió seguido de Himawari. Su madre ya los esperaba a los dos en la puerta de entrada, calzada y con su bolso colgado de un hombro.

Salieron los tres de la casa hacia el coche aparcado justo delante. Hinata metió el equipaje de su hijo en el maletero y luego se acomodó en el asiento del conductor. Al otro lado se sentó Boruto mientras que en la parte de atrás iba Himawari, cargando con su peluche favorito.

Tardaron unos quince minutos en llegar a la estación de autobuses. Allí Boruto y el resto de sus compañeros tomarían el bus hacia Hakodate. Las luces de la mañana eran tenues y, a pesar de lo temprano de la hora, los tres integrantes de la pequeña familia iban bien despiertos, aunque por motivos diferentes. Boruto no cabía en sí de la emoción, Hinata seguía preocupada y Himawari más que feliz por su hermano mayor e ilusionada porque él le trajera un montón de cosas de su estancia en Tokio.

Hinata, sorprendentemente, consiguió encontrar aparcamiento casi al llegar. Consultó su reloj al salir del coche mientras sus dos hijos iban al maletero a por las cosas de Boruto. Comprobó aliviada que aún faltaban diez minutos para la salida del bus de las seis, el que los chicos y chicas cogerían para ir hasta el aeropuerto, donde subirían al avión que los llevaría directos al aeropuerto internacional de Haneda, el que conectaba con Hokkaidō.

Mientras entraban en la estación de buses y veía a su hijo reunirse con sus amigos, volvió a repasar mentalmente el plan que Naruto había preparado para él y que le había enviado por correo: en Hakodate lo esperarían dos individuos que irían con Boruto en el avión, siguiéndolo a la distancia. Una vez en Haneda se ocuparían los hombres del clan Uchiha. Naruto le había asegurado que Boruto estaría vigilado las veinticuatro horas del día, que incluso Sasuke había podido colocar gente en el hotel que el colegio había reservado para alojar a los alumnos.

Aquello la hizo sentir más tranquila.

Vio con una sonrisa como Boruto reía con los demás chicos de su curso. Algunas madres y padres se acercaron a saludarla; entabló una conversación cordial sobre temas triviales con ellos, mientras esperaban a que sus hijos abordaran el bus y este partiera.

No pasó mucho hasta que los tutores llamaron a sus respectivos alumnos a cargo. Los adolescentes corrieron entonces a despedirse de sus familias. Boruto las abrazó a ella y a Himawari y corrió a montarse en el autobús, más excitado y emocionado de lo que nunca lo había estado.

Hinata observó con algo de aprehensión cómo el vehículo arrancaba y se llevaba a su pequeño lejos de ella, donde no podía protegerlo ni velar por él.

―¿Mami?―La voz de Himawari la devolvió a la realidad. Le sonrió a su hija y, apretándole la mano, echaron las dos a andar hacia el estacionamiento de la terminal de buses.

―Es difícil verlos marchar ¿verdad?―comentó una madre. Hinata asintió, convencida de que había hecho lo más difícil que le podrían haber pedido hacer en su vida.


Veía todo con los ojos abiertos, totalmente anonadado. Los enormes rascacielos, las luces, las pantallas gigantes… todo era tan nuevo y tan emocionante que no se podía creer que estaba allí, por fin, en Tokio. Habían tardado dos horas en llegar de Esashi a Hakodate en autobús y luego casi otra hora y media en avión hasta Tokio.

Ahora mismo era de noche y estaban todos agolpados en las puertas principales del hotel, esperando a que los profesores que los acompañaban ultimaran los detalles de sus habitaciones.

―¡Esto es genial ¿eh, Hyūga?!―Boruto asintió, sonriente. Al fin uno de los maestros salió para decirles que ya estaba todo arreglado y verificado, que podían entrar a por las llaves y subir a instalarse. Las habitaciones eran triples, con baño incluido. La cena sería en una hora. Podían aprovechar ese tiempo para descansar, ducharse e instalarse cómodamente.

