Capitulo 1: Historias.
Para introducir al lector dentro de este libro, debemos informarle que esta es información confidencial.
Si ha llegado a sus manos este manuscrito, por favor, manéjelo con cuidado.
Lo que estas páginas contienen no son fantasías.
La silueta se movía con agilidad y destreza a una gran velocidad, perturbando al bosque silencioso; la luna resaltaba su oscura figura con rayos azulados.
Saltaba por sobre troncos en medio del camino, sin resbalar con el musgo creciente cerca del barro, y dándose impulso a través de un puñal, clavándolo sobre los árboles para poder virar más a prisa, escapando de los guardias que lo perseguían.
¿Qué tan importantes eran las joyas para el rey? ¿De qué le sirven algunas piezas menos cuando tiene miles iguales? ¿Tanta avaricia y sed de poder es el soberano que admiran sus súbditos?
La dócil sombra seguía su camino. Sus ojos acostumbrados al sector, ya que lo conocía como la palma de su mano.
-¡Alto ahí en nombre del rey!.- exclamó uno de los hombres, provocando que el ser que huía delante de ellos, asomara lentamente una sonrisa.
Eran incontables las veces que había oído aquello de las voces enérgicas de guardias, pero las ocasiones en que obedecía eran nulas.
Las flechas pasaban a su alrededor, logrando esquivarlas; nunca entenderían que esos objetos cortaban el aire, siendo sencillo saber a que dirección llegarían sólo con agudizar el oído.
Siguió su camino a pasos escurridizos y silenciosos, pero a la vez arraigados a su pensamiento de huida. Cuando logró pasar el tercer arbusto de cerezas, justo al lado del riachuelo que apenas llevaba raudal, se vio obligado a detenerse.
Su lengua comenzó a chasquear en desaprobación a la vez que se volteaba, desconcertando a la escolta real, que se detuvo al instante.
-Lo siento, señores.- susurró causándoles escalofríos, creyendo sentir más frío que antes.- No pueden seguir por aquí.- agregó en apenas un murmullo, lanzando la bolsa con su botín a un costado sobre el barro y el musgo, sin darle mucha importancia.
-¡Son órdenes estrictas! ¡El rey exige devolución de sus joyas!.- gritó uno de los hombres sacando su espada, causando un sonido metálico.
-¡El rey exige todo!.- ladró con furia, alzando sus manos exasperándose, haciendo evidente su exaltada respiración.- ¡¿Quiere una nueva silla?! ¡Que suban los impuestos! ¡¿Quiere una capa importada?! ¡Dejemos los mercados vacíos!.- gritaba la figura que podría jurarse, era humana. Pero la duda se esparció entre ellos cuando sus ojos comenzaron a brillar a cada segundo que sus gritos aumentaban; tornándose de un color rojo sangre, intenso, más brillante y casi fluorescente, helando la piel.- ¡El rey y su ejército puede llevarse su represión a otro estúpido lugar!.- terminó de decir clavando su daga en medio del piso en un rápido movimiento, reflejando los vestigios de luz lunar. Sacó una espada desde su cinturón, la empuñadura dorada y pulida, que le daba un aspecto temible. Lograba verse un grabado en latín a lo largo de ésta, pero se tornó ilegible en el momento que comenzó a hacerla girar con habilidad en unos movimientos con su muñeca y sus dedos.
Esa fue señal suficiente para que los guardias restantes sacaran sus espadas a la vez.
-¿Quién será el primero?.- preguntó en un siseo de su voz, mirando cada hombre a su alrededor, deteniéndose en un sonido afilado para apuntar a uno de ellos.- Tú.- siseó casi inaudiblemente.
El resto fue sólo cosa de segundos.
Corrió entre ellos a gran velocidad, agachándose ante los movimientos sobre su cabeza, escuchando gemidos, rasgaduras de piel y telas; guiándolos para que lo siguieran, pero terminando por lanzar sus golpes y espadazos a partes equivocas.
La criatura no utilizó nunca su espada, sin embargo, los cuatro hombres terminaron en el suelo. Inertes.
Heridos por sus propias estocadas.
