Una mujer de pelo blanco y mirada maniática tenía atado a un pequeño chico de dulce rostro con una correa perruna. El chico, miraba a la mujer con los ojos completamente abiertos y una capa de cristal cubriendo sus ojos y con voz súplica y rota repetía una y otra vez "Por favor mamá, por favor". Pero aquel monstruo de pelo vacío como su pecho no escuchaba, pero sí dejaba escapar de su garganta una irritante carcajada aguda. La maniática carcajada salía de ella mientras su mano recorría lentamente la cabeza de lo que parecía un perrito de peluche que emitía un ruido casi tan molesto y agudo como la sonrisa de la mujer.

—¿Cómo pudiste dejar a tu pobre madre aquí sola, sin nadie que cuidase ni de ella ni de sus pies? ¡Vergüenza! Una traición tan grande merece un castigo igual de grande: Te quedarás aquí para ¡Siempre! Di adiós a tus estúpidos amigos porque no los verás nunca más.

—¡Pero mam… —Cuando el chico se intentó levantar para protestar por aquello la metálica cadena tiró de su cuello con fuerza, haciendo que su intento de queja acabase con una fatídica caída al suelo.

—Tss…, pequeño mío —La cruel monstruosidad se levantó de su asiento de rojo cuero y dio unos pasos en dirección al que parecía ser su hijo con un dulce tono. Al llegar a su altura empezó a acariciar lentamente sus revoltosos mechones blancos como si de un perro se tratase—. Tranquilo mi pequeño niño, aquí nadie te dañará; tu querida madre está aquí, tu querida madre te protege. No te pasará nada, mi pequeño Carlos…

El mismo chico levantó su torso superior con rapidez, soltando a la vez un alarido desde lo más profundo de su esencia. Perlas líquidas recorrían su frente y tristes gemas amenazaban con ser expulsadas de sus globos; su respiración, capaz en aquel momento de ganarle una carrera a Mercurio, era a la vez rápida y entrecortada; mientras, su cuello, ahora libre de aquella prisión, buscaba en la oscura habitación a la oscura mujer.

Mientras, al otro lado, un somnoliento músculo levantó la misma parte del cuerpo, aunque con más lentitud y calma. Se limpió los ojos ligeramente, sin terminar de entender qué estaba sucediendo y por qué toda la sala se había inundado en gritos.

—Carlos —El músculo llamó al cerebro con el mismo tono que mostraba su cuerpo en sus movimientos, siendo poco capaz de articular fonema con lógica— ¿Estás bien? ¿Sucede algo?

Al no recibir respuesta alguna encendió su lamparita de noche (La cual, paradójicamente también tenía forma de lámpara) y pudo observar la triste escena en la que se encontraba su amigo: Se había transformado en una pequeña bolita con la cabeza entre las rodillas y una manta cubriéndole mientras se mecía. Se acercó a él y sentándose a su lado le cubrió con sus brazos, una cueva que le protegería de la mayor de las tempestades.

—¿Confías en mí? —Preguntó el moreno chico. El de nívea cumbre asintió ante la pregunta, dejando caer unas lágrimas. ¿Cómo no podría confiar en él?, él lo era todo, lo significaba todo para él; era su mejor amiga, aquel en el que más confiaba y al que más apreciaba— Pues escúchame: Aquí estás a salvo, aquí ella no está. Aquí no te hará ningún daño.

El atemorizado chico devolvió el abrazo y en un susurro casi inaudible ni para él mismo le preguntó si podrían dormir juntos, alegando que no se sentía lo suficientemente fuerte, que tenía miedo y lo quería junto a él por si la mujer volvía. El moreno asintió, abriendo las sábanas y metiéndose en ellas para acompañarla al mundo onírico y defenderle de todas las pesadillas que fuesen necesarias.