Los pusieron por orden alfabético, y en el caso de Boruto dio la casualidad de que los dos chicos con los que compartía habitación eran de distintas clases. A uno lo conocía porque su hermano pequeño iba en la misma clase que su hermanita en primaria, al otro solo lo había visto en los pasillos de vez en cuando, pero tampoco era el fin del mundo. Sería cuestión de ser civilizados y santo remedio. Si algo le había enseñado su madre era a ser diplomático cuando la situación lo requería.

Dejó la maleta al lado de la que sería su cama y se tiró en la misma, tenía demasiado sueño como para moverse. Madrugar no era lo suyo, definitivamente no. Además el andar medio día en el aeropuerto tirado esperando por su vuelo lo había dejado agotado. Cerró los ojos y se dispuso a echarse una siesta, pensando en todas las cosas nuevas y emocionantes que lo esperaban a lo largo de aquella semana.

Entre tanta euforia ni él mismo ni ninguno de los otros adolescentes se había percatado de los muchos pares de ojos que parecían seguir al rubio adonde quiera que fuese.


El primer día se lo pasaron de museo en museo, aunque el más interesante para Boruto fue el Token Hakubutsunkan o Museo de la Espada Japonesa. Boruto se había imaginado a sí mismo como un orgulloso samurái, sosteniendo alguna de aquellas milenarias espadas. Estaba seguro de que si las armas pudiera hablar le contarían historias de los héroes que las habían portado.

El segundo día visitaron por la mañana la Biblioteca Nacional de la Dieta (Kokuritsu Kokkai Toshokan) y por la tarde la Biblioteca Metropolitana de Tokio (Tokyo Tōritsu Toshokan).

Entre medias y tras las visitas les dejaron tiempo libre para explorar lo que quisieran, marcando siempre un punto de encuentro y recordándoles la hora del toque de queda: a las diez tenían que estar todos durmiendo como angelitos en sus habitaciones. Al que infringiera la norma se le mandaba derechito a casa en el primer vuelo del día siguiente.

Ahora iban por el tercer día y se encontraban visitando la única zona abierta al público del Palacio Imperial: los jardines orientales o Kokyo Higashi Gyoen. Todas las chicas se encontraban locas por sacarse selfis en aquel lugar. Boruto bufó, observando un grupo de extranjeros ataviados de forma algo ridícula (a su parecer) y con sus cámaras colgando de sus cuellos.

Observó con curiosidad cómo los forasteros chillaban y sonreían ante cualquier nimiedad que les llamara la atención. Boruto se preguntó si los japoneses se verían igual cuando viajaban a otros países. Si era sí, pedía perdón por ello, porque estaba viendo que dicho espectáculo era patético.

Giró sobre sus talones, bebiendo de su botella de refresco, para volver con los demás, que ahora estaban pendientes de algo que el guía les explicaba sobre los puentes Nijubashi. Iba tan distraído que no notó que había alguien tras él hasta que sintió el impacto de un cuerpo contra el suyo.

―¡Ay!―Bajó la vista y se encontró con una chica menuda, más baja que él. La muchacha frunció el ceño y levantó la vista hacia él, claramente molesta―. ¡Mira por dónde vas, idiota!―Sus palabras lo enfadaron.

―¡Tú eres la que ha chocado conmigo, en serio!―La desconocida se levantó, sacudiéndose la falda de su uniforme. Boruto se fijó en que dicho uniforme, por la hechura y el escudo de la chaqueta, debía pertenecer a algún colegio de esos carísimos y exclusivos, privado, al que iban los hijos mimados de los ricachones. Bufó. Por su parte la chica se subió unas gafas rojas por el puente de su pequeña nariz y lo examinó largamente con sus ojos oscuros. El cabello lo tenía corto y también era negro, contrastando todo ello con su piel pálida.

No supo porqué pero algo lo incomodó en la manera en que ella lo miraba, porque la chica llegó un momento en que frunció el ceño y lo recorrió de arriba a abajo, para luego quedar reflexiva durante varios minutos, poniéndolo nervioso.

―S-si no vas a disculparte, me voy. ―Sus palabras parecieron llamar su atención, porque enseguida lo miró de nuevo a los ojos, con los labios torcidos en una mueca que denotaba molestia.

―¿Disculparme yo? ¡Tú eres el que debería-

―¡Sarada, vamos, ven!―La chica giró levemente la cabeza hacia un grupo de estudiantes que vestían su mismo uniforme.