El silencio reinaba en el lugar, el murmullo del agua en el riachuelo lograba calmarlo, trayendo de vuelta el color azul y gris a sus ojos.
Un pequeño gato apareció de pronto entre los árboles, moviéndose como si contorneara su cola en una curva. No maullaba, pero si miraba el resultado de la lucha ladeando la cabeza.
-No quiero comentarios de esto.- susurró guardando su espada completamente limpia. Tomó la bolsa junto a la daga, esta última guardándola en el intersticio entre su bota y su pierna, dándole la espalda al resultado detrás.
Dio un par de pasos, logrando atravesar un campo transparente, que despegaba un destello a medida que entraba acompañado del felino negro azabache.
Era un portal de protección creado de energía por seres antepasados, dando la impresión de continuidad al paisaje. Sólo podían atravesarlo ellos.
Los humanos comunes... Debían tener algún límite al menos.
A unos cuantos metros de distancia, más alejado del bosque, acercándose al mercado, pasando y merodeando entre la gente, se lograba llegar al palacio real, donde había estallado el caos.
-¡¿Cómo es posible que la seguridad se vio burlada?!.- bramó el hombre que llevaba una corona, capa que llegaba a sus tobillos color rojo, y un traje de finas y elegantes telas. El rey.
-Su Majestad, por favor.- trató de calmarlo el jefe de la guardia real.- Suponemos que el bandido no entró por la puerta…-
-¡Claro que no!.- exclamó frunciendo el ceño y alzando su mano hasta las paredes.- ¡Fueron las ventanas!
-No…- farfulló el hombre aclarándose la voz.- No fue por la ventana, su Majestad.
El hombre se echó hacia atrás en su asiento de mármol. Todo el palacio estaba compuesto de concreto, a base de madera, y cada habitación iluminada por grandes ventanales, decorados con telas, insignias de la familia real, retratos y flores en grandes jarrones.
-Si no entró por la puerta ni por la ventana…- farfulló una mujer a su lado. La Reina conservaba un aura humilde, a pesar de su cargo, pero nunca perdiendo la elegancia hasta en su modo de hablar. Frunció el ceño, sintiéndose extrañada de algo tan imposible.- ¿Entonces dónde?
-Eso estamos averiguando, su Majestad.- dijo dando un reverencia.- Se han llevado tres diamantes de un cofre que se hallaba en un mueble alto, lleno de vasijas y platos de porcelana.- agregó dando cuenta oficial de la investigación de sus hombres.- No se han encontrado otros hurtos.
-Tiene gustos caros.- siseó el rey pasando su mano por la frente.- Cada intercambio que se haga en el pueblo, alguna paga o compra de un precio excesivo, debe hacérseme saber, ¿Entendido?.
-Sí, su Majestad.- declaró el hombre volviendo a hacer una reverencia.
-¿No hay nada más?.- preguntó el príncipe, dando un paso desde un costado del trono del rey. El joven tenía 17 años, su cabello ondulado y oscuro, delgado, pero aparentemente fuerte, estatura media y con ojos avellanas con miel, como los del rey.- ¿No encontraron más?
El guardia iba comenzar a negar con la cabeza, pero frunció el ceño un momento mirando ahora al joven.
-Encontramos en el rincón de la habitación un agujero de no más de 20 centímetros de alto.- dijo tratando de tomarlo como algo sin importancia.- No es relevante, pudo haber sido un descuido o que hubiese estado ahí siempre y nadie se había fijado. Ahora esta tapado y pintado.
-Me parece justo.- declaró el soberano rey.- Puede retirarse.
-Con su permiso.- declaró bajando la cabeza hacia los soberanos y su hijo, finalmente caminando por una larga alfombra roja que lo llevaba a la salida.
-Blaine.- dijo el rey al momento en que la puerta se cerró.- ¿Qué te he dicho acerca de entrometerse en mis asuntos?
-Padre.- declaró apareciendo frente a ambos, utilizando una camisa, pantalones oscuros, botas y una chaqueta llena de bordados y botones abrochados a un costado de color crema.- Es asunto mío también, además, ¿Por qué reclamas esas joyas?. Las ignoraste desde el momento en que las tuviste en tus manos.
-Es porque se están burlando de mi… ¡De nosotros!.- agregó mirando a su esposa y haciendo un ademán hacia él con su mano.
-¿Esto es cosa de orgullo?.- preguntó atónito.- ¿Por esto todas esas personas que recibieron la paga de sus trabajos y quieran comprar comida para el mes, se verán acosados por los guardias a pesar de su inocencia?
-¿Por qué te preocupas tanto?.- preguntó frunciendo el ceño.
-¡Son tus súbditos!.- exclamó como si fuera obvio.- La gente que te eligió, y que pide un soberano y no un tirano.
La reina se cubrió la boca con su mano, mirando a su esposo cautelosamente, esperando su reacción.
-Es suficiente.- declaró dando por terminada la conversación.- Quinn.- habló el rey un poco más alto. Haciendo acto de presencia una criada, rubia, delgada, de piel clara y ojos pardos. Su cabello estaba oculto por un paño amarrado bajo su cabello, utilizando solo un vestido largo y café, con un delantal.- Lleva a mi hijo a su habitación, esta muy fatigado por todo lo sucedido.
-Enseguida, su Alteza.- dijo tomando con ambas manos su vestido, alzándolo y a la vez agachándose a modo de reverencia. Volvió la mirada hacia el príncipe con ojos suplicantes, quien tuvo que rendirse a duras penas. Sabía que ella al menos, querría lo mejor para él.
El refugio era completamente amplio, formado a partir de cueva con paredes llenas de tierra y algunas raíces sobresaliendo de ellas en desorden, debido a los árboles sobre el terreno.
A cada paso que daban se encontraba lleno de personas recostadas o sentadas sin hacer nada en particular. La criatura fugitiva avanzaba a pasos lentos y cautelosos, todo alumbrado solo por pequeñas fogatas o antorchas enterradas en las paredes sin más soporte que la tierra. Habían niños y jóvenes.
Nunca adultos ni ancianos.
El lugar no se veía cómodo, ni tampoco parecía muy atractivo o agradable, pero era el único en el que se les tenía permitido permanecer. Avanzaron hasta un poco más de la mitad, sin llegar al lado más oscuro en el fondo. Si querían estar a salvo, era mejor no involucrarse más allá de esos limites de luz.
El ojiazul se sentó a un costado, encendiendo una fogata con habilidad, tan solo juntando un poco de pasto seco con ramas, tomando una de las antorchas y acercándola hasta que se encendiera. Rápidamente abrió su bolsa, sacando de ella una pequeña piedra brillante que lograba causarle un sentimiento que el resto de los habitantes allí ignoraban.
Curiosidad.
"Qué vergonzoso" habló de pronto el gato negro, sentándose en un tronco que estaba acostado. Su voz escuchada por el joven dentro de su mente. "¿Dejar que se asesinaran entre ellos?"
-No planeo ocupar mi espada para ello.- farfulló el ser, bajando el gorro de su capa, descubriendo su rostro pálido, cabello castaño, sus ojos llamativos, pero sus labios en una curva hacia abajo. Era superficialmente atractivo, pero lleno de resentimiento por dentro.- No quiero ser igual que ellos.
"Pero somos uno de ellos" susurró nuevamente el felino, dando un pestañeo lento y cauteloso, logrando transformar sus pupilas rasgadas a un color café oscuro y envolvente. El pelo a su alrededor comenzó a desaparecer, transformándose a una piel morena, sus extremidades se alargaron y ensancharon, formando dedos, pies y piernas; el cabello solo se extendió desde su cabeza, cayendo sobre unos formados hombros hasta la altura de su pecho. Una joven ahora se hallaba sentada frente al castaño, usando ropa confeccionada por telas blancas y cafés, utilizando un corsé negro alrededor de su cintura, anudándose en un moño. Una falda le rodeaba sus piernas hasta los tobillos, y una blusa la mitad de los brazos.
-¡Yo no soy uno de ellos!.- gruñó guardando la piedra preciosa en su bolsa, causando un sonido de vidrios chocando con otros.