―¡Ya voy!―Lo miró por última vez para acto seguido dar vuelta e ir junto a sus compañeros, dejando a Boruto más que confundido por la rara manera en que lo había estado observando. Sacudió la cabeza y reemprendió él también el camino hacia donde lo esperaban, ya iba con retraso.

Al fin el guía terminó su charla y los dejó a su aire para que deambularan durante un rato por los jardines. Las chicas rápidamente reanudaron su tarea de sacarse fotos en cualquier rincón, mientras que los chicos se desperdigaron por doquier, en pequeños grupos, charlando o escuchando música para pasar el rato, algunos incluso jugando con el móvil, ajenos al mundo que los rodeaba.

A Boruto le entraron repentinamente unas tremendas ganas de ir al baño. El último refresco parecía haber llenado su vejiga y esta ahora clamaba por vaciarse.

―¡Profesor, necesito ir al baño!―El maestro al que se había dirigido asintió.

―¿Quieres que te acompañe alguien o conoces el camino?―En la mente de Boruto resonó la advertencia de su madre.

Jamás de los jamases vayas solo a ningún sitio, siempre debe haber alguien contigo ¿me has oído?

Negó con la cabeza con una sonrisa mientras se encaminaba hacia donde estaban instalados unos baños portátiles. Su madre se preocupaba demasiado. Ya no era un niño pequeño, sabía cuidar de sí mismo.

Encontró un baño libre y se metió dentro. Su cuerpo se lo agradeció en cuanto pudo hacer pis, el alivio fue instantáneo. Se subió los pantalones, se cerró la cremallera y se lavó las manos. Se las estaba secando cuando salió del mismo, topándose por segunda vez en el día y en un lapso corto de tiempo con la chica con la que había chocado antes.

―Tú… ―Hablaron a la vez. Ella rodó los ojos y Boruto metió las manos en los bolsillos de su chaqueta, de pronto molesto sin saber muy bien por qué.

―¿Me dejas pasar?―le preguntó ella en un tono forzoso de amabilidad. Él se hizo a un lado para darle paso y ella siguió adelante dejándolo atrás con un aire de suficiencia que lo irritó.

―Presumida, en serio―susurró con toda la intención de que ella lo oyese. Aquel comentario la molestó.

―Pueblerino―le soltó ella. Boruto levantó la cabeza y la encaró, ceñudo.

―Al menos yo no me doy aires.

―Si me los doy es porque puedo permitírmelo, zoquete.

―¡¿Quién eres tú para insultarme?! ¡No te conozco!

―¡Lo mismo te digo, imbécil!

―¡No me llames imbécil, niñata!

―¡Niñata tu- ―La réplica de la chica murió en sus labios cuando sintió una mano grande haciendo presión en su rostro. Un brazo recio la rodeó de la cintura y los ojos negros se abrieron como platos. Se debatió con furia, recriminándose por haber sido tan estúpida de irse ella sola por ahí.

Frente a ella, Boruto no sabía cómo reaccionar, aturdido. Para cuando quiso hacerlo él también sintió como alguien lo aprisionaba por detrás y presionaba algo en su nariz, haciendo que un olor desconocido lo inundase.

Escuchó unas exclamaciones ahogadas a lo lejos pero no pudo identificar de dónde provenían, pues en cuestión de segundos todo fue oscuridad.

Fin El principio del final


¡OH-MY-GOD! ¡No me puedo creer que esté haciendo esto! Ivorosy, preciosa, tengo que agradecerte una vez más: gracias por dejarme hacer esto. Espero sinceramente no decepcionarte, odiaría que fuera así, por lo que prometo esforzarme al máximo para que esta historia te guste a ti y guste también a los lectores, tanto a los nuevos como a los antiguos fans de Yakuza.

Estoy ilusionadísima, no quepo en mí de felicidad.

¿Me dejáis un bonito y maravilloso review con vuestra más sincera opinión? Porque, ya sabéis:

Un review equivale a una sonrisa.

*A favor de la campaña con voz y voto. Porque dar a favoritos y follow y no dejar review es como manosearme una teta y salir corriendo.

Lectores sí.

Acosadores no.

Gracias.

¡Nos leemos!

Ja ne.

bruxi.