-Si lo eres.- insistió la joven hablando normalmente, dejando a un lado su cabello oscuro como el fondo de esa cueva.- Eres humano, a pesar de ser esto.- agregó palpando el tronco donde estaba sentada.
El joven negó con la cabeza, y bajó la vista dando un suspiro.
Es cierto, era en parte humano, pero tenía que lidiar con este extraño poder, síndrome, hechizo, maldición o como sea que la gente en el pueblo los llamaba. Ninguna de esas personas sabían que realmente existían, solo eran una leyenda, un simple cuento infantil que le causaba pesadillas a los niños.
Zethouts.
Criaturas que jamás son vistas o descubiertas, y que probablemente en un descuido te lastimarían… pero esas frases, aquellas descripciones y definiciones no se acercaban en lo más mínimo de lo que eran.
Estaban condenados a vivir en pensamientos deprimentes y devastadores, debido a que sus corazones frágiles no les permitían sentir emociones fuertes o apasionadas. Los latidos acelerados no eran agradables.
-¿Dónde la sacaste?.- farfulló la joven al ver que el castaño volvió a extraer otra piedra brillante.
-Del rey.- murmuró acercándola a la luz para apreciarla como lo haría cualquier relojero.- Hubieras visto lo fácil y sencillo que fue entrar.
-Claro, ¿Quién lastimaría a un pobre cachorrito?.- preguntó retóricamente la chica, recostándose contra el tronco, limpiando sus uñas al alzar.
El joven saltó en ese instante, colocándose sobre ella a horcajadas, mirándola con sus ojos entornados.
-No quieres provocarme, Santana.- siseó suavemente, pero sabiendo que lo escucharía con su oído felino.- No estoy de humor.
-Ni yo.- contestó en voz baja, colocando una mano sobre su pecho, logrando que se alejara y volviera a tocar el piso sin estar encima de ella.
El castaño miró su bolsa con veneración, acercándose nuevamente a ella y dejando sus tres joyas nuevas detrás de una piedra de considerable tamaño, revelando una colección de éstas. Mostrando su obsesión.
El resto de los habitantes a su alrededor de pronto se quedaron en silencio, las antorchas disminuyeron su luminosidad, hasta formarse llamas azules y celestes brillantes, las fogatas se apagaron dejando un rastro de humo que ascendía hasta el techo, provocando un olor a madera quemada.
La joven pelinegra se puso de pie con el rostro serio al igual que todos los presentes allí. El ojiazul se irguió ocultando el resto de sus tesoros, quitándose la capa para dejarla a un lado, al igual que la espada, pero dejándose el puñal en su sitio.
Unas pisadas fuertes que causaron eco y murmullo sobre la tierra se hicieron notar, cuando un hombre alto, corpulento, con una mandíbula afilada, cabello corto, y un traje que consistía en una camisa y pantalones cafés junto a unas sandalias, confeccionadas con las mismas telas que utilizaba el resto, salió de allí.
El castaño no solía temer a los seres a su alrededor, pero una de la cosas que podrían hacerle temblar hasta el punto de retroceder, era él.
Ni la peor de las pesadillas que un niño habrá tenido sobre lo que ellos eran, podría acercarse a los talones de esa criatura.
-Diez años.- susurró el sujeto alzando su vista hacia una niña que estaba cerca de Santana. Se veía desganada, cansada, con su cabello de mechones azulados, para extrañeza del resto, pero común para ellos. No llevaba una sonrisa al igual que todos allí.- El tiempo llegó.
-¡No!.- exclamó una joven rubia a su lado, que estiró su mano al ver que la niña comenzaba a marchar frente a él. Pero solo ese gritó duró segundos, para luego caer al piso apretándose con fuerza el pecho con ambas manos, dando un gemido ahogado.
El castaño bajó aún más la vista, ignorando la punzada que él también sintió en su corazón al sentir empatía. Solo se mordió el labio para no hacerlo notorio.
-Las Ranas Flecha Azul…- susurró el hombre que estaba ahora frente a la niña que se veía aún más decaída.- Viven diez años.- Recalcó.
Una lágrima prohibida para ellos, rodó de uno de sus ojos de la pequeña, que comenzó a ser envuelta en una llama azul, que surgió de la tierra, ahogando cualquier sonido, transformándose en aquel anfibio de color azul intenso, cuya piel era venenosa y consistía en su único mecanismo de defensa. Pasando a ser polvo brillante y grisáceo que cayó a los pies de la figura corpulenta, y fue esparcido lejos por una ráfaga de viento.
-No desarrolles esa clase de sentimientos.- farfulló la criatura, limpiando vestigios del polvo entre sus dedos.- O ya sabes lo que ocurre.- le advirtió a la joven rubia que ahora se quejaba aún más por el dolor desgarrador que sentía en su corazón.
Las llamas volvieron a alzarse en un color naranjo, las fogatas también, intensificando el olor a troncos y ramas quemadas. Lo único que aún se escuchaba era el llanto de la joven que Santana miraba de reojo, sin mostrar ninguna señal en su rostro, pero copiando la acción del castaño… mordiéndose el labio al sentir que el corazón le transmitía emociones que ellos no tenían permitido sentir.
-Volviste a salir.- dijo el hombre acercándose al ojiazul, que le miró con los ojos entrecerrados e inseguridad muy en el fondo.- Y trajiste comida para mi.- agregó en un susurro cerca de su rostro.
-No traje nada para ti.- escupió con rabia, enseñando sus dientes, que a la distancia se podían ver normales, pero que a la cercanía que se hallaban, eran perfectos colmillos afilados.
-Oh.- murmuró el chico dándole una mirada lasciva.- Cuidado con eso.- gruñó tomándole el mentón, apretando con fuerza, logrando que sus dientes volvieran a su estado normal por el temor que le provocó. Sintiendo algo de humillación en ello.- Te veo después, Kurt.- siseó acercándose esta vez a milímetros, soltando el aliento contra su boca, provocando que sintiera repulsión luego de librarse de su agarre.
Volvió a sonreírle de la misma forma, encaminándose a la entrada de la cueva, traspasando el portal junto a los pequeños destellos.
Kurt cayó sobre sus rodillas, sintiéndose asqueado y miserable.
Vio a Santana agachada al lado de la chica rubia, que lloraba en una mezcla de dolor físico y por la pérdida de una amiga. La morena también tenía sus labios apretados ante las punzadas que sentía, pero era un precio que debían pagar.
El amor es debilidad para ellos, no es como en los cuentos.
-Me enerva esta situación.- declaró el joven cuando llegaron a su habitación, ubicada en una de las torres altas del palacio. Era un salón, bastante iluminado por tres ventanales casi del porte de las paredes llenas de adoquines, uno que otro jarrón con flores blancas, una cama con doseles azules, muebles, y una habitación a un costado que consistía en el baño. La rubia lo siguió, pisando la suave alfombra marrón bajo sus pies.- ¿Cómo es que le importa más algo irrelevante que la probable pobreza que sufren los sectores bajos, o que la cosecha escaseará si no ayudamos?
-Esta enfadado, su alteza.- trató de calmarle entrelazando y soltando sus dedos nerviosa.- Solo se siente… ofendido.
-Te he dicho que me llames Blaine, aquí.- le sugirió en un tono dulce, que hizo a la joven relajarse un poco, otorgándole una sonrisa.- Y no, no esta ofendido. Esta atemorizado de que alguien se metió en la habitación y le robó, pudiendo haberlo herido a él o a mi madre.
-Tiene razones para estarlo.- susurró acercándose a una ventana, volviendo a anudar una de las cortinas que estaba flaqueando.
-Lo sé.- suspiró caminando hasta una mesa en la que se sirvió algo de agua en una taza, desde una tetera.- Pero eso no justifica que deba involucrar a gente inocente.
Quinn se volteó con una sonrisa en sus labios, se acercó hasta él quitándole la loza, y tomándole ambas manos, captando su atención.
-Tu padre quiere lo mejor para él, tu madre y para ti.- le dijo ladeando la cabeza cuando Blaine bajó la mirada.- Eres un gran soberano.- agregó apretando un poco sus manos.- Y te preocupas de los demás, tal como lo debe hacer alguien con tu titulo.- agregó asintiendo, muy segura de sus palabras.- Pero debes tranquilizarte… además.- reflexionó para si misma.- Es una forma bastante extraña de hurtar.
Blaine entrecerró sus ojos, alzando las comisuras de sus labios en una sonrisa cómplice.
-Es obvio.- siseó enseñándole sus dientes, soltándole las manos a la joven y corriendo a un pequeño estante, sacando un libro que tenía una cubierta café, pero se veía casi nuevo por el intenso cuidado.- "Zethouts."
-Su alte… Blaine.- le regañó Quinn frunciendo un poco el ceño.- No puedes creer en una leyenda.
-Pero de alguna parte vienen esas ideas.- dijo aferrándose al libro, abriéndolo y buscando entre sus páginas, saltándose dibujos y títulos con letra cursiva.- Si esas historias corrieron entre la gente de boca en boca, es porque alguien vio algo, y si ese alguien escribió este libro…- susurró al encontrar la foto exacta.- Es porque ellos existen.
Quinn suspiró recibiendo resignada el libro en sus manos. Sabía que era demasiado volátil, que amaba las historias y narrarlas, que conocía cada libro en ese estante y que corría a la biblioteca del palacio en busca de más. Su mente estaba alimentada de ensoñaciones, fantasías y finales felices, desde que era un niño.
-Observa.- le indicó mostrándole la fotografía donde salía una mujer normal, luego su cuerpo en una extraña metamorfosis, con sus manos y piernas en otras posiciones, convirtiéndose en un pequeño cachorro.- Si un Zethout esta entre nosotros y logró entrar al palacio.- explicó totalmente convencido.- Significa que pudo entrar al ser un pequeño animal. Un gato puede entrar en un orificio de ese tamaño.
-Blaine, ¿Has dormido bien?.- le preguntó alzando su mano hasta su frente, haciendo que le mirara con ojos dolidos, obligándose a quitarla.
-Tiene que ser esta la única explicación.- susurró cerrando el libro, sosteniéndolo contra él.- ¿Qué más podría ser? ¡No pueden traspasar paredes!
-¿Qué tal si hay algún infiltrado?.- preguntó tratando de bajarlo de las nubes.- ¿Si alguien entró con las llaves?
-Sabes que mi madre tiene el sueño ligero.- le explicó dejando el libro sobre la mesa.- Lo habría notado.
-No puedes basarte en esta fantasía.- le dijo alzando sus cejas.- Nadie creerá esto.
-Todo el mundo lo habla.- argumentó tratando de convencerla.
-Es porque tratan de asustar a los niños con ella.- volvió a decir tomando el ejemplar, para volverlo a dejar en su lugar. Se volteó viendo a Blaine de espaldas, con la cabeza hundida entre sus hombros al dar un suspiro cansado.- ¿Crees que mañana pueda venir…?
-Por supuesto.- suspiró cerrando los ojos, suavizando el tono, para tratar de relajar el ambiente.- Hace mucho tiempo que no la veo.
-¿Qué historia será?.- preguntó tratando de animarlo, y con la esperanza de cambiar el tema.
Blaine sonrió levemente, comenzando a contarle, pero aún un tanto afligido por la incredulidad de Quinn hacia él, sin embargo, no dejaría que eso le hiciera cambiar su opinión.
Kurt se escapó esa mañana al igual que todas las anteriores, avanzó oculto por una capa distinta, por si acaso fuese reconocido. Solo quedaban las espadas y partes de los atuendos de los cuerpos de los guardias. Asumió que él, se había hecho cargo la noche anterior.
Sus pasos chocaron contra la hierba fresca, por la tierra, pateando algunas piedras pequeñas, pero corriendo rápido y con la mirada centrada en el único lugar que su mente rogaba por llegar pronto.
Pasó entre el pueblo, ignorando las mujeres que gritaban al igual que los hombres desde sus puestos en el mercado, vendiendo ropa, zapatos, verduras, frutas, todo lo que estuviera a su alcance para poder subsistir. El reino cobraba más impuestos que antes, dinero innecesario en comparación a todo lo que había dentro de su palacio.
Ignoró las flores que le ofrecieron, y a los niños que casi tropiezan con él por estar corriendo a su lado, avanzó mucho más allá, entre las casas, por callejones, siempre desapercibido y oculto. Escabulléndose cada vez más adentro de la ciudad, hasta llegar al palacio, custodiado por guardias que utilizaban armaduras reflejando el sol, y altas lanzas ladeadas en diagonal.
Las personas no sabían que el acceso por el costado no tenia custodia -porque tenía una amplia cerradura desde dentro-.
Logró colocar un pie en el pomo de esa puerta, y alzó sus manos hasta aferrarse a un trozo de ladrillo que estaba un poco hacia fuera, sobre su cabeza. Con impulso tomó el asta de una bandera con el escudo familiar, que consistía en un león acostado con un manto rojo sobre él y detrás un fondo azul oscuro.
Con una habilidad impecable, dejó su cuerpo colgar, hasta dar una vuelta hacia arriba, quedando en equilibrio sobre ésta. Alzó su vista, dando un suave pestañeo que volvió sus ojos más rasgados y negros, su ropa comenzó a desaparecer a medida que su piel comenzaba a oscurecerse, teniendo pelo por todas sus extremidades, su nariz oscureciéndose, su mandíbula alargándose hacia delante, y sus orejas comenzando a ser puntiagudas.
Se impulsó un gran lobo color castaño con sus patas traseras hasta caer en uno de los balcones, comenzando a correr a mayor velocidad hasta saltar a uno de los tejados, volviendo a impulsarse al apoyarse contra las paredes, las pequeñas imperfecciones de las murallas que todos desconocían y que le eran tan útiles. Apenas era una mancha veloz que el ojo humano captaba, y logró esconderse entre una torre y otra, quedando sobre el tejado, sintiendo el viento colarse entre cada uno de sus cabellos que conformaban su pelaje.
Podría apreciar la vista, al igual que el amplio cielo celeste, y las copas de los árboles que conformaban el bosque, sabiendo que allí estaba su cárcel llamada refugio. El resto de la ciudad no estaba a la vista, debido a su escondite.
Agradeció a sus oídos más sensibles por captar la voz de la pequeña hija de la criada.
-Buenos días, Blaine.- dijo dentro del castillo. Utilizando un vestido café oscuro, que le cubría sus zapatos negros, que a pesar de sus constantes caminatas, estaban bien cuidados. Su cabello rubio, oculto detrás de un paño blanco al igual que el de su madre.
-¡Beth!.- la regañó Quinn de inmediato, y como siempre.- Te he dicho que…
-Quinn, sabes que no me molesta.- le dijo el príncipe con sutileza, agachándose hasta quedar frente a la pequeña. -¿Cómo estás?.- le preguntó, su voz siendo captada por los oídos de Kurt, dando inicio a la razón por la que iba a ese lugar a solas cada día.
Beth, iba de vez en cuando a escucharlo narrar historias, al igual que el gran lobo que se ocultaba afuera de la habitación, a la pared opuesta de la ventana que se encontraba entreabierta.
La habitación tenía sillones, alfombras, cuadros, objetos que estaban en todos los lugares del palacio, pero con algo que lo hacía un poco más familiar... libros. Cuatro estantes llenos de historias que Blaine sabía de memoria, y que jamás olvidaría al releerlas con ella.
-¡No puede ser!.- exclamó Beth viendo el dibujo de ambos niños dentro de la casa de dulces, hecha de galletas, caramelos, bastones, y dentro llena de otras delicias.- ¡No van a poder escapar!
-… y entonces, Gretel, de un empujón, precipitó a la bruja en el interior del horno y, cerrando la puerta de hierro, corrió el cerrojo.- continuó Blaine, sonriendo al escucharla lanzar un suspiro.
-Lo sabía.- siseó Kurt sonriendo al conocer como se habían librado ambos niños de una bruja que solo utilizaba los caramelos que cocinaba para engordarlos y tratar de comérselos luego de asarlos en un horno. Pero gruñó levemente al sentir su corazón palpitar fuerte al sentir esperanza. Esos niños de la historia lograron librarse del infierno que podían vivir si no salían de allí, creyendo que él también podía hacer lo mismo.
-…. Se acabaron las penas, y en adelante vivieron felices.- terminó de decir Blaine, dejando el libro sobre su regazo, ahora cerrado.
-¡Me gustó!.- exclamó la infante, alzando sus manos al cielo, comenzando a desperezarse.- Pero creo que no comeré nunca más dulces.- agregó, sonrojándose cuando Blaine se rió de su comentario.
-Bien, es hora de volver a casa.- le aconsejó Blaine al ver que estaba algo adormilada por la hora de la siesta.- Será mejor que vayas con Quinn, o te regañará por mi culpa.
-Esta bien.- dijo, bajándose del sillón, siendo ayudada por Blaine, ya que no tocaba el suelo.- Trataré de convencer a mamá de venir mañana. ¡Gracias por la historia!
Blaine rió y se despidió con la mano, sabiendo que Quinn se hallaba limpiando la habitación contigua y se podrían ir juntas a casa, al terminar.
Suspiró mientras dejaba el libro en el estante, aún sintiendo sus pensamientos revueltos por todo lo sucedido el día de ayer. Se acercó a la ventana, abriéndola de par en par, mientras Kurt también decidía que era momento de marcharse.
La criatura avanzó con unos pasos sigilosos hasta un costado de la torre, quedándose quieto al escuchar una respiración ajena. Alzó la vista encontrándose con el joven apoyado en la ventana, extrañándose puesto que nunca hacía aquello. Una parte de su cabello que quedaba fuera de su peinado pulcro, se movía al compás del viento, su ropa le daba un aspecto elegante, y daba a entender su titulo de nobleza. Sus facciones demostraban lo apuesto que era, y sus ojos mieles miraban la nada, a pesar de ver todo a su alrededor. Kurt conocía bien ese sentimiento, porque lo debía vivir cada día.
Supuso que esta persona era el Príncipe que narraba historias. Él solo lo conocía por su voz.
Sin darse cuenta, su aspecto de lobo comenzó a cambiar, su ropa volvió a aparecer, sus patas formaron brazos y manos, su rostro volvió a ser humano, sus orejas a ser redondeadas, y sus ojos oscuros a azules luego de un ligero parpadeo. Ladeó la cabeza al examinarlo, le causaba la misma sensación que cuando observaba sus joyas y piedras brillantes.
Curiosidad.
He vuelto ha fanfiction más rápido de lo que creían... (O personalmente de lo que YO creía), esta historia no es para nada parecida a You're the One for Me, que por cierto, agradezco todos sus comentarios. Ustedes son las personas más dulces de este planeta, en serio, me dijeron cosas tan tan tan bonitas, que me siento muy agradecida de poder otorgarles algo que les guste :)
Ok, este fic los hará tener muchas dudas e intrigas. Creo que ya quedamos con varias en este primer capítulo, Verdad?. Si encuentran alguna frase extraña o mal escrita, (me pasó como cinco veces mientras corregía este capitulo), avísenme. Es un problema que hay con fanfiction.
(¿Les gusta Blaine como príncipe? *pestañeos exagerados de mariposa*)
Por si tienen dudas, la pronunciación es "Sidaut" es la combinación de Zero y Without. Creo que más adelante se irá entendiendo porqué escogí estas palabras.
Obviamente y como siempre, si tienen dudas, preguntenme, iré respondiendo, excepto las que puedan ser spoilers muy extremos, jeje. Esta idea se me ocurrió una vez, y fui anotando muchas características de estas criaturas, y ta dah... Admito que estoy mucho más nerviosa de la aceptación de este fic que con el primero. Siempre quise hacer algún fic relacionado a la magia, y creo que aquí incluimos criaturas místicas, leyendas, príncipes, y una época que da mucho que hablar, así que espero de verdad, que les guste tanto como a mi me gusta escribir este fic.
Los quiere, ama y adora. (Como siempre y por siempre)
~Carolice
